¿De aquí a dónde?

Amo los viernes de baile, la música tropical me transforma, me provoca un éxtasis que me hace olvidar todo cuando los timbales y las congas incitan movimientos casi involuntarios de todo mi cuerpo.
Esa noche, luego de una semana intensa, solo anhelaba un trago que mitigara la sed y el calor para comenzar con la jornada de salsa. Ahí, en el lugar de siempre, nuestras miradas se cruzaron de manera casual, me llamó la atención tu apariencia, vestías una camisa negra, te iba bastante bien con ese pantalón gris. A la distancia me pareciste atractivo, pulcro y alienado, una espalda fuerte y una estatura que va bastante bien con mis gustos.
Mientras la música sonaba y la pista se llenaba de parejas, yo conversaba con mis cómplices de las noches de salsa, esas terapéuticas charlas donde a veces buscamos resolver los problemas del mundo y otras, como esa noche, sugeríamos algunas mejoras para la agrupación musical: que si la vocalista, que se la segunda voz, que si era un “playlist” repetido cada semana.
La noche avanzaba, ya había bailado un par de canciones con mis amigos de siempre quienes, cómplices de mis intenciones, me acercaban al ritmo del baile hacia tu mesa. Te sonreí amigablemente pretendiendo que me siguieras con la mirada para que ubicaras mi mesa.
Luego, después de que le dieras un trago a tu bebida, te acercaste y me invitaste a bailar. Ya en la pista me preguntaste mi nombre y me dijiste el tuyo y no hubo más conversación que la de nuestras miradas. Regresé a mi lugar y a mis compañeros de mesa solo les dije: ¡huele riquísimo y baila súper bien! Suficiente para expresar la aprobación tácita para las próximas piezas musicales, o tal vez la pareja de toda la noche.
La jornada continuó y a la distancia nos seguíamos con la mirada y brindando con nuestras bebidas, regresaste nuevamente por mí para disfrutar de una salsa más y la cadencia de tu ritmo combinaba bastante bien con tu seductor tono de voz.
Me preguntaste si no quería pasarme a tu mesa, me negué, mi pacto de amigos viernes de baile me lo impedía, te sugerí pasarte a mi mesa y aceptaste, pediste un par de tragos para continuar con la charla en lo que llegaba una melodía que nos llevara a la pista.
Nos paramos de la mesa rumbo a la pista, esta vez había una aprobación tácita para que tus manos en mi cintura me acercaran un poco más hacia ti, ahora estaba permitido seducirnos con la letra de la salsa que conquistaba nuestros movimientos (Si te preguntan, Rey Ruiz):
“Deja que se imaginen, que hablen de todo…
Que nos juzguen si quieren, vivamos nosotros…
Que alboroten el aire, que inventen historias…
Si aprendimos a amarnos, ¿qué importa? ¡¿Qué importa?!”
Wow, los casi cinco minutos de la canción me superior a poco, qué delicia bailar con esa cadencia, con esa magia que transforma la pista de baile en un escenario de fantasía… La salsa es magia en nuestros cuerpos, es energía en el alma y un placer para esa noche.
Así seguimos toda la noche hasta que la orquesta se despidió y entonces, con sutileza, casi con ingenuidad me preguntaste: “¿De aquí a dónde? Mi respuesta, con una enorme sonrisa, era obvia… De aquí al próximo viernes de salsa porque eso es a lo que vengo, a bailar seis terapéuticas horas para olvidarme de todo… A hacer del placer del baile lo más cercano al placer del sexo con amor, entonces, por ahora, por aquella noche: de ahí al próximo viernes de salsa.

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En medio del caos

¿Que dónde había estado? Perdida, sí, en el sentido más literal de la expresión, atrapada en un remolino de vivencias que al menor intento de querer salir de él me arrastraba inclemente a un caos de preguntas, dudas y temores. 

Aún, sobreviviente de la pandemia, no me reconozco en una humanidad a quien el miedo le hizo prometerse falsamente cambios radicales en el sentir y el actuar, se suponía que habría un antes y un después con sobrevivientes más empáticos, más sensibles y más higiénicos (en todos los sentidos). En aquellos años, que parecen ya lejanos, nos prometimos valorar a nuestra gente y no permitir que la distancia física nos alejara, nos inventamos utopías en nombre de los que se fueron y encontramos historias de amor  entre los que quedamos.

Quizá ahí, en la pandemia y la pospandemia, comencé a perderme dentro de este torbellino, me dejé atrapar por noches de insomnio con reflexiones absurdas que parecían solo interesarme a mí, nuevamente me reconocí falible, imperfecta e ilusa y nada más doloroso que la desilusión en la veteranía.

La realidad, esa realidad de la que como Azul siempre quise huir me alcanzó y no solo me alcanzó, me atrapó y me puso frente al espejo, reflejando a una mujer vulnerable, muy vulnerable e incapaz de encontrar el orden en medio del caos en el que estaba. Ahí, frente al espejo, todas las certezas se convertían en dudas, todos los encantos en debilidades, toda la experiencia de la veteranía en ineptitud, la supuesta “sabiduría” con que conducía a otros en ingenuidad para comprender a los míos.

Esa cruel realidad me alejó de este espacio, donde con magia podría acariciar seductoramente la imaginación de mis lectores, me pedí porque no encontré mayor destreza que atormentarme con juicios inquisitivos hacia mi actuar, hacia los resultados con los que se puede medir “el éxito de una Mujer”, entonces me supe perdida, porque en cada intento de escribir para seducir, únicamente lograba un muro de lamentos con lágrimas de desesperanza y frustración.

Aún no sé qué queda de Azul, aún busco en las noches de baile algo o alguien que me la recuerde, que la devuelva. En aquel ritmo compartido de la salsa, cuando unas manos tibias y un aroma sutilmente delicioso me invitan a cerrar los ojos, sé que aún hay tiempo para la fantasía, para huir del hastío y convertirnos en presas de la letra de esa canción, al beber un par de tragos y apostarle a la locura como tratamiento paliativo que por instantes me haga sentir fuera del caos que me tiene agotada, exhausta y por momentos derrotada. 

En esas noches de baile conversando trivialidades con desconocidos que con el paso del tiempo se convierten en amigos, me siento en paz, una extraña paz que da el cansancio físico, la adrenalina de los timbales y la conga, las risas bobas al poder olvidarse por unas horas de los tortuosos estándares de perfección, civilidad y cordura que mi mundo exige. 

Y luego de esa hermosa terapia que es el baile de una noche, a luchar contra el espejo, contra ese esquizofrénico mundo dentro de mi cabeza que  no logro silenciar con lágrimas, que no logro ordenar con acciones infructuosas.

Pero aquí estoy, sacando apenas una mano, un pie de este caos, encontrando en las palabras la única salida, evitando los espejos y los buenos samaritanos que me digan qué ”debería hacer”. Soy Azul y, cómo lo escribí en el primer relato, soy una mujer acostumbrada a negociar los sueños con la realidad, a reinventar mis encantos ante las derrotas y a seducir con la fantasía y la imaginación. Por ahora, los viernes de salsa seguirán siendo mi único espacio seguro, el único espacio sin caos ni juicios desde donde seguramente habré de reinventarme…

Entre la fantasía y la realidad

entre la fantasía y la realidad

No sabes cuánto disfruto escribir, me parece absolutamente mágico ver una hoja en blanco y dejar que mi imaginación me dicte recuerdos o fantasías para hacer estos relatos. Disfruto inventar la realidad, jugar con la fantasía y llegar hasta ti cuando me lees. Me encanta imaginar que palabra por palabra imaginas mi voz en tu oído, que párrafo tras párrafo evocas mi cuerpo próximo al tuyo.

Y así ubico mis relatos entre la realidad y la fantasía:

Tomo mi teléfono, abro la aplicación de mi música, dejo que el azar sea parte del juego, que el destino seleccione un playlist de jazz que acompañe mi imaginación, regularmente la música es atinada, coincide con esa música que estás escuchando ahora en tu imaginación. Ese sutil piano y el cadencioso saxofón que sumados a los demás instrumentos producen acordes armónicos y seductores que me permiten acariciar tu cabello mientras me lees.

Mi laptop parece leer mi mente, mis clases de mecanografía de la secundaria, son siempre aliadas indispensables para atender el apresurado dictado de mi imaginación. Mis dedos son hábiles en la escritura, tan hábiles y prestos como para desabotonar tu camisa y jugar ellos sobre tu dorso. Las yemas de mis dedos con sutileza atienden las ideas que la fantasía dicta, así como cuando mi dedo índice recorre tus labios invitando a que tu lengua lo acaricies, a que tus labios me devoren.

Convencionalmente la noche es cómplice de mis historias, de frente a la ventana de mi habitación, escuchando los ruidos aislados a la distancia, tratando de encontrar en una estrella un mensaje, buscando si la luna me sonríe o si las nubes la ocultan. A un lado de mi cama, en ese ambiente a media luz donde te  has imaginado contemplando mi cuerpo, donde desde silencio me has evocado en tu imaginación, con detalle, con pausadas caricias con las que haces arder mi piel.

A veces una bebida me acompaña, un café que impregne su aroma. ¡Huélelo! percibe el olor fuerte de esta taza de café sobre mi escritorio, frente a mi ventana, junto a mi cama… Una taza que basta para humedecer mis labios y desees probarlo en mi boca. Entre las pausas de imaginarte y escribir el café se tibia, se enfría, pero el aroma permanece y para asegurarte el sabor, humedezco levemente las yemas de mis dedos para volver a recorrer tus labios y coincidas conmigo en lo seductor que resulta un café bien cargado.

Las noches han sido cálidas, así que también entre la fantasía y la realidad te es fácil suponer mi atuendo mientras escribo antes de disponerme a dormir. Sé que imaginas con claridad mis pies descalzos, sentada sobre la silla, mi short negro y la camiseta roja que visto. Mientras me lees deseas acariciar mis muslos fuertes, mis hombros desnudos y mi cuello dispuesto a ser devorado por tus besos pues mi cabello se encuentra completamente recogido con un chongo improvisado.

Entre la fantasía y la realidad ansías más en este relato, ansías que mis palabras te lleven de la mano a mi cama, que mis palabras continúen acariciando tus labios, besando tu oreja… Sigues imaginando los acordes del delicioso jazz que nos acompaña esta noche, sigues viendo mis dedos deslizarse por el teclado de mi computadora con la misma premura con la que podría desabotonar tu pantalón, sigues inspirando el aroma del café, sigues imaginando la textura y tonalidad de mi camiseta roja.

Entre la realidad y la fantasía conoces mi sonrisa y la imaginas, conoces mi mirada y sientes cómo te observo, conoces mi voz y la escuchas. Y así, en una noche nos volvemos cómplices de la misma historia y con el punto final del relato nos acompañamos a la cama.

Déjame consentirte…

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Hay tantas formas de hacer el amor, desde una intensa conversación hasta una deliciosa sesión de sexo apasionado. Hacer el amor es procurar el placer del amante, hacerlo vibrar con la presencia y ello es todo un arte, por ejemplo, hoy se me antoja consentirte, reconfortar tu cuerpo después de un mal día, para recompensarte después de un día rutinario y aburrido…
¿Esta noche, me dejas consentirte? Deja que mi voz y mi cuerpo te hablen, siénteme, imagina cada sensación con la realidad que estos relatos de fantasía nos permite… ¿quieres?
Imagina la escena: escucha el play list de jazz preparado desde mi celular, imagina cómo la música te hace cerrar los ojos y concentrarte en la cadencia de los sonidos. Estamos en una habitación con luz muy tenue, un sutil aroma a violetas en el ambiente, una cama amplia con una sábana blanca, nuestros cuerpos desnudos y tú, dispuesto para disfrutar un delicioso masaje que te desconecte de tu día, de tu mundo y te haga ser mío por unas horas.
Es un tiempo sin prisa, sin mundo que nos aguarde afuera de la habitación, sólo existe lo que estamos sintiendo, sólo existe ese tiempo sin tiempo…Estás recostado boca abajo en la cama, completamente desnudo, con los ojos cerrados, disfrutas la música… Tomo unas gotas de aceite con esencia de violetas que refuerza el aroma del ambiente, mientras froto las palmas de mis manos y tibio el aceite, me acerco a tu oído y te digo que me encantas, que quiero consentirte esta noche y te invito a que disfrutes…
Con el aceite tibio en mis manos acaricio tu cuello, desde tu nuca hasta bajar por tu espalda, sientes la suavidad de mis manos recorrerte despacio, lentamente logrando en ese recorrido apagar tus pensamientos, dejar fuera de este momento cualquier idea que perturbe tu descanso, cualquier pensamiento que impida que disfrutes mis manos sobre tu piel.
Así, mientras mis manos recorren tu cuello y avanzan hacia tus hombros, sientes que me inclino hacia ti para besar tu oreja y sientes cómo mis senos recorren, apenas rozando, tu espalda, sientes las yemas de mis dedos acariciar tu espalda, tus hombros y bajar hacia tus brazos, sientes una presión que disfrutas, sientes cómo el ambiente se ha impregnado de un aroma sutil, cómo la temperatura del ambiente es cálida, estás completamente relajado.
Luego de recorrer tus brazos, avanzo a tus manos, beso la palma de tus manos, acaricio con mi lengua cada uno de tus dedos y juego a devorarlos, uno a uno… Después, con mis manos acaricio tus palmas, dando un suave masaje que relaje cada centímetro de tu piel… siempre dejando que mi pecho acompañe el recorrido que mis manos trazan previamente.
Vuelvo a tu espalda, con las yemas de los dedos recorro cada centímetro de ella, de momentos acariciándola con mis labios, de momentos con la punta de mi lengua, de momentos solo recostándome sobre ti para que sientas mis pechos en tu espalda. Mis dedos guían un trazo que recorre tu columna, con una presión que disfrutas mientras mis manos avanzan.
Bajo un poco más dejo caer unas gotas de aceite en tu espalda baja (y más abajo) y mis manos tibias comienzan a distribuir el aceite, muy lentamente, muy suave y cadenciosamente, sientes como cada vez tu cuerpo está más relajado, tu mente más inconsciente, sólo sintiendo el contacto de mis manos en tu piel.
Acaricio con ternura tu cintura, avanzo un poco hacia tus costillas, tu cadera… Mientras sientes que mis senos rozan tus muslos, mis manos tu espalda y mis labios… mis labios se aseguran que las últimas horas de aceite hayan quedado suficientemente impregnadas.
Tu cuerpo está inerte, absolutamente relajado, sólo sintiendo cómo eres mío en cada sensación, como tu mente se ha dejado conquistar por el recorrido de mis manos, por el olor a violetas en el ambiente y por la Fantasía que está ocurriendo en tu imaginación.
Nuevamente dejo caer una gota de aceite, ahora en cada uno de tus muslos, con la yema de mi dedo índice hago trazos arbitrarios para distribuirlo, para que la combinación de la temperatura de mi piel, la consistencia del aceite y la suave presión que ejerzo te haga temblar por la sensación que te recorre, que te seduce.
Dos gotas más, una en cada pantorrilla, mismo procedimiento que en tus piernas, para luego con las palmas de mis manos recorrerte completo, masajeando acompasadamente tus músculos, apretando en el recorrido, relajando con el movimiento de mis manos y luego asegurándome que el aceite quedó bien impregnado probándote con mis labios, sintiéndote con mi pecho.
Llego a tus pies, un suave recorrido por la planta de tus pies, la tibieza de mis manos y la consistencia del aceite impregnado en ellas, te hace disfrutar. Comienzo a subir de regreso… despacio, supervisando que toda tu piel haya quedado impregnada con el olor a violetas, las yemas de mis dedos, mis labios y mis pechos se encargan de recorrerte para confirmar que tu piel está tibia, que el aroma del aceite está impregnado.
Tus pantorrillas, tus muslos, tus…, tu espalda, tus hombros, tus brazos, tus manos, tu cuello, tu nuca… y al llegar a tu oído te digo que me encantas, que me encanta consentirte y un beso en la mejilla que confirmo que has caído rendido a las sensaciones de mis manos, de mi piel recorriéndote, que tu cuerpo está inerte y dispuesto para que abrazados duermas profunda y relajadamente…
Descansa… sueña conmigo!

Sabor Vainilla

Soy una mujer intensa, no puedo vivir de otra manera que no sea apasionándome por lo que me gusta, por lo que creo, por mi gente… y eso no es bueno del todo, menos cuando mi salud me lo reprocha, cuando mi salud me recuerda que los años pasan y los kilos se quedan, cuando mi salud enciende signos de alerta para poner una pausa, dar un respiro y por supuesto, se convierte en el pretexto ideal para dejarme consentir…

Todo inició un día de esos extenuantes, donde el cansancio era más que evidente, de esos días en los que necesitaba unos oídos atentos para conversar y unos brazos cálidos dónde acurrucarme por las horas que durara la noche… y ahí estabas tú, tú en esa habitación sólo para nosotros:

Sobre un mueble un par de velas que iluminaban sutilmente el lugar impregnado por un delicioso aroma a vainilla, un olor sutil que invadía todo el lugar y que como respuesta a ese estímulo sensorial me hizo recostarme sobre la cama, boca abajo, con los ojos cerrados, aún con el atuendo del día laboral, aún con los agotadores zapatos de tacón.

Era una escena rica, relajante, dispuesta para el placer que me desconectara del mundo por unas horas… Tratando de consentirme pusiste en tu teléfono una poesía que con la entonación de un experto decía:

“Mi táctica es mirarte aprender como sos quererte como sos mi táctica es hablarte y escucharte construir con palabras un puente indestructible”

Me parecía tan atinada la poesía de Benedetti recitada por él mismo desde tu teléfono, el olor a vainilla, la luz de las velas y el lugar en general, que hasta parecía una escena estudiada para la seducción. Todo era rico, la escena cumplía el cometido de abstraerme de mi mundo y llevarme a uno inventado, uno creado sólo para la ocasión.

Así, recostada quitaste mis zapatos, con delicadeza, con la gentileza de quien le preocupa el cansancio que mis pies sentían, con la generosidad de quien entendía la cantidad de escalones que subo y bajo cada día mi trabajo, casi con la ternura de quien entiende mis carreras y prisas.

Sentí tus manos avanzar por mis pantorrillas, sentí cómo cubriste mis piernas con un lienzo tibio, con pudor, con toda la intención de no inquietarme, de hacerme disfrutar sin la necesidad del sexo como trámite del encuentro. Mi conciencia estaba cada vez más adormecida, la poesía con voz tenue con acento extranjero que provenía de tu teléfono, el olor a vainilla y la temperatura de tus manos, me tenían en un estado de indefensión total, absolutamente relajada.

Sentí como tus manos acariciaban mis piernas sobre mi pantalón, la calidez de tus manos, combinada con la textura de mi ropa recreaban una sensación muy disfrutable. No sé en qué momento ni cómo, pero venciste la barrera de la ropa, mi pantalón ya estaba tirado a un costado de la cama, pero mis piernas aún estaban cubiertas por el lienzo tibio que habías puesto. Sentí cómo tus manos comenzaban a subir hacia mi espalda, entre la blusa y mi piel, las yemas de tus dedos hacían un recorrido suave, apenas rozándome.

La blusa desapareció, mi espalda quedó libre para que tus manos la recorrieran… quitaste el lienzo que cubría mi cintura y mis piernas, por varios segundos me observaste, como si te pareciera atractiva, como si te gustara. Sentí las gotas de aceite que caían en mi piel y cómo tus manos, fuertes, grandes, esparcían desde mi cuello hasta mi cintura la consistencia suave del aceite. El roce de las yemas de tus dedos en mi espalda, templaba mi piel, la fricción de tus manos relajaba mi espalda y hacía que mi imaginación volara…

Mi cuerpo estaba inerte, perdido en el cúmulo de sensaciones que tus manos despertaban. El olor a vainilla era cada vez más intenso y la luz de las velas cada vez más tenue, parecía que se extinguiría, justo en ese momento, cuando mi cuerpo más relajado estaba, después de no sé cuánto tiempo porque había perdido la noción de los minutos o las horas, justo cuando parecía entrar un sueño profundo, sentí un líquido frío que caía en mi espalda, sentí cómo corría sobre mi piel hacia los costados y vi que sostenías una copa de vino tinto en tu mano…

Era delicioso sentirte, escuchar poesía, respirar ese ambiente sabor vainilla… las velas se consumieron, la habitación quedó a oscuras, volteaste mi cuerpo para quedar boca arriba y tú recostado junto a mí, escuché tu voz en mi oído:

“Tu belleza es digna de los dioses, un manjar de la perfección celestial, capaz de llevar a la perdición a toda legión… Tus curvas Venus de Milo, tu piel suave que deja mi corazón tranquilo… imposible no perder la rezón en la llanura de tu cuerpo en armonía la nota perfecta de mi canción.”

Cerré los ojos, caí en ese sueño profundo del que no supe si tus caricias eran parte del sueño o de la realidad, al final, saboree en tus labios un beso dulce, un beso con el sabor la vainilla que estuvo presente en nuestra noche…