¿De aquí a dónde?

Amo los viernes de baile, la música tropical me transforma, me provoca un éxtasis que me hace olvidar todo cuando los timbales y las congas incitan movimientos casi involuntarios de todo mi cuerpo.
Esa noche, luego de una semana intensa, solo anhelaba un trago que mitigara la sed y el calor para comenzar con la jornada de salsa. Ahí, en el lugar de siempre, nuestras miradas se cruzaron de manera casual, me llamó la atención tu apariencia, vestías una camisa negra, te iba bastante bien con ese pantalón gris. A la distancia me pareciste atractivo, pulcro y alienado, una espalda fuerte y una estatura que va bastante bien con mis gustos.
Mientras la música sonaba y la pista se llenaba de parejas, yo conversaba con mis cómplices de las noches de salsa, esas terapéuticas charlas donde a veces buscamos resolver los problemas del mundo y otras, como esa noche, sugeríamos algunas mejoras para la agrupación musical: que si la vocalista, que se la segunda voz, que si era un “playlist” repetido cada semana.
La noche avanzaba, ya había bailado un par de canciones con mis amigos de siempre quienes, cómplices de mis intenciones, me acercaban al ritmo del baile hacia tu mesa. Te sonreí amigablemente pretendiendo que me siguieras con la mirada para que ubicaras mi mesa.
Luego, después de que le dieras un trago a tu bebida, te acercaste y me invitaste a bailar. Ya en la pista me preguntaste mi nombre y me dijiste el tuyo y no hubo más conversación que la de nuestras miradas. Regresé a mi lugar y a mis compañeros de mesa solo les dije: ¡huele riquísimo y baila súper bien! Suficiente para expresar la aprobación tácita para las próximas piezas musicales, o tal vez la pareja de toda la noche.
La jornada continuó y a la distancia nos seguíamos con la mirada y brindando con nuestras bebidas, regresaste nuevamente por mí para disfrutar de una salsa más y la cadencia de tu ritmo combinaba bastante bien con tu seductor tono de voz.
Me preguntaste si no quería pasarme a tu mesa, me negué, mi pacto de amigos viernes de baile me lo impedía, te sugerí pasarte a mi mesa y aceptaste, pediste un par de tragos para continuar con la charla en lo que llegaba una melodía que nos llevara a la pista.
Nos paramos de la mesa rumbo a la pista, esta vez había una aprobación tácita para que tus manos en mi cintura me acercaran un poco más hacia ti, ahora estaba permitido seducirnos con la letra de la salsa que conquistaba nuestros movimientos (Si te preguntan, Rey Ruiz):
“Deja que se imaginen, que hablen de todo…
Que nos juzguen si quieren, vivamos nosotros…
Que alboroten el aire, que inventen historias…
Si aprendimos a amarnos, ¿qué importa? ¡¿Qué importa?!”
Wow, los casi cinco minutos de la canción me superior a poco, qué delicia bailar con esa cadencia, con esa magia que transforma la pista de baile en un escenario de fantasía… La salsa es magia en nuestros cuerpos, es energía en el alma y un placer para esa noche.
Así seguimos toda la noche hasta que la orquesta se despidió y entonces, con sutileza, casi con ingenuidad me preguntaste: “¿De aquí a dónde? Mi respuesta, con una enorme sonrisa, era obvia… De aquí al próximo viernes de salsa porque eso es a lo que vengo, a bailar seis terapéuticas horas para olvidarme de todo… A hacer del placer del baile lo más cercano al placer del sexo con amor, entonces, por ahora, por aquella noche: de ahí al próximo viernes de salsa.

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En medio del caos

¿Que dónde había estado? Perdida, sí, en el sentido más literal de la expresión, atrapada en un remolino de vivencias que al menor intento de querer salir de él me arrastraba inclemente a un caos de preguntas, dudas y temores. 

Aún, sobreviviente de la pandemia, no me reconozco en una humanidad a quien el miedo le hizo prometerse falsamente cambios radicales en el sentir y el actuar, se suponía que habría un antes y un después con sobrevivientes más empáticos, más sensibles y más higiénicos (en todos los sentidos). En aquellos años, que parecen ya lejanos, nos prometimos valorar a nuestra gente y no permitir que la distancia física nos alejara, nos inventamos utopías en nombre de los que se fueron y encontramos historias de amor  entre los que quedamos.

Quizá ahí, en la pandemia y la pospandemia, comencé a perderme dentro de este torbellino, me dejé atrapar por noches de insomnio con reflexiones absurdas que parecían solo interesarme a mí, nuevamente me reconocí falible, imperfecta e ilusa y nada más doloroso que la desilusión en la veteranía.

La realidad, esa realidad de la que como Azul siempre quise huir me alcanzó y no solo me alcanzó, me atrapó y me puso frente al espejo, reflejando a una mujer vulnerable, muy vulnerable e incapaz de encontrar el orden en medio del caos en el que estaba. Ahí, frente al espejo, todas las certezas se convertían en dudas, todos los encantos en debilidades, toda la experiencia de la veteranía en ineptitud, la supuesta “sabiduría” con que conducía a otros en ingenuidad para comprender a los míos.

Esa cruel realidad me alejó de este espacio, donde con magia podría acariciar seductoramente la imaginación de mis lectores, me pedí porque no encontré mayor destreza que atormentarme con juicios inquisitivos hacia mi actuar, hacia los resultados con los que se puede medir “el éxito de una Mujer”, entonces me supe perdida, porque en cada intento de escribir para seducir, únicamente lograba un muro de lamentos con lágrimas de desesperanza y frustración.

Aún no sé qué queda de Azul, aún busco en las noches de baile algo o alguien que me la recuerde, que la devuelva. En aquel ritmo compartido de la salsa, cuando unas manos tibias y un aroma sutilmente delicioso me invitan a cerrar los ojos, sé que aún hay tiempo para la fantasía, para huir del hastío y convertirnos en presas de la letra de esa canción, al beber un par de tragos y apostarle a la locura como tratamiento paliativo que por instantes me haga sentir fuera del caos que me tiene agotada, exhausta y por momentos derrotada. 

En esas noches de baile conversando trivialidades con desconocidos que con el paso del tiempo se convierten en amigos, me siento en paz, una extraña paz que da el cansancio físico, la adrenalina de los timbales y la conga, las risas bobas al poder olvidarse por unas horas de los tortuosos estándares de perfección, civilidad y cordura que mi mundo exige. 

Y luego de esa hermosa terapia que es el baile de una noche, a luchar contra el espejo, contra ese esquizofrénico mundo dentro de mi cabeza que  no logro silenciar con lágrimas, que no logro ordenar con acciones infructuosas.

Pero aquí estoy, sacando apenas una mano, un pie de este caos, encontrando en las palabras la única salida, evitando los espejos y los buenos samaritanos que me digan qué ”debería hacer”. Soy Azul y, cómo lo escribí en el primer relato, soy una mujer acostumbrada a negociar los sueños con la realidad, a reinventar mis encantos ante las derrotas y a seducir con la fantasía y la imaginación. Por ahora, los viernes de salsa seguirán siendo mi único espacio seguro, el único espacio sin caos ni juicios desde donde seguramente habré de reinventarme…

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Cocinando el amor

Aquella tarde las circunstancias nos convocaban en torno a la mesa, habría que deleitar a los comensales, aunque el lugar era conocido, estábamos ajenos a nuestros mundos. Aquellos que sabían quiénes éramos, esa tarde nos observaban desinteresados a lo que nuestras miradas se decían, a lo que los roces accidentales despertaban, estaban ocupados en saborear lo que habíamos preparado.
Era excitante el juego de ignorarnos, de besarnos y acariciarnos solo con las miradas, dejando que los otros creyeran real la cordura que aparentábamos disfrazándo nuestra locura.
En mi mente aquel lugar (la cocina) era un escenario perfecto para la imprudencia, para que, luego de lavarme las manos con las manos frías y húmedas, acariciara tu cara pausadamente, enfatizando en la textura de tus labios, como delineando su contorno con la yema de mis dedos. Luego, al estar apoyada sobre la mesa, me abrazaras por la espalda, llevando mi cuerpo hacia ti, besando mi cuello, recorriéndolo apenas con la punta de la lengua mientras tus manos buscaban debajo de mi blusa el calor de mi piel.
Aquellos observadores estaban ciegos a lo que pasaba por nuestra imaginación, sus bocas pronunciaban palabras sordas para nuestros oídos absortos de aquello que estábamos viviendo desde la fantasía.
Por momentos era indispensable convivir con ellos, con aquellos conocidos, pero ahora ajenos a nuestra historia. Lo hacíamos con simpleza, con indiferencia solo para sabernos parte de esa falsa cordura. Éramos cómplices de las sonrisas que nos ubicaban en nuestra propia escena, esa sonrisa que nos regresaba a la sensación de tus manos en mi piel, de tu aliento en mi cuello, de la cercanía de nuestros cuerpos, de la necesidad de ser uno en el placer consumado.
Cerramos los ojos para no ver al mundo y nos robamos un beso en el que saboreamos el deseo, la travesura y, sobre todo, la impaciencia por huir a un lugar privado, íntimo, en donde dar rienda suelta a la pasión, a la locura. Ese beso clandestino de apenas unos segundos nos supo a eternidad.
De manera intermitente íbamos de la realidad a la fantasía, de ese espacio físico compartido con aquellos -en ese momento- extraños al lugar que compartíamos en la imaginación, a las caricias que con las miradas nos hacían estremecer; de aquella mesa con una conversación trivial a la cama donde ya no serían necesarias las palabras.
Cada roce inocente aumentaba el deseo, cada frase decía entre líneas la más sutil propuesta de huir. Los otros, ignorándonos o más bien, jugando a ignorarnos, nos observaban con una distancia mental para no ver lo que nuestra fantasía dictaba en nuestra imaginación.
Finalmente, los conocidos desaparecieron y no era necesario jugar a la cordura. Me senté sobre la barra de la cocina, te acercaste a mí para continuar con aquel beso apresurado, ahora sin prisa, se prolongaba mientras apretabas mis muslos, te dehacías de mi playera, desabrochabas mi pantalón; ya no había tiempo de otro lugar, la locura contenida durante las horas previas se apoderaba de nosotros.
Pusamos el beso, llevé tu cabeza hacia mi pecho, abrazaba tu espalda acecandóte lo más posible contra mí. Escuchábamos que caían platos, cucharas, dejábamos que ese espacio fuera nuestro. Me tomaste entre tus brazos y humíos a la sala para terminar la escena que habíamos fantaseado toda la tarde, para saborear el amor que habíamos cocinado desde la fantasía varias horas antes…

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El amor se negocia; el placer, no.

Un día la soledad nos convoca a rumiar recuerdos y evocar viejos tiempos, y entre copas llevamos a la mesa aquellos tiempos donde el «amor» lo era todo, sí, todo era amor: un ramo de rosas rojas, una declaración escrita en una servilleta, una llamada telefónica. ¡Qué tiempos aquellos!
No somos los de antes, los años han escrito sobre nuestros cuerpos otras historias, hemos vibrado en otros brazos y llorado por otras despedidas. Atrás, muy atrás quedaron aquellas promesas de amor eterno auspiciado por la letra de una canción que nos dedicábamos al despedirnos luego de una larga conversación al teléfono.
Del pasado sobre la mesa, fuimos al presente sobre la cama, silenciando a la nostalgia, escuchando al deseo. Tus manos recorrían mi cuerpo con sutileza, con la ternura de aquel viejo amor, con la experiencia de los otros amores, con la esperanza de encontrar algo más que recuerdos en aquella cita.
La piel hervía, la ropa estorbaba, la cama nos arropaba cómplice de la locura. Nuestros labios hablaban el mismo idioma, nuestros besos pedían ansiosos que el tiempo se detuviera en el instante en el que el placer nos robara el último aliento.
Nuestros cuerpos no eran los de antes y la expectativa de hacer el amor ya no era la de entonces; ahora el amor nos haría a nosotros, el amor aprendido y desaprendido, las lágrimas y risas que otras historias nos dieron, esa noche nos harían mejores amantes, aquello conocido y comprobado en otras camas nos haría maestros en el placer, porque en la veteranía se le apuesta todo al placer.
Aquella noche no negociaríamos la historia de amor a la que la soledad nos convocó, no jugaríamos al amor ingenuo que se inventa entre caricias tímidas, sino que buscamos en aquella cama la locura y el placer que malbaratamos en la juventud en nombre del amor.
Entonces, si el placer conquistaba nuestros sentidos, solo entonces, habría otra cita.
Besabas mi cuello saboreándolo, acariciabas mis piernas estrujándolas contra ti, la ansiedad se apoderaba de nuestros cuerpos deseando ser uno a través de las sensaciones compartidas, deseando silenciar los prejuicios y aquel pasado lejano, los de ahora, solo los de ahora sin expectativas ni temores, sin mañana y sin ayer, solo un par de locos retando destino.
La noche avanzaba, tocábamos el cielo, jugábamos con las estrellas, sonreíamos a la nada, me cobijaste entre tus brazos, dibujabas con tus dedos sobre mi espalda… no había mucho qué decir, no era necesario, hablar del amor, del «nosotros» rompería con la magia de esa noche de placer.
Quizá en la próxima cita, quizá después haya tiempo para el amor o quizá no; quizá no haya historia solo momentos robados al mundo para perdernos en una habitación; quizá leerme te haga dudar de quién fui, de quién soy… pero no importa, espero la ocasión para una próxima cita jugando a que sea la última, a qué sea irrepetible…

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Un beso y mi resto

Desde mi fantasía en ese abrazo tus manos traspasaban la ropa y hacían contacto con mi piel, sentía el calor que irradiaban expandirse sobre mi espalda, haciéndome olvidar la tensión acumulada de mi caótica semana. Ahí quería quedarme, sintiéndote muy cerca, sintiendo tu respiración cerca de mi oreja, sintiendo que podía dejar caer el peso de mi mundo entre tus brazos. 

La cordura me hacía separarme un poco de ti, buscando en tus ojos alguna respuesta, algún signo de aprobación, una mirada cómplice que me hicieras creer que estabas sintiendo lo mismo, que también mis manos acariciaban tu piel desde la imaginación. 

Tus ojos no hablaban o, si lo hacían, era un lenguaje incomprensible para mí. Mordía mis labios queriendo imaginar el sabor de los tuyos. Observaba el movimiento de tus labios sin prestar atención a lo que enunciabas, solo quería escuchar mi nombre de tus labios: Azul, solo esa palabra valía la pena de ser escuchada en ese momento, mi nombre en tus labios sí me harían perder la cordura y cometer el desatino de besarte ignorando el lugar y a los presentes. 

La conversación trivial que nos convoca continuaba y cometiste el atrevimiento de acomodar mi despeinado cabello detrás de mi oreja, qué sensación tan excitante el efímero roce de las yemas de tus dedos. Detuve tu mano en su recorrido, fije mi mirada en tu boca con la más explícita insinuación de pedirte un beso, pero nuevamente tu cautela y mis impulsos eran la peor combinación, pero ya era demasiado tarde como para detenerme y evidenciar un nuevo fracaso en mis intentos de seducirte. Rocé con mis labios los tuyos, parecía no disgustarte, me tomaste por espalda llevándome contra ti y ese beso daba respuesta a todas las preguntas de mis noches de insomnio. 

Ahora sí parecía que nuestros labios hablaban el mismo idioma, sin ni siquiera pronunciar una palabra. 

Fueron segundos de fantasía donde la sensación que iniciaba en mis labios, recorría cada parte de mi ser, si era un sueño no quería despertar, si estaba sucediendo no quería que te separaras de mí. Abrimos los ojos y nos encontrábamos frente a frente, con un mundo indiferente a nuestra escena, sin espectadores que aplaudieran o repudiaran aquel beso. 

Sonreímos, cómplices veteranos, pero con la euforia de dos adolescentes. 

No podíamos dejar ese beso ahí, en una especie de limbo que me proclamaba vencedora de en aquel intento de seducción. No quería que únicamente fuera una locura de la cual había hecho cómplice, no quería volver a la zozobra de tu ecuanimidad y sensatez: te propuse algo, una cita sería pretencioso llamarlo, pero algo que no necesitara palabras, solo el lenguaje de los besos y las caricias.

La apuesta ya había sido muy alta como para no jugarse el resto, solo con la esperanza de creer que aquel beso había sido correspondido. Aceptaste y cuento las horas para demostrarte que soy más de lo que ves, que ese beso no te dijo todo lo que mis labios podrían comunicarte, que soy mucho más de lo que te imaginas, que quizá soy aquello que te resistías a vivir… 

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Palabras al viento

No basta con que la vida nos llene de pretextos y circunstancias casuales, no basta con los suspiros en la fantasía durante mis noches de insomnio, no es suficiente hablarle al viento suponiendo que mis palabras llegaran hasta tus oídos, ni me basta con la tortura de preguntarme si me piensas como yo te pienso. 

La vida solo cobra sentido a través del amor, la vida se sabe vivida cuando la intensidad de las miradas besan con pasión y el sinsentido de las palabras busca ser callado a besos. La vida necesita amor para que el tedio de los días no se proclame vencedor en una cama fría y vacía cuando llega la noche. La vida necesita de amantes que hagan historia a pesar de sus cicatrices y fantasmas, con todo y sus anhelos y sus sueños. 

La realidad hostil y aberrante no puede vencer, no puede reírse de los pretextos y casualidades que nos convocan y al mismo tiempo nos vuelven ciegos y mudos. La vida necesita historias de amor, de amantes y pasión, de valientes, de amores dispuestos a jugarse, quizá, sus últimas esperanzas por un beso que haga vibrar el alma, por una caricia capaz de convertir una noche en magia. 

El amor silencia los fantasmas, acaricia las cicatrices, fortalece los sueños, pero requiere valor, mucha valentía para no quedarse solo en la fantasía, en relatos escritos sin destinatario o declaraciones hechas entre líneas en conversaciones triviales que nos acerquen un poco. 

A veces la realidad me arrastra y me ahoga en un mar de lágrimas, otras veces la fantasía me salva y transforma el llanto en sonrisas pícaras, pero al final estoy cierta que, en medio de la absorbente realidad y la esquizofrénica fantasía, hay una constante: quisiera encontrarte, entregarme en tus brazos y en un beso perder la cordura y retar al destino. 

Valor, valentía, arrojo, no sé qué necesite para convertir las palabras al viento, en una confesión: «me gustas, mi mirada te besa cuando hablamos, mis ojos se pierden en los tuyos intentando encontrar una respuesta a las preguntas que no te he formulado, busco un roce casual de nuestras manos con el deseo de hacer vibrar tu piel.»

Pero no, entre el anonimato de mis confesiones pasa el tiempo con un juego inquietante en mi cabeza, preguntándome si me lees y te sabes el protagonista de mis palabras… Así, pasan los días y las semanas y nada más efímero que el tiempo y más, cuando la veteranía y el tedio parecen acelerar su paso. Quizá un día, con menos miedos, con menos qué perder el destino me dé una buena partida y las cartas valgan la pena para lanzar mi última apuesta. 

Mientras, entre la fantasía y la realidad te mantendré cerca, procurando que sientas cómo te beso con la mirada, cómo coquetean mis palabras… y, si en algún momento quieres confirmar si eres el destinatario de mis palabras al viento, solo bésame y lo sabrás… 

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Un pretexto

El tiempo avanza inclemente, hay días inciertos, hay días con certezas, hay noches de insomnio y días de sueños. El caos se convierte en una constante entre el tedio laboral, el hastío de una sociedad absurda  transcurren los días en el intento de sembrar esperanzas, de hacer germinar sueños y en el afán de construir otro mundo, otros mundos. 

En medio de ese incesante remolino, que muchas veces logra arrastrarme y hacerme perder el rumbo, busco un pretexto que nos convoque, busco descifrar al destino jugando con las cartas que me otorga en cada partida. 

No es fácil, los años, la veteranía es crítica y cuestiona mi abanico de posibilidades, llenándolo de dudas y preguntas, pero la experiencia también es una aliada: ¡Qué se puede perder! Así que, en medio de mi mundo medianamente caótico, decido irrumpir en el tuyo, probablemente mucho más ordenado y cauto, con el inocente pretexto -nada malintencionado-, de fingir un desperfecto mecánico en mi auto en rumbos cercanos al lugar donde sabía que estarías. 

Ya era esa una apuesta muy alta, el destino y mis cartas dejaban al aire mi juego: llamarte, que me tomaras la llamada, que estuvieras en el lugar que yo suponía, que tuvieras tiempo de acudir a mi auxilio, ya era una apuesta alta, muy alta a estas alturas de la vida y con los múltiples fantasmas rondando en mi mundo.

Eso de los autos parece darles poder a los hombres y, en esta ocasión, no me importaba mostrar la vulnerabilidad de mi ignorancia. El atardecer amenazaba en convertirse en noche, el firmamento dibujaba tenuemente algunas estrellas y la luna, aún discreta, comenzaba a brillar. Llegaste y la estúpida sonrisa en mi rostro daba evidencia de que mi urgencia no tenía tanta angustia, así que con una conversación trivial sobre nuestro día yo organizaba las ideas con las que te explicaría qué consistía mi premura:

“No me digas nada, abrázame, deja que mis pensamientos se hagan agua para limpiar el caos de mi cabeza. Deja que mis manos recorran tu espalda mientras y tu aliento tibio en mi cuello relaja la tensión acumulada. Déjame verme en tu mirada, permíteme encontrar en tus labios (con un beso) las palabras que busco para luego cerrar los ojos y perderme en la fantasía de estar entre tus brazos…”

No, no podía decir eso. ¡El desperfecto! ¡Mi auto! No encontraba palabras para explicar un problema inexistente, porque, además, la sonrisa en mi rostro y el brillo en mis ojos, en lo absoluto denotaban a una mujer desvalida y agobiada sufriendo por un problema mecánico que pusiera en riesgo su integridad. Nos sonreímos, descubriste mis perversas intenciones -quizá lo sabías desde que te llamé, porque lo deseabas tanto como yo-, entendiste mi pretexto, tomaste mi mano, la besaste y moviste la cabeza y con una excitante sonrisa reprobaste mi mentira. 

Subimos a tu auto, y solo por confirmar, me preguntaste si todo estaba bien. Evadiendo tu mirada acaricié con la yema de mi dedo índice tus labios y te respondí que sí, que con mi auto sí, pero… Interrumpiste mis palabras con un beso, ese beso que había imaginado (que habíamos imaginado), me tomaste por la nuca, cerré los ojos y disfruté la tibieza de tus labios, el sabor de ese instante en el que la realidad sabía a fantasía. 

Para entonces la noche había caído y el pretexto había cumplido su cometido. No hablamos mucho, nos besamos con hambre, nos acariciamos con ternura, reconocimos la pasión arder en nuestra piel, nos miramos con deseo y pactamos un encuentro sin pretextos para continuar la fantasía… 

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Amanecer

Antes de que la alarma de mi teléfono me recordara que era un nuevo día, sentí tus labios recorrer mi cuello, aún adormilada sonreí para darte los buenos días, me acurruqué contra tu cuerpo queriendo creer que aún era de madrugada. Sentí tus manos deambular sobre mi cuerpo, recorrer mi vientre, mi cadera y mis piernas. Yo me resistía a creer que estaba por amanecer, que nuestra noche había concluido.

Así, disfrutamos por varios minutos, sin palabras, solo entre besos y caricias, hasta que el reloj amenazaba con apresurarnos para continuar con la vida que fuera de aquella habitación nos esperaba. En un beso que nos despidiera de este encuentro iniciaste en mi boca, mordiendo mis labios, luego lamiendo mi cuello y mis hombros, avanzando para saborear mis senos, devorando centímetro a centímetro mi piel hasta llegar a mi vientre y conseguir beber de mí, haciéndome olvidar que la alarma sonaba y de la hora que marcaba el reloj. 

Extasiada, inerte sobre la cama no podía articular palabras, solo sonreía y mi sonrisa no necesitaba explicación, mi sonrisa solo necesitaba que no te separaras de mí, que tus manos estuvieran en contacto con mi piel, que tus labios pronunciaran mi nombre: “Azul, te amo”, que tus ojos me observaran con deseo diciéndome que te gusto, que mi cuerpo te parece atractivo y excitante. 

Estaba perdida en esa sensación que seguía recorriendo mi cuerpo que mantenía acelerado mi corazón y, sobre todo, que hacía inevitable la sonrisa que le habría de dar sentido mi día, a mi semana o al tiempo que tuviera que transcurrir antes de nuestro próximo encuentro. Silenciaste el teléfono que estaba perdido en algún lugar de la cama, besaste mis labios con ternura como una tácita invitación para levantarnos e irnos a bañar. 

Nos levantamos de la cama, nos abrazamos en silencio, con los ojos cerrados, recapitulando lo placentera que había sido la noche, reviviendo lo delicioso que fue acariciar el cielo una y otra vez, lo mágico que había sido sentirnos hambrientos y satisfechos de placer. Nos quedamos frente al espejo por unos minutos observando nuestro reflejo, viendo mi desnudez abrazada contra tu cuerpo, hablándole al espejo me dijiste nuevamente: “Azul, te amo”, le di la espalda al espejo para quedar frente a ti y en un beso sin prisa agradecer a la vida el tiempo compartido. 

Fue una ducha deliciosa, lo cálido del agua que recorría nuestros cuerpos mientras nuestras manos frotaban con amor nuestros cuerpos, no decíamos mucho, nuestros cuerpos por sí solos se comunicaban con las caricias, las miradas y las imborrables sonrisas en nuestros rostros. Robábamos el mayor tiempo posible al reloj antes de incorporarnos a las actividades cotidianas, nos vestimos con pausas, entre besos y caricias. Mi memoria evocaba una y otra vez los “te amo” pronunciados durante la noche, al amanecer. El cansancio físico que expresaba mi cuerpo se compensaba con el número de veces que entre tus brazos exploté de placer. 

Sin piedad el reloj avanzaba su paso, ajeno a nuestros pensamientos, ajeno a nuestro mundo. Teníamos que partir para incorporarnos a nuestros otros mundos, tomamos un tiempo para abrazarnos, para inhalar el olor de nuestra piel, para reconocer la sensación de pertenecernos juntos o a la distancia, pertenecernos en el pensamiento en el que nos refugiamos cuando el caos nos invade, cuando por teléfono compartimos apresuradamente parte de ese caos. 

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Maestría en el amor

Fue una noche intensa, hicimos el amor con la maestría que nos ha dado el tiempo y la experiencia. El tiempo pasó lento, dejándonos disfrutar de aquella botella de tequila; de los besos y las caricias; de la tibieza de las sábanas, de una ducha tibia y un masaje delicioso; de un sillón confortable y todo aquello que estuvo dispuesto en la habitación para acompañar nuestros instintos y el placer.

Como siempre, como entonces, pactar nuestro encuentro es una odisea, quizá desde ahí comienza el placer al saber que al fin coincidiremos. Esa noche el calor era inclemente, así que desde que entramos a la habitación nos deshicimos de lo imprescindible, abrimos el tequila y brindamos por la ocasión, por la vida, por el instante en el que nuestros labios pronuncian un “te amo”. 

Semidesnudos y acostados sobre aquel sillón paladeamos los primeros tragos frescos de tequila que mitigaban la temperatura del ambiente, conversábamos de todo y de nada, rumiábamos recuerdos, ahogabamos tristezas, negociábamos sueños. 

Ahí recostados, dejando que el tequila fuera cómplice del deseo acariciaste mi cara, precisando un excitante recorrido por mis labios mientras mi lengua jugaba alcanzarte en el recorrido de las yemas de tus dedos. Jugaste con mi despeinado cabello y en esas caricias, a ojos cerrados, silenciabas mis pensamientos concentrándome únicamente en el delicioso sabor de tequila en mi boca y la sensación de tus manos recorriendo mi cuerpo. 

Bajaste los tirantes de mi camiseta, tus caricias apenas rozaban mis hombros, en un recorrido milimétrico que avanzaba desde mi oreja, mi cuello, mis hombros hasta llegar a mi pecho.

El placer descrito por una enorme sonrisa en mis labios te decía lo mucho que disfrutaba ese momento, lo placentero que me parecían esos instantes y lo deseosa que estaba de más… Así las caricias nos llevaron con cadencia perfecta a hacer el amor, perteneciéndonos en cada sensación, en cada movimiento, repitiendo un “te amo” tan insistente como imperceptible por la falta de aliento, por la respiración agitada que que reflejaba el placer sublime de ese instante. 

Luego, un baño tibio marcó una pausa. Regresamos a la cama  nos recostamos,  brindamos disfrutado de aquellos deliciosos tragos, nos besamos y regresamos a la conversación cotidiana, a la charla inagotable que, luego de hacer el amor, dibuja más esperanzadora a la realidad. 

Esa imborrable sonrisa que queda luego del placer compartido aminora el impacto de las amarguras que nos rodean. Nos acariciábamos sin prisa, trazando una y otra vez el mismo recorrido, disfrutamos el roce  de nuestros cuerpos y la temperatura de nuestra piel nos invitó a escondernos bajo las sábanas.

El deseo era inagotable, nos besamos con hambre, recorrimos nuestros cuerpos bebiéndonos, haciendo de cada sensación un derroche de placer, un éxtasis mágico que era eterno y efímero de manera simultánea, que en la sensación de compartir el placer se hacía más intenso. Así,extasiados y complacidos, viéndonos a los ojos nos dijimos todo, nos acurrucamos sintiendo cómo aún  vibraban nuestros cuerpos y cómo hervía la piel, tomados de la mano esperamos que la calma volviera. 

La noche era eterna, dentro de la habitación no había más mundo que nosotros, no había más historias que la nuestra, así que hicimos el amor con caricias, besos, con sabor a tequila y con el sabor de nuestra piel, hicimos el amor una y otra vez y en cada ocasión tocamos el cielo, gozamos y sentimos estremecerse cada célula de nuestro ser. 

Nuestras habilidades de amantes son innegables, hacemos el amor con magia, con pasión, con calma, con hambre, con pausa y con tiempo. Nos faltan horas robadas a la realidad, nos sobra amor y deseo. Agotados, felices y extasiados dejamos que la luna velara nuestro sueño, recostada sobre tu dorso desnudo, sintiendo tu mano en mi espalda y arrullada por el latir de tu corazón el sueño me venció…

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Si me piensas como te pienso

Si me piensas como te pienso estoy segura que hay amaneceres en los que despiertas con una sonrisa por habernos encontrado en los sueños, tomas el teléfono y buscas una señal de mi existencia y encuentras en en el mundo virtual un mensaje con dedicatoria tácita que refuerza tu sonrisa. 

Aún recostado en tu cama, antes de que los primeros rayos del sol apresuren tus tareas, evocas mi rostro, mi sonrisa y el sabor de mis labios. Mi voz hace eco en tus pensamientos mientras telepáticamente me das los buenos días e imaginas que te respondo al oído y sientes que mis dedos recorren con sutileza tus labios. 

Si me piensas como te pienso, tal vez retas el frío de un amaneceres con mi recuerdo y mientras avanzas rumbo a la ducha, mi imagen te acompaña con esa sonrisa cómplice que tú conoces, con esa sonrisa que te dice cuánto disfruto estar entre tus brazos, cuánto anhelo el recorrido de tus manos en mi espalda. 

Tu baño tibio dejó que tu imaginación volara, que el recorrido de las gotas de agua por tu cuerpo semejara la humedad de mis labios y mi lengua besando tu dorso desnudo, tus hombros y tu nuca. El vapor del baño dibuja mi reflejo en el espejo, mi sonrisa, invitándote a más, a que dejes que mis manos y mis labios te recorran, te vistan, te desvistan y te vuelvan a vestir… 

Contra reloj y contra la imaginación comienza tu día, con esa imagen fija en tu mente, con ese pensamiento recurrente que nos une, te decides a llamarme para darme los buenos días y dejar que tu jornada continúe su curso con las tareas habituales. 

Si me piensas como te pienso, seguro hay momentos en los que en medio del caos mi rostro se instala en tu pensamiento y entablamos conversaciones imaginarias que nos ayudan a descifrar el reto de ese momento, hablamos de lo cotidiano y sencillo y luego, de nosotros, de ese próximo encuentro. 

Así, con un pensamiento compartido a la distancia transcurre nuestro día, anhelando ese tiempo robado a la cotidianeidad para hablar, para que con un interrogatorio breve compartamos no solo palabras, sino esa lectura entre líneas que nos une con el mismo deseo de pertenecernos, el deseo de apresurar el tiempo y acortar la distancia para encontrarnos en un abrazo prolongado, un abrazo que detenga el tiempo. 

Si me piensas como te pienso seguro a lo largo del día encuentras imágenes que quisieras compartirme, aquellas que describen la realidad nacional que discutimos en días anteriores, aquel ave en un arbusto posando para ti, los últimos rayos del día en un hermoso atardecer. Así, salgo de la nada y de todo, volviendo a entablar una conversación imaginaria que acompañe tus trayectos o el fin de tu jornada laboral. 

Por la noche, al final del día, las trivialidades nos reúnen, las redes sociales nos hablan de las banalidades del día y del rumbo del mundo. Al final, antes de ir a cama imaginas que compartimos un trago, quizá un tequila que silencie el caos de una realidad aberrante que no podemos borrar, quizá una cerveza que relaje la tensión del día. 

Ya en tu cama, dispuesto para descansar, mi recuerdo sigue presente, me imaginas frente a ti viéndonos, jugando con mis dedos en un recorrido por tu rostro, rumiando los sinsabores del día, buscando calor debajo de las sábanas y encuentras entre tus recuerdos mi voz cálida y en tu teléfono mi fotografía.

Si me piensas como te pienso sé que ahora quisieras estar aquí conmigo, contando las estrellas del cielo y queriendo hacer eternos los sabores de esta noche…