Los días de momento parecen interminables, parece que a cada minuto que transcurre se le suma un pesar, una duda, un problema… entonces llega el fin de semana y cualquier pretexto es válido para escaparse de la realidad, para anhelar la privacidad de un lugar un par de tequilas que relajen el cuerpo, que apaguen la mente, que construyan una fantasía.
Así fue, el mundo colapsado dentro de mi mente y en mi corazón requería de un buen amante para esa noche, de un buen amante con habilidades comprobables, con experiencia suficiente, con una serie de requisitos tácitos. Debía ser una gran noche, una noche que, con las habilidades extraordinarias de un buen amante, me hiciera olvidar todo, TO-DO!!
Yo, un atuendo cómodo, sencillo pero suficientemente provocativo, lencería negra, labios rojos, perfume en mi cuello, tersura en mi piel y vestimenta fácil de desaparecer con las manos mágicas de un buen amante. Llegamos a un lugar lejano de mi mundo, para mí era urgente que aquel hombre cumpliera la expectativa que yo llevaba en mente, que me hiciera confirmar que no me había equivocado al haberlo seleccionado como el adecuado para esa noche.
Me quité los zapatos, negros con correa al tobillo, tacón alto (he comentado antes que los zapatos altos me parecen seductores y me dan seguridad en la conquista), le ayudé con los zapatos, me recosté sobre la cama sin pensar en otra cosa más que en el pliego petitorio que llevaba en mente, pensaba en que fuera capaz de leer mi mente y entender qué era lo que esa noche quería, qué era lo que esperaba.
Recostada boca abajo sobre la amplia cama, le pedí sin palabras que se recostara a mi lado. Se quitó los zapatos y la camisa, la colgó en un gancho y fue a mi lado. Mi cuerpo temblaba, mi mente agolpaba dentro de mi cabeza mil y un pensamientos que anhelaban que aquel hombre pudieran leer. Ahí recostados tomó mi cabello, jugó con él por segundos, acarició mi nuca y mi cuello, recorrió mi espalda y mis hombros, bajó su mano muy lentamente sobre mi cuerpo.
En poco tiempo la ropa desapareció, la habilidad sutil de desvestir mi cuerpo le permitió recorrer con sus manos mi piel, poco a poco sus labios me devoraban iniciando en mi boca, luego, con sus labios y sus manos se apropió de mi cuerpo con la ansiedad que enciende el deseo, que se adueña de la escena.
Así, en pocos minutos el instinto y la experiencia hicieron que el placer del sexo se apodera de la cama, que nuestros cuerpos se perdieran entre caricias, besos y sensaciones compartidas, la sincronía del placer compartido, del instinto perfectamente guiado por el deseo, consumía la noche.
Hicimos el amor, casi con precisión, casi con sabor a amor, hicimos el amor… pero el buen amante que esperaba no estaba ahí. No estaba porque en medio del placer físico no podía liberar todo aquello que pasaba por mi cabeza.
Entonces, aún recostada sobre la cama, desnuda entre las sábanas, contuve las lágrimas que evidenciarían que lo que yo buscaba esa no era solo un buen amante para el sexo de esa noche, lo que necesitaba era un buen amor capaz de entenderme, capaz de no solo desnudar mi cuerpo, sino de poder cobijar mi alma, un buen amor que no se preocupara por procurar el placer instantáneo sino por dar un poco de paz a mis pensamientos, a mi vida.
Entonces, aunque intente huir refugiándome en el sexo de una noche, con un buen amante de experiencia probada, será imposible, necesito un buen amor que antes que preocuparse por hacer placentero el sexo, se ocupe de ser un buen Hombre, un buen hombre seguro será buen amante, un buen amante no siempre es un buen hombre…
Muy buena historia. A veces nos dejamos llevar más por nuestras ideas que por nuestro corazón
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