Destacado

Un pretexto

El tiempo avanza inclemente, hay días inciertos, hay días con certezas, hay noches de insomnio y días de sueños. El caos se convierte en una constante entre el tedio laboral, el hastío de una sociedad absurda  transcurren los días en el intento de sembrar esperanzas, de hacer germinar sueños y en el afán de construir otro mundo, otros mundos. 

En medio de ese incesante remolino, que muchas veces logra arrastrarme y hacerme perder el rumbo, busco un pretexto que nos convoque, busco descifrar al destino jugando con las cartas que me otorga en cada partida. 

No es fácil, los años, la veteranía es crítica y cuestiona mi abanico de posibilidades, llenándolo de dudas y preguntas, pero la experiencia también es una aliada: ¡Qué se puede perder! Así que, en medio de mi mundo medianamente caótico, decido irrumpir en el tuyo, probablemente mucho más ordenado y cauto, con el inocente pretexto -nada malintencionado-, de fingir un desperfecto mecánico en mi auto en rumbos cercanos al lugar donde sabía que estarías. 

Ya era esa una apuesta muy alta, el destino y mis cartas dejaban al aire mi juego: llamarte, que me tomaras la llamada, que estuvieras en el lugar que yo suponía, que tuvieras tiempo de acudir a mi auxilio, ya era una apuesta alta, muy alta a estas alturas de la vida y con los múltiples fantasmas rondando en mi mundo.

Eso de los autos parece darles poder a los hombres y, en esta ocasión, no me importaba mostrar la vulnerabilidad de mi ignorancia. El atardecer amenazaba en convertirse en noche, el firmamento dibujaba tenuemente algunas estrellas y la luna, aún discreta, comenzaba a brillar. Llegaste y la estúpida sonrisa en mi rostro daba evidencia de que mi urgencia no tenía tanta angustia, así que con una conversación trivial sobre nuestro día yo organizaba las ideas con las que te explicaría qué consistía mi premura:

“No me digas nada, abrázame, deja que mis pensamientos se hagan agua para limpiar el caos de mi cabeza. Deja que mis manos recorran tu espalda mientras y tu aliento tibio en mi cuello relaja la tensión acumulada. Déjame verme en tu mirada, permíteme encontrar en tus labios (con un beso) las palabras que busco para luego cerrar los ojos y perderme en la fantasía de estar entre tus brazos…”

No, no podía decir eso. ¡El desperfecto! ¡Mi auto! No encontraba palabras para explicar un problema inexistente, porque, además, la sonrisa en mi rostro y el brillo en mis ojos, en lo absoluto denotaban a una mujer desvalida y agobiada sufriendo por un problema mecánico que pusiera en riesgo su integridad. Nos sonreímos, descubriste mis perversas intenciones -quizá lo sabías desde que te llamé, porque lo deseabas tanto como yo-, entendiste mi pretexto, tomaste mi mano, la besaste y moviste la cabeza y con una excitante sonrisa reprobaste mi mentira. 

Subimos a tu auto, y solo por confirmar, me preguntaste si todo estaba bien. Evadiendo tu mirada acaricié con la yema de mi dedo índice tus labios y te respondí que sí, que con mi auto sí, pero… Interrumpiste mis palabras con un beso, ese beso que había imaginado (que habíamos imaginado), me tomaste por la nuca, cerré los ojos y disfruté la tibieza de tus labios, el sabor de ese instante en el que la realidad sabía a fantasía. 

Para entonces la noche había caído y el pretexto había cumplido su cometido. No hablamos mucho, nos besamos con hambre, nos acariciamos con ternura, reconocimos la pasión arder en nuestra piel, nos miramos con deseo y pactamos un encuentro sin pretextos para continuar la fantasía… 

Huimos una noche

En medio del caos en el que se ha convertido la vida en pandemia era indispensable encontrar un tiempo para huir de todo, incluso de la paranoia y el desasosiego que ha provocado esta enfermedad que ha cobrado tantas vidas en el mundo. Nuestras agendas siempre son complicadas de conciliar, es difícil empatar nuestros tiempos; es decir, más de dos o tres horas como lo hacemos regularmente para compartir un trago y el resumen de nuestras vidas, necesitábamos más. 

La vida nos concedió una noche para nosotros y el clima frío el pretexto perfecto para acompañarnos. Esta vez buscábamos un lugar diferente, no el de siempre, debía ser un lugar acogedor, lejano de nuestros mundos, un lugar que nos hiciera olvidarnos por un rato del caos citadino. Decidimos un lugar campirano, a hora y media de casa, seleccionamos el lugar donde habríamos de pasar la noche, llegamos con víveres suficientes para una noche y una mañana… 

Indudablemente aquel lugar era mucho más frío que nuestros rumbos, un camino lleno de neblina nos escoltó hasta nuestra sede, comenzaba a oscurecer cuando llegamos. El trayecto pareció más corto de lo que indicaba el reloj, rumiar nuestras historias en el camino quizá hizo que el tiempo pasara más rápido. 

El lugar era lindo, rústico, la habitación fría. Al entrar en ella sonreímos, con esa sonrisa cómplice de tantos años, de tantas historias compartidas. Esa sonrisa y un tierno beso donde apenas rozamos los labios abría un escaparate de intenciones y deseos, de recuerdos y experiencias que auguraban una gran noche. 

Nos sentamos en el sillón, abrimos el vino y brindamos por la vida, por las circunstancias a nuestro favor que nos permitían estar juntos en ese momento. Ambos revisamos los teléfonos para cerciorarnos que el mundo que habíamos dejado afuera de la habitación se encontrara en la calma en la que lo habíamos dejado, para luego desconectarnos de él. 

Aún no me atrevía siquiera a quitarme la chamarra o los zapatos, era realmente fría la habitación. Encendiste la calefacción, pusiste música en tu teléfono y seguimos conversando con la segunda copa de vino. 

Necesitábamos tanto ese tiempo sin tiempo, ese lugar que nos hacía sentir lejos del mundo, que aunque queríamos dejar fuera de la habitación, era imposible no hablar de él. Me recosté sobre tus piernas jugabas con mi cabello, contabas una y otra vez las pecas de mi rostro, esas que te sabes de memoria. Jugabas con las yemas de tus dedos cerca de mis labios dejando que persiguiera tu mano hasta acariciarte sutil con la punta de mi lengua. Me dejabas jugar con tus dedos en mi boca mientras tu otra mano acariciaba mi cara, mi cabello. Había tanta paz en ese juego, sin prisa, anhelando que las horas de esa noche fueran eternas. 

La habitación ya era más tibia, los vidrios empañados describían el contraste con la temperatura exterior. Me quité los zapatos, la chamarra y el suéter. Quedaba mi pantalón de mezclilla, mi blusa y los dos pares de calcetines que llevaba puestos previendo el frío de aquellos rumbos. Seguíamos en ese sillón en el que nos instalamos desde que llegamos, el vino y la botana nos quedaban al alcance y era un lugar bastante cómodo.

Sabemos que el placer en nuestros encuentros es garantía por eso disfrutamos tanto detener el tiempo en cada caricia, en cada beso, en la conversación repetitiva y en los silencios que dicen todo. Así, comenzaste acariciar mi cuerpo sobre la blusa, haciéndome cerrar los ojos de inmediato para concentrarme en el recorrido, en lo placentero y excitante del recorrido. A ojos cerrados percibía tus ojos clavados en mi rostro, contemplando mi sonrisa, leyendo mis pensamientos, escuchando el latir acelerado de mi corazón. 

Te acercaste a mí y nos besamos, jugamos con nuestros labios y lenguas, dejamos que nuestras manos nos recorrieran mutuamente buscando lugares, sensaciones, texturas… Abrimos los ojos y nuestros cuerpos hervían, la cama nos aguardaba. Bebimos el último sorbo de vino que había en nuestras copas y con un beso pactamos nuestra noche de placer infinito. Una y otra vez tocamos el cielo y jugamos con las estrellas, una y otra vez revivimos la sensación de pertenecernos, de disfrutarnos en cada roce, en cada beso, en el placer compartido. Así, dormimos a pausas hasta que el amanecer llegó luego de una gran noche…

Entre la fantasía y la realidad

entre la fantasía y la realidad

No sabes cuánto disfruto escribir, me parece absolutamente mágico ver una hoja en blanco y dejar que mi imaginación me dicte recuerdos o fantasías para hacer estos relatos. Disfruto inventar la realidad, jugar con la fantasía y llegar hasta ti cuando me lees. Me encanta imaginar que palabra por palabra imaginas mi voz en tu oído, que párrafo tras párrafo evocas mi cuerpo próximo al tuyo.

Y así ubico mis relatos entre la realidad y la fantasía:

Tomo mi teléfono, abro la aplicación de mi música, dejo que el azar sea parte del juego, que el destino seleccione un playlist de jazz que acompañe mi imaginación, regularmente la música es atinada, coincide con esa música que estás escuchando ahora en tu imaginación. Ese sutil piano y el cadencioso saxofón que sumados a los demás instrumentos producen acordes armónicos y seductores que me permiten acariciar tu cabello mientras me lees.

Mi laptop parece leer mi mente, mis clases de mecanografía de la secundaria, son siempre aliadas indispensables para atender el apresurado dictado de mi imaginación. Mis dedos son hábiles en la escritura, tan hábiles y prestos como para desabotonar tu camisa y jugar ellos sobre tu dorso. Las yemas de mis dedos con sutileza atienden las ideas que la fantasía dicta, así como cuando mi dedo índice recorre tus labios invitando a que tu lengua lo acaricies, a que tus labios me devoren.

Convencionalmente la noche es cómplice de mis historias, de frente a la ventana de mi habitación, escuchando los ruidos aislados a la distancia, tratando de encontrar en una estrella un mensaje, buscando si la luna me sonríe o si las nubes la ocultan. A un lado de mi cama, en ese ambiente a media luz donde te  has imaginado contemplando mi cuerpo, donde desde silencio me has evocado en tu imaginación, con detalle, con pausadas caricias con las que haces arder mi piel.

A veces una bebida me acompaña, un café que impregne su aroma. ¡Huélelo! percibe el olor fuerte de esta taza de café sobre mi escritorio, frente a mi ventana, junto a mi cama… Una taza que basta para humedecer mis labios y desees probarlo en mi boca. Entre las pausas de imaginarte y escribir el café se tibia, se enfría, pero el aroma permanece y para asegurarte el sabor, humedezco levemente las yemas de mis dedos para volver a recorrer tus labios y coincidas conmigo en lo seductor que resulta un café bien cargado.

Las noches han sido cálidas, así que también entre la fantasía y la realidad te es fácil suponer mi atuendo mientras escribo antes de disponerme a dormir. Sé que imaginas con claridad mis pies descalzos, sentada sobre la silla, mi short negro y la camiseta roja que visto. Mientras me lees deseas acariciar mis muslos fuertes, mis hombros desnudos y mi cuello dispuesto a ser devorado por tus besos pues mi cabello se encuentra completamente recogido con un chongo improvisado.

Entre la fantasía y la realidad ansías más en este relato, ansías que mis palabras te lleven de la mano a mi cama, que mis palabras continúen acariciando tus labios, besando tu oreja… Sigues imaginando los acordes del delicioso jazz que nos acompaña esta noche, sigues viendo mis dedos deslizarse por el teclado de mi computadora con la misma premura con la que podría desabotonar tu pantalón, sigues inspirando el aroma del café, sigues imaginando la textura y tonalidad de mi camiseta roja.

Entre la realidad y la fantasía conoces mi sonrisa y la imaginas, conoces mi mirada y sientes cómo te observo, conoces mi voz y la escuchas. Y así, en una noche nos volvemos cómplices de la misma historia y con el punto final del relato nos acompañamos a la cama.

Un dibujo…

Un dibujo_AZULLa vida presurosa y sin sentido que a veces nos absorbe nos había secuestrado la oportunidad de estar juntos, un día, logramos pagar el rescate para liberar la fantasía de disfrutarnos como lo habíamos imaginado…

Sin mundo, sin tiempo, sin pasado ni futuro dejamos que aquella noche se convirtiera en una obra de arte, de esas que no se subastan, de esas que no se exhiben, de esas que se guardan en la intimidad de los recuerdos como un preciado borrador.

La cita estaba pactada, me pediste que fuera exuberante, por supuesto vistiendo algo Azul. El lugar era mágico, de ensueño, el estudio que solo un artista como tú puede tener: perfecto.

Nos sonreímos, me besaste, apenas rozando mis labios. No entendía tu cautela, pues tu mirada me devoraba. Me tomaste de la mano y me diste una vuelta como validando mi atuendo: mi cabello arreglado, ligeramente ondulado; mi maquillaje perfecto con una deliberada invitación a que probaras el rojo seductor de mis labios; un vestido azul con un escote pronunciado en la espalda que al roce de las yemas de tus dedos invitaba a dejar caer los tirantes que lo sujetaban a mis hombros.

Un vestido azul de una tela ligera, que te permitía palpar la tibieza de mi piel, la silueta de mi cuerpo cuando con la sutileza de un artista, bajaste tus manos por mis caderas. Una abertura en el vestido, dejaba entrever mi pierna derecha, ahí fijaste tu mirada y, tu sonrisa, cómplice de mis pensamientos, me decía lo dulce que sabría un beso tuyo justo ahí, justo donde la abertura comenzaba.

No dejamos que el deseo y los pensamientos cambiaran el plan inicial de nuestra cita: mi dibujo, aquel retrato que sería la portada de mi libro. Tu estudio era mágico, de película, yo sentía la curiosidad de una niña, quería tocar y saber qué era cada cosa que tenías tan perfectamente ordenada en su lugar. Sabes que mis habilidades artísticas se resumen en un extraordinario de la materia de Educación Artística en la prepa, así que todo lo que veía en ese lugar me inquietaba, en mi mente era como si cada pincel, lápiz o pastel tuviera vida propia para hacer trazos con magia.

Me indicaste dónde debía estar parada, me serviste una copa de vino y sobre una mesa estaba dispuesta una charola con quesos y carnes frías, fruta y otra botella de vino sin abrir. Al verlo sonreí con la malicia de imaginar cómo rodarían aquellas uvas sobre tu dorso desnudo, cómo saborearía unas gotas de vino entre tus labios… Pero debía dejar esos pensamientos para después. ¡Debías trabajar!

Yo nunca imaginé cómo sería aquello de dibujarme, el tiempo me parecía eterno, por más que quería acatar tus indicaciones y concentrarme me parecía tiempo perdido (para hacerte el amor). Perdí la noción del tiempo, pero grité de alegría cuando dijiste: “por hoy está bien”. -¿Por hoy?- pregunté para mis adentros pero no quise responderme, preferí concentrarme en el alivio de poder quitarme los tacones y continuar bebiendo vino.

Quise acercarme a tu obra, tenía curiosidad de qué habías dibujado y con un beso me lo impediste, no puse resistencia, me parecía mucho más tentadora la oferta del beso que la de descubrir qué había en ese caballete, tu talento en el dibujo no estaba a prueba. Aquel  beso nos acercó a la mesa, te serviste una copa de vino y sin palabras brindamos: ¡qué vino, qué beso!

Como lo había insinuado al principio, bajaste los tirantes de mi vestido con tus labios, tu lengua húmeda y tibia daba sutiles pinceladas en mis hombros y mi espalda,  la sutileza de un artista convirtiendo mi piel en un lienzo a tu disposición. Nos sentamos en el piso, nuestras miradas y sonrisas conversaban mientras saboreábamos los quesos y la fruta. Bebimos un par de copas más alternándolas entre besos y caricias, jugaba con mis dedos entre tu cabello, recorría tus labios con mi lengua. Acariciabas mi espalda al desnudo, observabas con ternura y deseo mi cuello, mi pecho. Jugabas a descubrir más después de la abertura de mi vestido que dejaba mis piernas a tu alcance.

Aquellos trazos de tus manos en el recorrido por mi cuerpo, aquellas texturas de nuestros cuerpos desnudos consumidos en placer, aquellos colores que a media luz dibujaban tanta alegría en un lugar tan sombrío, aquellas pinceladas que mi lengua hambrienta hacía sobre cada centímetro de tu piel, aquellas formas que el tacto de tus manos y las mías encontraban a placer en un recorrido sin técnica y ni teoría.

Así, en poco tiempo, el glamour de mi llegada se había convertido en un desastroso maquillaje, donde, sin el rojo seductor del principio, ahora en mis labios solo lucía una gran sonrisa, De mi impecable vestido azul, solo quedaba una sábana cubriendo lo que el pudor de los años pedía.

Y el dibujo, quizá después…  Después de hoy, sé que aún sin verme, podrías dibujar a detalle aquel cuerpo que hiciste tuyo en cada caricia y con cada beso.

 

Una noche inolvidable

una noche inolvidable

Mis pensamientos habían estado atrapados en un sinfín de preguntas sin respuesta, mis noches se convertían  en agotadores sueños sin sentido que sólo me formulaban más preguntas al despertar, eran noches de cansancio que me vencía con tan solo tocar mi almohada, pero sin descanso que me permitiera apagar mi mente intentando encontrar porqués.

Entonces, al fin encontramos un tiempo para inventarnos en medio de lo cotidiano, un tiempo para reconocernos en las sensaciones de recorrer nuestra piel, en la sensación de estremecernos al hablarnos al oído… era tiempo de convertir la escena de fantasía en la más deliciosa realidad en medio de una noche de lluvia, donde la ventana de la habitación se iluminaba repentinamente con los relámpagos que enmarcaban la intensa lluvia.

Era momento de dejarnos conquistar por la imaginación, de silenciar las palabras y hacer de cada sensación el lenguaje más claro y sublime que la escena necesitaba. No hablamos, en un dulce beso pactamos sin palabras hacer de esa noche una cita inolvidable, un encuentro que desbordara placer y ternura. En ese beso devoré tus dudas, devoraste mis miedos; saboreé tu deseo, probaste mi hambre de ti.

Había una tenue luz, la necesaria para hacer notar el brillo de nuestros ojos perdidos en las sensaciones que invadían nuestro ser, nos descalzamos, conociste mi estatura real (sin los 12 centímetros del tacón de mis zapatos) sonreíste con ternura y me abrazaste contra tu pecho, me sujeté a tu espalda, dejándome arrullar por el latir de tu corazón, dejándome conquistar por el calor de tu piel que me invitaba a recorrerla con mis labios…

Jugabas con mi cabello, me decías cosas sin sentido al oído, mordisqueabas mi oreja y luego la acariciabas lentamente con la punta de tu lengua. A ojos cerrados mi sonrisa avalaba cada una de las deliciosas sensaciones que despertabas. Sin hablar, el lenguaje de mis manos recorriendo tu espalda te pedía que no te detuvieras, así como saboreabas mis labios, mis mejillas, mi ojera, así, te adueñaras de mi cuello, que bajaras por mi pecho…

El deseo ardiente que consumía mi cuerpo y el sobresalto que me producían los relámpagos y truenos me hacían asirme a ti con ansia mientras correspondía el delicioso recorrido de tu lengua por mi cuello, besando tu oreja, desabotonando lentamente tu camisa, dejando que mis labios besaran de a poco tu dorso desnudo, dejando que mi pequeñez disfrutara sin impedimentos lo cálido de tu piel al contacto de mis labios, de las yemas de mis dedos sobre tus hombros, acariciando tu cara, tu pecho…

Así, parados a los pies de la cama, con la sincronía de un beso y de las caricias que recorrían nuestros cuerpos, nos desnudamos lentamente, dejando que la textura de la ropa y el roce de nuestras manos se convirtieran en la más excitante sensación que erizaba nuestra piel.  Nos recostamos sobre la cama, observabas mi desnudez con ternura, con deseo disfrazado de ternura. Besaste mis labios, apenas rozándolos, nos miramos fijamente, nos dijimos lo necesario para saber que ese instante nos pertenecía.

Acariciaste mi cabello, bajaste por mi rostro recorriendo con las yemas de tus dedos mis ojos, mis mejillas, mis labios. Trazabas con tus dedos suaves líneas sobre mis brazos, sobre mi pecho; confirmabas tus trazos con el recorrido de tus labios sobre mi piel. Volviste a mis labios para continuar el beso que nos había dado la bienvenida al lugar, el beso en el que pactamos que sería una noche inolvidable…

 

Inventamos el amor

Había que creer en el amor y entonces nos inventamos… jugamos una apuesta sabiendo de sobra que perderíamos. Jugaste, quizá no amar, sino a hacer valer tu hombría en una conquista que te diera vida, que te diera certeza de tus dotes de conquistador y de aquella virilidad tan necesaria en ciertas épocas de la vida; yo, jugaba a ser capaz de enamorarte no desde la seducción de ser Azul, sino de ser sólo ser yo…

Inventamos el amor con una apuesta arriesgada que retaba el destino. Nos inventamos como un castillo de arena fincado entre besos y caricias, como una historia que sabíamos por demás que estaba a expensas de un viento, ni siquiera fuerte, un viento que soplara tenue cerca de nuestra frágil construcción. Inventamos besos que nos sabían a amor, inventamos caricias que dibujaban pasión, hicimos el amor como si nos amáramos…

Nos escribimos haciéndonos cómplices de aquellas sonrisas inexplicables, nos hablábamos gritándonos en secreto que nos queríamos, nos encontrábamos cuando el destino nos lo permitía, y entonces, hacíamos el amor deteniendo el tiempo, pensando que sería suficiente… recorrimos con destreza nuestros cuerpos, dejamos besos impregnados en la piel por una noche, nos miramos buscando esperanzas para esta historia y dejamos aquella ilusión clavada en nuestros ojos por instantes.

Jugamos, cada quién su juego, tal vez no el mismo…jugábamos mientras era el destino quien se divertía con esta historia, mientras eran los otros, los ajenos a este sentir quienes con opiniones y apuestas, alentaban una historia por demás fallida. Jugué, no contigo, conmigo. Jugué a ser quien no soy ni podré ser jamás… por momentos fui rehén de ese mundo de fantasía que me hacía imaginarme tuya, ese mundo de fantasía que por instantes me hacía comprar la versión de los amores verdaderos; por momentos fui la escritora que perdió de vista las historias en papel y creyó que sucedían en la realidad.

Inventamos el amor, lo inventamos porque necesitábamos creer en algo que diera esperanzas a aquel beso robado a media luz, porque queríamos creer que el latir de los corazones cuando estábamos cerca era más que sólo un signo de vida, que era un signo de vivir… Inventamos una historia imposible para medir nuestras fuerzas, nuestras convicciones y nuestros miedos.

Inventamos el amor, hasta que la realidad nos alcanzó, hasta que en un respiro profundo abrí los ojos para despertar de la fantasía, hasta que observé detenidamente mi mundo y el tuyo, hasta que una noche de insomnio me cuestionó incansablemente, hasta que las lágrimas no alcanzaron para darle sentido a una invención por demás fallida… hasta que retomé el lápiz y papel (mi computadora y mis notas) para regresar al refugio de la escritura, para volver a ser la escritora de historias de fantasía y no una protagonista inventada fuera de la realidad.

Y cada te quiero, fue real; y cada beso, fue real; y hacerte el amor, fue real; y soñar contigo, fue real; pero lo real no siempre cabe en la realidad. Lo real no alcanza para inventar una realidad diferente a la que es; y el amor es, no se inventa, el amor es y para que sea tiene que caber en la realidad…

Búscame en la fantasía, recuérdame con amor, invéntame real… Hasta pronto… hasta entonces…

La verdad


 

Solo una certeza, esa que me haga sentirte mío cuando hacemos el amor, esa que me haga tuya en el beso que enciende el deseo y la necesidad de pertenecernos. Hagamos el amor amándonos, como si nuestra historia fuera real, como si el destino fuera nuestro aliado y no nuestro enemigo.
Ven, recuéstate aquí a mi lado, destapemos una botella de vino tinto, sirvamos dos copas y brindemos por nosotros, porque la casualidad nos dejó encontrarnos, porque la osadía nos hizo atrevernos. Ven, déjame hablarte al oído, decirte que te quiero, déjame seducirte con mi voz que acompaña a las caricias que las yemas de mis dedos hacen en tus labios.
Ven, siente cómo mi mano desabotona tu camisa para recorrer lentamente tu torso desnudo, al mismo tiempo que te cuento sinsentidos al oído, mientras mis piernas rozan contra las tuyas deseando que la ropa se esfume. Siente mi lengua recorrer tu oreja, mis manos jugar en tu cabello, mi voz invocar al deseo, mis besos llevarte a la escena que hemos imaginado.
Déjame besarte lentamente, así, recostado boca arriba, besar tus labios, tu cuello, mordisquear tus hombros y saborear un par de gotas de vino sobre tu pecho. Déjame seducirte despacio, haciéndote disfrutar cada instante, siente el roce de mis labios, de mi lengua, de mi cuerpo contra el tuyo.
Ven…
Imagina mis manos ansiosas deshacerse de tu camisa, desabotonar tu pantalón mientras tus manos hábiles me quitan la blusa. Obsérvame, observa mis manos jugar con mi cabello mientras mi espalda recta te hace apreciar mi cuerpo, te hace imaginar ese recorrido que tu lengua hará desde mis labios hasta mi vientre.
Deshagámonos de la ropa, dejemos de lado la ropa, las sábanas y las copas de vino. Bebamos aquel último trago que queda en la copa y dejemos que el sabor del vino se confunda con el sabor de tu piel mientras mis labios hambrientos te recorren. Deja que mi lengua sedienta te recorra con prisa y con pausas.
La ropa ya no es impedimento para sentirnos, tus manos recorren mi espalda desnuda, mis caderas, llevándome hacia ti. El disfrute es inminente, nuestros cuerpos responden de inmediato al mundo de sensaciones que los besos y caricias despiertan. El tiempo es malicioso, parece por instantes detenerse y luego se nos va como agua entre las manos.
Déjame regresar a tus labios y desde ahí en un beso apasionado buscar que nuestros cuerpos se entiendan, que se encuentren… Siente lo tibio de mi saliva y lo ardiente de mis labios que en ese beso te piden ser uno, que en ese beso describen la súplica más sutil de hacer intensa la sensación que recorre cada parte de mi cuerpo.
Siente que mi cuerpo ardiente te consume, que mi boca devora tus labios, que mi piel te comparte su calor, siente que el encuentro de nuestros cuerpos es ideal, que se entienden y se comunican a la perfección, que se reconocen en las sensaciones y que se procuran para el placer compartido.
Ven… hagamos el amor. Ven y dime que me quieres, que me quieres y que esto es cosa seria, que es más que deseo que este relato te provoca. Ven y dime que te gusta mi sonrisa y que no te asusta mi locura. Ven y dime que solo escriba para ti…
Ven… háblame con la verdad, si me quieres dímelo y hagamos el amor… Dime la verdad y si esto es un juego, ven y yo te enseño a jugar, pero avísame, para asignarte un turno porque hay otros que llegaron antes de ti y quieren que les enseñe a jugar…

 

 

Me deseas

Me deseas cuando intentando huir de nuestros pensamientos conversamos trivialidades, cuando el discreto delineado de mi boca atrapa tu mirada mientras la humedad de mi lengua recorre sutilmente mis labios. Me deseas porque imaginas que en el movimiento natural de mis labios al hablar te devora, que no son mis palabras las que te conquistan, sino los besos que estas callan.

Me deseas como se apetece aquello que se supone propio, imaginando el sabor de mis besos, el olor de mi piel… como aquello que se anhela como un trofeo merecido y ganado por circunstancias de la vida, ganado con un esfuerzo de cortesía y galantería que juegan al amor. Me deseas fantaseándome tuya en aquellas noches en las que nos despedimos de la fantasía y nos sumergimos en la realidad, en aquella despedida cálida a la distancia que se queda haciendo eco en tus pensamientos.

Y entonces me imaginas frente a ti, viéndome jugar con mi cabello un poco nerviosa, un poco queriendo que tu mirada me siga, que tu mirada perdida en mis ojos lea mis pensamientos, sugiriendo un abrazo que nos acerque tanto como sea posible, un abrazo donde se sienta el acelerado latir de los corazones para que después, comiences a besar mi cuello mientras mis manos se sujetan con fuerza a tu espalda.

Imaginas con deseo cómo la textura de mi blusa de te invita a que la toques, a que sientas que la tibieza de mi piel traspasa la ropa para que con delicadeza y prontitud la hagas desaparecer en segundos. En un recorrido visual avanzas desde mi mirada, bajando hacia mi boca, saboreando mis hombros hasta que tu lengua se acerque a recorrerme mientras tus manos ansiosas me toman por la cintura.

Me deseas porque reto tu fantasía, porque en mí encuentras a esa mujer inexplicable, porque imaginas una piel tersa cuando lo que existe es una piel cubierta de historias, miedos y cicatrices (algunas visibles y otras profundas); porque imaginas un cuerpo ardiente en pasión, cuando lo que existe es un cuerpo tibio en busca de un tierno cobijo. Me deseas porque me supones una mujer seductora y atractiva capaz de volverte loco entre besos y caricias, cuando en realidad subastaría todos esos besos y caricias a cambio de un amor de verdad.

Y mi voz te provoca. Y aquella imagen que celoso guardas de mi sonrisa te inquieta. Y la distancia te reta. Y me deseas porque esa sensación te hace suponerte capaz de conquistar la piel y el corazón de una Mujer muy Azul, capaz de seducir a aquella que en tu imaginario se dibuja como una mujer fascinante y seductora, inteligente y apasionada. Me deseas como un reto, como una aventura que luego de la conquista podría ser solo una más de tus historias.

Me deseas sin imaginar siquiera la realidad que encontrarás en el instante en el que tus labios saboreen aquel primer beso en la intimidad, sin saber los demonios que despertarán en el instante en el que cierre los ojos para entregarme al momento íntimo que hemos imaginado y sintiendo cómo tus labios devoran los míos, cómo tu lengua acaricia la mía… Me deseas sin imaginar que soy más que fuego ardiendo debajo de mi ropa, que soy más que una piel ansiosa por sentir tus manos recorrerme, más que un mundo de historias de fantasía necesitadas de un protagonista, soy más que la historia en una cama…

Me deseas sin imaginar los demonios del amor que viven dentro de una mujer como yo, sin dimensionar siquiera el cielo que promete la intimidad con una mujer Muy Azul, sin saber la dulzura que puedo entregarte en un beso, al final, exhausta, después de hacer el amor…

¿Realidad o fantasía?

realidad o fantasia

Todo fue tan delicioso que era difícil en ese instante tener la certeza de si se trataba de una fantasía o lo que sucedía era real…

Comenzaste besando mis hombros que se encontraban al descubierto, yo vestía una camiseta negra de tela muy sedosa y un short azul. La camiseta era una sutil insinuación para que te deshicieras de ella, bajando uno por uno los tirantes mientras besabas mis hombros y dejábamos que la sensación que tus labios provocaban recorriera todo mi cuerpo.

Regresaste a mis labios y nos besábamos con el hambre que provoca el deseo, con el hambre que sugiere el amor… en muy pocos minutos nuestros cuerpos ardían en deseo y mis piernas descubiertas te invitaban a que las recorrieras como tantas veces lo habías imaginado. Acariciaste mis pies con un delicioso masaje, recorriste con las yemas de tus dedos mis pantorrillas cansadas, acercaste tus labios para besar mis pies y comenzar desde ahí un recorrido certero y delicioso.

Las yemas de tus dedos apenas rozaban mi piel, tus labios acompañaban el recorrido mientras mis labios repetían insistentemente tu nombre pidiéndote que no te detuvieras, que continuaras ese camino que te llevara a recorre mis piernas, avanzar hacia mis muslos, morder mis piernas y luego acariciarlas con la punta de tu lengua… ese recorrido que te guiara hacia el interior de mis muslos, dejando que tus manos despertaran un sinfín de pensamientos y tu lengua asegurara eternas esas sensaciones.

Mi short no era impedimento en tu recorrido, tus manos hábiles encontraron cómo deshacerse de él, tus labios hambrientos supieron cómo devorar lenta y pausadamente cada centímetro de mis piernas, cómo apropiarse de mis muslos y hacerme hervir en deseo. Atento escuchabas mi súplica de no detenerte, de que continuaras guiado por el instinto, por el deseo, por las indicaciones que mi mirada y mis labios pronunciando tu nombre te daban.

Llevaste tus manos a mi vientre, a mis caderas, acariciándome con que el deseo que me exigía no estar inerte a tu recorrido. Tus manos tomaban mis caderas y apretaban con la sutileza, besaste mi vientre mientras mis manos acariciaban tu cabeza y jugaban con tu cabello dando una aprobación tácita para que continuaras tu recorrido, para que tus manos siguieran acariciando mi cadera mientras tus labios besaban mis muslos, mientras tu lengua avanzaba sin temores ni dudas…

El tiempo parecía detenerse por instantes, mi corazón exaltado parecía salir de mi pecho, intentaba controlar mi respiración que era cada vez más acelerada. Las sensaciones eran intensas, profundas y a ojos cerrados la plenitud del placer invadía mi mundo, cada uno de mis pensamientos se volcaba en ti, en ese instante en que se toca el cielo sintiendo el calor del infierno, en ese instante en el que mis labios dictan como sentencia tu nombre, en ese instante en el que te pienso tan real que no eres una fantasía…

¡Qué delicia!

 

Un pensamiento recurrente

Eres ese pensamiento recurrente que de momentos se convierte en una sonrisa, de momentos es un suspiro, que es un recuerdo que se instala en el alma y evoca ese instante en el que consumidos en placer nuestros labios pronunciaron nuestros nombres…

Te pienso en todo momento, en medio de lo cotidiano que busca con quién compartir las trivialidades; en medio de las dificultades que buscan unos brazos tibios dónde acurrucarse. Te pienso compartiéndote las incidencias de mi día mirando las estrellas, buscando a aquella luna cómplice de nuestros sueños.

¿Cómo olvidarlo? Llegué por ti, te sorprendí, lo sé… La manera en la que me observaste delató lo sorpresivo y excitante que fue verme dentro de tu mundo. Lo sé, me veía bien, me arreglé para ti, nada exuberante, solo un pantalón negro ajustado, que denotara mis muslos fuertes que siempre te encantaron, una blusa ligera con un escote sencillo, dejando el resto de las prendas a tu imaginación…

Nuestras miradas se dijeron todo, tomados de la mano nuestros cuerpos se aproximaron lo suficiente para que nuestros labios apenas pronunciaran nuestros nombres antes de besarnos, en ese beso pausado que habíamos imaginado, que habíamos deseado, que habíamos saboreado tantas veces antes. Me tomaste por la cintura y me abrazaste contra ti, y justo era esa sensación que añoraba, que deseaba tanto: estar ahí, entre tus brazos, sin mundo, sin tiempo, solo atendiendo nuestros pensamientos, evocando recuerdos y viviendo el momento.

Caminamos más de un par de horas, platicando de todo y de nada, de todo lo que en nuestros días nos dábamos tiempo para compartir a la distancia y de nada importante que distrajera la deliciosa sensación de recorrer ese lugar tomados de la mano. Sonreíamos como adolescentes, disfrutábamos el tiempo como ancianos, nos mirábamos con el deseo que solo los amantes sienten, conversábamos como amigos y, sobre todo, nos amábamos en cada paso, en cada sonrisa, en cada palabra.

Llegamos al lugar en el que habríamos de pasar la noche, abrimos la primera botella de vino tinto y brindamos por la ocasión, por la sorpresa del destino de habernos permitido huir del mundo, detener el tiempo y vivir nuestra historia. La conversación era inagotable, saltábamos de la poesía a la política; de los deportes a nuestras vidas laborales; del pasado al futuro, haciendo el presente perfecto aderezado con besos y caricias.

En un beso dulce que inició en mi oreja y avanzó por mi cuello para luego llegar a mis labios, comenzamos a desnudarnos, en pocos minutos la ropa no era impedimento para que nuestros cuerpos se reconocieran. El calor era extenuante y tomamos un baño tibio, y mientras el agua corría desde mi cabeza por todo mi cuerpo, tú jugabas a devorar las pecas y lunares que te encontrabas en mi pecho y mi espalda…

Salimos de la regadera, bebimos otra copa de vino, brindamos y desnudos disfrutábamos la plenitud de pertenecernos. Alternamos un sorbo de vino con un beso, otro trago con húmedas caricias que tu lengua hacían sobre mi piel, otro más con suaves mordidas que saboreaban mis hombros.

Nuestros cuerpos se pertenecían en cada caricia, en cada sensación que provocaban, en el deseo inagotable por disfrutar el amor, ese que se entrega en el sexo, ese que es efímero y eterno en el instante del placer, ese que recorre cada célula, que hace arder cada centímetro de la piel, que hace estallar el corazón y pronunciar tu nombre con la respiración entre cortada.

Hicimos el amor una y otra vez, consumimos un par de botellas de vino, paladeamos el sabor del vino y el sabor de nuestra piel. Disfrutamos de una conversación infinita, reímos del pasado e inventamos un futuro. Nos vestimos y desvestimos. Nos desnudamos el cuerpo y el alma. Escuchamos música y el latir de nuestros corazones mientras recuperábamos el aliento después de hacer el amor. Dormimos por momentos y soñamos toda la noche…

Así fue. Así será. Así sería…