Un año más…

Se acaba un año más y con él se van un sinnúmero de experiencias, un sinfín de instantes que entre lágrimas y risas ya son historia. Muchos aprendizajes quedan y,  sin duda, el más importante ha sido fluir con la vida, fluir sin cuestionar, sin poner resistencia… y no es conformismo, simplemente ha sido la realidad.

Este año ha sido uno de los más rudos, de los que a fuerza de experiencias y decisiones (voluntarias e involuntarias) me ubicaron en un lugar que hoy me hace plena y dueña de mi vida. Ha sido un año de pérdidas irreparables, esas que aún su ausencia sabe a dolor, que aún es imposible mencionar sin que las lágrimas emerjan desde el alma. Ha sido un año en donde más de una vez he comprobado aquello en lo que creo fielmente: “solo el amor nos hace trascender”.

Este año ha sido crudo, y el sismo de hace unos meses ha representado de manera muy simbólica la sacudida que mi vida dio en este lapso. Mi gente en riesgo y mi corazón extrañándolos; mi vida del otro lado de la ciudad y valorando estar fuera del riesgo; mi responsabilidad en nuevas vidas, más frágiles y vulnerables que las de antes y sacando fuerza de flaqueza para dar fortaleza en días que ni yo la encontraba.

Así, con amores platónicos que alimentan el corazón con recuerdos, poesía, música y besos a la distancia; con un buen amante que hacía de noches completas momentos lúdicos  que aún me hacen sonreír; con buenos amigos con oídos atentos a las lágrimas de noches en las que la soledad parecía aplastante; con un espejo que por ahora me hace sentir más bella y más plena con mi vida.

Por varios años quise escribir una historia diferente en el lugar equivocado, quise creer que podía modificar una realidad árida y siniestra, puse en esa historia más de lo que cualquiera imaginaría… hoy a la distancia, me siento curada de esa soberbia y acepto, no una derrota, sino una humilde victoria sobre los corazones que eran fértiles para sembrar y cosechar amor. Alguien sabiamente me dijo: “a veces la vida nos obliga a salir de los lugares que amamos porque algo mejor nos espera”, así es, la ceguera momentánea no me permitía entenderlo, pero así es…

La vida fluye, sin preguntarnos ni aceptar preguntas, quitándonos personas que amamos y con quienes se va un poco de nuestro ser; poniéndonos nuevas personas necesitadas de amor, de un abrazo sincero que les dé fuerza. La vida fluye, nosotros con ella, aceptando que cada día es un reto, que cada día es incierto y que a veces ese día puede ser el último, el último para ver la luz del sol, para decir un te amo, para secarse las lágrimas y levantarse de las ruinas e intentar continuar.

La vida fluye en medio de un dolor que nunca se cura, ese que la partida de los que amamos deja; ese que se mitiga con los recuerdos impresos en fotografías, tatuados en el corazón y resguardados en la memoria. La vida fluye con la esperanza de un futuro mejor, de un mundo donde pueda tocar vidas, almas y construir aquello que anhelo para mí y los míos… La vida fluye, con la única certeza que hasta hoy he podido comprobar: SOLO EL AMOR NOS HACE TRASCENDER…

 

Seducirte con poesía…

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Créeme, estas tardes tan frías se antojan para estar bajo las sábanas, con una cafetera en la habitación  para que el aroma del café impregne el espacio mientras compartimos lecturas y recuerdos. Así bajo las sábanas, disfrutando el sabor del café en un beso, la magia de la poesía al oído, la tibieza de las caricias en cada roce, la intención de hacer el amor y dejar que el amor haga de nosotros lo que quiera…

Hace mucho, mucho frío, la temperatura del ambiente es muy baja y mi cama pegada a la ventana está bien ubicada cuando se trata de contemplar las estrellas o la luna para enviarte mis pensamientos a través de ellas, pero no cuando hace tanto frío y los vidrios parecen filtrar el viento helado y tu ausencia se nota más.

Me encantaría que estuvieras aquí justo ahora, en el momento en el que la tarde se convierte en noche, en el instante en el que el cansancio y la melancolía empiezan a buscar las primeras estrellas en el firmamento, en el momento en el que mi cama dibuja un espacio vacío justo para ti…

Me encantaría contaras conmigo las estrellas desde mi ventana y jugáramos a adivinar sus colores, inventáramos historias mientras la noche cae y nos perdemos en ella. Así, entre sorbos de café y besos, programamos una larga noche para nosotros, en la que debajo de las sábanas en cada roce, guardamos el pronóstico de una historia de amor y deseo.

Abrázame, así de frente a ti, dejemos los libros a un lado  y hagamos poesía con el lenguaje de nuestros cuerpos, apenas rozando nuestros labios, sintiendo que el latir de nuestros corazones se sincroniza en el ritmo, sintiendo que nuestra respiración se agita y nuestra piel se tibia en cada caricia.

Abrázame, recorre con tus manos mi espalda, haz del recorrido un trazo certero que me acerque cada vez más a ti, no solo a tu cuerpo, sino a ti y tu mundo. Abraza contra ti mi cuerpo y deja que mis labios devoren tu cuello, que mi boca te hablé al oído y sean mis palabras la poesía que te seduzca esta noche.

Entrelacemos nuestras piernas, siente mis muslos entre los tuyos, siente el recorrido de mis pies acariciar tus pantorrillas… así siente cómo el deseo arde en cada centímetro de la piel. Recorre con tus labios mi cuello, mi oreja, mi mejilla hasta llegar a mis labios, acariciarlos sutilmente con tu lengua, devóralos con hambre de amor, con sed de deseo.

Recorre con tus manos mi espalda hasta llegar a mis caderas, lleva mi cintura hacia ti, mientras aquel beso que iniciamos continúe en nuestros labios, mientras nuestras lenguas llevan a la práctica la poesía de amor que antes habíamos leído. Acaríciame con fuerza, con esa fuerza que emerge del acelerado latir de tu corazón, que te dicta el acompasado ritmo que guía tus caricias.

Hagamos que en pocos minutos la ropa desaparezca, así debajo de las sábanas sin dar tiempo de que el frío vuelva, sin técnica ni prisa, dejemos que la noche no se atreva a cuestionarnos, que observe por la ventana, celosa, que al fin lo logramos, que al fin una noche de poesía no quedó en palabras compartidas a la distancia, no quedó en una promesa al viento…

Hagamos el amor como lo habíamos imaginado, con la ternura de entonces, la experiencia de ahora y el deseo de siempre…

 

Soledad y silencio

A veces es necesario hacer una pausa, dar tregua a la realidad para asimilarla, para aceptarla por más devastadora que parezca… a veces es necesario dar oídos al silencio, ese que desde la soledad habla, ese que en medio de la nada evoca recuerdos y nostalgias. Un silencio que se apodera de la mente, del tiempo y el espacio, que encuentra en una foto rostros que hablan y cuentan historias, que en una prenda que aún conserva el aroma de aquella aventura, que en un libro esconde entre sus páginas una carta, ese silencio que tiene tanto qué decir.

Ahí, en esa soledad, en ese vacío de todo y de todos, inicia la reconstrucción, inicia el recuento de las pérdidas y la asimilación de la vida, esa que continúa, esa que sigue sin preguntar si quieres o no, si te duele o no, esa que solo te empuja para entender que hay que fluir. Entonces las lágrimas emanan de la nada, de día y de noche, se convierten portavoces de recuerdos, sueños e ilusiones.

Y es que entonces no hay para dónde huir, no están esos brazos tibios que sin palabras podrían decir tanto, no están esas manos fuertes que son capaces de la más tierna caricia, no están esos labios que sin pronunciar palabra alguna saben dar consuelo y calma en los momentos de arrebato y tristeza. Y el silencio es cada vez más ruidoso, porque desde ese silencio la soledad es fría, es dura, es inclemente y sólo me enfrenta con un pasado de tropiezos y errores, con un futuro incierto que se aferra a las esperanzas más ilusas por mera necesidad de supervivencia.

Y la soledad se vuelve cómplice del silencio, sola envuelta en recuerdos y añoranzas; sola  en medio de retos que juran regresarme a la vida. ¿Dónde estás? ¿Por qué no vienes y besas mi frente para calmar mis pensamientos?¿Por qué no vienes y en un beso devoras mis miedos? ¿Por qué no recorres mi piel como entonces y volvemos a creer en el amor?

Ven, recuéstate a mi lado, déjame estar sobre tu pecho y arrullarme con el latir de tu corazón, ayúdame a callar todo lo que el silencio murmura desde mi soledad. Ven, vuelve a contar los lunares en mi espalda, las pecas de mis hombros y mis mejillas. Ven, recorre con tus labios mi piel y seca las lágrimas que a caudales se desbordan extrañando tu presencia. Ven, recorre con tus manos mi espalda, en un camino pausado y seductor que venza el silencio que grita el triunfo de tu ausencia.

Ven, no quiero más, quiero tu presencia que calle al silencio, quiero tus labios que conversen con mi piel, quiero tus manos que acaricien mi alma, quiero tus ojos reflejando mi mirada, quiero tu voz rompiendo el silencio, quiero tu presencia que me haga sentir menos sola… Quiero creer  en el amor, quiero creer que aún hay tiempo para vivir…

Del otoño

Del otoño me gusta el lenguaje de la vida, que comunica lo relativo que es el tiempo y el espacio: aquellas hojas que en primavera verdes se lucían, en otoño sin rumbo y moribundas vuelan según las mueve el viento. Los paisajes otoñales siempre han sido mis favoritos, la imagen de aquellas hojas que se desprenden de un árbol y caen lentamente; las hojas que sobre el pasto contrastan por su color café, mientras el viento las arremolina y las separa a su capricho; las tardes nubladas con amenaza de lluvia, que incitan a abrir un libro y prepararse un café…

Del otoño me gustan sus lunas, ésas de octubre que iluminan con soberano resplandor el cielo, que nos conectan a la distancia, que nos vuelven de otros en el tiempo y los recuerdos. Esas lunas que iluminan los sueños y para las que se les deja una rendija abierta en la ventana para que con su brillo, acaricie tu espalda, tus labios, tu cabello en mi nombre… Me gustan esas lunas que en heroico duelo pelean con las nubes su derecho a apropiarse del cielo, esas lunas que sin querer seducen, conquistan; que sin querer arrebatan una lágrima a la nostalgia.

Me gustan esos días nublados, frescos, en los que una brisa mañanera acaricia tenue mi rostro, impregna mi cabello y evoca el sabor de tus labios y la calidez de tus brazos. Esas mañanas en las que, como cada día, juras devorar al mundo, juras vencer lo invencible y, así sin más, la brisa me vulnera y con la más profunda añoranza me lleva a invocar tu recuerdo, ese que de sobra encuentra cómo manifestarse en un instante.

Me gusta la nostalgia que dibuja el otoño, la promesa de renovación que en la sequía se encuentra. Me gusta ver los árboles desnudos sin sus hojas y saber que en poco tiempo habrán de lucir nuevamente frondosos y arrogantes, me da esperanza. Eso, quizá es eso lo que me gusta del otoño, me promete la esperanza de la vida, me hace sentir que las pérdidas son parte de la vida, que la renovación es una exigencia de sobrevivencia y que aquellas hojas que sin rumbo anduvieron por un tiempo, encontrarán un lugar dónde renacer, dónde volver a ser algo en el ciclo de la vida.

En mis recuerdos más preciados, evoco aquellas tardes de otoño a tu lado, recostados sobre el pasto, sintiendo la invitación del frío viento a abrazarnos, a encontrar en un beso el calor que atemperara el ambiente. Recuerdo, ahí recostados diciéndonos tanto sin hablar, viendo cómo decenas de hojas caían sobre nuestros cuerpos, cómo el pasto se cubría de ellas y luego el viento a su placer las desaparecía.

Recuerdo a mi universidad cubierta por espesas capas de hojas y el delicioso sonido del caminar sobre ellas, cruzar sus grandes áreas verdes (cafés para este tiempo) y cerrar los ojos imaginando nuevas aventuras y nuevos desafíos al pasar por tan confortable alfombra. Ser cómplice del viento y patear las hojas para jugar con su destino.

Del otoño, tardes como la de hoy, de lluvia fresca y con un silencio que da pausa para la escritura. Del otoño, la añoranza de los amores eternos, de los amores prohibidos, de los amores efímeros, de los amores que dan vida.

Del otoño, la nostalgia y melancolía que acompaña a la lluvia con lágrimas que lavan recuerdos, que purifican pensamientos.

Del otoño la esperanza en la vida… ésa que explica que después de todo, la vida continúa.

Sabor Vainilla

Soy una mujer intensa, no puedo vivir de otra manera que no sea apasionándome por lo que me gusta, por lo que creo, por mi gente… y eso no es bueno del todo, menos cuando mi salud me lo reprocha, cuando mi salud me recuerda que los años pasan y los kilos se quedan, cuando mi salud enciende signos de alerta para poner una pausa, dar un respiro y por supuesto, se convierte en el pretexto ideal para dejarme consentir…

Todo inició un día de esos extenuantes, donde el cansancio era más que evidente, de esos días en los que necesitaba unos oídos atentos para conversar y unos brazos cálidos dónde acurrucarme por las horas que durara la noche… y ahí estabas tú, tú en esa habitación sólo para nosotros:

Sobre un mueble un par de velas que iluminaban sutilmente el lugar impregnado por un delicioso aroma a vainilla, un olor sutil que invadía todo el lugar y que como respuesta a ese estímulo sensorial me hizo recostarme sobre la cama, boca abajo, con los ojos cerrados, aún con el atuendo del día laboral, aún con los agotadores zapatos de tacón.

Era una escena rica, relajante, dispuesta para el placer que me desconectara del mundo por unas horas… Tratando de consentirme pusiste en tu teléfono una poesía que con la entonación de un experto decía:

“Mi táctica es mirarte aprender como sos quererte como sos mi táctica es hablarte y escucharte construir con palabras un puente indestructible”

Me parecía tan atinada la poesía de Benedetti recitada por él mismo desde tu teléfono, el olor a vainilla, la luz de las velas y el lugar en general, que hasta parecía una escena estudiada para la seducción. Todo era rico, la escena cumplía el cometido de abstraerme de mi mundo y llevarme a uno inventado, uno creado sólo para la ocasión.

Así, recostada quitaste mis zapatos, con delicadeza, con la gentileza de quien le preocupa el cansancio que mis pies sentían, con la generosidad de quien entendía la cantidad de escalones que subo y bajo cada día mi trabajo, casi con la ternura de quien entiende mis carreras y prisas.

Sentí tus manos avanzar por mis pantorrillas, sentí cómo cubriste mis piernas con un lienzo tibio, con pudor, con toda la intención de no inquietarme, de hacerme disfrutar sin la necesidad del sexo como trámite del encuentro. Mi conciencia estaba cada vez más adormecida, la poesía con voz tenue con acento extranjero que provenía de tu teléfono, el olor a vainilla y la temperatura de tus manos, me tenían en un estado de indefensión total, absolutamente relajada.

Sentí como tus manos acariciaban mis piernas sobre mi pantalón, la calidez de tus manos, combinada con la textura de mi ropa recreaban una sensación muy disfrutable. No sé en qué momento ni cómo, pero venciste la barrera de la ropa, mi pantalón ya estaba tirado a un costado de la cama, pero mis piernas aún estaban cubiertas por el lienzo tibio que habías puesto. Sentí cómo tus manos comenzaban a subir hacia mi espalda, entre la blusa y mi piel, las yemas de tus dedos hacían un recorrido suave, apenas rozándome.

La blusa desapareció, mi espalda quedó libre para que tus manos la recorrieran… quitaste el lienzo que cubría mi cintura y mis piernas, por varios segundos me observaste, como si te pareciera atractiva, como si te gustara. Sentí las gotas de aceite que caían en mi piel y cómo tus manos, fuertes, grandes, esparcían desde mi cuello hasta mi cintura la consistencia suave del aceite. El roce de las yemas de tus dedos en mi espalda, templaba mi piel, la fricción de tus manos relajaba mi espalda y hacía que mi imaginación volara…

Mi cuerpo estaba inerte, perdido en el cúmulo de sensaciones que tus manos despertaban. El olor a vainilla era cada vez más intenso y la luz de las velas cada vez más tenue, parecía que se extinguiría, justo en ese momento, cuando mi cuerpo más relajado estaba, después de no sé cuánto tiempo porque había perdido la noción de los minutos o las horas, justo cuando parecía entrar un sueño profundo, sentí un líquido frío que caía en mi espalda, sentí cómo corría sobre mi piel hacia los costados y vi que sostenías una copa de vino tinto en tu mano…

Era delicioso sentirte, escuchar poesía, respirar ese ambiente sabor vainilla… las velas se consumieron, la habitación quedó a oscuras, volteaste mi cuerpo para quedar boca arriba y tú recostado junto a mí, escuché tu voz en mi oído:

“Tu belleza es digna de los dioses, un manjar de la perfección celestial, capaz de llevar a la perdición a toda legión… Tus curvas Venus de Milo, tu piel suave que deja mi corazón tranquilo… imposible no perder la rezón en la llanura de tu cuerpo en armonía la nota perfecta de mi canción.”

Cerré los ojos, caí en ese sueño profundo del que no supe si tus caricias eran parte del sueño o de la realidad, al final, saboree en tus labios un beso dulce, un beso con el sabor la vainilla que estuvo presente en nuestra noche…