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Cocinando el amor

Aquella tarde las circunstancias nos convocaban en torno a la mesa, habría que deleitar a los comensales, aunque el lugar era conocido, estábamos ajenos a nuestros mundos. Aquellos que sabían quiénes éramos, esa tarde nos observaban desinteresados a lo que nuestras miradas se decían, a lo que los roces accidentales despertaban, estaban ocupados en saborear lo que habíamos preparado.
Era excitante el juego de ignorarnos, de besarnos y acariciarnos solo con las miradas, dejando que los otros creyeran real la cordura que aparentábamos disfrazándo nuestra locura.
En mi mente aquel lugar (la cocina) era un escenario perfecto para la imprudencia, para que, luego de lavarme las manos con las manos frías y húmedas, acariciara tu cara pausadamente, enfatizando en la textura de tus labios, como delineando su contorno con la yema de mis dedos. Luego, al estar apoyada sobre la mesa, me abrazaras por la espalda, llevando mi cuerpo hacia ti, besando mi cuello, recorriéndolo apenas con la punta de la lengua mientras tus manos buscaban debajo de mi blusa el calor de mi piel.
Aquellos observadores estaban ciegos a lo que pasaba por nuestra imaginación, sus bocas pronunciaban palabras sordas para nuestros oídos absortos de aquello que estábamos viviendo desde la fantasía.
Por momentos era indispensable convivir con ellos, con aquellos conocidos, pero ahora ajenos a nuestra historia. Lo hacíamos con simpleza, con indiferencia solo para sabernos parte de esa falsa cordura. Éramos cómplices de las sonrisas que nos ubicaban en nuestra propia escena, esa sonrisa que nos regresaba a la sensación de tus manos en mi piel, de tu aliento en mi cuello, de la cercanía de nuestros cuerpos, de la necesidad de ser uno en el placer consumado.
Cerramos los ojos para no ver al mundo y nos robamos un beso en el que saboreamos el deseo, la travesura y, sobre todo, la impaciencia por huir a un lugar privado, íntimo, en donde dar rienda suelta a la pasión, a la locura. Ese beso clandestino de apenas unos segundos nos supo a eternidad.
De manera intermitente íbamos de la realidad a la fantasía, de ese espacio físico compartido con aquellos -en ese momento- extraños al lugar que compartíamos en la imaginación, a las caricias que con las miradas nos hacían estremecer; de aquella mesa con una conversación trivial a la cama donde ya no serían necesarias las palabras.
Cada roce inocente aumentaba el deseo, cada frase decía entre líneas la más sutil propuesta de huir. Los otros, ignorándonos o más bien, jugando a ignorarnos, nos observaban con una distancia mental para no ver lo que nuestra fantasía dictaba en nuestra imaginación.
Finalmente, los conocidos desaparecieron y no era necesario jugar a la cordura. Me senté sobre la barra de la cocina, te acercaste a mí para continuar con aquel beso apresurado, ahora sin prisa, se prolongaba mientras apretabas mis muslos, te dehacías de mi playera, desabrochabas mi pantalón; ya no había tiempo de otro lugar, la locura contenida durante las horas previas se apoderaba de nosotros.
Pusamos el beso, llevé tu cabeza hacia mi pecho, abrazaba tu espalda acecandóte lo más posible contra mí. Escuchábamos que caían platos, cucharas, dejábamos que ese espacio fuera nuestro. Me tomaste entre tus brazos y humíos a la sala para terminar la escena que habíamos fantaseado toda la tarde, para saborear el amor que habíamos cocinado desde la fantasía varias horas antes…

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El amor se negocia; el placer, no.

Un día la soledad nos convoca a rumiar recuerdos y evocar viejos tiempos, y entre copas llevamos a la mesa aquellos tiempos donde el «amor» lo era todo, sí, todo era amor: un ramo de rosas rojas, una declaración escrita en una servilleta, una llamada telefónica. ¡Qué tiempos aquellos!
No somos los de antes, los años han escrito sobre nuestros cuerpos otras historias, hemos vibrado en otros brazos y llorado por otras despedidas. Atrás, muy atrás quedaron aquellas promesas de amor eterno auspiciado por la letra de una canción que nos dedicábamos al despedirnos luego de una larga conversación al teléfono.
Del pasado sobre la mesa, fuimos al presente sobre la cama, silenciando a la nostalgia, escuchando al deseo. Tus manos recorrían mi cuerpo con sutileza, con la ternura de aquel viejo amor, con la experiencia de los otros amores, con la esperanza de encontrar algo más que recuerdos en aquella cita.
La piel hervía, la ropa estorbaba, la cama nos arropaba cómplice de la locura. Nuestros labios hablaban el mismo idioma, nuestros besos pedían ansiosos que el tiempo se detuviera en el instante en el que el placer nos robara el último aliento.
Nuestros cuerpos no eran los de antes y la expectativa de hacer el amor ya no era la de entonces; ahora el amor nos haría a nosotros, el amor aprendido y desaprendido, las lágrimas y risas que otras historias nos dieron, esa noche nos harían mejores amantes, aquello conocido y comprobado en otras camas nos haría maestros en el placer, porque en la veteranía se le apuesta todo al placer.
Aquella noche no negociaríamos la historia de amor a la que la soledad nos convocó, no jugaríamos al amor ingenuo que se inventa entre caricias tímidas, sino que buscamos en aquella cama la locura y el placer que malbaratamos en la juventud en nombre del amor.
Entonces, si el placer conquistaba nuestros sentidos, solo entonces, habría otra cita.
Besabas mi cuello saboreándolo, acariciabas mis piernas estrujándolas contra ti, la ansiedad se apoderaba de nuestros cuerpos deseando ser uno a través de las sensaciones compartidas, deseando silenciar los prejuicios y aquel pasado lejano, los de ahora, solo los de ahora sin expectativas ni temores, sin mañana y sin ayer, solo un par de locos retando destino.
La noche avanzaba, tocábamos el cielo, jugábamos con las estrellas, sonreíamos a la nada, me cobijaste entre tus brazos, dibujabas con tus dedos sobre mi espalda… no había mucho qué decir, no era necesario, hablar del amor, del «nosotros» rompería con la magia de esa noche de placer.
Quizá en la próxima cita, quizá después haya tiempo para el amor o quizá no; quizá no haya historia solo momentos robados al mundo para perdernos en una habitación; quizá leerme te haga dudar de quién fui, de quién soy… pero no importa, espero la ocasión para una próxima cita jugando a que sea la última, a qué sea irrepetible…

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Amanecer

Antes de que la alarma de mi teléfono me recordara que era un nuevo día, sentí tus labios recorrer mi cuello, aún adormilada sonreí para darte los buenos días, me acurruqué contra tu cuerpo queriendo creer que aún era de madrugada. Sentí tus manos deambular sobre mi cuerpo, recorrer mi vientre, mi cadera y mis piernas. Yo me resistía a creer que estaba por amanecer, que nuestra noche había concluido.

Así, disfrutamos por varios minutos, sin palabras, solo entre besos y caricias, hasta que el reloj amenazaba con apresurarnos para continuar con la vida que fuera de aquella habitación nos esperaba. En un beso que nos despidiera de este encuentro iniciaste en mi boca, mordiendo mis labios, luego lamiendo mi cuello y mis hombros, avanzando para saborear mis senos, devorando centímetro a centímetro mi piel hasta llegar a mi vientre y conseguir beber de mí, haciéndome olvidar que la alarma sonaba y de la hora que marcaba el reloj. 

Extasiada, inerte sobre la cama no podía articular palabras, solo sonreía y mi sonrisa no necesitaba explicación, mi sonrisa solo necesitaba que no te separaras de mí, que tus manos estuvieran en contacto con mi piel, que tus labios pronunciaran mi nombre: “Azul, te amo”, que tus ojos me observaran con deseo diciéndome que te gusto, que mi cuerpo te parece atractivo y excitante. 

Estaba perdida en esa sensación que seguía recorriendo mi cuerpo que mantenía acelerado mi corazón y, sobre todo, que hacía inevitable la sonrisa que le habría de dar sentido mi día, a mi semana o al tiempo que tuviera que transcurrir antes de nuestro próximo encuentro. Silenciaste el teléfono que estaba perdido en algún lugar de la cama, besaste mis labios con ternura como una tácita invitación para levantarnos e irnos a bañar. 

Nos levantamos de la cama, nos abrazamos en silencio, con los ojos cerrados, recapitulando lo placentera que había sido la noche, reviviendo lo delicioso que fue acariciar el cielo una y otra vez, lo mágico que había sido sentirnos hambrientos y satisfechos de placer. Nos quedamos frente al espejo por unos minutos observando nuestro reflejo, viendo mi desnudez abrazada contra tu cuerpo, hablándole al espejo me dijiste nuevamente: “Azul, te amo”, le di la espalda al espejo para quedar frente a ti y en un beso sin prisa agradecer a la vida el tiempo compartido. 

Fue una ducha deliciosa, lo cálido del agua que recorría nuestros cuerpos mientras nuestras manos frotaban con amor nuestros cuerpos, no decíamos mucho, nuestros cuerpos por sí solos se comunicaban con las caricias, las miradas y las imborrables sonrisas en nuestros rostros. Robábamos el mayor tiempo posible al reloj antes de incorporarnos a las actividades cotidianas, nos vestimos con pausas, entre besos y caricias. Mi memoria evocaba una y otra vez los “te amo” pronunciados durante la noche, al amanecer. El cansancio físico que expresaba mi cuerpo se compensaba con el número de veces que entre tus brazos exploté de placer. 

Sin piedad el reloj avanzaba su paso, ajeno a nuestros pensamientos, ajeno a nuestro mundo. Teníamos que partir para incorporarnos a nuestros otros mundos, tomamos un tiempo para abrazarnos, para inhalar el olor de nuestra piel, para reconocer la sensación de pertenecernos juntos o a la distancia, pertenecernos en el pensamiento en el que nos refugiamos cuando el caos nos invade, cuando por teléfono compartimos apresuradamente parte de ese caos. 

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Maestría en el amor

Fue una noche intensa, hicimos el amor con la maestría que nos ha dado el tiempo y la experiencia. El tiempo pasó lento, dejándonos disfrutar de aquella botella de tequila; de los besos y las caricias; de la tibieza de las sábanas, de una ducha tibia y un masaje delicioso; de un sillón confortable y todo aquello que estuvo dispuesto en la habitación para acompañar nuestros instintos y el placer.

Como siempre, como entonces, pactar nuestro encuentro es una odisea, quizá desde ahí comienza el placer al saber que al fin coincidiremos. Esa noche el calor era inclemente, así que desde que entramos a la habitación nos deshicimos de lo imprescindible, abrimos el tequila y brindamos por la ocasión, por la vida, por el instante en el que nuestros labios pronuncian un “te amo”. 

Semidesnudos y acostados sobre aquel sillón paladeamos los primeros tragos frescos de tequila que mitigaban la temperatura del ambiente, conversábamos de todo y de nada, rumiábamos recuerdos, ahogabamos tristezas, negociábamos sueños. 

Ahí recostados, dejando que el tequila fuera cómplice del deseo acariciaste mi cara, precisando un excitante recorrido por mis labios mientras mi lengua jugaba alcanzarte en el recorrido de las yemas de tus dedos. Jugaste con mi despeinado cabello y en esas caricias, a ojos cerrados, silenciabas mis pensamientos concentrándome únicamente en el delicioso sabor de tequila en mi boca y la sensación de tus manos recorriendo mi cuerpo. 

Bajaste los tirantes de mi camiseta, tus caricias apenas rozaban mis hombros, en un recorrido milimétrico que avanzaba desde mi oreja, mi cuello, mis hombros hasta llegar a mi pecho.

El placer descrito por una enorme sonrisa en mis labios te decía lo mucho que disfrutaba ese momento, lo placentero que me parecían esos instantes y lo deseosa que estaba de más… Así las caricias nos llevaron con cadencia perfecta a hacer el amor, perteneciéndonos en cada sensación, en cada movimiento, repitiendo un “te amo” tan insistente como imperceptible por la falta de aliento, por la respiración agitada que que reflejaba el placer sublime de ese instante. 

Luego, un baño tibio marcó una pausa. Regresamos a la cama  nos recostamos,  brindamos disfrutado de aquellos deliciosos tragos, nos besamos y regresamos a la conversación cotidiana, a la charla inagotable que, luego de hacer el amor, dibuja más esperanzadora a la realidad. 

Esa imborrable sonrisa que queda luego del placer compartido aminora el impacto de las amarguras que nos rodean. Nos acariciábamos sin prisa, trazando una y otra vez el mismo recorrido, disfrutamos el roce  de nuestros cuerpos y la temperatura de nuestra piel nos invitó a escondernos bajo las sábanas.

El deseo era inagotable, nos besamos con hambre, recorrimos nuestros cuerpos bebiéndonos, haciendo de cada sensación un derroche de placer, un éxtasis mágico que era eterno y efímero de manera simultánea, que en la sensación de compartir el placer se hacía más intenso. Así,extasiados y complacidos, viéndonos a los ojos nos dijimos todo, nos acurrucamos sintiendo cómo aún  vibraban nuestros cuerpos y cómo hervía la piel, tomados de la mano esperamos que la calma volviera. 

La noche era eterna, dentro de la habitación no había más mundo que nosotros, no había más historias que la nuestra, así que hicimos el amor con caricias, besos, con sabor a tequila y con el sabor de nuestra piel, hicimos el amor una y otra vez y en cada ocasión tocamos el cielo, gozamos y sentimos estremecerse cada célula de nuestro ser. 

Nuestras habilidades de amantes son innegables, hacemos el amor con magia, con pasión, con calma, con hambre, con pausa y con tiempo. Nos faltan horas robadas a la realidad, nos sobra amor y deseo. Agotados, felices y extasiados dejamos que la luna velara nuestro sueño, recostada sobre tu dorso desnudo, sintiendo tu mano en mi espalda y arrullada por el latir de tu corazón el sueño me venció…

Huimos una noche

En medio del caos en el que se ha convertido la vida en pandemia era indispensable encontrar un tiempo para huir de todo, incluso de la paranoia y el desasosiego que ha provocado esta enfermedad que ha cobrado tantas vidas en el mundo. Nuestras agendas siempre son complicadas de conciliar, es difícil empatar nuestros tiempos; es decir, más de dos o tres horas como lo hacemos regularmente para compartir un trago y el resumen de nuestras vidas, necesitábamos más. 

La vida nos concedió una noche para nosotros y el clima frío el pretexto perfecto para acompañarnos. Esta vez buscábamos un lugar diferente, no el de siempre, debía ser un lugar acogedor, lejano de nuestros mundos, un lugar que nos hiciera olvidarnos por un rato del caos citadino. Decidimos un lugar campirano, a hora y media de casa, seleccionamos el lugar donde habríamos de pasar la noche, llegamos con víveres suficientes para una noche y una mañana… 

Indudablemente aquel lugar era mucho más frío que nuestros rumbos, un camino lleno de neblina nos escoltó hasta nuestra sede, comenzaba a oscurecer cuando llegamos. El trayecto pareció más corto de lo que indicaba el reloj, rumiar nuestras historias en el camino quizá hizo que el tiempo pasara más rápido. 

El lugar era lindo, rústico, la habitación fría. Al entrar en ella sonreímos, con esa sonrisa cómplice de tantos años, de tantas historias compartidas. Esa sonrisa y un tierno beso donde apenas rozamos los labios abría un escaparate de intenciones y deseos, de recuerdos y experiencias que auguraban una gran noche. 

Nos sentamos en el sillón, abrimos el vino y brindamos por la vida, por las circunstancias a nuestro favor que nos permitían estar juntos en ese momento. Ambos revisamos los teléfonos para cerciorarnos que el mundo que habíamos dejado afuera de la habitación se encontrara en la calma en la que lo habíamos dejado, para luego desconectarnos de él. 

Aún no me atrevía siquiera a quitarme la chamarra o los zapatos, era realmente fría la habitación. Encendiste la calefacción, pusiste música en tu teléfono y seguimos conversando con la segunda copa de vino. 

Necesitábamos tanto ese tiempo sin tiempo, ese lugar que nos hacía sentir lejos del mundo, que aunque queríamos dejar fuera de la habitación, era imposible no hablar de él. Me recosté sobre tus piernas jugabas con mi cabello, contabas una y otra vez las pecas de mi rostro, esas que te sabes de memoria. Jugabas con las yemas de tus dedos cerca de mis labios dejando que persiguiera tu mano hasta acariciarte sutil con la punta de mi lengua. Me dejabas jugar con tus dedos en mi boca mientras tu otra mano acariciaba mi cara, mi cabello. Había tanta paz en ese juego, sin prisa, anhelando que las horas de esa noche fueran eternas. 

La habitación ya era más tibia, los vidrios empañados describían el contraste con la temperatura exterior. Me quité los zapatos, la chamarra y el suéter. Quedaba mi pantalón de mezclilla, mi blusa y los dos pares de calcetines que llevaba puestos previendo el frío de aquellos rumbos. Seguíamos en ese sillón en el que nos instalamos desde que llegamos, el vino y la botana nos quedaban al alcance y era un lugar bastante cómodo.

Sabemos que el placer en nuestros encuentros es garantía por eso disfrutamos tanto detener el tiempo en cada caricia, en cada beso, en la conversación repetitiva y en los silencios que dicen todo. Así, comenzaste acariciar mi cuerpo sobre la blusa, haciéndome cerrar los ojos de inmediato para concentrarme en el recorrido, en lo placentero y excitante del recorrido. A ojos cerrados percibía tus ojos clavados en mi rostro, contemplando mi sonrisa, leyendo mis pensamientos, escuchando el latir acelerado de mi corazón. 

Te acercaste a mí y nos besamos, jugamos con nuestros labios y lenguas, dejamos que nuestras manos nos recorrieran mutuamente buscando lugares, sensaciones, texturas… Abrimos los ojos y nuestros cuerpos hervían, la cama nos aguardaba. Bebimos el último sorbo de vino que había en nuestras copas y con un beso pactamos nuestra noche de placer infinito. Una y otra vez tocamos el cielo y jugamos con las estrellas, una y otra vez revivimos la sensación de pertenecernos, de disfrutarnos en cada roce, en cada beso, en el placer compartido. Así, dormimos a pausas hasta que el amanecer llegó luego de una gran noche…

Una noche inolvidable

una noche inolvidable

Mis pensamientos habían estado atrapados en un sinfín de preguntas sin respuesta, mis noches se convertían  en agotadores sueños sin sentido que sólo me formulaban más preguntas al despertar, eran noches de cansancio que me vencía con tan solo tocar mi almohada, pero sin descanso que me permitiera apagar mi mente intentando encontrar porqués.

Entonces, al fin encontramos un tiempo para inventarnos en medio de lo cotidiano, un tiempo para reconocernos en las sensaciones de recorrer nuestra piel, en la sensación de estremecernos al hablarnos al oído… era tiempo de convertir la escena de fantasía en la más deliciosa realidad en medio de una noche de lluvia, donde la ventana de la habitación se iluminaba repentinamente con los relámpagos que enmarcaban la intensa lluvia.

Era momento de dejarnos conquistar por la imaginación, de silenciar las palabras y hacer de cada sensación el lenguaje más claro y sublime que la escena necesitaba. No hablamos, en un dulce beso pactamos sin palabras hacer de esa noche una cita inolvidable, un encuentro que desbordara placer y ternura. En ese beso devoré tus dudas, devoraste mis miedos; saboreé tu deseo, probaste mi hambre de ti.

Había una tenue luz, la necesaria para hacer notar el brillo de nuestros ojos perdidos en las sensaciones que invadían nuestro ser, nos descalzamos, conociste mi estatura real (sin los 12 centímetros del tacón de mis zapatos) sonreíste con ternura y me abrazaste contra tu pecho, me sujeté a tu espalda, dejándome arrullar por el latir de tu corazón, dejándome conquistar por el calor de tu piel que me invitaba a recorrerla con mis labios…

Jugabas con mi cabello, me decías cosas sin sentido al oído, mordisqueabas mi oreja y luego la acariciabas lentamente con la punta de tu lengua. A ojos cerrados mi sonrisa avalaba cada una de las deliciosas sensaciones que despertabas. Sin hablar, el lenguaje de mis manos recorriendo tu espalda te pedía que no te detuvieras, así como saboreabas mis labios, mis mejillas, mi ojera, así, te adueñaras de mi cuello, que bajaras por mi pecho…

El deseo ardiente que consumía mi cuerpo y el sobresalto que me producían los relámpagos y truenos me hacían asirme a ti con ansia mientras correspondía el delicioso recorrido de tu lengua por mi cuello, besando tu oreja, desabotonando lentamente tu camisa, dejando que mis labios besaran de a poco tu dorso desnudo, dejando que mi pequeñez disfrutara sin impedimentos lo cálido de tu piel al contacto de mis labios, de las yemas de mis dedos sobre tus hombros, acariciando tu cara, tu pecho…

Así, parados a los pies de la cama, con la sincronía de un beso y de las caricias que recorrían nuestros cuerpos, nos desnudamos lentamente, dejando que la textura de la ropa y el roce de nuestras manos se convirtieran en la más excitante sensación que erizaba nuestra piel.  Nos recostamos sobre la cama, observabas mi desnudez con ternura, con deseo disfrazado de ternura. Besaste mis labios, apenas rozándolos, nos miramos fijamente, nos dijimos lo necesario para saber que ese instante nos pertenecía.

Acariciaste mi cabello, bajaste por mi rostro recorriendo con las yemas de tus dedos mis ojos, mis mejillas, mis labios. Trazabas con tus dedos suaves líneas sobre mis brazos, sobre mi pecho; confirmabas tus trazos con el recorrido de tus labios sobre mi piel. Volviste a mis labios para continuar el beso que nos había dado la bienvenida al lugar, el beso en el que pactamos que sería una noche inolvidable…

 

Hambre de amor

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Como cada encuentro es un tiempo de magia y pasión que buscamos hacer eterno, el instante en que el destino nos convoca con tiempo para disfrutar el ambiente se impregna de un aire cálido, del olor de tu piel, del sabor de tus besos. Así, como otras noches, era nuestro tiempo, ese que hacemos nuestro cerrando los ojos al mundo, ese que buscamos con ansia en medio de la absorbente cotidianeidad que de momento nos aleja tanto.

Un par de cervezas iban bien para la ocasión, el ambiente era caluroso y la noche apenas comenzaba a caer. Había tiempo para beber unos tragos mientras recostados sobre la cama conversábamos de esas trivialidades que avanzan con el día a día… Bebíamos con prisa sabiendo que el tiempo pasaba, disfrutando el sabor fresco de la cerveza pero queriendo sentir el arder de nuestros labios en aquel primer gran beso de la noche.

Yo vestía un ajustado pantalón de mezclilla y una blusa negra, atuendo que ayudaba a hacerte apetecible mi silueta. Me levanté de la cama, dejé mi bebida sobre el mueble, solté mi cabello y jugué con él frente al espejo donde tú te reflejabas a la distancia. Me quité los zapatos y me acerqué a la orilla de la cama en donde te encontrabas sentado. Me tomaste por la cintura llevando mi cuerpo hacia ti, me observabas con deseo, con hambre de amor, tu mirada me desnudaba y tu imaginación recorría milimétricamente mi piel.

Me tomaste con fuerza, recorriste mi espalda, mis caderas. Me incliné para besarte. Tus manos ansiosas se abrían paso entre mi blusa, primero disfrutando la seductora sensación del recorrido sobre la tela, avanzando sobre una textura delicada que semejaba la tersura de mi piel, recorrías mi vientre y avanzabas hacia mi pecho, con una mezcla de sigilo y descaro por apropiarte de mi piel, de cada una de las sensaciones que despertabas en el recorrido.

En un instante hiciste desaparecer mi blusa y todo lo que obstaculizara tu camino. Observaste mi pecho desnudo, te separaste un poco de mi cuerpo, veías mi espalda reflejada en el espejo y frente a ti mi piel ardiendo en deseo, mi corazón excitado palpitando y diciéndote en cada latir “te quiero…”

Había silencio en la habitación, la conversación que hacía apenas unos minutos compartíamos en la cama, había enmudecido, nuestras miradas hablaban, nuestros besos gritaban, las caricias dictaban las indicaciones precisas para saciar nuestra hambre de amor. Un sutil recorrido de tu lengua sobre mi piel era el atinado trazo que guiaba el placer, devorabas con hambre y deseo mi cuerpo…

En un movimiento te recosté sobre la cama, así, encima de ti, mientras acariciaba tu cabeza y jugaba con tu cabello, dejé que tus labios y tu lengua siguieran disfrutando el sabor de mi piel, que tu olfato inhalara mi olor, mi perfume, que tus manos jugaran con mi cabello… ¡Qué delicia!

A ojos cerrados las sensaciones recorrían mi cuerpo por completo, el roce tibio de tu lengua en mi pecho y tu cálido aliento recorría cada centímetro de mi piel, internándose en mis pensamientos alentando el deseo de que devoraras mi cuerpo completo.

Mis pensamientos eran tan fuertes que los escuchabas, mi deseo era tan ardiente que el recorrido de tus labios sobre mi piel, te dictaba el camino. Me recostaste y con talento de experto mi ropa quedó perdida sobre las sábanas. Tu mirada me hablaba, mis ojos te respondían; tus manos se apropiaban de mi piel y así, con hambre de amor, devoraste cada centímetro de mi cuerpo desbordando en mí el éxtasis del placer…

 

 

Piénsame

PIENSAME

Piénsame con aquella sonrisa inocente de cuando nos conocimos, recuerda el brillo de mis ojos enmarcado por las pecas que el sol hacía resaltar aquellos días, imagina mi caminar cuando me observabas alejarme de ti, caminando sobre el pasto, perderme a la distancia, sonríe con mi recuerdo y cierra los ojos para evocar el olor de mi piel, el sabor de mis besos, lo cálido de mi aliento  sobre tu pecho.

Así será, sólo un recuerdo, solo aquella historia que el destino nos prestó para sabernos vivos, solo aquella aventura que con la que desafiamos al mundo y la realidad… Y la vida sigue, y seguirá como siempre, con los que están, con los que se quedan, con los que nos encontraremos más adelante en el camino, con los que serán recuerdo y nostalgia, con los que serán ilusión y esperanza.

Piénsame, no olvides aquel primer beso robado a la realidad, aquel primer trago compartido en nombre de la celebración casual, aquella caricia donde tus manos recorrieron por primera vez mi espalda. No olvides el color de mis ojos y ni el delineado de mis labios, la sensación de mis manos recorrerte, la humedad de mi lengua sobre tu piel, el tono sutil de mi voz en tu oído mientras hacíamos el amor. No me olvides.

Haz el recuento de aquellas charlas sin prisa compartiendo el día a día, rememora mi voz acelerada y ansiosa por decirte un sinfín de aventuras, guarda en tu memoria mi sonrisa mientras platicábamos. Recuerda mis hermosas piernas que atrapaban tus miradas y despertaban tu imaginación, mis hombros y mi cuello que desde lo simple te invitaban a la seducción.

Piénsame, piensa en aquella primera vez que hicimos el amor, aquella noche en la que tus brazos me cobijaron mientras tus pensamientos me desnudaban, aquella noche en el que el roce de nuestros cuerpos encendía el más ardiente deseo por pertenecernos, aquellas sensaciones de mis labios recorriéndote, de mis labios devorándote. No olvides la paz que se respiraba sobre aquella cama exhaustos después de consumirnos el placer.

Guárdame en la memoria del corazón, esa que es selectiva y exclusiva, ahí donde nadie jamás pueda vulnerar mi recuerdo, ahí donde ni el tiempo ni tus nuevas historias puedan borrarme. Guárdame en ese lugar en el que con sólo cerrar los ojos puedas verme, en ese lugar de donde pueda salir cuando una canción me llame, ahí donde alguna noche de soledad puedas encontrarme para acompañarte a la distancia, para decirme que aún me quieres…

Piensa en mí, en que quizá no era nuestro tiempo, no era nuestra historia, pero ten la certeza de que sí fue nuestro amor, que en cada beso y cada caricia saboreabas un pedacito de mi alma; que en el placer compartido en el sexo, hacíamos el amor, lo hacíamos con los ingredientes ideales para disfrutar no únicamente de las sensaciones físicas que de sobra se desbordaban en nuestros cuerpos, sino en la plenitud de una entrega total, de un placer genuino.

Piénsame, no me olvides. Mujeres mejor que yo, algunas; peores que yo, muchas; pero una mujer como yo, jamás encontrarás en tu vida. Una mujer que bese con la mirada, que haga el amor con la escritura, que sonría con el tono de voz, jamás…

No me olvides…

Disfruta el juego

disfruta el juego

En un relato anterior había escrito que podía enamorarte pero no lo hacía porque no sabrías qué hacer con los demonios del amor que viven en una mujer como yo, hoy, rectifico: podría enamorarte pero los hombres como tú no se enamoran, únicamente juegan. También en otro relato te invité a hablarnos con la verdad, a ser franco para decirme si esto era un juego para asignarte turno, o si era en serio para dejar en espera a aquellos que tenían un turno previo al tuyo.

Disfruta el juego, baja la apuesta. Amar es algo pretencioso que no cualquiera se atreve a vivir, amar es construir historias cimentadas en verdades, amar es un riesgo con una apuesta a ganar, un riesgo que da vida. Aquí no hay amor, hay deseo y pasión, hay amistad y confianza, pero no amor. El deseo te permite imaginarme como una mujer atractiva capaz de cumplir tus fantasías para como parte de una aventura ocasional, cuando la vida y el destino nos dejen. El amor nos permite escribir historias en presencia y a la distancia, ser una historia real, no una aventura de fantasía…

Juega, juega mientras el destino te dé una partida de cartas que puedas usar, mientras el destino se deje retar y te permita salirte del guión y hacer una subasta de “tequieros”, juega a ganar hombría, a ganar nuevas experiencias para compartir entre amigos, juega a saciar tu ego masculino dándome placer una y otra vez. Juega, disfruta el juego que hoy te permite marcar las condiciones de esta apuesta, juégate tu resto con la certeza de que ganarás, de que duplicarás tu apuesta de ego.

Juega, pero no creas que soy yo el juguete, soy parte del juego. Otros, antes de ti, han propuesto el mismo juego, y aunque en su momento fue muy doloroso, hoy sé cómo se juega. He aprendido a bajar mi apuesta, he aprendido que por más segura que esté de mis encantos, estos no son siempre garantía de conquista, que por más que mi ego me haga sentir una mujer atractiva y seductora, a veces no alcanza para el amor, sino únicamente para saciar el deseo.

Juguemos, saborea mis besos, siente cómo mis labios te devoran y mi lengua te acaricia hasta colmarte de placer; siente mis manos acariciar tu cabello mientras mi boca te habla al odio; disfruta mi respiración agitada mientras besas mi cuello, muerdes mis hombros y acaricias mi pecho; recorre con tus manos mi cadera y mis piernas, llénate de mí y siente mi cuerpo arder en deseo. Juega a trazar aventuras de fantasía sobre mi vientre, a beber de mí el sabor del deseo, a recorre una y otra vez mi cuerpo desnudo apropiándote de él.

Hagamos el amor tantas veces como las casualidades nos lo permitan, aprovechemos los minutos como si fueran horas, las horas como si fueran noches y las noches como si fuera una vida. Déjame hacerte disfrutar de una y mil maneras, déjame sentirte, saborearte, recorrerte, reconocerte, inventarte y dejar el olor de mi piel en tu cuerpo. Hagamos realidad aquellas fantasías que han quedado en el tintero, besémonos con esos besos eternos en los que tragamos las palabras que sobran en esta historia. Acariciémonos con las ansias de pertenecernos, de sentir cómo tiemblan nuestros cuerpos y cómo se enciende el deseo.

No me hables de amor, no me digas siquiera que me quieres, mucho menos si me extrañas. No me supongas ingenua ni sumisa, mucho menos una mujer fácil y ordinaria. Conozco a hombres como tú, esos que viven de conquista en conquista. Mejor, juega y disfruta.

Acepto el juego (con tristeza), acepta el juego. Quizá no haya mañana. Juega, diviértete, disfruta… porque quizá otro día que me leas, ya no te reconozcas en mis relatos, quizá otro día que me leas sepas  que ya no es a ti a quien le escribo…

 

Aquella manera de amar

aquella forma de amar

No sabes cuánto te extraño, cuántas veces cierro los ojos sólo para verte en mi memoria, con la misma pregunta de siempre ¿aún piensas en mí? ¿Aún sigue vigente La Promesa?  A veces en medio de mi mundo, ese que a veces invento y otras sí existe, te pienso como el recuerdo que me llena, que me abraza el alma, que me da esperanza, que me recuerda la fuerza y poderío que sólo contigo he sentido, que revive aunque sea efímeramente a aquella Azul segura de sí, encantadora, no para el mundo, sino para ella…

Cierro los ojos buscando el tono de tu voz, pidiéndole a mi piel recuerde el roce de tus manos sobre mi espalda, suplicando a los recuerdos evoquen el sabor de tus besos, rogando al mundo se detenga y me deje contemplar por unos minutos aquella imagen que tan nítidamente recrea mi mente, esa imagen de NOSOTROS, de un nosotros que me hacía tan tuya y al mismo tiempo tan dueña de mi vida…

Entonces no había subasta de “tequieros”, no había remate de caricias y besos para ser… Entonces éramos lo que el mundo no veía, no éramos una historia de fantasía, éramos la más ardiente y deliciosa realidad que jamás haya vivido… Entonces, busco recurrentemente tu recuerdo, tu olor, la textura de tus manos, la fuerza de tu voz, y sobre todo, tu mirada, aquella en donde me perdía cuando encontraba mis ojos reflejados en los tuyos…

Hace unos días, por casualidades de la vida, visité aquel parque que fue tan nuestro por tantos años, aquel lugar que en el que los enormes eucaliptos fueron testigos de nuestros besos y promesas.  Ese lugar con el olor a tierra mojada, con el olor de aquellos eucaliptos que tantas veces nos cobijaron con su sombra mientras recostados en el pasto tratábamos de descifrar el mundo y arreglarlo a nuestra manera, ese lugar donde leímos a Benedetti, Ibargüengoitia, Neruda, Sabines.

Recordé las caminatas (y carreras), esas de pláticas inagotables, esas que nos permitían hacer eterno el tiempo, que nos daban pretextos para un baño tibio después del ejercicio, para hacer el amor de manera sublime. El reto de aguantar los 10 kilómetros de recorrido era motivado por la más excelsa recompensa, esa que iniciaba una vez alcanzado el reto, al llegar a tu auto, con aquel beso arrebatado que ponía a temblar nuestros cuerpos, que nos hacía transpirar quizá más que el esfuerzo de la distancia recorrida.

Subíamos al auto y el trayecto para llegar a nuestro destino parecía eterno. Al llegar, en un beso tierno, nos deshacíamos de la ropa para tomar un baño tibio que nos reconfortara del calor y cansancio de nuestro extenuante ejercicio. Con la piel húmeda, casi escurriendo, nos recostábamos sobre la cama, jugábamos con las gotas de agua sobre nuestra piel, me dejabas beberlas lentamente, en un delicioso recorrido que reconfortaba nuestros cuerpos.

Besaba tus labios, iniciando el recorrido con un “Te Amo” que provenía de mi alma, tu sonrisa me autorizaba comenzar mi camino, así que besaba tus párpados para cerrar tus ojos y te concentraras en cada una de las sensaciones que despertaba. Besaba tus mejillas, avanzaba a tus orejas, mordiendo muy suavemente, bajaba por tu cuello, rozándolo apenas con la punta de mi lengua, besándote.

Era deliciosa esa humedad que hacía que nuestros cuerpos parecieran adherirse. Así, seguía recogiendo con mis labios una a una las gotas que aún quedaban sobre tu piel. De momentos jugando con la yema de mi dedo índice para extender el agua sobre tu piel, para luego perseguirla con mis labios. ¡Qué delicia! No sé cuánto tiempo pasábamos así, pero sé con certeza cuánto disfrutaba tenerte así para mí, dejándome saborearte, dejándome aprender y reaprender el sabor de tu piel, tu olor…

El tiempo se detenía entonces y nuestros sentidos se apropiaban de la escena, perdiéndome en tu mirada, saboreando tus besos, escuchando tu voz, embriagándome de tu olor, disfrutando nuestros cuerpos arder en placer… Hacíamos el amor como la más deliciosa recompensa para aquellas tardes, hacíamos el amor como sólo el amor dicta: sin prisa, con pausa, con deseo, con ternura, con pasión, con hambre insaciable de más…

Te extraño, pero extraño más a aquella Azul, aquella manera de amar donde verdaderamente me entregaba al amor…