El juego de los recuerdos

El lanzamiento de este blog despertó un sinfín de aventuras, inició siendo catártico, se convirtió en anecdótico y luego en fantástico… a través de mis relatos algunos hombres han querido encontrar su historia conmigo, o peor aún, han querido entender que en mis líneas hay una abierta invitación al sexo de ocasión -pobres ilusos aquellos-.
Momento Azul es un espacio libre en el que juego a la escritora, juego a la fantasía, juego a reescribir la realidad con una óptica diferente. En cada relato, un hombre inteligente puede leer entre líneas quién soy, quién quisiera ser y quien quisiera que fuera desde la fantasía que propone la escritura… Ahí está la magia de la escritura, la magia de tener una pluma (virtual) con que puedo recrear la realidad. 

Hace unos días me contactó un viejo amigo -que seguro descubrió mi identidad Azul, con la connotación que describo en el primer párrafo-, un amigo de esos con los que en alguna tarde de soledad y desenfreno nos besuqueamos y jugamos el ritual de la seducción como un trámite de supervivencia en una realidad vacía.

En un ejercicio de honestidad debo decir que aquel amigo me gustaba mucho, siempre he tenido cierta fascinación por los hombres de brazos fuertes, de bíceps marcados, trabajados en el gimnasio, los brazos fuertes me representan una cursi sensación de protección, de que caber en ellos es rico.

Bueno, pues este amigo fuerte, atlético, atractivo e interesante y yo coincidimos hace varios ayeres en la vida, salimos en varias ocasiones sin el objetivo expreso de un romance (creo yo). Una de estas salidas terminó en una casual visita a su casa, compartiendo unas cervezas y viendo fotografías en su sala. 

Era una tarde-noche de otoño, fría, muy fría, así que el pretexto de la temperatura, la nostalgia de los recuerdos y lo confortable del sillón, eran una excelente combinación que incitaba a un beso, a una caricia… nos besamos, era un beso con sabor a deseo y a soledad. 

Besé sus labios, saboreándolos lentamente, con disimulada intención de seducirlo, con la decisión de poner a prueba mis encantos y su cordura. Acaricié sus brazos, que tanto se me antojaban desde tiempo atrás. Bajé por su cuello con mis labios mientras mis manos trazaban un camino alterno en su cuerpo. Besé su cuello con suaves caricias con la punta de mi lengua. Mis manos peleaban con su pantalón intentando desabrocharlo…

En la escena no entendía si sus reacciones  referían una aprobación tácita o debía  esperar una aprobación expresa. Con su ayuda logré vencer el botón de su pantalón y comencé a besar su cintura, su abdomen, un cuerpo atlético y delicioso.

En verdad era un cuerpo atlético, disfrutable al tacto, excitante en el recorrido de mis manos por sus músculos. Continué con mis labios en su abdomen, aún con dudas de estar haciendo lo correcto, no en un sentido moral, sino en el sentido más simple, más físico. Tuve que preguntar si continuaba o me detenía, supongo que asintió porque continué y la ropa poco a poco dejó de ser obstáculo.

¿Qué pasó después?! ¡NO LO RECUERDO! No sé si al final me pesó más la culpa y los fantasmas morales, o porque mi memoria no conservó detalles de aquella noche… Supongo que el sexo fue placentero, la noche deliciosa, con ese cuerpo y esa condición física que él tenía, así debió haber  sido.

En este reciente contacto él ha insistido en interrogarme sobre sus talentos de amante, sobre mi experiencia en sus brazos  y sinceramente no lo recuerdo… Pero, en este juego de los recuerdos es válido reinventar la historia porque no conservo detalles de aquella aventura… Y hay dos opciones: inventamos los recuerdos o reescribimos la historia…

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