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Maestría en el amor

Fue una noche intensa, hicimos el amor con la maestría que nos ha dado el tiempo y la experiencia. El tiempo pasó lento, dejándonos disfrutar de aquella botella de tequila; de los besos y las caricias; de la tibieza de las sábanas, de una ducha tibia y un masaje delicioso; de un sillón confortable y todo aquello que estuvo dispuesto en la habitación para acompañar nuestros instintos y el placer.

Como siempre, como entonces, pactar nuestro encuentro es una odisea, quizá desde ahí comienza el placer al saber que al fin coincidiremos. Esa noche el calor era inclemente, así que desde que entramos a la habitación nos deshicimos de lo imprescindible, abrimos el tequila y brindamos por la ocasión, por la vida, por el instante en el que nuestros labios pronuncian un “te amo”. 

Semidesnudos y acostados sobre aquel sillón paladeamos los primeros tragos frescos de tequila que mitigaban la temperatura del ambiente, conversábamos de todo y de nada, rumiábamos recuerdos, ahogabamos tristezas, negociábamos sueños. 

Ahí recostados, dejando que el tequila fuera cómplice del deseo acariciaste mi cara, precisando un excitante recorrido por mis labios mientras mi lengua jugaba alcanzarte en el recorrido de las yemas de tus dedos. Jugaste con mi despeinado cabello y en esas caricias, a ojos cerrados, silenciabas mis pensamientos concentrándome únicamente en el delicioso sabor de tequila en mi boca y la sensación de tus manos recorriendo mi cuerpo. 

Bajaste los tirantes de mi camiseta, tus caricias apenas rozaban mis hombros, en un recorrido milimétrico que avanzaba desde mi oreja, mi cuello, mis hombros hasta llegar a mi pecho.

El placer descrito por una enorme sonrisa en mis labios te decía lo mucho que disfrutaba ese momento, lo placentero que me parecían esos instantes y lo deseosa que estaba de más… Así las caricias nos llevaron con cadencia perfecta a hacer el amor, perteneciéndonos en cada sensación, en cada movimiento, repitiendo un “te amo” tan insistente como imperceptible por la falta de aliento, por la respiración agitada que que reflejaba el placer sublime de ese instante. 

Luego, un baño tibio marcó una pausa. Regresamos a la cama  nos recostamos,  brindamos disfrutado de aquellos deliciosos tragos, nos besamos y regresamos a la conversación cotidiana, a la charla inagotable que, luego de hacer el amor, dibuja más esperanzadora a la realidad. 

Esa imborrable sonrisa que queda luego del placer compartido aminora el impacto de las amarguras que nos rodean. Nos acariciábamos sin prisa, trazando una y otra vez el mismo recorrido, disfrutamos el roce  de nuestros cuerpos y la temperatura de nuestra piel nos invitó a escondernos bajo las sábanas.

El deseo era inagotable, nos besamos con hambre, recorrimos nuestros cuerpos bebiéndonos, haciendo de cada sensación un derroche de placer, un éxtasis mágico que era eterno y efímero de manera simultánea, que en la sensación de compartir el placer se hacía más intenso. Así,extasiados y complacidos, viéndonos a los ojos nos dijimos todo, nos acurrucamos sintiendo cómo aún  vibraban nuestros cuerpos y cómo hervía la piel, tomados de la mano esperamos que la calma volviera. 

La noche era eterna, dentro de la habitación no había más mundo que nosotros, no había más historias que la nuestra, así que hicimos el amor con caricias, besos, con sabor a tequila y con el sabor de nuestra piel, hicimos el amor una y otra vez y en cada ocasión tocamos el cielo, gozamos y sentimos estremecerse cada célula de nuestro ser. 

Nuestras habilidades de amantes son innegables, hacemos el amor con magia, con pasión, con calma, con hambre, con pausa y con tiempo. Nos faltan horas robadas a la realidad, nos sobra amor y deseo. Agotados, felices y extasiados dejamos que la luna velara nuestro sueño, recostada sobre tu dorso desnudo, sintiendo tu mano en mi espalda y arrullada por el latir de tu corazón el sueño me venció…

Huimos una noche

En medio del caos en el que se ha convertido la vida en pandemia era indispensable encontrar un tiempo para huir de todo, incluso de la paranoia y el desasosiego que ha provocado esta enfermedad que ha cobrado tantas vidas en el mundo. Nuestras agendas siempre son complicadas de conciliar, es difícil empatar nuestros tiempos; es decir, más de dos o tres horas como lo hacemos regularmente para compartir un trago y el resumen de nuestras vidas, necesitábamos más. 

La vida nos concedió una noche para nosotros y el clima frío el pretexto perfecto para acompañarnos. Esta vez buscábamos un lugar diferente, no el de siempre, debía ser un lugar acogedor, lejano de nuestros mundos, un lugar que nos hiciera olvidarnos por un rato del caos citadino. Decidimos un lugar campirano, a hora y media de casa, seleccionamos el lugar donde habríamos de pasar la noche, llegamos con víveres suficientes para una noche y una mañana… 

Indudablemente aquel lugar era mucho más frío que nuestros rumbos, un camino lleno de neblina nos escoltó hasta nuestra sede, comenzaba a oscurecer cuando llegamos. El trayecto pareció más corto de lo que indicaba el reloj, rumiar nuestras historias en el camino quizá hizo que el tiempo pasara más rápido. 

El lugar era lindo, rústico, la habitación fría. Al entrar en ella sonreímos, con esa sonrisa cómplice de tantos años, de tantas historias compartidas. Esa sonrisa y un tierno beso donde apenas rozamos los labios abría un escaparate de intenciones y deseos, de recuerdos y experiencias que auguraban una gran noche. 

Nos sentamos en el sillón, abrimos el vino y brindamos por la vida, por las circunstancias a nuestro favor que nos permitían estar juntos en ese momento. Ambos revisamos los teléfonos para cerciorarnos que el mundo que habíamos dejado afuera de la habitación se encontrara en la calma en la que lo habíamos dejado, para luego desconectarnos de él. 

Aún no me atrevía siquiera a quitarme la chamarra o los zapatos, era realmente fría la habitación. Encendiste la calefacción, pusiste música en tu teléfono y seguimos conversando con la segunda copa de vino. 

Necesitábamos tanto ese tiempo sin tiempo, ese lugar que nos hacía sentir lejos del mundo, que aunque queríamos dejar fuera de la habitación, era imposible no hablar de él. Me recosté sobre tus piernas jugabas con mi cabello, contabas una y otra vez las pecas de mi rostro, esas que te sabes de memoria. Jugabas con las yemas de tus dedos cerca de mis labios dejando que persiguiera tu mano hasta acariciarte sutil con la punta de mi lengua. Me dejabas jugar con tus dedos en mi boca mientras tu otra mano acariciaba mi cara, mi cabello. Había tanta paz en ese juego, sin prisa, anhelando que las horas de esa noche fueran eternas. 

La habitación ya era más tibia, los vidrios empañados describían el contraste con la temperatura exterior. Me quité los zapatos, la chamarra y el suéter. Quedaba mi pantalón de mezclilla, mi blusa y los dos pares de calcetines que llevaba puestos previendo el frío de aquellos rumbos. Seguíamos en ese sillón en el que nos instalamos desde que llegamos, el vino y la botana nos quedaban al alcance y era un lugar bastante cómodo.

Sabemos que el placer en nuestros encuentros es garantía por eso disfrutamos tanto detener el tiempo en cada caricia, en cada beso, en la conversación repetitiva y en los silencios que dicen todo. Así, comenzaste acariciar mi cuerpo sobre la blusa, haciéndome cerrar los ojos de inmediato para concentrarme en el recorrido, en lo placentero y excitante del recorrido. A ojos cerrados percibía tus ojos clavados en mi rostro, contemplando mi sonrisa, leyendo mis pensamientos, escuchando el latir acelerado de mi corazón. 

Te acercaste a mí y nos besamos, jugamos con nuestros labios y lenguas, dejamos que nuestras manos nos recorrieran mutuamente buscando lugares, sensaciones, texturas… Abrimos los ojos y nuestros cuerpos hervían, la cama nos aguardaba. Bebimos el último sorbo de vino que había en nuestras copas y con un beso pactamos nuestra noche de placer infinito. Una y otra vez tocamos el cielo y jugamos con las estrellas, una y otra vez revivimos la sensación de pertenecernos, de disfrutarnos en cada roce, en cada beso, en el placer compartido. Así, dormimos a pausas hasta que el amanecer llegó luego de una gran noche…

El cuerpo y el alma

Hay días de gran desasosiego, donde la cantidad de trabajo y la desesperación hacen estar en todo y en nada al mismo tiempo. Estos días, en los que todo parece igual, en donde la dimensión del tiempo cambió y de momento las horas parecen tener más de 60 minutos las semanas más siete días, has sido un pensamiento recurrente. Te pienso como lo he hecho siempre, como el gran amor de mi vida.

Han pasado tantos años desde entonces, han pasado tantas historias desde aquel tiempo en el que una coincidencia de la vida nos ubicó frente a frente, sin saber que el destino tendría algo más, mucho más para nosotros. Quizá te he evocado tanto estos días, porque siempre fuiste paz y esperanza en los peores momentos. En aquel entonces, cuando las crisis propias de mi juventud me tenían rehén de una crisis familiar fuiste siempre luz.

Y no te miento, a veces añoro aquellos años, aquella vida. Sin duda fue una época plena, mi estilo de vida deportivo, con dos horas de gimnasio al día, mis 5 km de trote para despejar la mente y mis dos horas de entrenamiento de mi deporte de entonces (el tocho) me hacían sentir bien conmigo misma, mi cuerpo era atlético y recuerdo cuánto disfrutabas acariciar mis torneados muslos siempre que vestía de short.

Han pasado tantos años, tantas historias y puedo recordar con precisión cada una de las veces que hicimos el amor. La primera, por ejemplo, es inevitable recordarla con una gran sonrisa. Todo era incierto pero el deseo que sentíamos por pertenecernos ya no cabía en las despedidas apresuradas en tu auto o el mío, ya no se saciaba con los besos y caricias en un parque como adolescentes. No éramos tan jóvenes, pero el pudor de la primera vez juntos encerraba algo mágico.

Luego de conversarlo por varios días, seleccionamos el lugar, un lugar cercano a nuestros rumbos, no había que perder tiempo en traslados. Acordamos cómo organizar los autos y nos dirigimos al hotel que seleccionamos. Ese día caía un fuerte aguacero, al tiempo de bajar de mi auto y subir al tuyo me empapé, lo que hacía más imperiosa la necesidad de sentir tu calor. Eran aquellos aguaceros de verano, en julio.

En el auto nos besamos con la ansiedad de querer estar ya en aquel hotel, encendiste la calefacción, me quité la blusa mojada, me quedé solo con la camiseta y me puse encima tu sudadera. Sonreíamos como bobos, solo observándonos. Mientras conducías yo acariciaba tus piernas sobre el pantalón, jugaba con tu mano y, cuando no interfería con tus maniobras de conducción, besaba tus manos y mordisqueaba tus dedos.

Llegamos al lugar, sentía mucho frío. Bajaste del auto los víveres que llevábamos para la ocasión. Sólo quería que me abrazaras, deshacerme de la ropa húmeda y sentir tus manos recorriendo mi cuerpo. El deseo nos consumía: la primera vez juntos. A los pies de la cama nos abrazamos, nos vimos a los ojos con esa mirada que jamás olvidaré, con esa mirada tierna, compasiva, llena de amor.

Me quité los tenis y las calcetas completamente empapados. Con tus manos sujetando mi espalda nos besamos con hambre, sus manos tibias recorrieron mi espalda y avanzaron hacia mis caderas llevándome hacia ti, a sentirte y saber que como yo, hervías en deseo. Desabrochaste mi pantalón, te deshiciste de mi camiseta y con ternura me arrojaste a la cama.

Me observaste a detalle, el cuerpo de entonces, de la atleta de aquellos tiempos. Con tus manos recorriste mis hombros, mis labios, mi cuello, mis senos, mi abdomen, mis piernas… con magia en cada movimiento fue desapareciendo la ropa. Recostada boca arriba, frente a ti, sintiendo el roce de nuestros cuerpos, las palabras sobraban, la piel hablaba, aquel beso nos consumía, lo decía todo.

Mis labios pronunciaban tu nombre una y otra vez, mis manos en tu espalda te abrazaban con fuerza hacia mí, mi pecho al contacto con el tuyo hacían latir el corazón con más intensidad, mis muslos y caderas se contarían queriendo contener el placer. Cada sensación era deliciosa, el éxtasis del placer era intenso, era una sensación que erizaba el cuerpo y tocaba el alma.

Te extraño…

Un dibujo…

Un dibujo_AZULLa vida presurosa y sin sentido que a veces nos absorbe nos había secuestrado la oportunidad de estar juntos, un día, logramos pagar el rescate para liberar la fantasía de disfrutarnos como lo habíamos imaginado…

Sin mundo, sin tiempo, sin pasado ni futuro dejamos que aquella noche se convirtiera en una obra de arte, de esas que no se subastan, de esas que no se exhiben, de esas que se guardan en la intimidad de los recuerdos como un preciado borrador.

La cita estaba pactada, me pediste que fuera exuberante, por supuesto vistiendo algo Azul. El lugar era mágico, de ensueño, el estudio que solo un artista como tú puede tener: perfecto.

Nos sonreímos, me besaste, apenas rozando mis labios. No entendía tu cautela, pues tu mirada me devoraba. Me tomaste de la mano y me diste una vuelta como validando mi atuendo: mi cabello arreglado, ligeramente ondulado; mi maquillaje perfecto con una deliberada invitación a que probaras el rojo seductor de mis labios; un vestido azul con un escote pronunciado en la espalda que al roce de las yemas de tus dedos invitaba a dejar caer los tirantes que lo sujetaban a mis hombros.

Un vestido azul de una tela ligera, que te permitía palpar la tibieza de mi piel, la silueta de mi cuerpo cuando con la sutileza de un artista, bajaste tus manos por mis caderas. Una abertura en el vestido, dejaba entrever mi pierna derecha, ahí fijaste tu mirada y, tu sonrisa, cómplice de mis pensamientos, me decía lo dulce que sabría un beso tuyo justo ahí, justo donde la abertura comenzaba.

No dejamos que el deseo y los pensamientos cambiaran el plan inicial de nuestra cita: mi dibujo, aquel retrato que sería la portada de mi libro. Tu estudio era mágico, de película, yo sentía la curiosidad de una niña, quería tocar y saber qué era cada cosa que tenías tan perfectamente ordenada en su lugar. Sabes que mis habilidades artísticas se resumen en un extraordinario de la materia de Educación Artística en la prepa, así que todo lo que veía en ese lugar me inquietaba, en mi mente era como si cada pincel, lápiz o pastel tuviera vida propia para hacer trazos con magia.

Me indicaste dónde debía estar parada, me serviste una copa de vino y sobre una mesa estaba dispuesta una charola con quesos y carnes frías, fruta y otra botella de vino sin abrir. Al verlo sonreí con la malicia de imaginar cómo rodarían aquellas uvas sobre tu dorso desnudo, cómo saborearía unas gotas de vino entre tus labios… Pero debía dejar esos pensamientos para después. ¡Debías trabajar!

Yo nunca imaginé cómo sería aquello de dibujarme, el tiempo me parecía eterno, por más que quería acatar tus indicaciones y concentrarme me parecía tiempo perdido (para hacerte el amor). Perdí la noción del tiempo, pero grité de alegría cuando dijiste: “por hoy está bien”. -¿Por hoy?- pregunté para mis adentros pero no quise responderme, preferí concentrarme en el alivio de poder quitarme los tacones y continuar bebiendo vino.

Quise acercarme a tu obra, tenía curiosidad de qué habías dibujado y con un beso me lo impediste, no puse resistencia, me parecía mucho más tentadora la oferta del beso que la de descubrir qué había en ese caballete, tu talento en el dibujo no estaba a prueba. Aquel  beso nos acercó a la mesa, te serviste una copa de vino y sin palabras brindamos: ¡qué vino, qué beso!

Como lo había insinuado al principio, bajaste los tirantes de mi vestido con tus labios, tu lengua húmeda y tibia daba sutiles pinceladas en mis hombros y mi espalda,  la sutileza de un artista convirtiendo mi piel en un lienzo a tu disposición. Nos sentamos en el piso, nuestras miradas y sonrisas conversaban mientras saboreábamos los quesos y la fruta. Bebimos un par de copas más alternándolas entre besos y caricias, jugaba con mis dedos entre tu cabello, recorría tus labios con mi lengua. Acariciabas mi espalda al desnudo, observabas con ternura y deseo mi cuello, mi pecho. Jugabas a descubrir más después de la abertura de mi vestido que dejaba mis piernas a tu alcance.

Aquellos trazos de tus manos en el recorrido por mi cuerpo, aquellas texturas de nuestros cuerpos desnudos consumidos en placer, aquellos colores que a media luz dibujaban tanta alegría en un lugar tan sombrío, aquellas pinceladas que mi lengua hambrienta hacía sobre cada centímetro de tu piel, aquellas formas que el tacto de tus manos y las mías encontraban a placer en un recorrido sin técnica y ni teoría.

Así, en poco tiempo, el glamour de mi llegada se había convertido en un desastroso maquillaje, donde, sin el rojo seductor del principio, ahora en mis labios solo lucía una gran sonrisa, De mi impecable vestido azul, solo quedaba una sábana cubriendo lo que el pudor de los años pedía.

Y el dibujo, quizá después…  Después de hoy, sé que aún sin verme, podrías dibujar a detalle aquel cuerpo que hiciste tuyo en cada caricia y con cada beso.

 

Cosas malas

cosas malas

Lo reconozco, me encanta hacer cosas malas, de esas que asustan a las buenas conciencias, esas que pueden condenarme al fuego eterno, esas que se hacen sin que nadie se entere pero que cualquiera se imagina, esas que se saborean con todos los sentidos, que hacen eterno un instante, que permiten acariciar el cielo en medio del calor del infierno.

Mi locura e imperfección me permiten hacer cosas malas, cerrar los ojos al mundo moral del deber ser, huir a un delicioso mundo de locura, ese que se abre cuando un trago nos convoca y nuestros labios se encuentran, cuando nuestras miradas se reconocen y el deseo se enciende.

Que delicia, perdernos en ese beso, hacer inagotable la conversación de nuestras lenguas, hacer intensa la poesía que escribe con  las caricias de tus manos recorriendo mi cuerpo. Que rico es hacer eternos los minutos para que nuestros cuerpos desnudos se encuentren bajo las sábanas y hagan magia por una noche, acariciando las estrellas, jugando en el cielo.

Así, el destino nos ha dejado abierta la puerta de la fantasía, ha hecho coincidir nuestros tiempos y nos ha permitido jugar con las agendas públicas y disfrutar la agenda privada que programa nuestros encuentros, que nos regala una noche de vez en vez para pertenecernos, para hacer nuestra la realidad  como la más exquisita fantasía.

Esta noche por ejemplo, en ese abrazo de bienvenida, reconfortaste mis pensamientos buenos, los más nobles y pacíficos, al tiempo que despertaste el deseo de hacer cosas malas, de querer apresurar el tiempo para perderme en las sensaciones de tu boca devorando mi piel, encendiste el calor ardiente que consume mis entrañas mientras tu lengua recorre pausadamente mi cuello, mis hombros, mi pecho y mis senos, ese calor que me consume en el infierno condenada por los buenos juicios.

Y entonces me pregunto, ¿Cómo le hacen los buenos para sobrellevar la hostilidad de la vida sin hacer cosas malas? ¿Cómo le hacen los buenos para acatar el deber ser de la moralidad que describe algo tan bueno como malo?

Y así, esta noche, como siempre, disfrutamos entre tragos y risas el excitante camino a la cama. Brindamos por el presente y en ese primer trago comenzamos a desnudar los pensamientos. Nos abrazamos recostados sobre el sillón y conversábamos de esas trivialidades que nos unen, de esas historias que nos construyen. Acariciabas suave y delicadamente mi cuerpo, jugabas con tus manos sobre mi pecho, apretabas mi cintura y mis caderas, mordisqueabas mis orejas.

Silenciamos las palabras, dejamos que nuestras manos narraran los instintos. Simultáneamente fuimos desvistiendo nuestros cuerpos, cubriendo con besos la piel que quedaba al descubierto, sin pisa, con una sonrisa en el rostro que nos hacía cómplices de la travesura.

Mi estrategia fue certera, el camino fue correcto y la cadencia precisa. Conquisté tu piel, conseguí llegar a tu abdomen y avanzar hasta devorarte de a poco, retando tu cordura, incitando tu locura, procurando tu placer. Mi lengua te recorría lentamente, mis labios te abrazaban con delicadeza, la humedad de mi boca te inundaba y el calor de mi aliento te consumía.

Y, lo sé, estoy loca, me fascinan las cosas malas, sobre todo, esas que los buenos creen que son muy malas. Mi locura e imperfección prefieren  la condena que me imponen los  buenos, que la infelicidad de mis días. Tengo la certeza que la infelicidad nace en la moralidad del deber ser, la infelicidad es peor infierno en vida, que aquel en el que algunos me quisieran ver arder por mala.

Lo reconozco, hago cosas malas y las disfruto como si fueran buenas, quizá porque aquello que parece malo, es lo mejor, lo que el mundo necesita más: amar.

 

Nuestro tiempo…

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Nos hacía falta un tiempo para nosotros, un tiempo para reinventar el amor tomados de la mano, un tiempo para detener el mundo y vivir nuestra historia. Necesitábamos dejar en pausa a los otros para disfrutarnos. Era una tarde nublada, oscura y con amenaza de lluvia. Pasé por ti y tenía tanto qué platicarte que decidimos hacer una escala en un parque cercano a tu trabajo para conversar mientras disfrutábamos un helado. Sí, justo así, como novios juveniles ignorando nuestra veteranía.

Platicamos más de una hora, bueno, desahogué en un monólogo todo lo que daba vueltas en mi cabeza, te platiqué una y otra vez ese recurrente tema que vulnera mi paz y me ancla a un pasado absurdo, a un pasado estigmatizado como erróneo. Lloré, secaste mis lágrimas con tus besos, escuchaste atentamente mis sinsentidos y diste palabras que intentaban reconfortar mi corazón frágil de esos momentos.

Nos abrazamos por varios minutos, era deliciosa esa cercanía, la tibieza de nuestros cuerpos contra el viento frío y las primeras gotas de lluvia que caían sobre nosotros. Tomados de la mano, caminamos al auto para continuar con nuestro plan esa tarde. Buscamos la sede más cercana para disfrutar de nuestro amor furtivo en donde saborearíamos aquella botella de vino tinto que habíamos reservado tiempo atrás par un día como este.

Nos merecíamos una tarde así, esas copas de vino compartidas, aquellos besos interminables, la paz de disfrutarnos recostados sobre la cama, el silencio que de momentos parecía arrullarnos para dormir unos minutos. Era delicioso estar entre tus brazos mientras escuchábamos el playlist que creé para la esa tarde, un poco de nostalgia, un poco de jazz para la seducción, un poco de historias en la letra de algunas canciones.
Descansamos, disfrutamos esa tranquilidad… Luego, cuando el sueño profundo estaba a punto de vencerte, comencé a besar tus labios, a hablarte al oído y a desabotonar tu camisa. Tu discreta sonrisa me hizo dudar si estabas poniendo resistencia o accedías a mi intento de seducción, asumí lo segundo y continué.

Desabotoné tu camisa y me deshice de ella para dejar tu espalda y torso desnudo. Te recosté boca abajo y con un aceite con un aroma dulce, comencé a recorrer con las yemas de mis dedos tu espalda, era una sensación excitante la que describían los trazos de mis dedos sobre tu piel. De momentos, me acercaba para que sintieras mis labios y la tibieza de mi aliento. Te hablaba al oído mordisqueando tu oreja.
Recorrí tu espalda, tus hombros, tus brazos, tus manos con un poco de aceite que dejaba impregnado sobre tu piel un aroma estimulante, una sensación deliciosa. En algún momento, volteaste para quedar boca arriba, me acerqué a tus labios para besarte. ¡Qué beso! de esos que decían todo, todo lo que pensábamos, todo lo que sentíamos, todo lo que ansiábamos, todo lo que deseábamos.

Continúe con mi aceite, con mis manos, con mis labios… con sutileza y discreción, desabotoné tu pantalón, lo suficiente para poder bajarlo solo un poco, para continuar con mi recorrido por tu abdomen, por tu cintura, avanzando muy despacio hacia tus ingles. En instantes tu pantalón desapareció, así que continué mi recorrido por tus muslos, bajé lentamente mientras disfrutabas la sensación de mis manos aceitosas contra tu piel, masajeaba suavemente, retando tu cordura. Resistías y disfrutabas mi recorrido, estabas al borde de la locura, extasiado y ansioso de besarme, de sentirme…

Besé cada centímetro de tu piel, te recorrí con las yemas de mis dedos deslizándose seductoramente con la sensación del aceite impregnado en tu piel. Vestida, con mi atuendo completo, únicamente sin zapatos, te tuve desnudo y dispuesto para mí. Te hice disfrutar con el roce de mis manos, con la humedad de mi lengua, con el hambre de mis labios, con la dulzura de mis palabras.

Te disfruté en cada sensación y después, te cedí la estafeta para que continuaras haciendo inolvidable nuestra tarde…

Aquella manera de amar

aquella forma de amar

No sabes cuánto te extraño, cuántas veces cierro los ojos sólo para verte en mi memoria, con la misma pregunta de siempre ¿aún piensas en mí? ¿Aún sigue vigente La Promesa?  A veces en medio de mi mundo, ese que a veces invento y otras sí existe, te pienso como el recuerdo que me llena, que me abraza el alma, que me da esperanza, que me recuerda la fuerza y poderío que sólo contigo he sentido, que revive aunque sea efímeramente a aquella Azul segura de sí, encantadora, no para el mundo, sino para ella…

Cierro los ojos buscando el tono de tu voz, pidiéndole a mi piel recuerde el roce de tus manos sobre mi espalda, suplicando a los recuerdos evoquen el sabor de tus besos, rogando al mundo se detenga y me deje contemplar por unos minutos aquella imagen que tan nítidamente recrea mi mente, esa imagen de NOSOTROS, de un nosotros que me hacía tan tuya y al mismo tiempo tan dueña de mi vida…

Entonces no había subasta de “tequieros”, no había remate de caricias y besos para ser… Entonces éramos lo que el mundo no veía, no éramos una historia de fantasía, éramos la más ardiente y deliciosa realidad que jamás haya vivido… Entonces, busco recurrentemente tu recuerdo, tu olor, la textura de tus manos, la fuerza de tu voz, y sobre todo, tu mirada, aquella en donde me perdía cuando encontraba mis ojos reflejados en los tuyos…

Hace unos días, por casualidades de la vida, visité aquel parque que fue tan nuestro por tantos años, aquel lugar que en el que los enormes eucaliptos fueron testigos de nuestros besos y promesas.  Ese lugar con el olor a tierra mojada, con el olor de aquellos eucaliptos que tantas veces nos cobijaron con su sombra mientras recostados en el pasto tratábamos de descifrar el mundo y arreglarlo a nuestra manera, ese lugar donde leímos a Benedetti, Ibargüengoitia, Neruda, Sabines.

Recordé las caminatas (y carreras), esas de pláticas inagotables, esas que nos permitían hacer eterno el tiempo, que nos daban pretextos para un baño tibio después del ejercicio, para hacer el amor de manera sublime. El reto de aguantar los 10 kilómetros de recorrido era motivado por la más excelsa recompensa, esa que iniciaba una vez alcanzado el reto, al llegar a tu auto, con aquel beso arrebatado que ponía a temblar nuestros cuerpos, que nos hacía transpirar quizá más que el esfuerzo de la distancia recorrida.

Subíamos al auto y el trayecto para llegar a nuestro destino parecía eterno. Al llegar, en un beso tierno, nos deshacíamos de la ropa para tomar un baño tibio que nos reconfortara del calor y cansancio de nuestro extenuante ejercicio. Con la piel húmeda, casi escurriendo, nos recostábamos sobre la cama, jugábamos con las gotas de agua sobre nuestra piel, me dejabas beberlas lentamente, en un delicioso recorrido que reconfortaba nuestros cuerpos.

Besaba tus labios, iniciando el recorrido con un “Te Amo” que provenía de mi alma, tu sonrisa me autorizaba comenzar mi camino, así que besaba tus párpados para cerrar tus ojos y te concentraras en cada una de las sensaciones que despertaba. Besaba tus mejillas, avanzaba a tus orejas, mordiendo muy suavemente, bajaba por tu cuello, rozándolo apenas con la punta de mi lengua, besándote.

Era deliciosa esa humedad que hacía que nuestros cuerpos parecieran adherirse. Así, seguía recogiendo con mis labios una a una las gotas que aún quedaban sobre tu piel. De momentos jugando con la yema de mi dedo índice para extender el agua sobre tu piel, para luego perseguirla con mis labios. ¡Qué delicia! No sé cuánto tiempo pasábamos así, pero sé con certeza cuánto disfrutaba tenerte así para mí, dejándome saborearte, dejándome aprender y reaprender el sabor de tu piel, tu olor…

El tiempo se detenía entonces y nuestros sentidos se apropiaban de la escena, perdiéndome en tu mirada, saboreando tus besos, escuchando tu voz, embriagándome de tu olor, disfrutando nuestros cuerpos arder en placer… Hacíamos el amor como la más deliciosa recompensa para aquellas tardes, hacíamos el amor como sólo el amor dicta: sin prisa, con pausa, con deseo, con ternura, con pasión, con hambre insaciable de más…

Te extraño, pero extraño más a aquella Azul, aquella manera de amar donde verdaderamente me entregaba al amor…

 

 

La verdad


 

Solo una certeza, esa que me haga sentirte mío cuando hacemos el amor, esa que me haga tuya en el beso que enciende el deseo y la necesidad de pertenecernos. Hagamos el amor amándonos, como si nuestra historia fuera real, como si el destino fuera nuestro aliado y no nuestro enemigo.
Ven, recuéstate aquí a mi lado, destapemos una botella de vino tinto, sirvamos dos copas y brindemos por nosotros, porque la casualidad nos dejó encontrarnos, porque la osadía nos hizo atrevernos. Ven, déjame hablarte al oído, decirte que te quiero, déjame seducirte con mi voz que acompaña a las caricias que las yemas de mis dedos hacen en tus labios.
Ven, siente cómo mi mano desabotona tu camisa para recorrer lentamente tu torso desnudo, al mismo tiempo que te cuento sinsentidos al oído, mientras mis piernas rozan contra las tuyas deseando que la ropa se esfume. Siente mi lengua recorrer tu oreja, mis manos jugar en tu cabello, mi voz invocar al deseo, mis besos llevarte a la escena que hemos imaginado.
Déjame besarte lentamente, así, recostado boca arriba, besar tus labios, tu cuello, mordisquear tus hombros y saborear un par de gotas de vino sobre tu pecho. Déjame seducirte despacio, haciéndote disfrutar cada instante, siente el roce de mis labios, de mi lengua, de mi cuerpo contra el tuyo.
Ven…
Imagina mis manos ansiosas deshacerse de tu camisa, desabotonar tu pantalón mientras tus manos hábiles me quitan la blusa. Obsérvame, observa mis manos jugar con mi cabello mientras mi espalda recta te hace apreciar mi cuerpo, te hace imaginar ese recorrido que tu lengua hará desde mis labios hasta mi vientre.
Deshagámonos de la ropa, dejemos de lado la ropa, las sábanas y las copas de vino. Bebamos aquel último trago que queda en la copa y dejemos que el sabor del vino se confunda con el sabor de tu piel mientras mis labios hambrientos te recorren. Deja que mi lengua sedienta te recorra con prisa y con pausas.
La ropa ya no es impedimento para sentirnos, tus manos recorren mi espalda desnuda, mis caderas, llevándome hacia ti. El disfrute es inminente, nuestros cuerpos responden de inmediato al mundo de sensaciones que los besos y caricias despiertan. El tiempo es malicioso, parece por instantes detenerse y luego se nos va como agua entre las manos.
Déjame regresar a tus labios y desde ahí en un beso apasionado buscar que nuestros cuerpos se entiendan, que se encuentren… Siente lo tibio de mi saliva y lo ardiente de mis labios que en ese beso te piden ser uno, que en ese beso describen la súplica más sutil de hacer intensa la sensación que recorre cada parte de mi cuerpo.
Siente que mi cuerpo ardiente te consume, que mi boca devora tus labios, que mi piel te comparte su calor, siente que el encuentro de nuestros cuerpos es ideal, que se entienden y se comunican a la perfección, que se reconocen en las sensaciones y que se procuran para el placer compartido.
Ven… hagamos el amor. Ven y dime que me quieres, que me quieres y que esto es cosa seria, que es más que deseo que este relato te provoca. Ven y dime que te gusta mi sonrisa y que no te asusta mi locura. Ven y dime que solo escriba para ti…
Ven… háblame con la verdad, si me quieres dímelo y hagamos el amor… Dime la verdad y si esto es un juego, ven y yo te enseño a jugar, pero avísame, para asignarte un turno porque hay otros que llegaron antes de ti y quieren que les enseñe a jugar…

 

 

¿Qué hacer con una mujer muy Azul?

…mi intensidad y pasión es algo que relato tras relato queda en evidencia. Noche tras noche, cuando escribo, me pregunto si será tan difícil saber qué hacer con una mujer como yo, una mujer muy Azul, y llego a la conclusión de que sí, sí debe ser una complejidad, por eso hoy, sencillas recomendaciones para aquellos que quieran saber ¿Qué hacer con una Mujer Muy Azul?

  1. No me mientas, bajo ninguna circunstancia acepto las mentiras. En el primer relato que escribí (¿Quién soy?) describí que la vida, entre lágrimas y risas, me ha enseñado a negociar los sueños e ilusiones con la realidad. Mi apuesta siempre será al amor, a ese amor que supone entrega auténtica, entregar un pedacito de alma en una sonrisa, entregar mi esencia en una caricia toque el corazón, entregar el sabor de mi mundo en un beso… pero también he aprendido a negociar ese sueño con la realidad, a veces no me alcanzan los encantos para esa historia de ensueño. No me mientas, no disfraces de “tequieros” el deseo de poseer mi cuerpo por una noche.
  2. Sé muy hombre. En un relato escribí acerca de esto (Un hombre HOMBRE). Un hombre para mí pertenece a la categoría gramatical de adjetivo, no de sustantivo y por tanto, indica una cualidad. Un hombre sabe tratar a una mujer, entiende la delicadeza de una caricia que despierte en ella el más intempestivo deseo por hacer el amor; entiende cuando no se necesita una noche de sexo agotador, sino de unos brazos tibios que reconforten el día y den oídos atentos a mis sinsentidos. Detesto a los machos, los aborrezco y, desafortunadamente, los conozco, tristemente más de lo que quisiera.
  3. Entiende que soy más que una mujer atractiva y seductora. Sé mis encantos, sé hacer uso de ellos, disfruto del erotismo y la sensualidad como de la vida misma, pero soy más que solo un cuerpo ardiente en busca de historias. En otro relato escribí para aquellos que suponen sería capaz de enloquecerlos entre besos y caricias, que hay ocasiones en las que subastaría los besos y las caricias de mis historias por ese amor que me haga entregarme sin preguntas ni respuestas. Soy más de lo que ves, mucho más.
  4. Atrévete a conquistarme. No necesito mariachis a la puerta ni una joya ostentosa. Conquístame, descifra el lenguaje de mis manos jugando con mi cabello, reconoce el mensaje tácito de mis relatos, róbame del mundo y hazme tuya. Atrévete a despertar los demonios del amor, esos que me hacen devorarte a besos en una noche de pasión y reconquistarte día a día con sencillez de un beso que apenas toque tus labios. Atrévete a despertar mis demonios, porque te prometen el cielo.
  5. Hazme el amor como nadie. Escribe conmigo una nueva historia, sin fantasmas, sin sombras. Bésame los labios haciendo que la sensación apague los pensamientos que evocan recuerdos, haz ese beso infinito en su recorrido. Desnúdame diciéndome que te gusto, devorándome con la mirada, reconociendo el cuerpo que has imaginado tuyo. Acaríciame acompañando ese beso infinito, recorre con las yemas de tus dedos mis labios, mi cuello, mis hombros, mi pecho, toma mi cintura y abrázame a ti. Déjame sentirte lentamente, déjame hacer eterna la sensación de pertenecernos…

Una mujer muy Azul no es cosa fácil, una mujer Azul sueña con el amor, se rinde al placer que inicia un beso o una caricia, teme la soledad. Una mujer muy Azul disfruta la sensualidad y la seducción pero eso no la hace ser una mujer fácil. Una mujer muy Azul es la tentación de muchos pero el atrevimiento de pocos…

Un pensamiento recurrente

Eres ese pensamiento recurrente que de momentos se convierte en una sonrisa, de momentos es un suspiro, que es un recuerdo que se instala en el alma y evoca ese instante en el que consumidos en placer nuestros labios pronunciaron nuestros nombres…

Te pienso en todo momento, en medio de lo cotidiano que busca con quién compartir las trivialidades; en medio de las dificultades que buscan unos brazos tibios dónde acurrucarse. Te pienso compartiéndote las incidencias de mi día mirando las estrellas, buscando a aquella luna cómplice de nuestros sueños.

¿Cómo olvidarlo? Llegué por ti, te sorprendí, lo sé… La manera en la que me observaste delató lo sorpresivo y excitante que fue verme dentro de tu mundo. Lo sé, me veía bien, me arreglé para ti, nada exuberante, solo un pantalón negro ajustado, que denotara mis muslos fuertes que siempre te encantaron, una blusa ligera con un escote sencillo, dejando el resto de las prendas a tu imaginación…

Nuestras miradas se dijeron todo, tomados de la mano nuestros cuerpos se aproximaron lo suficiente para que nuestros labios apenas pronunciaran nuestros nombres antes de besarnos, en ese beso pausado que habíamos imaginado, que habíamos deseado, que habíamos saboreado tantas veces antes. Me tomaste por la cintura y me abrazaste contra ti, y justo era esa sensación que añoraba, que deseaba tanto: estar ahí, entre tus brazos, sin mundo, sin tiempo, solo atendiendo nuestros pensamientos, evocando recuerdos y viviendo el momento.

Caminamos más de un par de horas, platicando de todo y de nada, de todo lo que en nuestros días nos dábamos tiempo para compartir a la distancia y de nada importante que distrajera la deliciosa sensación de recorrer ese lugar tomados de la mano. Sonreíamos como adolescentes, disfrutábamos el tiempo como ancianos, nos mirábamos con el deseo que solo los amantes sienten, conversábamos como amigos y, sobre todo, nos amábamos en cada paso, en cada sonrisa, en cada palabra.

Llegamos al lugar en el que habríamos de pasar la noche, abrimos la primera botella de vino tinto y brindamos por la ocasión, por la sorpresa del destino de habernos permitido huir del mundo, detener el tiempo y vivir nuestra historia. La conversación era inagotable, saltábamos de la poesía a la política; de los deportes a nuestras vidas laborales; del pasado al futuro, haciendo el presente perfecto aderezado con besos y caricias.

En un beso dulce que inició en mi oreja y avanzó por mi cuello para luego llegar a mis labios, comenzamos a desnudarnos, en pocos minutos la ropa no era impedimento para que nuestros cuerpos se reconocieran. El calor era extenuante y tomamos un baño tibio, y mientras el agua corría desde mi cabeza por todo mi cuerpo, tú jugabas a devorar las pecas y lunares que te encontrabas en mi pecho y mi espalda…

Salimos de la regadera, bebimos otra copa de vino, brindamos y desnudos disfrutábamos la plenitud de pertenecernos. Alternamos un sorbo de vino con un beso, otro trago con húmedas caricias que tu lengua hacían sobre mi piel, otro más con suaves mordidas que saboreaban mis hombros.

Nuestros cuerpos se pertenecían en cada caricia, en cada sensación que provocaban, en el deseo inagotable por disfrutar el amor, ese que se entrega en el sexo, ese que es efímero y eterno en el instante del placer, ese que recorre cada célula, que hace arder cada centímetro de la piel, que hace estallar el corazón y pronunciar tu nombre con la respiración entre cortada.

Hicimos el amor una y otra vez, consumimos un par de botellas de vino, paladeamos el sabor del vino y el sabor de nuestra piel. Disfrutamos de una conversación infinita, reímos del pasado e inventamos un futuro. Nos vestimos y desvestimos. Nos desnudamos el cuerpo y el alma. Escuchamos música y el latir de nuestros corazones mientras recuperábamos el aliento después de hacer el amor. Dormimos por momentos y soñamos toda la noche…

Así fue. Así será. Así sería…