Un dibujo…

Un dibujo_AZULLa vida presurosa y sin sentido que a veces nos absorbe nos había secuestrado la oportunidad de estar juntos, un día, logramos pagar el rescate para liberar la fantasía de disfrutarnos como lo habíamos imaginado…

Sin mundo, sin tiempo, sin pasado ni futuro dejamos que aquella noche se convirtiera en una obra de arte, de esas que no se subastan, de esas que no se exhiben, de esas que se guardan en la intimidad de los recuerdos como un preciado borrador.

La cita estaba pactada, me pediste que fuera exuberante, por supuesto vistiendo algo Azul. El lugar era mágico, de ensueño, el estudio que solo un artista como tú puede tener: perfecto.

Nos sonreímos, me besaste, apenas rozando mis labios. No entendía tu cautela, pues tu mirada me devoraba. Me tomaste de la mano y me diste una vuelta como validando mi atuendo: mi cabello arreglado, ligeramente ondulado; mi maquillaje perfecto con una deliberada invitación a que probaras el rojo seductor de mis labios; un vestido azul con un escote pronunciado en la espalda que al roce de las yemas de tus dedos invitaba a dejar caer los tirantes que lo sujetaban a mis hombros.

Un vestido azul de una tela ligera, que te permitía palpar la tibieza de mi piel, la silueta de mi cuerpo cuando con la sutileza de un artista, bajaste tus manos por mis caderas. Una abertura en el vestido, dejaba entrever mi pierna derecha, ahí fijaste tu mirada y, tu sonrisa, cómplice de mis pensamientos, me decía lo dulce que sabría un beso tuyo justo ahí, justo donde la abertura comenzaba.

No dejamos que el deseo y los pensamientos cambiaran el plan inicial de nuestra cita: mi dibujo, aquel retrato que sería la portada de mi libro. Tu estudio era mágico, de película, yo sentía la curiosidad de una niña, quería tocar y saber qué era cada cosa que tenías tan perfectamente ordenada en su lugar. Sabes que mis habilidades artísticas se resumen en un extraordinario de la materia de Educación Artística en la prepa, así que todo lo que veía en ese lugar me inquietaba, en mi mente era como si cada pincel, lápiz o pastel tuviera vida propia para hacer trazos con magia.

Me indicaste dónde debía estar parada, me serviste una copa de vino y sobre una mesa estaba dispuesta una charola con quesos y carnes frías, fruta y otra botella de vino sin abrir. Al verlo sonreí con la malicia de imaginar cómo rodarían aquellas uvas sobre tu dorso desnudo, cómo saborearía unas gotas de vino entre tus labios… Pero debía dejar esos pensamientos para después. ¡Debías trabajar!

Yo nunca imaginé cómo sería aquello de dibujarme, el tiempo me parecía eterno, por más que quería acatar tus indicaciones y concentrarme me parecía tiempo perdido (para hacerte el amor). Perdí la noción del tiempo, pero grité de alegría cuando dijiste: “por hoy está bien”. -¿Por hoy?- pregunté para mis adentros pero no quise responderme, preferí concentrarme en el alivio de poder quitarme los tacones y continuar bebiendo vino.

Quise acercarme a tu obra, tenía curiosidad de qué habías dibujado y con un beso me lo impediste, no puse resistencia, me parecía mucho más tentadora la oferta del beso que la de descubrir qué había en ese caballete, tu talento en el dibujo no estaba a prueba. Aquel  beso nos acercó a la mesa, te serviste una copa de vino y sin palabras brindamos: ¡qué vino, qué beso!

Como lo había insinuado al principio, bajaste los tirantes de mi vestido con tus labios, tu lengua húmeda y tibia daba sutiles pinceladas en mis hombros y mi espalda,  la sutileza de un artista convirtiendo mi piel en un lienzo a tu disposición. Nos sentamos en el piso, nuestras miradas y sonrisas conversaban mientras saboreábamos los quesos y la fruta. Bebimos un par de copas más alternándolas entre besos y caricias, jugaba con mis dedos entre tu cabello, recorría tus labios con mi lengua. Acariciabas mi espalda al desnudo, observabas con ternura y deseo mi cuello, mi pecho. Jugabas a descubrir más después de la abertura de mi vestido que dejaba mis piernas a tu alcance.

Aquellos trazos de tus manos en el recorrido por mi cuerpo, aquellas texturas de nuestros cuerpos desnudos consumidos en placer, aquellos colores que a media luz dibujaban tanta alegría en un lugar tan sombrío, aquellas pinceladas que mi lengua hambrienta hacía sobre cada centímetro de tu piel, aquellas formas que el tacto de tus manos y las mías encontraban a placer en un recorrido sin técnica y ni teoría.

Así, en poco tiempo, el glamour de mi llegada se había convertido en un desastroso maquillaje, donde, sin el rojo seductor del principio, ahora en mis labios solo lucía una gran sonrisa, De mi impecable vestido azul, solo quedaba una sábana cubriendo lo que el pudor de los años pedía.

Y el dibujo, quizá después…  Después de hoy, sé que aún sin verme, podrías dibujar a detalle aquel cuerpo que hiciste tuyo en cada caricia y con cada beso.

 

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