Sin duda el placer del sexo con amor es el mejor paliativo para abstraerse del mundo cotidiano, caótico y absorbente. Tener tiempo de dejarse consentir, buscarse tiempo para disfrutar el amor es siempre un aliciente que relaja el cuerpo y la mente para lidiar con el día a día. Así, justo así respondiendo a tu llamada, sin un plan preciso en mente, con un mundo de cosas por comentar, con deseo expreso de disfrutarnos.
Llegaste por mí, aún sin destino claro, comenzamos a desahogar en el auto el sinfín de historias acumuladas, pasamos por víveres que nos duraran la noche y de manera tácita los dos acordamos un plan perfecto para nuestra noche. Regresamos al auto con una botella de vino, botanas y muchas, muchas ganas de hacer eternas las horas que estaríamos juntos.
Llegamos, nos besamos en el auto, enfatizando aquel plan sobreentendido que habíamos acordado minutos antes. Entramos a la habitación, nos abrazamos por varios minutos, en silencio, a media luz, sólo abrazados, sintiendo nuestros cuerpos vibrar, comunicándose todo aquello que pasaba por nuestros pensamientos, jugaste un poco con mi cabello para dejar al descubierto mi cuello y besarlo sutilmente.
Abriste la botella de vino, serviste para los dos, bebimos un trago para brindar por la ocasión y dejamos las copas sobre la mesa. Nos quitamos los zapatos y nos sentamos en el sillón. Con un beso iniciamos la conversación de nuestros instintos, ese beso decía sin palabras lo delicioso que era estar ahí, con una larga noche por delante, con nuestra experiencia y mundo dispuestos una vez más para la ocasión.
Me recosté sobre tus piernas, comenzaste a acariciar mi cabeza, a jugar con mi cabello, cerré los ojos concentrándome en esa delicada sensación que equilibraba el deseo y la pasión, con la paz y la serenidad de una caricia que nos conectaba. Comenzaste a hablarme de tu mundo, del trabajo, de la vida, esa charla que no importa si es por teléfono, en el auto o desnudos sobre la cama después del amor, pero es esa charla que nos conecta siempre.
Te escuchaba atenta, continuaba con los ojos cerrados, te respondía y conversábamos. Tomaste tu copa de vino y bebiste otro trago, humedeciste la yema de tu dedo índice con un poco de vino y recorriste mis labios, una sonrisa espontanea te agradeció esa deliciosa sensación. Jugué con mi lengua y el vino en mis labios y en el juego dejaste caer un par de gotas más en la comisura de mi boca, besé tu dedo, mi lengua sedienta recorría tu mano en busca de más vino, en busca de un beso…
No quería abrir los ojos, en verdad era una sensación deliciosa, ahí, recostada sobre tus piernas, concentrada en tu monólogo, en tus manos: tu voz desahogando un sinfín de temas pendientes, una de tus manos jugando con mi cabello y otra, muy inquieta, dibujando sobre mi ropa aquellos trazos que conectaban todas las sensaciones de deseo que recorrían mi cuerpo.
Dejabas que mi lengua humedeciera las yemas de tus dedos, dejabas que, desde mis pensamientos, esos que sabes leer por demás, comenzara a seducirte, a proponerte el recorrido de tus manos, a sugerirte que la ropa fuera menos y las caricias más… así, aún estuvimos varios minutos sobre el sillón, yo a ojos cerrados, disfrutando esa conexión de nuestros pensamientos, de nuestros deseos, haciendo que la sensación paz y deseo que habitaban a en mí, pelearan a duelo para hacer prevalecer a quien venciera.
Quería seguir ahí, recostada, sintiendo tus dedos entre mi cabello, a ojos cerrados, deteniendo el tiempo, haciendo el amor en la conversación, en la compañía, en el sabor a vino de las yemas de tus dedos, en el silencio que de momentos decía todo, en aquellos besos inocentes con los que pausabas tu conversación.
El deseo y la pasión vencieron en el duelo, dejando la paz momentáneamente fuera de combate, nos besamos y en ese beso poco a poco la ropa quedó tirada dejando huella de nuestro camino hacia la cama. Hicimos el amor en el sexo tantas veces como nos duró la noche, acariciamos el cielo en las sensaciones más plenas, contamos estrellas con una sonrisa dibujada en nuestro rostro, una sonrisa de esas que dicen más que mil palabras…
Luego, la paz regresó y a ojos cerrados soñamos juntos, dormimos abrazados desnudos bajo las sábanas, soñando que el mundo que esa noche construimos, era real… pero no, otro mundo nos aguardaba afuera… y era tiempo de volver a él…
Te quiero…