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¿Qué pasaría si…


Las casualidades nos han puesto frente a frente en una gran cantidad de ocasiones retando la cordura de hacer de aquel saludo cordial un beso apasionado que nos lleve a la locura. La prudencia de esos encuentros públicos me llevan a desatar la fantasía desde el pensamiento esforzándome porque leas en mis miradas y sonrisas aquello que pasa por mi mente, pero pareciera que tu cordura puede más que mi fantasía.
Las trivialidades nos ocupan y casi podemos hablar de cualquier tema, reconozco tu inteligencia, acepto que parte de lo que me resulta atractivo de ti es esa sensatez y, diría, hasta sabiduría con la que te expresas y conduces en lo público. Te escucho atenta y mi mente fantasea con el movimiento de tus labios, mi mirada evidencia que mi atención no está puesta precisamente en tu discurso.
Y, en medio de mi locura disfrazada de prudencia, me pregunto: ¿Qué  pasaría si… al final de tu elogiada intervención convierto aquel abrazo de felicitación en una sutil invitación a fantasear conmigo…?
¿Qué pasaría si en ese espacio tan tuyo, lleno de elogios y miradas complacientes a tus encantos beso tus labios, con sutileza, con un ingenuo roce accidental que perdió la dimensión de tu rostro saboreando la comisura de tu boca…?
¿Qué pasaría si en ese abrazo de reconocimiento profesional te recito al oído lo que pasa por mi mente, que es indudable mi reconocimiento, pero que en ese abrazo sobra la ropa, que la temperatura de mi piel busca sentir la tibieza de tu pecho…?
¿Qué pasaría si al final de aquel acto público te invitara con pretexto de la formalidad de un café para celebrar tu éxito y ahí te dijera todo lo que pasa por mi mente cuando la casualidad nos convoca…? Quizá rechazarías el café, supongo, pero te convencería de un tequila, brindaríamos en nombre de los pretextos y procuraría estar lo más cerca de ti, haciendo que mis muslos rozaran con los tuyos, jugaría con las yemas de mis dedos haciendo suaves trazos sobre el dorso de tus manos, haría que mis manos reconfortaran con ternura el estrés de tus hombros, de tu nuca. Clavaría mi mirada en tus labios como la más directa súplica de un beso.
Retaría tu cordura con un beso, con el recorrido de mis manos por tu espalda, con la proximidad del acelerado latir de mi corazón contra tu pecho…
¿Qué pasaría si por un día o por unas horas no fueras tan arrogante e inalcanzable y escucharas lo que mis miradas te gritan…? Difícil, hombres como tú son incapaces de vulnerar su seguridad y perfección al suponer que tienen el control de todo, sabes que con tus  encantos los riesgos son innecesarios. Haces bien, una mujer como yo sería un peligro en un mundo como el tuyo, ignórame, evádeme, al final me resulta muy excitante fantasear cuando la casualidad nos convoca y finjo que me importa lo que haces.
Pero, bueno… ¿Qué pasaría si lees este texto e intuyes que es para ti y me sorprendes la próxima ocasión que nos veamos…?

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Cocinando el amor

Aquella tarde las circunstancias nos convocaban en torno a la mesa, habría que deleitar a los comensales, aunque el lugar era conocido, estábamos ajenos a nuestros mundos. Aquellos que sabían quiénes éramos, esa tarde nos observaban desinteresados a lo que nuestras miradas se decían, a lo que los roces accidentales despertaban, estaban ocupados en saborear lo que habíamos preparado.
Era excitante el juego de ignorarnos, de besarnos y acariciarnos solo con las miradas, dejando que los otros creyeran real la cordura que aparentábamos disfrazándo nuestra locura.
En mi mente aquel lugar (la cocina) era un escenario perfecto para la imprudencia, para que, luego de lavarme las manos con las manos frías y húmedas, acariciara tu cara pausadamente, enfatizando en la textura de tus labios, como delineando su contorno con la yema de mis dedos. Luego, al estar apoyada sobre la mesa, me abrazaras por la espalda, llevando mi cuerpo hacia ti, besando mi cuello, recorriéndolo apenas con la punta de la lengua mientras tus manos buscaban debajo de mi blusa el calor de mi piel.
Aquellos observadores estaban ciegos a lo que pasaba por nuestra imaginación, sus bocas pronunciaban palabras sordas para nuestros oídos absortos de aquello que estábamos viviendo desde la fantasía.
Por momentos era indispensable convivir con ellos, con aquellos conocidos, pero ahora ajenos a nuestra historia. Lo hacíamos con simpleza, con indiferencia solo para sabernos parte de esa falsa cordura. Éramos cómplices de las sonrisas que nos ubicaban en nuestra propia escena, esa sonrisa que nos regresaba a la sensación de tus manos en mi piel, de tu aliento en mi cuello, de la cercanía de nuestros cuerpos, de la necesidad de ser uno en el placer consumado.
Cerramos los ojos para no ver al mundo y nos robamos un beso en el que saboreamos el deseo, la travesura y, sobre todo, la impaciencia por huir a un lugar privado, íntimo, en donde dar rienda suelta a la pasión, a la locura. Ese beso clandestino de apenas unos segundos nos supo a eternidad.
De manera intermitente íbamos de la realidad a la fantasía, de ese espacio físico compartido con aquellos -en ese momento- extraños al lugar que compartíamos en la imaginación, a las caricias que con las miradas nos hacían estremecer; de aquella mesa con una conversación trivial a la cama donde ya no serían necesarias las palabras.
Cada roce inocente aumentaba el deseo, cada frase decía entre líneas la más sutil propuesta de huir. Los otros, ignorándonos o más bien, jugando a ignorarnos, nos observaban con una distancia mental para no ver lo que nuestra fantasía dictaba en nuestra imaginación.
Finalmente, los conocidos desaparecieron y no era necesario jugar a la cordura. Me senté sobre la barra de la cocina, te acercaste a mí para continuar con aquel beso apresurado, ahora sin prisa, se prolongaba mientras apretabas mis muslos, te dehacías de mi playera, desabrochabas mi pantalón; ya no había tiempo de otro lugar, la locura contenida durante las horas previas se apoderaba de nosotros.
Pusamos el beso, llevé tu cabeza hacia mi pecho, abrazaba tu espalda acecandóte lo más posible contra mí. Escuchábamos que caían platos, cucharas, dejábamos que ese espacio fuera nuestro. Me tomaste entre tus brazos y humíos a la sala para terminar la escena que habíamos fantaseado toda la tarde, para saborear el amor que habíamos cocinado desde la fantasía varias horas antes…

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El amor se negocia; el placer, no.

Un día la soledad nos convoca a rumiar recuerdos y evocar viejos tiempos, y entre copas llevamos a la mesa aquellos tiempos donde el «amor» lo era todo, sí, todo era amor: un ramo de rosas rojas, una declaración escrita en una servilleta, una llamada telefónica. ¡Qué tiempos aquellos!
No somos los de antes, los años han escrito sobre nuestros cuerpos otras historias, hemos vibrado en otros brazos y llorado por otras despedidas. Atrás, muy atrás quedaron aquellas promesas de amor eterno auspiciado por la letra de una canción que nos dedicábamos al despedirnos luego de una larga conversación al teléfono.
Del pasado sobre la mesa, fuimos al presente sobre la cama, silenciando a la nostalgia, escuchando al deseo. Tus manos recorrían mi cuerpo con sutileza, con la ternura de aquel viejo amor, con la experiencia de los otros amores, con la esperanza de encontrar algo más que recuerdos en aquella cita.
La piel hervía, la ropa estorbaba, la cama nos arropaba cómplice de la locura. Nuestros labios hablaban el mismo idioma, nuestros besos pedían ansiosos que el tiempo se detuviera en el instante en el que el placer nos robara el último aliento.
Nuestros cuerpos no eran los de antes y la expectativa de hacer el amor ya no era la de entonces; ahora el amor nos haría a nosotros, el amor aprendido y desaprendido, las lágrimas y risas que otras historias nos dieron, esa noche nos harían mejores amantes, aquello conocido y comprobado en otras camas nos haría maestros en el placer, porque en la veteranía se le apuesta todo al placer.
Aquella noche no negociaríamos la historia de amor a la que la soledad nos convocó, no jugaríamos al amor ingenuo que se inventa entre caricias tímidas, sino que buscamos en aquella cama la locura y el placer que malbaratamos en la juventud en nombre del amor.
Entonces, si el placer conquistaba nuestros sentidos, solo entonces, habría otra cita.
Besabas mi cuello saboreándolo, acariciabas mis piernas estrujándolas contra ti, la ansiedad se apoderaba de nuestros cuerpos deseando ser uno a través de las sensaciones compartidas, deseando silenciar los prejuicios y aquel pasado lejano, los de ahora, solo los de ahora sin expectativas ni temores, sin mañana y sin ayer, solo un par de locos retando destino.
La noche avanzaba, tocábamos el cielo, jugábamos con las estrellas, sonreíamos a la nada, me cobijaste entre tus brazos, dibujabas con tus dedos sobre mi espalda… no había mucho qué decir, no era necesario, hablar del amor, del «nosotros» rompería con la magia de esa noche de placer.
Quizá en la próxima cita, quizá después haya tiempo para el amor o quizá no; quizá no haya historia solo momentos robados al mundo para perdernos en una habitación; quizá leerme te haga dudar de quién fui, de quién soy… pero no importa, espero la ocasión para una próxima cita jugando a que sea la última, a qué sea irrepetible…

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Un beso y mi resto

Desde mi fantasía en ese abrazo tus manos traspasaban la ropa y hacían contacto con mi piel, sentía el calor que irradiaban expandirse sobre mi espalda, haciéndome olvidar la tensión acumulada de mi caótica semana. Ahí quería quedarme, sintiéndote muy cerca, sintiendo tu respiración cerca de mi oreja, sintiendo que podía dejar caer el peso de mi mundo entre tus brazos. 

La cordura me hacía separarme un poco de ti, buscando en tus ojos alguna respuesta, algún signo de aprobación, una mirada cómplice que me hicieras creer que estabas sintiendo lo mismo, que también mis manos acariciaban tu piel desde la imaginación. 

Tus ojos no hablaban o, si lo hacían, era un lenguaje incomprensible para mí. Mordía mis labios queriendo imaginar el sabor de los tuyos. Observaba el movimiento de tus labios sin prestar atención a lo que enunciabas, solo quería escuchar mi nombre de tus labios: Azul, solo esa palabra valía la pena de ser escuchada en ese momento, mi nombre en tus labios sí me harían perder la cordura y cometer el desatino de besarte ignorando el lugar y a los presentes. 

La conversación trivial que nos convoca continuaba y cometiste el atrevimiento de acomodar mi despeinado cabello detrás de mi oreja, qué sensación tan excitante el efímero roce de las yemas de tus dedos. Detuve tu mano en su recorrido, fije mi mirada en tu boca con la más explícita insinuación de pedirte un beso, pero nuevamente tu cautela y mis impulsos eran la peor combinación, pero ya era demasiado tarde como para detenerme y evidenciar un nuevo fracaso en mis intentos de seducirte. Rocé con mis labios los tuyos, parecía no disgustarte, me tomaste por espalda llevándome contra ti y ese beso daba respuesta a todas las preguntas de mis noches de insomnio. 

Ahora sí parecía que nuestros labios hablaban el mismo idioma, sin ni siquiera pronunciar una palabra. 

Fueron segundos de fantasía donde la sensación que iniciaba en mis labios, recorría cada parte de mi ser, si era un sueño no quería despertar, si estaba sucediendo no quería que te separaras de mí. Abrimos los ojos y nos encontrábamos frente a frente, con un mundo indiferente a nuestra escena, sin espectadores que aplaudieran o repudiaran aquel beso. 

Sonreímos, cómplices veteranos, pero con la euforia de dos adolescentes. 

No podíamos dejar ese beso ahí, en una especie de limbo que me proclamaba vencedora de en aquel intento de seducción. No quería que únicamente fuera una locura de la cual había hecho cómplice, no quería volver a la zozobra de tu ecuanimidad y sensatez: te propuse algo, una cita sería pretencioso llamarlo, pero algo que no necesitara palabras, solo el lenguaje de los besos y las caricias.

La apuesta ya había sido muy alta como para no jugarse el resto, solo con la esperanza de creer que aquel beso había sido correspondido. Aceptaste y cuento las horas para demostrarte que soy más de lo que ves, que ese beso no te dijo todo lo que mis labios podrían comunicarte, que soy mucho más de lo que te imaginas, que quizá soy aquello que te resistías a vivir… 

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Palabras al viento

No basta con que la vida nos llene de pretextos y circunstancias casuales, no basta con los suspiros en la fantasía durante mis noches de insomnio, no es suficiente hablarle al viento suponiendo que mis palabras llegaran hasta tus oídos, ni me basta con la tortura de preguntarme si me piensas como yo te pienso. 

La vida solo cobra sentido a través del amor, la vida se sabe vivida cuando la intensidad de las miradas besan con pasión y el sinsentido de las palabras busca ser callado a besos. La vida necesita amor para que el tedio de los días no se proclame vencedor en una cama fría y vacía cuando llega la noche. La vida necesita de amantes que hagan historia a pesar de sus cicatrices y fantasmas, con todo y sus anhelos y sus sueños. 

La realidad hostil y aberrante no puede vencer, no puede reírse de los pretextos y casualidades que nos convocan y al mismo tiempo nos vuelven ciegos y mudos. La vida necesita historias de amor, de amantes y pasión, de valientes, de amores dispuestos a jugarse, quizá, sus últimas esperanzas por un beso que haga vibrar el alma, por una caricia capaz de convertir una noche en magia. 

El amor silencia los fantasmas, acaricia las cicatrices, fortalece los sueños, pero requiere valor, mucha valentía para no quedarse solo en la fantasía, en relatos escritos sin destinatario o declaraciones hechas entre líneas en conversaciones triviales que nos acerquen un poco. 

A veces la realidad me arrastra y me ahoga en un mar de lágrimas, otras veces la fantasía me salva y transforma el llanto en sonrisas pícaras, pero al final estoy cierta que, en medio de la absorbente realidad y la esquizofrénica fantasía, hay una constante: quisiera encontrarte, entregarme en tus brazos y en un beso perder la cordura y retar al destino. 

Valor, valentía, arrojo, no sé qué necesite para convertir las palabras al viento, en una confesión: «me gustas, mi mirada te besa cuando hablamos, mis ojos se pierden en los tuyos intentando encontrar una respuesta a las preguntas que no te he formulado, busco un roce casual de nuestras manos con el deseo de hacer vibrar tu piel.»

Pero no, entre el anonimato de mis confesiones pasa el tiempo con un juego inquietante en mi cabeza, preguntándome si me lees y te sabes el protagonista de mis palabras… Así, pasan los días y las semanas y nada más efímero que el tiempo y más, cuando la veteranía y el tedio parecen acelerar su paso. Quizá un día, con menos miedos, con menos qué perder el destino me dé una buena partida y las cartas valgan la pena para lanzar mi última apuesta. 

Mientras, entre la fantasía y la realidad te mantendré cerca, procurando que sientas cómo te beso con la mirada, cómo coquetean mis palabras… y, si en algún momento quieres confirmar si eres el destinatario de mis palabras al viento, solo bésame y lo sabrás… 

A la distancia

Nada más certero que la muerte y nada más incierto que la vida. Han sido semanas de hastío, donde la realidad es desoladora y apremiante. Números que llevan implícitas miles de historias, números que erizan la piel y aumentan la ansiedad.  Así han sido estos días, por eso hoy es necesario asirse de la fantasía, al menos como una tablita de esperanza en medio del océano de cifras y caos en el que nos encontramos.  

Entonces, rumiando recuerdos me decidí a llamarte, sé que te sorprendió mi voz al teléfono, porque aunque constantemente estamos en comunicación, muy rara vez es mediante llamadas telefónicas… Estoy segura que al escuchar mi voz identificaste mi  perversa intención de inquietarte, que tu imaginación me llevará hasta ti de manera instantánea. 

Luego de saludarte, mientras mordía mis labios imaginando que esas palabras de un saludo convencional se convertían en un beso apasionado que encendiera el deseo de pertenecernos, te dije cuánto te extrañaba, cuánto deseaba sentir tus manos recorriendo mi piel, cuánto deseaba la sensación de tus labios devorando mi cuerpo. 

Te sorprendiste, lo sé, porque aunque seguro compartimos el deseo por estar juntos y nos extrañamos con la misma intensidad, no esperabas mi llamada… Anochecía, había sido una tarde nublada y parecía que más tarde caería una fuerte lluvia. Me recosté sobre mi cama y seguimos hablando de las trivialidades del día y de aquello que pretendía huir al hablar contigo. Así que  cambiamos de tema, quizá compartiéndote que sentía mucho calor, que quizá era momento de ponerme la pijama.

Dejé el teléfono sobre el escritorio de mi recámara, lo puse en altavoz y fui a cerrar la puerta con seguro. Cerré las cortinas, apagué la luz y encendí la lámpara del buró. Me platicabas algo sobre tu día laboral, lo difícil que es dimensionar el tiempo en esta época. Me quité la liga que sujetaba mi chongo desalineado de siempre, mi cabello se sentía un poco húmedo. Imaginaba tus manos acariciando mi cabeza jugando con mi cabello dando un masaje que apagara  todos los pensamientos que aún hacían eco de las historias de mi día. 

Me preguntaste cómo vestía, en realidad el atuendo de estos tiempos es casi todos los días el mismo: tenis, jeans y playera, regularmente debajo de mi playera la camiseta que más tarde se convierte en mi pijama. Me descalcé y deambulé por unos minutos por mi cuarto, cerrando la computadora, preparando la ropa del día siguiente, ordenando este espacio que se ha convertido en centro de trabajo, tratando de recuperarlo como mi habitación. Me encanta andar descalza y con calor más. 

Seguimos conversando, recodábamos aquella última vez que estuvimos juntos, se nos antojaba un trago, quizá una cerveza bien fría ¡qué rico! Me quité la playera, desabroché el sostén y sin quitarme la camiseta me deshice de él.  ¡Qué sensación más liberadora es este momento del día! A la par de los recuerdos de aquella última noche juntos, te describía la textura de mi camiseta, licra lisa, sin estampados, con tirantes muy delgados, corta, apenas a la cintura, justa, adherida a mi cuerpo y a través de ella se sentía la temperatura de mi piel. 

Podía imaginar tu boca mordisqueando mis hombros, mientras tus manos jugaban en mi espalda debajo de mi camiseta. 

Desabroché mi pantalón, lo dejé caer en el piso a la par que hacia movimientos circulares con mi cabeza tratando de liberar la tensión acumulada en mi cuello, imaginando tus manos masajeando  suavemente mi nuca, mi cuello, mi espalda. Levanté el pantalón del piso y lo dejé sobre un mueble, de ahí tomé mi short y me lo puse mientras te preguntaba si aún recuerdas mi lunar a media pierna, justo en el muslo izquierdo, reíste no sé si porque evidencié tu mala memoria o porque lo recordabas a la perfección. 

Tomé mi teléfono, le conecté los audífonos y me volví a recostar sobre mi cama. Apagué la lámpara, encendí mi difusor con aroma a vainilla, la amenaza de lluvia ya era una realidad, se escuchaba el suave arrullo de la lluvia y se alcanzaba a percibir el resplandor de los rayos con el sonido tenue de los truenos. 

Conversamos imaginándonos juntos, evocando los recuerdos y sensaciones de aquella última noche juntos. Te dije lo certero del recorrido de tus manos sobre mi piel, lo excitante de la sensación de tus labios sobre mi pecho, recordamos y revivimos el placer de la última noche juntos, cómplices de la imaginación y la fantasía disfrutamos juntos a la distancia… 

Un Ángel

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Estamos inmersos en un mundo en el que como esquizofrénicos transitamos entre personalidades que nos hacen sentir esperanzados, agobiados o estresados, más tarde ansiosos o malhumorados. La realidad, esa que reinvento en cada relato, ahora se vuelve esclavizarte y por más que busco entre las fantasías de dónde asirme, termina por vencerme y dejar mi texto inconcluso, con ideas vagas y sin sentido.

Han sido días donde la nostalgia invade, donde las ausencias pesan y los recuerdos saltan de la nada instalándose obsesivamente en mi cabeza, se convierten en decenas de porqués sin respuesta, en reclamos airados contra el destino, en injurias que entre lágrimas mi corazón dicta. Y siento cómo mi sangre hierve, cómo me recorre con coraje, con miedo, con impotencia. Y trato de ahogar las lágrimas para no dar explicaciones pero esas explicaciones se agolpan en mi mente aturdiéndome.

Mi mundo es selecto, pocos pueden estar en él, solo aquellos que entienden mi locura sin quererme hacer entrar en cordura, solo aquellos a quienes no les espanta mi pasión, solo aquellos que en una sonrisa cómplice avalan tácitamente mi actuar, o con vehemencia tratan de hacerme entrar en razón. Por eso en la nostalgia en la que esta realidad me ubica necesito un cómplice, aquel que en la trivialidad compartida significó más de lo que las mentes oscuras y siniestras podrían alcanzar a ver.

Pocos hombres como él con quien se podían analizar los problemas de la humanidad sobre una servilleta o reír a carcajadas al descifrar el albur más elaborado. Pocos hombres como él que son luz cuando la oscuridad amenaza, que son sabiduría cuando la necedad insiste, que son elocuentes cuando el sinsentido reina, que son sencillos cuando la arrogancia incrimina.

Tantas veces encontré consuelo en sus lecciones,  abrigo entre sus brazos,  respuestas en sus palabras, tantas veces que hoy que el mundo es hostil, egoísta y vacío necesito su voz, necesito aquel entonado “amiiigaaa” que ahora hace eco en mi alma y me arranca lágrimas de dolor. Necesito su voz, sus palabras, necesito que discutamos sobre la educación en nuestro país y lo hechizo de la educación a distancia; o que me diga que Mis Chivas están perdidas, pero que el maestro Galindo se estará bien; que me diga que sus vaqueros de Dallas son el mejor equipo de la NFL, aunque ambos sepamos que mis 49’s lo son.

Y lo extraño, lo necesito… Él conoció por qué soy Azul, él tuvo entre sus brazos a la Azul más vulnerable, a la mujer derrotada y perdida,  a la mujer que sin quitarse la ropa desnudo frente a él su esencia, su alma, sus errores, sus  miedos, sus anhelos. Él abrazó a aquella mujer herida de muerte, a la mujer que víctima de sus encantos y arrepentida de sus errores, aquella que trataba de reconstruirse para ser Azul, él me abrazó sin juicios.

Él fue cómplice de mis locuras y aval para mis conquistas, fue luz cuando la oscuridad invadió y hoy es un ángel al que busco recurrentemente en mis sueños para volver a escuchar su voz… Aún duele su ausencia, aún es imposible evocar recuerdos sin que se conviertan en lágrimas… Hoy, un ángel, que quizá en contra de su voluntad, surca los cielos cuidando de los suyos, de los nuestros…

A ojos cerrados

Sin duda el placer del sexo con amor es el mejor paliativo para abstraerse del mundo cotidiano, caótico y absorbente. Tener tiempo de dejarse consentir, buscarse tiempo para disfrutar el amor es siempre un aliciente que relaja el cuerpo y la mente para lidiar con el día a día. Así, justo así respondiendo a tu llamada, sin un plan preciso en mente, con un mundo de cosas por comentar, con deseo expreso de disfrutarnos.

Llegaste por mí, aún sin destino claro, comenzamos a desahogar en el auto el sinfín de historias acumuladas, pasamos por víveres que nos duraran la noche y de manera tácita los dos acordamos un plan perfecto para nuestra noche. Regresamos al auto con una botella de vino, botanas y muchas, muchas ganas de hacer eternas las horas que estaríamos juntos.

Llegamos, nos besamos en el auto, enfatizando aquel plan sobreentendido que habíamos acordado minutos antes. Entramos a la habitación, nos abrazamos por varios minutos, en silencio, a media luz, sólo abrazados, sintiendo nuestros cuerpos vibrar, comunicándose todo aquello que pasaba por nuestros pensamientos, jugaste un poco con mi cabello para dejar al descubierto mi cuello y besarlo sutilmente.

Abriste la botella de vino, serviste para los dos, bebimos un trago para brindar por la ocasión y dejamos las copas sobre la mesa. Nos quitamos los zapatos y nos sentamos en el sillón. Con un beso iniciamos la conversación de nuestros instintos, ese beso decía sin palabras lo delicioso que era estar ahí, con una larga noche por delante, con nuestra experiencia y mundo dispuestos una vez más para la ocasión.

Me recosté sobre tus piernas, comenzaste a acariciar mi cabeza, a jugar con mi cabello, cerré los ojos concentrándome en esa delicada sensación que equilibraba el deseo y la pasión, con la paz y la serenidad de una caricia que nos conectaba. Comenzaste a hablarme de tu mundo, del trabajo, de la vida, esa charla que no importa si es por teléfono, en el auto o desnudos sobre la cama después del amor, pero es esa charla que nos conecta siempre.

Te escuchaba atenta, continuaba con los ojos cerrados, te respondía y conversábamos. Tomaste tu copa de vino y bebiste otro trago, humedeciste la yema de tu dedo índice con un poco de vino y recorriste mis labios, una sonrisa espontanea te agradeció esa deliciosa sensación. Jugué con mi lengua y el vino en mis labios y en el juego dejaste caer un par de gotas más en la comisura de mi boca, besé tu dedo, mi lengua sedienta recorría tu mano en busca de más vino, en busca de un beso…

No quería abrir los ojos, en verdad era una sensación deliciosa, ahí, recostada sobre tus piernas, concentrada en tu monólogo, en tus manos: tu voz desahogando un sinfín de temas pendientes, una de tus manos jugando con mi cabello y otra, muy inquieta, dibujando sobre mi ropa aquellos trazos que conectaban todas las sensaciones de deseo que recorrían mi cuerpo.

Dejabas que mi lengua humedeciera las yemas de tus dedos, dejabas que, desde mis pensamientos, esos que sabes leer por demás, comenzara a seducirte, a proponerte el recorrido de tus manos, a sugerirte que la ropa fuera menos y las caricias más… así, aún estuvimos varios minutos sobre el sillón, yo a ojos cerrados, disfrutando esa conexión de nuestros pensamientos, de nuestros deseos, haciendo que la sensación paz y deseo que habitaban a en mí, pelearan a duelo para hacer prevalecer a quien venciera.

Quería seguir ahí, recostada, sintiendo tus dedos entre mi cabello, a ojos cerrados, deteniendo el tiempo, haciendo el amor en la conversación, en la compañía, en el sabor a vino de las yemas de tus dedos, en el silencio que de momentos decía todo, en aquellos besos inocentes con los que pausabas tu conversación.

El deseo y la pasión vencieron en el duelo, dejando la paz momentáneamente fuera de combate, nos besamos y en ese beso poco a poco la ropa quedó tirada dejando huella de nuestro camino hacia la cama. Hicimos el amor en el sexo tantas veces como nos duró la noche, acariciamos el cielo en las sensaciones más plenas, contamos estrellas con una sonrisa dibujada en nuestro rostro, una sonrisa de esas que dicen más que mil palabras…

Luego, la paz regresó y a ojos cerrados soñamos juntos, dormimos abrazados desnudos bajo las sábanas, soñando que el mundo que esa noche construimos, era real… pero no, otro mundo nos aguardaba afuera… y era tiempo de volver a él…

Te quiero…

Nuestro tiempo…

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Nos hacía falta un tiempo para nosotros, un tiempo para reinventar el amor tomados de la mano, un tiempo para detener el mundo y vivir nuestra historia. Necesitábamos dejar en pausa a los otros para disfrutarnos. Era una tarde nublada, oscura y con amenaza de lluvia. Pasé por ti y tenía tanto qué platicarte que decidimos hacer una escala en un parque cercano a tu trabajo para conversar mientras disfrutábamos un helado. Sí, justo así, como novios juveniles ignorando nuestra veteranía.

Platicamos más de una hora, bueno, desahogué en un monólogo todo lo que daba vueltas en mi cabeza, te platiqué una y otra vez ese recurrente tema que vulnera mi paz y me ancla a un pasado absurdo, a un pasado estigmatizado como erróneo. Lloré, secaste mis lágrimas con tus besos, escuchaste atentamente mis sinsentidos y diste palabras que intentaban reconfortar mi corazón frágil de esos momentos.

Nos abrazamos por varios minutos, era deliciosa esa cercanía, la tibieza de nuestros cuerpos contra el viento frío y las primeras gotas de lluvia que caían sobre nosotros. Tomados de la mano, caminamos al auto para continuar con nuestro plan esa tarde. Buscamos la sede más cercana para disfrutar de nuestro amor furtivo en donde saborearíamos aquella botella de vino tinto que habíamos reservado tiempo atrás par un día como este.

Nos merecíamos una tarde así, esas copas de vino compartidas, aquellos besos interminables, la paz de disfrutarnos recostados sobre la cama, el silencio que de momentos parecía arrullarnos para dormir unos minutos. Era delicioso estar entre tus brazos mientras escuchábamos el playlist que creé para la esa tarde, un poco de nostalgia, un poco de jazz para la seducción, un poco de historias en la letra de algunas canciones.
Descansamos, disfrutamos esa tranquilidad… Luego, cuando el sueño profundo estaba a punto de vencerte, comencé a besar tus labios, a hablarte al oído y a desabotonar tu camisa. Tu discreta sonrisa me hizo dudar si estabas poniendo resistencia o accedías a mi intento de seducción, asumí lo segundo y continué.

Desabotoné tu camisa y me deshice de ella para dejar tu espalda y torso desnudo. Te recosté boca abajo y con un aceite con un aroma dulce, comencé a recorrer con las yemas de mis dedos tu espalda, era una sensación excitante la que describían los trazos de mis dedos sobre tu piel. De momentos, me acercaba para que sintieras mis labios y la tibieza de mi aliento. Te hablaba al oído mordisqueando tu oreja.
Recorrí tu espalda, tus hombros, tus brazos, tus manos con un poco de aceite que dejaba impregnado sobre tu piel un aroma estimulante, una sensación deliciosa. En algún momento, volteaste para quedar boca arriba, me acerqué a tus labios para besarte. ¡Qué beso! de esos que decían todo, todo lo que pensábamos, todo lo que sentíamos, todo lo que ansiábamos, todo lo que deseábamos.

Continúe con mi aceite, con mis manos, con mis labios… con sutileza y discreción, desabotoné tu pantalón, lo suficiente para poder bajarlo solo un poco, para continuar con mi recorrido por tu abdomen, por tu cintura, avanzando muy despacio hacia tus ingles. En instantes tu pantalón desapareció, así que continué mi recorrido por tus muslos, bajé lentamente mientras disfrutabas la sensación de mis manos aceitosas contra tu piel, masajeaba suavemente, retando tu cordura. Resistías y disfrutabas mi recorrido, estabas al borde de la locura, extasiado y ansioso de besarme, de sentirme…

Besé cada centímetro de tu piel, te recorrí con las yemas de mis dedos deslizándose seductoramente con la sensación del aceite impregnado en tu piel. Vestida, con mi atuendo completo, únicamente sin zapatos, te tuve desnudo y dispuesto para mí. Te hice disfrutar con el roce de mis manos, con la humedad de mi lengua, con el hambre de mis labios, con la dulzura de mis palabras.

Te disfruté en cada sensación y después, te cedí la estafeta para que continuaras haciendo inolvidable nuestra tarde…

Me deseas

Me deseas cuando intentando huir de nuestros pensamientos conversamos trivialidades, cuando el discreto delineado de mi boca atrapa tu mirada mientras la humedad de mi lengua recorre sutilmente mis labios. Me deseas porque imaginas que en el movimiento natural de mis labios al hablar te devora, que no son mis palabras las que te conquistan, sino los besos que estas callan.

Me deseas como se apetece aquello que se supone propio, imaginando el sabor de mis besos, el olor de mi piel… como aquello que se anhela como un trofeo merecido y ganado por circunstancias de la vida, ganado con un esfuerzo de cortesía y galantería que juegan al amor. Me deseas fantaseándome tuya en aquellas noches en las que nos despedimos de la fantasía y nos sumergimos en la realidad, en aquella despedida cálida a la distancia que se queda haciendo eco en tus pensamientos.

Y entonces me imaginas frente a ti, viéndome jugar con mi cabello un poco nerviosa, un poco queriendo que tu mirada me siga, que tu mirada perdida en mis ojos lea mis pensamientos, sugiriendo un abrazo que nos acerque tanto como sea posible, un abrazo donde se sienta el acelerado latir de los corazones para que después, comiences a besar mi cuello mientras mis manos se sujetan con fuerza a tu espalda.

Imaginas con deseo cómo la textura de mi blusa de te invita a que la toques, a que sientas que la tibieza de mi piel traspasa la ropa para que con delicadeza y prontitud la hagas desaparecer en segundos. En un recorrido visual avanzas desde mi mirada, bajando hacia mi boca, saboreando mis hombros hasta que tu lengua se acerque a recorrerme mientras tus manos ansiosas me toman por la cintura.

Me deseas porque reto tu fantasía, porque en mí encuentras a esa mujer inexplicable, porque imaginas una piel tersa cuando lo que existe es una piel cubierta de historias, miedos y cicatrices (algunas visibles y otras profundas); porque imaginas un cuerpo ardiente en pasión, cuando lo que existe es un cuerpo tibio en busca de un tierno cobijo. Me deseas porque me supones una mujer seductora y atractiva capaz de volverte loco entre besos y caricias, cuando en realidad subastaría todos esos besos y caricias a cambio de un amor de verdad.

Y mi voz te provoca. Y aquella imagen que celoso guardas de mi sonrisa te inquieta. Y la distancia te reta. Y me deseas porque esa sensación te hace suponerte capaz de conquistar la piel y el corazón de una Mujer muy Azul, capaz de seducir a aquella que en tu imaginario se dibuja como una mujer fascinante y seductora, inteligente y apasionada. Me deseas como un reto, como una aventura que luego de la conquista podría ser solo una más de tus historias.

Me deseas sin imaginar siquiera la realidad que encontrarás en el instante en el que tus labios saboreen aquel primer beso en la intimidad, sin saber los demonios que despertarán en el instante en el que cierre los ojos para entregarme al momento íntimo que hemos imaginado y sintiendo cómo tus labios devoran los míos, cómo tu lengua acaricia la mía… Me deseas sin imaginar que soy más que fuego ardiendo debajo de mi ropa, que soy más que una piel ansiosa por sentir tus manos recorrerme, más que un mundo de historias de fantasía necesitadas de un protagonista, soy más que la historia en una cama…

Me deseas sin imaginar los demonios del amor que viven dentro de una mujer como yo, sin dimensionar siquiera el cielo que promete la intimidad con una mujer Muy Azul, sin saber la dulzura que puedo entregarte en un beso, al final, exhausta, después de hacer el amor…