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El amor se negocia; el placer, no.

Un día la soledad nos convoca a rumiar recuerdos y evocar viejos tiempos, y entre copas llevamos a la mesa aquellos tiempos donde el «amor» lo era todo, sí, todo era amor: un ramo de rosas rojas, una declaración escrita en una servilleta, una llamada telefónica. ¡Qué tiempos aquellos!
No somos los de antes, los años han escrito sobre nuestros cuerpos otras historias, hemos vibrado en otros brazos y llorado por otras despedidas. Atrás, muy atrás quedaron aquellas promesas de amor eterno auspiciado por la letra de una canción que nos dedicábamos al despedirnos luego de una larga conversación al teléfono.
Del pasado sobre la mesa, fuimos al presente sobre la cama, silenciando a la nostalgia, escuchando al deseo. Tus manos recorrían mi cuerpo con sutileza, con la ternura de aquel viejo amor, con la experiencia de los otros amores, con la esperanza de encontrar algo más que recuerdos en aquella cita.
La piel hervía, la ropa estorbaba, la cama nos arropaba cómplice de la locura. Nuestros labios hablaban el mismo idioma, nuestros besos pedían ansiosos que el tiempo se detuviera en el instante en el que el placer nos robara el último aliento.
Nuestros cuerpos no eran los de antes y la expectativa de hacer el amor ya no era la de entonces; ahora el amor nos haría a nosotros, el amor aprendido y desaprendido, las lágrimas y risas que otras historias nos dieron, esa noche nos harían mejores amantes, aquello conocido y comprobado en otras camas nos haría maestros en el placer, porque en la veteranía se le apuesta todo al placer.
Aquella noche no negociaríamos la historia de amor a la que la soledad nos convocó, no jugaríamos al amor ingenuo que se inventa entre caricias tímidas, sino que buscamos en aquella cama la locura y el placer que malbaratamos en la juventud en nombre del amor.
Entonces, si el placer conquistaba nuestros sentidos, solo entonces, habría otra cita.
Besabas mi cuello saboreándolo, acariciabas mis piernas estrujándolas contra ti, la ansiedad se apoderaba de nuestros cuerpos deseando ser uno a través de las sensaciones compartidas, deseando silenciar los prejuicios y aquel pasado lejano, los de ahora, solo los de ahora sin expectativas ni temores, sin mañana y sin ayer, solo un par de locos retando destino.
La noche avanzaba, tocábamos el cielo, jugábamos con las estrellas, sonreíamos a la nada, me cobijaste entre tus brazos, dibujabas con tus dedos sobre mi espalda… no había mucho qué decir, no era necesario, hablar del amor, del «nosotros» rompería con la magia de esa noche de placer.
Quizá en la próxima cita, quizá después haya tiempo para el amor o quizá no; quizá no haya historia solo momentos robados al mundo para perdernos en una habitación; quizá leerme te haga dudar de quién fui, de quién soy… pero no importa, espero la ocasión para una próxima cita jugando a que sea la última, a qué sea irrepetible…

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Un beso y mi resto

Desde mi fantasía en ese abrazo tus manos traspasaban la ropa y hacían contacto con mi piel, sentía el calor que irradiaban expandirse sobre mi espalda, haciéndome olvidar la tensión acumulada de mi caótica semana. Ahí quería quedarme, sintiéndote muy cerca, sintiendo tu respiración cerca de mi oreja, sintiendo que podía dejar caer el peso de mi mundo entre tus brazos. 

La cordura me hacía separarme un poco de ti, buscando en tus ojos alguna respuesta, algún signo de aprobación, una mirada cómplice que me hicieras creer que estabas sintiendo lo mismo, que también mis manos acariciaban tu piel desde la imaginación. 

Tus ojos no hablaban o, si lo hacían, era un lenguaje incomprensible para mí. Mordía mis labios queriendo imaginar el sabor de los tuyos. Observaba el movimiento de tus labios sin prestar atención a lo que enunciabas, solo quería escuchar mi nombre de tus labios: Azul, solo esa palabra valía la pena de ser escuchada en ese momento, mi nombre en tus labios sí me harían perder la cordura y cometer el desatino de besarte ignorando el lugar y a los presentes. 

La conversación trivial que nos convoca continuaba y cometiste el atrevimiento de acomodar mi despeinado cabello detrás de mi oreja, qué sensación tan excitante el efímero roce de las yemas de tus dedos. Detuve tu mano en su recorrido, fije mi mirada en tu boca con la más explícita insinuación de pedirte un beso, pero nuevamente tu cautela y mis impulsos eran la peor combinación, pero ya era demasiado tarde como para detenerme y evidenciar un nuevo fracaso en mis intentos de seducirte. Rocé con mis labios los tuyos, parecía no disgustarte, me tomaste por espalda llevándome contra ti y ese beso daba respuesta a todas las preguntas de mis noches de insomnio. 

Ahora sí parecía que nuestros labios hablaban el mismo idioma, sin ni siquiera pronunciar una palabra. 

Fueron segundos de fantasía donde la sensación que iniciaba en mis labios, recorría cada parte de mi ser, si era un sueño no quería despertar, si estaba sucediendo no quería que te separaras de mí. Abrimos los ojos y nos encontrábamos frente a frente, con un mundo indiferente a nuestra escena, sin espectadores que aplaudieran o repudiaran aquel beso. 

Sonreímos, cómplices veteranos, pero con la euforia de dos adolescentes. 

No podíamos dejar ese beso ahí, en una especie de limbo que me proclamaba vencedora de en aquel intento de seducción. No quería que únicamente fuera una locura de la cual había hecho cómplice, no quería volver a la zozobra de tu ecuanimidad y sensatez: te propuse algo, una cita sería pretencioso llamarlo, pero algo que no necesitara palabras, solo el lenguaje de los besos y las caricias.

La apuesta ya había sido muy alta como para no jugarse el resto, solo con la esperanza de creer que aquel beso había sido correspondido. Aceptaste y cuento las horas para demostrarte que soy más de lo que ves, que ese beso no te dijo todo lo que mis labios podrían comunicarte, que soy mucho más de lo que te imaginas, que quizá soy aquello que te resistías a vivir… 

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Palabras al viento

No basta con que la vida nos llene de pretextos y circunstancias casuales, no basta con los suspiros en la fantasía durante mis noches de insomnio, no es suficiente hablarle al viento suponiendo que mis palabras llegaran hasta tus oídos, ni me basta con la tortura de preguntarme si me piensas como yo te pienso. 

La vida solo cobra sentido a través del amor, la vida se sabe vivida cuando la intensidad de las miradas besan con pasión y el sinsentido de las palabras busca ser callado a besos. La vida necesita amor para que el tedio de los días no se proclame vencedor en una cama fría y vacía cuando llega la noche. La vida necesita de amantes que hagan historia a pesar de sus cicatrices y fantasmas, con todo y sus anhelos y sus sueños. 

La realidad hostil y aberrante no puede vencer, no puede reírse de los pretextos y casualidades que nos convocan y al mismo tiempo nos vuelven ciegos y mudos. La vida necesita historias de amor, de amantes y pasión, de valientes, de amores dispuestos a jugarse, quizá, sus últimas esperanzas por un beso que haga vibrar el alma, por una caricia capaz de convertir una noche en magia. 

El amor silencia los fantasmas, acaricia las cicatrices, fortalece los sueños, pero requiere valor, mucha valentía para no quedarse solo en la fantasía, en relatos escritos sin destinatario o declaraciones hechas entre líneas en conversaciones triviales que nos acerquen un poco. 

A veces la realidad me arrastra y me ahoga en un mar de lágrimas, otras veces la fantasía me salva y transforma el llanto en sonrisas pícaras, pero al final estoy cierta que, en medio de la absorbente realidad y la esquizofrénica fantasía, hay una constante: quisiera encontrarte, entregarme en tus brazos y en un beso perder la cordura y retar al destino. 

Valor, valentía, arrojo, no sé qué necesite para convertir las palabras al viento, en una confesión: «me gustas, mi mirada te besa cuando hablamos, mis ojos se pierden en los tuyos intentando encontrar una respuesta a las preguntas que no te he formulado, busco un roce casual de nuestras manos con el deseo de hacer vibrar tu piel.»

Pero no, entre el anonimato de mis confesiones pasa el tiempo con un juego inquietante en mi cabeza, preguntándome si me lees y te sabes el protagonista de mis palabras… Así, pasan los días y las semanas y nada más efímero que el tiempo y más, cuando la veteranía y el tedio parecen acelerar su paso. Quizá un día, con menos miedos, con menos qué perder el destino me dé una buena partida y las cartas valgan la pena para lanzar mi última apuesta. 

Mientras, entre la fantasía y la realidad te mantendré cerca, procurando que sientas cómo te beso con la mirada, cómo coquetean mis palabras… y, si en algún momento quieres confirmar si eres el destinatario de mis palabras al viento, solo bésame y lo sabrás… 

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Un pretexto

El tiempo avanza inclemente, hay días inciertos, hay días con certezas, hay noches de insomnio y días de sueños. El caos se convierte en una constante entre el tedio laboral, el hastío de una sociedad absurda  transcurren los días en el intento de sembrar esperanzas, de hacer germinar sueños y en el afán de construir otro mundo, otros mundos. 

En medio de ese incesante remolino, que muchas veces logra arrastrarme y hacerme perder el rumbo, busco un pretexto que nos convoque, busco descifrar al destino jugando con las cartas que me otorga en cada partida. 

No es fácil, los años, la veteranía es crítica y cuestiona mi abanico de posibilidades, llenándolo de dudas y preguntas, pero la experiencia también es una aliada: ¡Qué se puede perder! Así que, en medio de mi mundo medianamente caótico, decido irrumpir en el tuyo, probablemente mucho más ordenado y cauto, con el inocente pretexto -nada malintencionado-, de fingir un desperfecto mecánico en mi auto en rumbos cercanos al lugar donde sabía que estarías. 

Ya era esa una apuesta muy alta, el destino y mis cartas dejaban al aire mi juego: llamarte, que me tomaras la llamada, que estuvieras en el lugar que yo suponía, que tuvieras tiempo de acudir a mi auxilio, ya era una apuesta alta, muy alta a estas alturas de la vida y con los múltiples fantasmas rondando en mi mundo.

Eso de los autos parece darles poder a los hombres y, en esta ocasión, no me importaba mostrar la vulnerabilidad de mi ignorancia. El atardecer amenazaba en convertirse en noche, el firmamento dibujaba tenuemente algunas estrellas y la luna, aún discreta, comenzaba a brillar. Llegaste y la estúpida sonrisa en mi rostro daba evidencia de que mi urgencia no tenía tanta angustia, así que con una conversación trivial sobre nuestro día yo organizaba las ideas con las que te explicaría qué consistía mi premura:

“No me digas nada, abrázame, deja que mis pensamientos se hagan agua para limpiar el caos de mi cabeza. Deja que mis manos recorran tu espalda mientras y tu aliento tibio en mi cuello relaja la tensión acumulada. Déjame verme en tu mirada, permíteme encontrar en tus labios (con un beso) las palabras que busco para luego cerrar los ojos y perderme en la fantasía de estar entre tus brazos…”

No, no podía decir eso. ¡El desperfecto! ¡Mi auto! No encontraba palabras para explicar un problema inexistente, porque, además, la sonrisa en mi rostro y el brillo en mis ojos, en lo absoluto denotaban a una mujer desvalida y agobiada sufriendo por un problema mecánico que pusiera en riesgo su integridad. Nos sonreímos, descubriste mis perversas intenciones -quizá lo sabías desde que te llamé, porque lo deseabas tanto como yo-, entendiste mi pretexto, tomaste mi mano, la besaste y moviste la cabeza y con una excitante sonrisa reprobaste mi mentira. 

Subimos a tu auto, y solo por confirmar, me preguntaste si todo estaba bien. Evadiendo tu mirada acaricié con la yema de mi dedo índice tus labios y te respondí que sí, que con mi auto sí, pero… Interrumpiste mis palabras con un beso, ese beso que había imaginado (que habíamos imaginado), me tomaste por la nuca, cerré los ojos y disfruté la tibieza de tus labios, el sabor de ese instante en el que la realidad sabía a fantasía. 

Para entonces la noche había caído y el pretexto había cumplido su cometido. No hablamos mucho, nos besamos con hambre, nos acariciamos con ternura, reconocimos la pasión arder en nuestra piel, nos miramos con deseo y pactamos un encuentro sin pretextos para continuar la fantasía… 

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Amanecer

Antes de que la alarma de mi teléfono me recordara que era un nuevo día, sentí tus labios recorrer mi cuello, aún adormilada sonreí para darte los buenos días, me acurruqué contra tu cuerpo queriendo creer que aún era de madrugada. Sentí tus manos deambular sobre mi cuerpo, recorrer mi vientre, mi cadera y mis piernas. Yo me resistía a creer que estaba por amanecer, que nuestra noche había concluido.

Así, disfrutamos por varios minutos, sin palabras, solo entre besos y caricias, hasta que el reloj amenazaba con apresurarnos para continuar con la vida que fuera de aquella habitación nos esperaba. En un beso que nos despidiera de este encuentro iniciaste en mi boca, mordiendo mis labios, luego lamiendo mi cuello y mis hombros, avanzando para saborear mis senos, devorando centímetro a centímetro mi piel hasta llegar a mi vientre y conseguir beber de mí, haciéndome olvidar que la alarma sonaba y de la hora que marcaba el reloj. 

Extasiada, inerte sobre la cama no podía articular palabras, solo sonreía y mi sonrisa no necesitaba explicación, mi sonrisa solo necesitaba que no te separaras de mí, que tus manos estuvieran en contacto con mi piel, que tus labios pronunciaran mi nombre: “Azul, te amo”, que tus ojos me observaran con deseo diciéndome que te gusto, que mi cuerpo te parece atractivo y excitante. 

Estaba perdida en esa sensación que seguía recorriendo mi cuerpo que mantenía acelerado mi corazón y, sobre todo, que hacía inevitable la sonrisa que le habría de dar sentido mi día, a mi semana o al tiempo que tuviera que transcurrir antes de nuestro próximo encuentro. Silenciaste el teléfono que estaba perdido en algún lugar de la cama, besaste mis labios con ternura como una tácita invitación para levantarnos e irnos a bañar. 

Nos levantamos de la cama, nos abrazamos en silencio, con los ojos cerrados, recapitulando lo placentera que había sido la noche, reviviendo lo delicioso que fue acariciar el cielo una y otra vez, lo mágico que había sido sentirnos hambrientos y satisfechos de placer. Nos quedamos frente al espejo por unos minutos observando nuestro reflejo, viendo mi desnudez abrazada contra tu cuerpo, hablándole al espejo me dijiste nuevamente: “Azul, te amo”, le di la espalda al espejo para quedar frente a ti y en un beso sin prisa agradecer a la vida el tiempo compartido. 

Fue una ducha deliciosa, lo cálido del agua que recorría nuestros cuerpos mientras nuestras manos frotaban con amor nuestros cuerpos, no decíamos mucho, nuestros cuerpos por sí solos se comunicaban con las caricias, las miradas y las imborrables sonrisas en nuestros rostros. Robábamos el mayor tiempo posible al reloj antes de incorporarnos a las actividades cotidianas, nos vestimos con pausas, entre besos y caricias. Mi memoria evocaba una y otra vez los “te amo” pronunciados durante la noche, al amanecer. El cansancio físico que expresaba mi cuerpo se compensaba con el número de veces que entre tus brazos exploté de placer. 

Sin piedad el reloj avanzaba su paso, ajeno a nuestros pensamientos, ajeno a nuestro mundo. Teníamos que partir para incorporarnos a nuestros otros mundos, tomamos un tiempo para abrazarnos, para inhalar el olor de nuestra piel, para reconocer la sensación de pertenecernos juntos o a la distancia, pertenecernos en el pensamiento en el que nos refugiamos cuando el caos nos invade, cuando por teléfono compartimos apresuradamente parte de ese caos. 

Huimos una noche

En medio del caos en el que se ha convertido la vida en pandemia era indispensable encontrar un tiempo para huir de todo, incluso de la paranoia y el desasosiego que ha provocado esta enfermedad que ha cobrado tantas vidas en el mundo. Nuestras agendas siempre son complicadas de conciliar, es difícil empatar nuestros tiempos; es decir, más de dos o tres horas como lo hacemos regularmente para compartir un trago y el resumen de nuestras vidas, necesitábamos más. 

La vida nos concedió una noche para nosotros y el clima frío el pretexto perfecto para acompañarnos. Esta vez buscábamos un lugar diferente, no el de siempre, debía ser un lugar acogedor, lejano de nuestros mundos, un lugar que nos hiciera olvidarnos por un rato del caos citadino. Decidimos un lugar campirano, a hora y media de casa, seleccionamos el lugar donde habríamos de pasar la noche, llegamos con víveres suficientes para una noche y una mañana… 

Indudablemente aquel lugar era mucho más frío que nuestros rumbos, un camino lleno de neblina nos escoltó hasta nuestra sede, comenzaba a oscurecer cuando llegamos. El trayecto pareció más corto de lo que indicaba el reloj, rumiar nuestras historias en el camino quizá hizo que el tiempo pasara más rápido. 

El lugar era lindo, rústico, la habitación fría. Al entrar en ella sonreímos, con esa sonrisa cómplice de tantos años, de tantas historias compartidas. Esa sonrisa y un tierno beso donde apenas rozamos los labios abría un escaparate de intenciones y deseos, de recuerdos y experiencias que auguraban una gran noche. 

Nos sentamos en el sillón, abrimos el vino y brindamos por la vida, por las circunstancias a nuestro favor que nos permitían estar juntos en ese momento. Ambos revisamos los teléfonos para cerciorarnos que el mundo que habíamos dejado afuera de la habitación se encontrara en la calma en la que lo habíamos dejado, para luego desconectarnos de él. 

Aún no me atrevía siquiera a quitarme la chamarra o los zapatos, era realmente fría la habitación. Encendiste la calefacción, pusiste música en tu teléfono y seguimos conversando con la segunda copa de vino. 

Necesitábamos tanto ese tiempo sin tiempo, ese lugar que nos hacía sentir lejos del mundo, que aunque queríamos dejar fuera de la habitación, era imposible no hablar de él. Me recosté sobre tus piernas jugabas con mi cabello, contabas una y otra vez las pecas de mi rostro, esas que te sabes de memoria. Jugabas con las yemas de tus dedos cerca de mis labios dejando que persiguiera tu mano hasta acariciarte sutil con la punta de mi lengua. Me dejabas jugar con tus dedos en mi boca mientras tu otra mano acariciaba mi cara, mi cabello. Había tanta paz en ese juego, sin prisa, anhelando que las horas de esa noche fueran eternas. 

La habitación ya era más tibia, los vidrios empañados describían el contraste con la temperatura exterior. Me quité los zapatos, la chamarra y el suéter. Quedaba mi pantalón de mezclilla, mi blusa y los dos pares de calcetines que llevaba puestos previendo el frío de aquellos rumbos. Seguíamos en ese sillón en el que nos instalamos desde que llegamos, el vino y la botana nos quedaban al alcance y era un lugar bastante cómodo.

Sabemos que el placer en nuestros encuentros es garantía por eso disfrutamos tanto detener el tiempo en cada caricia, en cada beso, en la conversación repetitiva y en los silencios que dicen todo. Así, comenzaste acariciar mi cuerpo sobre la blusa, haciéndome cerrar los ojos de inmediato para concentrarme en el recorrido, en lo placentero y excitante del recorrido. A ojos cerrados percibía tus ojos clavados en mi rostro, contemplando mi sonrisa, leyendo mis pensamientos, escuchando el latir acelerado de mi corazón. 

Te acercaste a mí y nos besamos, jugamos con nuestros labios y lenguas, dejamos que nuestras manos nos recorrieran mutuamente buscando lugares, sensaciones, texturas… Abrimos los ojos y nuestros cuerpos hervían, la cama nos aguardaba. Bebimos el último sorbo de vino que había en nuestras copas y con un beso pactamos nuestra noche de placer infinito. Una y otra vez tocamos el cielo y jugamos con las estrellas, una y otra vez revivimos la sensación de pertenecernos, de disfrutarnos en cada roce, en cada beso, en el placer compartido. Así, dormimos a pausas hasta que el amanecer llegó luego de una gran noche…

Hambre de amor

1

Como cada encuentro es un tiempo de magia y pasión que buscamos hacer eterno, el instante en que el destino nos convoca con tiempo para disfrutar el ambiente se impregna de un aire cálido, del olor de tu piel, del sabor de tus besos. Así, como otras noches, era nuestro tiempo, ese que hacemos nuestro cerrando los ojos al mundo, ese que buscamos con ansia en medio de la absorbente cotidianeidad que de momento nos aleja tanto.

Un par de cervezas iban bien para la ocasión, el ambiente era caluroso y la noche apenas comenzaba a caer. Había tiempo para beber unos tragos mientras recostados sobre la cama conversábamos de esas trivialidades que avanzan con el día a día… Bebíamos con prisa sabiendo que el tiempo pasaba, disfrutando el sabor fresco de la cerveza pero queriendo sentir el arder de nuestros labios en aquel primer gran beso de la noche.

Yo vestía un ajustado pantalón de mezclilla y una blusa negra, atuendo que ayudaba a hacerte apetecible mi silueta. Me levanté de la cama, dejé mi bebida sobre el mueble, solté mi cabello y jugué con él frente al espejo donde tú te reflejabas a la distancia. Me quité los zapatos y me acerqué a la orilla de la cama en donde te encontrabas sentado. Me tomaste por la cintura llevando mi cuerpo hacia ti, me observabas con deseo, con hambre de amor, tu mirada me desnudaba y tu imaginación recorría milimétricamente mi piel.

Me tomaste con fuerza, recorriste mi espalda, mis caderas. Me incliné para besarte. Tus manos ansiosas se abrían paso entre mi blusa, primero disfrutando la seductora sensación del recorrido sobre la tela, avanzando sobre una textura delicada que semejaba la tersura de mi piel, recorrías mi vientre y avanzabas hacia mi pecho, con una mezcla de sigilo y descaro por apropiarte de mi piel, de cada una de las sensaciones que despertabas en el recorrido.

En un instante hiciste desaparecer mi blusa y todo lo que obstaculizara tu camino. Observaste mi pecho desnudo, te separaste un poco de mi cuerpo, veías mi espalda reflejada en el espejo y frente a ti mi piel ardiendo en deseo, mi corazón excitado palpitando y diciéndote en cada latir “te quiero…”

Había silencio en la habitación, la conversación que hacía apenas unos minutos compartíamos en la cama, había enmudecido, nuestras miradas hablaban, nuestros besos gritaban, las caricias dictaban las indicaciones precisas para saciar nuestra hambre de amor. Un sutil recorrido de tu lengua sobre mi piel era el atinado trazo que guiaba el placer, devorabas con hambre y deseo mi cuerpo…

En un movimiento te recosté sobre la cama, así, encima de ti, mientras acariciaba tu cabeza y jugaba con tu cabello, dejé que tus labios y tu lengua siguieran disfrutando el sabor de mi piel, que tu olfato inhalara mi olor, mi perfume, que tus manos jugaran con mi cabello… ¡Qué delicia!

A ojos cerrados las sensaciones recorrían mi cuerpo por completo, el roce tibio de tu lengua en mi pecho y tu cálido aliento recorría cada centímetro de mi piel, internándose en mis pensamientos alentando el deseo de que devoraras mi cuerpo completo.

Mis pensamientos eran tan fuertes que los escuchabas, mi deseo era tan ardiente que el recorrido de tus labios sobre mi piel, te dictaba el camino. Me recostaste y con talento de experto mi ropa quedó perdida sobre las sábanas. Tu mirada me hablaba, mis ojos te respondían; tus manos se apropiaban de mi piel y así, con hambre de amor, devoraste cada centímetro de mi cuerpo desbordando en mí el éxtasis del placer…

 

 

Inventamos el amor

Había que creer en el amor y entonces nos inventamos… jugamos una apuesta sabiendo de sobra que perderíamos. Jugaste, quizá no amar, sino a hacer valer tu hombría en una conquista que te diera vida, que te diera certeza de tus dotes de conquistador y de aquella virilidad tan necesaria en ciertas épocas de la vida; yo, jugaba a ser capaz de enamorarte no desde la seducción de ser Azul, sino de ser sólo ser yo…

Inventamos el amor con una apuesta arriesgada que retaba el destino. Nos inventamos como un castillo de arena fincado entre besos y caricias, como una historia que sabíamos por demás que estaba a expensas de un viento, ni siquiera fuerte, un viento que soplara tenue cerca de nuestra frágil construcción. Inventamos besos que nos sabían a amor, inventamos caricias que dibujaban pasión, hicimos el amor como si nos amáramos…

Nos escribimos haciéndonos cómplices de aquellas sonrisas inexplicables, nos hablábamos gritándonos en secreto que nos queríamos, nos encontrábamos cuando el destino nos lo permitía, y entonces, hacíamos el amor deteniendo el tiempo, pensando que sería suficiente… recorrimos con destreza nuestros cuerpos, dejamos besos impregnados en la piel por una noche, nos miramos buscando esperanzas para esta historia y dejamos aquella ilusión clavada en nuestros ojos por instantes.

Jugamos, cada quién su juego, tal vez no el mismo…jugábamos mientras era el destino quien se divertía con esta historia, mientras eran los otros, los ajenos a este sentir quienes con opiniones y apuestas, alentaban una historia por demás fallida. Jugué, no contigo, conmigo. Jugué a ser quien no soy ni podré ser jamás… por momentos fui rehén de ese mundo de fantasía que me hacía imaginarme tuya, ese mundo de fantasía que por instantes me hacía comprar la versión de los amores verdaderos; por momentos fui la escritora que perdió de vista las historias en papel y creyó que sucedían en la realidad.

Inventamos el amor, lo inventamos porque necesitábamos creer en algo que diera esperanzas a aquel beso robado a media luz, porque queríamos creer que el latir de los corazones cuando estábamos cerca era más que sólo un signo de vida, que era un signo de vivir… Inventamos una historia imposible para medir nuestras fuerzas, nuestras convicciones y nuestros miedos.

Inventamos el amor, hasta que la realidad nos alcanzó, hasta que en un respiro profundo abrí los ojos para despertar de la fantasía, hasta que observé detenidamente mi mundo y el tuyo, hasta que una noche de insomnio me cuestionó incansablemente, hasta que las lágrimas no alcanzaron para darle sentido a una invención por demás fallida… hasta que retomé el lápiz y papel (mi computadora y mis notas) para regresar al refugio de la escritura, para volver a ser la escritora de historias de fantasía y no una protagonista inventada fuera de la realidad.

Y cada te quiero, fue real; y cada beso, fue real; y hacerte el amor, fue real; y soñar contigo, fue real; pero lo real no siempre cabe en la realidad. Lo real no alcanza para inventar una realidad diferente a la que es; y el amor es, no se inventa, el amor es y para que sea tiene que caber en la realidad…

Búscame en la fantasía, recuérdame con amor, invéntame real… Hasta pronto… hasta entonces…

La verdad


 

Solo una certeza, esa que me haga sentirte mío cuando hacemos el amor, esa que me haga tuya en el beso que enciende el deseo y la necesidad de pertenecernos. Hagamos el amor amándonos, como si nuestra historia fuera real, como si el destino fuera nuestro aliado y no nuestro enemigo.
Ven, recuéstate aquí a mi lado, destapemos una botella de vino tinto, sirvamos dos copas y brindemos por nosotros, porque la casualidad nos dejó encontrarnos, porque la osadía nos hizo atrevernos. Ven, déjame hablarte al oído, decirte que te quiero, déjame seducirte con mi voz que acompaña a las caricias que las yemas de mis dedos hacen en tus labios.
Ven, siente cómo mi mano desabotona tu camisa para recorrer lentamente tu torso desnudo, al mismo tiempo que te cuento sinsentidos al oído, mientras mis piernas rozan contra las tuyas deseando que la ropa se esfume. Siente mi lengua recorrer tu oreja, mis manos jugar en tu cabello, mi voz invocar al deseo, mis besos llevarte a la escena que hemos imaginado.
Déjame besarte lentamente, así, recostado boca arriba, besar tus labios, tu cuello, mordisquear tus hombros y saborear un par de gotas de vino sobre tu pecho. Déjame seducirte despacio, haciéndote disfrutar cada instante, siente el roce de mis labios, de mi lengua, de mi cuerpo contra el tuyo.
Ven…
Imagina mis manos ansiosas deshacerse de tu camisa, desabotonar tu pantalón mientras tus manos hábiles me quitan la blusa. Obsérvame, observa mis manos jugar con mi cabello mientras mi espalda recta te hace apreciar mi cuerpo, te hace imaginar ese recorrido que tu lengua hará desde mis labios hasta mi vientre.
Deshagámonos de la ropa, dejemos de lado la ropa, las sábanas y las copas de vino. Bebamos aquel último trago que queda en la copa y dejemos que el sabor del vino se confunda con el sabor de tu piel mientras mis labios hambrientos te recorren. Deja que mi lengua sedienta te recorra con prisa y con pausas.
La ropa ya no es impedimento para sentirnos, tus manos recorren mi espalda desnuda, mis caderas, llevándome hacia ti. El disfrute es inminente, nuestros cuerpos responden de inmediato al mundo de sensaciones que los besos y caricias despiertan. El tiempo es malicioso, parece por instantes detenerse y luego se nos va como agua entre las manos.
Déjame regresar a tus labios y desde ahí en un beso apasionado buscar que nuestros cuerpos se entiendan, que se encuentren… Siente lo tibio de mi saliva y lo ardiente de mis labios que en ese beso te piden ser uno, que en ese beso describen la súplica más sutil de hacer intensa la sensación que recorre cada parte de mi cuerpo.
Siente que mi cuerpo ardiente te consume, que mi boca devora tus labios, que mi piel te comparte su calor, siente que el encuentro de nuestros cuerpos es ideal, que se entienden y se comunican a la perfección, que se reconocen en las sensaciones y que se procuran para el placer compartido.
Ven… hagamos el amor. Ven y dime que me quieres, que me quieres y que esto es cosa seria, que es más que deseo que este relato te provoca. Ven y dime que te gusta mi sonrisa y que no te asusta mi locura. Ven y dime que solo escriba para ti…
Ven… háblame con la verdad, si me quieres dímelo y hagamos el amor… Dime la verdad y si esto es un juego, ven y yo te enseño a jugar, pero avísame, para asignarte un turno porque hay otros que llegaron antes de ti y quieren que les enseñe a jugar…

 

 

¿Qué hacer con una mujer muy Azul?

…mi intensidad y pasión es algo que relato tras relato queda en evidencia. Noche tras noche, cuando escribo, me pregunto si será tan difícil saber qué hacer con una mujer como yo, una mujer muy Azul, y llego a la conclusión de que sí, sí debe ser una complejidad, por eso hoy, sencillas recomendaciones para aquellos que quieran saber ¿Qué hacer con una Mujer Muy Azul?

  1. No me mientas, bajo ninguna circunstancia acepto las mentiras. En el primer relato que escribí (¿Quién soy?) describí que la vida, entre lágrimas y risas, me ha enseñado a negociar los sueños e ilusiones con la realidad. Mi apuesta siempre será al amor, a ese amor que supone entrega auténtica, entregar un pedacito de alma en una sonrisa, entregar mi esencia en una caricia toque el corazón, entregar el sabor de mi mundo en un beso… pero también he aprendido a negociar ese sueño con la realidad, a veces no me alcanzan los encantos para esa historia de ensueño. No me mientas, no disfraces de “tequieros” el deseo de poseer mi cuerpo por una noche.
  2. Sé muy hombre. En un relato escribí acerca de esto (Un hombre HOMBRE). Un hombre para mí pertenece a la categoría gramatical de adjetivo, no de sustantivo y por tanto, indica una cualidad. Un hombre sabe tratar a una mujer, entiende la delicadeza de una caricia que despierte en ella el más intempestivo deseo por hacer el amor; entiende cuando no se necesita una noche de sexo agotador, sino de unos brazos tibios que reconforten el día y den oídos atentos a mis sinsentidos. Detesto a los machos, los aborrezco y, desafortunadamente, los conozco, tristemente más de lo que quisiera.
  3. Entiende que soy más que una mujer atractiva y seductora. Sé mis encantos, sé hacer uso de ellos, disfruto del erotismo y la sensualidad como de la vida misma, pero soy más que solo un cuerpo ardiente en busca de historias. En otro relato escribí para aquellos que suponen sería capaz de enloquecerlos entre besos y caricias, que hay ocasiones en las que subastaría los besos y las caricias de mis historias por ese amor que me haga entregarme sin preguntas ni respuestas. Soy más de lo que ves, mucho más.
  4. Atrévete a conquistarme. No necesito mariachis a la puerta ni una joya ostentosa. Conquístame, descifra el lenguaje de mis manos jugando con mi cabello, reconoce el mensaje tácito de mis relatos, róbame del mundo y hazme tuya. Atrévete a despertar los demonios del amor, esos que me hacen devorarte a besos en una noche de pasión y reconquistarte día a día con sencillez de un beso que apenas toque tus labios. Atrévete a despertar mis demonios, porque te prometen el cielo.
  5. Hazme el amor como nadie. Escribe conmigo una nueva historia, sin fantasmas, sin sombras. Bésame los labios haciendo que la sensación apague los pensamientos que evocan recuerdos, haz ese beso infinito en su recorrido. Desnúdame diciéndome que te gusto, devorándome con la mirada, reconociendo el cuerpo que has imaginado tuyo. Acaríciame acompañando ese beso infinito, recorre con las yemas de tus dedos mis labios, mi cuello, mis hombros, mi pecho, toma mi cintura y abrázame a ti. Déjame sentirte lentamente, déjame hacer eterna la sensación de pertenecernos…

Una mujer muy Azul no es cosa fácil, una mujer Azul sueña con el amor, se rinde al placer que inicia un beso o una caricia, teme la soledad. Una mujer muy Azul disfruta la sensualidad y la seducción pero eso no la hace ser una mujer fácil. Una mujer muy Azul es la tentación de muchos pero el atrevimiento de pocos…