Una noche de estrellas

noche de estrellas

Me encantan esas noches de estrellas en las que bajo las sábanas tocamos el cielo y jugamos a dibujar nuevas constelaciones entre besos y caricias…

Es delicioso iniciar la noche mirando el cielo, contando los luceros que nos sonríen, buscando la estrella fugaz que nos cumpla el deseo de hacer eterna nuestra noche, haciendo del silencio nuestra mejor conversación, haciendo de cada beso el camino hacia el placer.

Recostados sobre el pasto, contemplando la noche, cobijándome con tus brazos, mientras recorres la textura de mi ropa y tibiando la temperatura de mi piel, recorres mis brazos, besas mi cuello y comienzas a bajar hacia mi pecho, así sobre mi blusa que en pocos minutos parece dejar de existir porque la sensación de tus labios traspasa hasta la prenda más gruesa.

Mis piernas se entrelazan a las tuyas, con roces suaves y pausados recorren una y otra vez tus muslos que abrazan a la perfección mis piernas, que me invitan a estar cada vez más cerca a ser cada vez más tuya, a hacerte cada vez más mío…

La noche ha caído, las estrellas desde el cielo nos marcan un camino hacia la habitación, la noche es muy fresca y solo la tibieza de nuestra piel nos salvará del frío… descalzos, abrazados a un paso acompasado que no nos permite separarnos mucho llegamos a la cama cómplice de aquella estrella fugaz nos aguarda cautelosamente.

Me recuestas sobre la cama mientras te deshaces de tu ropa, yo aún vestida me cubro con la sábana y ansiosa te espero. Te recuestas a mi lado y nuestros labios se encuentran con experiencia, con deseo, con hambre, nos besamos y en ese beso nos decimos todo: te quiero, te deseo, te amo, me encantas… todo para entender que será una gran noche de amor, que haremos el amor como solo nosotros podemos hacerlo, como solo con nuestros años, nuestros kilos y nuestras historias podrían permitirnos disfrutar después de tantos años.

Aprovecho la ventaja que tengo sobre ti y aprovecho la tibieza de tu piel, continúo el beso en tus labios recorriendo tu piel desnuda, bajando lentamente, suave y sutilmente, consiguiendo aquello antes habíamos imaginado. Perdiéndome entre tu piel y las sábanas…

Es delicioso pertenecernos, sentirte tan mío en cada sensación, disfrutar el sabor del placer y del amor en cada beso, en cada caricia… así en ese juego certero que tácitamente nos proponemos, desnudas mi cuerpo con la seguridad que te da antes, mucho antes, haber desnudado mi corazón y mi alma…

Entre las sábanas queda pérdida mi ropa, queda encendido el deseo y la magia, sentir el roce de tu cuerpo contra el mío, sentir cómo tus manos se apropian de cada espacio de mi cuerpo, sentir cómo tus besos devoran mi piel, cómo nuestros cuerpos se reconocen y entienden a la perfección y aquel cielo estrellado, profundo, imponente se hace presente en la habitación, adueñándose de nosotros y cumpliendo la fantasía del placer más intenso y pleno que hayamos sentido…

Gracias por una noche de estrellas…

 

Un año más…

Se acaba un año más y con él se van un sinnúmero de experiencias, un sinfín de instantes que entre lágrimas y risas ya son historia. Muchos aprendizajes quedan y,  sin duda, el más importante ha sido fluir con la vida, fluir sin cuestionar, sin poner resistencia… y no es conformismo, simplemente ha sido la realidad.

Este año ha sido uno de los más rudos, de los que a fuerza de experiencias y decisiones (voluntarias e involuntarias) me ubicaron en un lugar que hoy me hace plena y dueña de mi vida. Ha sido un año de pérdidas irreparables, esas que aún su ausencia sabe a dolor, que aún es imposible mencionar sin que las lágrimas emerjan desde el alma. Ha sido un año en donde más de una vez he comprobado aquello en lo que creo fielmente: “solo el amor nos hace trascender”.

Este año ha sido crudo, y el sismo de hace unos meses ha representado de manera muy simbólica la sacudida que mi vida dio en este lapso. Mi gente en riesgo y mi corazón extrañándolos; mi vida del otro lado de la ciudad y valorando estar fuera del riesgo; mi responsabilidad en nuevas vidas, más frágiles y vulnerables que las de antes y sacando fuerza de flaqueza para dar fortaleza en días que ni yo la encontraba.

Así, con amores platónicos que alimentan el corazón con recuerdos, poesía, música y besos a la distancia; con un buen amante que hacía de noches completas momentos lúdicos  que aún me hacen sonreír; con buenos amigos con oídos atentos a las lágrimas de noches en las que la soledad parecía aplastante; con un espejo que por ahora me hace sentir más bella y más plena con mi vida.

Por varios años quise escribir una historia diferente en el lugar equivocado, quise creer que podía modificar una realidad árida y siniestra, puse en esa historia más de lo que cualquiera imaginaría… hoy a la distancia, me siento curada de esa soberbia y acepto, no una derrota, sino una humilde victoria sobre los corazones que eran fértiles para sembrar y cosechar amor. Alguien sabiamente me dijo: “a veces la vida nos obliga a salir de los lugares que amamos porque algo mejor nos espera”, así es, la ceguera momentánea no me permitía entenderlo, pero así es…

La vida fluye, sin preguntarnos ni aceptar preguntas, quitándonos personas que amamos y con quienes se va un poco de nuestro ser; poniéndonos nuevas personas necesitadas de amor, de un abrazo sincero que les dé fuerza. La vida fluye, nosotros con ella, aceptando que cada día es un reto, que cada día es incierto y que a veces ese día puede ser el último, el último para ver la luz del sol, para decir un te amo, para secarse las lágrimas y levantarse de las ruinas e intentar continuar.

La vida fluye en medio de un dolor que nunca se cura, ese que la partida de los que amamos deja; ese que se mitiga con los recuerdos impresos en fotografías, tatuados en el corazón y resguardados en la memoria. La vida fluye con la esperanza de un futuro mejor, de un mundo donde pueda tocar vidas, almas y construir aquello que anhelo para mí y los míos… La vida fluye, con la única certeza que hasta hoy he podido comprobar: SOLO EL AMOR NOS HACE TRASCENDER…

 

Seducirte con poesía…

4

Créeme, estas tardes tan frías se antojan para estar bajo las sábanas, con una cafetera en la habitación  para que el aroma del café impregne el espacio mientras compartimos lecturas y recuerdos. Así bajo las sábanas, disfrutando el sabor del café en un beso, la magia de la poesía al oído, la tibieza de las caricias en cada roce, la intención de hacer el amor y dejar que el amor haga de nosotros lo que quiera…

Hace mucho, mucho frío, la temperatura del ambiente es muy baja y mi cama pegada a la ventana está bien ubicada cuando se trata de contemplar las estrellas o la luna para enviarte mis pensamientos a través de ellas, pero no cuando hace tanto frío y los vidrios parecen filtrar el viento helado y tu ausencia se nota más.

Me encantaría que estuvieras aquí justo ahora, en el momento en el que la tarde se convierte en noche, en el instante en el que el cansancio y la melancolía empiezan a buscar las primeras estrellas en el firmamento, en el momento en el que mi cama dibuja un espacio vacío justo para ti…

Me encantaría contaras conmigo las estrellas desde mi ventana y jugáramos a adivinar sus colores, inventáramos historias mientras la noche cae y nos perdemos en ella. Así, entre sorbos de café y besos, programamos una larga noche para nosotros, en la que debajo de las sábanas en cada roce, guardamos el pronóstico de una historia de amor y deseo.

Abrázame, así de frente a ti, dejemos los libros a un lado  y hagamos poesía con el lenguaje de nuestros cuerpos, apenas rozando nuestros labios, sintiendo que el latir de nuestros corazones se sincroniza en el ritmo, sintiendo que nuestra respiración se agita y nuestra piel se tibia en cada caricia.

Abrázame, recorre con tus manos mi espalda, haz del recorrido un trazo certero que me acerque cada vez más a ti, no solo a tu cuerpo, sino a ti y tu mundo. Abraza contra ti mi cuerpo y deja que mis labios devoren tu cuello, que mi boca te hablé al oído y sean mis palabras la poesía que te seduzca esta noche.

Entrelacemos nuestras piernas, siente mis muslos entre los tuyos, siente el recorrido de mis pies acariciar tus pantorrillas… así siente cómo el deseo arde en cada centímetro de la piel. Recorre con tus labios mi cuello, mi oreja, mi mejilla hasta llegar a mis labios, acariciarlos sutilmente con tu lengua, devóralos con hambre de amor, con sed de deseo.

Recorre con tus manos mi espalda hasta llegar a mis caderas, lleva mi cintura hacia ti, mientras aquel beso que iniciamos continúe en nuestros labios, mientras nuestras lenguas llevan a la práctica la poesía de amor que antes habíamos leído. Acaríciame con fuerza, con esa fuerza que emerge del acelerado latir de tu corazón, que te dicta el acompasado ritmo que guía tus caricias.

Hagamos que en pocos minutos la ropa desaparezca, así debajo de las sábanas sin dar tiempo de que el frío vuelva, sin técnica ni prisa, dejemos que la noche no se atreva a cuestionarnos, que observe por la ventana, celosa, que al fin lo logramos, que al fin una noche de poesía no quedó en palabras compartidas a la distancia, no quedó en una promesa al viento…

Hagamos el amor como lo habíamos imaginado, con la ternura de entonces, la experiencia de ahora y el deseo de siempre…

 

Lo reconozco


Lo reconozco, más de una vez he imaginado seducirte… más de una vez he imaginado que te robo de tu realidad y te hago por una noche cómplice de la mía. He imaginado que un día cualquiera un pretexto nos reúne, y en nombre de ese pretexto conversamos por largas horas, caminamos entre calles tranquilas y solitarias, reímos del mundo que, tomados de la mano, nos parece ajeno, compartimos besos robados que interrumpen nuestra charla amena.

Lo reconozco, imagino hacer largas las horas de un día en el que de la mano recorramos nuevos rumbos, imagino hacer los minutos eternos si puedo estar entre tus brazos, anhelo hacer en un beso los segundos más intensos y hacer del recorrido de una caricia el trazo más sublime que al roce de mis manos en tu rostro te resulte inevitable despertar el deseo de que tus labios recorran mi piel.

Lo reconozco, en las noches cuando hablamos, cuando mi día termina con una frase tuya como despedida, imagino tu voz en mi oído, tus manos en mi espalda, mi cabeza sobre tu pecho, nuestras piernas desnudas y entrelazadas debajo de las sábanas. Cuando mis mañanas inician con tu saludo en un mensaje en mi teléfono, imagino que acompañas mi despertar en ese baño tibio que al imaginar el agua correr por nuestros cuerpos, se vuelve aún más reconfortante.

Lo reconozco, detrás de  esa inocente invitación a compartir un café,  una charla, hay una perversa intención de seducirte, seducirte como solo un hombre como tú y una mujer como yo lo podríamos hacer: combinando palabras con caricias; palabras con besos, palabras con el lenguaje del placer.  Conversando, debatiendo, rumiando recuerdos, compartiendo poesía, y por supuesto, con la selección musical que sólo tú podrías imaginar para el momento.

Así, seguro la mañana la pasaríamos caminando, recorriendo paisajes otoñales de esos que saben a nostalgia y con ese caminar, recorreríamos una y otra vez los recuerdos de todos estos años, rumiaríamos esas historias que fueron y las que no fueron, reiríamos de la inocencia de entonces, reflexionaríamos sobre el paso del tiempo y lo que nos ha dejado huella luego de tantos años… así, la mañana pasaría.

Luego, comeríamos algo simple, en un lugar al aire libre, sintiendo el viento frío rozar nuestros rostros, contemplando ese recorrido arbitrario de las hojas secas sobre el piso. Veríamos como ajenos a todos aquellos con los que se cruzan nuestras miradas. Comeríamos y la charla sería siempre inagotable, recorriendo deportes, política, religión, amor y desamor. Nuestra comida terminaría con un café cargado, un café caliente que atempere la temperatura del ambiente que comienza a descender.

Y luego, ¿qué te parece buscar un lugar privado culminar el arte de la seducción? Una botella de vino y dos copas que nos acompañen para hacer de la velada un momento inolvidable. Llegamos al lugar y, por supuesto, lo primero que sobran son los zapatos que en un instante quedan por ahí tirados. Nos abrazamos y en aquel abrazo surge el beso más profundo que habíamos guardado durante el día justo para ese momento, es un beso que sabe a recuerdos, que sabe a historias sin contar, que recorre cada centímetro de mi piel, cada espacio en mis entrañas, que hace eco en mi mente y silencia mis pensamientos.

Nos vemos a los ojos y todas las palabras que durante el día habían parecido inagotables, enmudecen, ahora es el lenguaje de las miradas, de las caricias, de calor de nuestros cuerpos el que habla, el que explica de manera clara el deseo de pertenecernos por instantes, por horas, POR SIEMPRE…

Lo reconozco, lo he pensado…

 

Del otoño

Del otoño me gusta el lenguaje de la vida, que comunica lo relativo que es el tiempo y el espacio: aquellas hojas que en primavera verdes se lucían, en otoño sin rumbo y moribundas vuelan según las mueve el viento. Los paisajes otoñales siempre han sido mis favoritos, la imagen de aquellas hojas que se desprenden de un árbol y caen lentamente; las hojas que sobre el pasto contrastan por su color café, mientras el viento las arremolina y las separa a su capricho; las tardes nubladas con amenaza de lluvia, que incitan a abrir un libro y prepararse un café…

Del otoño me gustan sus lunas, ésas de octubre que iluminan con soberano resplandor el cielo, que nos conectan a la distancia, que nos vuelven de otros en el tiempo y los recuerdos. Esas lunas que iluminan los sueños y para las que se les deja una rendija abierta en la ventana para que con su brillo, acaricie tu espalda, tus labios, tu cabello en mi nombre… Me gustan esas lunas que en heroico duelo pelean con las nubes su derecho a apropiarse del cielo, esas lunas que sin querer seducen, conquistan; que sin querer arrebatan una lágrima a la nostalgia.

Me gustan esos días nublados, frescos, en los que una brisa mañanera acaricia tenue mi rostro, impregna mi cabello y evoca el sabor de tus labios y la calidez de tus brazos. Esas mañanas en las que, como cada día, juras devorar al mundo, juras vencer lo invencible y, así sin más, la brisa me vulnera y con la más profunda añoranza me lleva a invocar tu recuerdo, ese que de sobra encuentra cómo manifestarse en un instante.

Me gusta la nostalgia que dibuja el otoño, la promesa de renovación que en la sequía se encuentra. Me gusta ver los árboles desnudos sin sus hojas y saber que en poco tiempo habrán de lucir nuevamente frondosos y arrogantes, me da esperanza. Eso, quizá es eso lo que me gusta del otoño, me promete la esperanza de la vida, me hace sentir que las pérdidas son parte de la vida, que la renovación es una exigencia de sobrevivencia y que aquellas hojas que sin rumbo anduvieron por un tiempo, encontrarán un lugar dónde renacer, dónde volver a ser algo en el ciclo de la vida.

En mis recuerdos más preciados, evoco aquellas tardes de otoño a tu lado, recostados sobre el pasto, sintiendo la invitación del frío viento a abrazarnos, a encontrar en un beso el calor que atemperara el ambiente. Recuerdo, ahí recostados diciéndonos tanto sin hablar, viendo cómo decenas de hojas caían sobre nuestros cuerpos, cómo el pasto se cubría de ellas y luego el viento a su placer las desaparecía.

Recuerdo a mi universidad cubierta por espesas capas de hojas y el delicioso sonido del caminar sobre ellas, cruzar sus grandes áreas verdes (cafés para este tiempo) y cerrar los ojos imaginando nuevas aventuras y nuevos desafíos al pasar por tan confortable alfombra. Ser cómplice del viento y patear las hojas para jugar con su destino.

Del otoño, tardes como la de hoy, de lluvia fresca y con un silencio que da pausa para la escritura. Del otoño, la añoranza de los amores eternos, de los amores prohibidos, de los amores efímeros, de los amores que dan vida.

Del otoño, la nostalgia y melancolía que acompaña a la lluvia con lágrimas que lavan recuerdos, que purifican pensamientos.

Del otoño la esperanza en la vida… ésa que explica que después de todo, la vida continúa.

Mi tratamiento, tu tentación

mi tratamiento

Como suele suceder cuando uno está bajo los estragos de estrés extremo, el cuerpo reclama un respiro, el cuerpo enciende señales de alerta para tomar una pausa obligatoria. Pues atendiendo esas alertas tuve que hacer una visita a aquel lugar en donde un día “una caricia incidental” fue un buen paliativo para resolver la crisis del momento.

Ahí estabas, presto y atento para mí, como otras tantas veces. Al verte las lágrimas se desbordaron intentando que a través de ellas pudieras hacer un diagnóstico certero, que entendieras que el caos de mi mente era tan grande que ya se desbordaba por los ojos, que mis labios enmudecidos y los suspiros intentaban cifrar lo que las palabras no podían.

Entendiste mi problema, te acercaste, me tomaste entre tus brazos e intentaste tranquilizarme, aún sin saber mis síntomas físicos, entendías que lo que pasaba en mi mente y mi corazón era aún más delicado que lo que cualquier malestar pudiera preocuparte. Intentaste besarme, giré mi cabeza y besaste mi mejilla.

Continuamos platicando, un poco de la vida, un poco de la salud, un poco de nada importante, sólo intentando que la tranquilidad llegara a mi cabeza y pudiera expresar con claridad qué me pasaba, qué pasaba por mi cuerpo, además de la tristeza y la desesperanza que era evidente a través de mis lágrimas.  Nos observábamos como otras ocasiones, sin necesidad de decir mucho, porque  nuestras miradas se entienden, nos gustamos, nos sentimos en confianza uno con el otro y eso es algo que los ojos, como espejo del alma, no ocultan.

En medio de la charla, no sé con claridad si lo dije o  simplemente lo adivinaste, diagnosticaste mi padecimiento físico y me prescribiste un tratamiento médico, miré con desagrado la larga lista de medicamentos, pero supuse que eran necesarios. El tiempo, como siempre que conversamos, fue insuficiente, debía salir de ese lugar y despertar a la realidad que al cruzar la puerta me aguardaba, ésa donde era urgente comenzar a tomar los medicamentos…

Te acercaste a mí, frente a mí… me besaste y no sé si el beso era parte del tratamiento, nuevamente un placebo para mitigar el malestar. Fue un beso breve pero delicioso, sentir tus labios tibios, cerrar los ojos y sentir que ese beso se extendía por varios minutos, que tus brazos me cubrían, que podíamos huir a un lugar más confortable y buscar acorrucarme en tu pecho, era un placebo poderoso sin duda era efectivo para mis malestares.

Con un diagnóstico expreso y un tratamiento tácito, te abracé como despedida, sin querer, en ese abrazo, mi hombro quedó al descubierto, justo dispuesto para que continuaras el tratamiento paliativo, para que con tu lengua acariciaras la curva que se forma entre mi cuello y mi hombro, para que a ojos cerrados tus manos iniciaran un recorrido por mi espalda sintiendo la textura de mi ropa e imaginaras la tibieza de mi piel, para que aquel efímero beso regresara a nuestros labios y se prolongara lo necesario para olvidarlo todo, para imaginarlo todo…

No fue así, sólo me abrazaste y con un tímido beso que apenas rozó mis labios me dijiste: “Azul, eres una enorme tentación…”

 

 

Salsa y tequila

 

Sólo necesitábamos eso: poner en pausa el mundo, dos tragos, uno para olvidarnos de ellos y otro para imaginar que ellos se olvidaban de nosotros.

Lo necesitábamos, abstraernos del mundo y disfrutar toda la noche y para ello, nada mejor que la combinación: baile y tequila. Así que con los dos tragos y una conversación incidental dejamos que la noche nos abordara, que la música al ritmo de la salsa hiciera vibrar nuestros cuerpos, que el calor provocado por el tequila corriera por nuestras venas.

La conversación, un poco a gritos por el volumen de la música, nos llevó a acercarnos un poco más, lo suficiente como para hacer más sugerente la invitación a hablarte al oído, para hacer más casual el roce de nuestras piernas debajo de la mesa. Así, hablamos poco, lo suficiente para hacer tiempo antes de que nuestros labios se comunicaran sin palabras.

Nos levantamos de la mesa, fuimos al centro de la pista y al ritmo de la salsa nuestros cuerpos se entendían, así con la sensualidad que el ritmo incita, tomaste mi cintura, guiando cada movimiento haciéndome cerrar los ojos y disfrutar cada paso entre tus brazos. Sentía cómo mi cuerpo con naturalidad atendía los movimientos que tus manos marcaban, sentía cómo tus manos recorrían mi espalda, mi cintura y llevaban contra ti mis caderas.

Así, el ritmo nos llevaba en sincronía, nos hacía disfrutar cada paso en una complicidad que sólo la música podía avalar. Regresamos a la mesa y otro par de tragos nos esperaban,  atendimos la invitación que el tequila sobre la mesa nos hacía, brindamos por aquella noche y de un trago consumimos nuestras bebidas. Tomé con la yema de mi dedo la gota que escurría en mi vaso y la llevé a tus labios, perseguiste mi mano que te guiaba hacia mis labios…

Atendiste la indicación de mi mano y al llegar a mis labios giré mi cabeza, besaste mi cuello y acariciaste mi cabello, tomaste mi cabeza por la nuca. Mis piernas ya se cimbraban sobre el piso atendiendo el ritmo que me llamaba nuevamente a la pista. Así que habría que esperar para que aquel beso sucediera. Nuevamente dejamos que nuestros cuerpos disfrutaran, que sin palabras se comunicaran, que tus manos en cada movimiento se apropiaran en de mi cuerpo, que la música, la letra y el ritmo nos hicieran recrear aquella historia que la salsa incitaba a imaginar más, mucho más…

La música nos atrapaba, ponía a prueba nuestra condición física y parecía que vencíamos, que ni los años ni los kilos eran impedimento para que aquella noche fuera nuestra, para que la salsa nos hiciera imaginar una historia más allá del lugar en el que nos encontrábamos, la música se adueñara de nuestro cuerpo y nuestra mente, y sedujera nuestros pensamientos haciéndonos protagonistas de aquella historia que en voz del cantante se relataba.

El tequila en complicidad con la salsa adormecía nuestra conciencia, nos hacía partícipes de una noche deliciosa, que lograba el cometido de haber dejado en pausa al mundo. Bailamos, el roce de nuestros cuerpos al ritmo de la música era cada vez más excitante, era cada vez más cadencioso y la temperatura de nuestra piel y el calor que corría por nuestras venas traspasaba la ropa.

La noche avanzaba, las horas –y el tequila – parecían haberse ido sin darnos cuenta cómo, nuestros cuerpos al ritmo de la música se dejaron seducir por horas, nuestra conversación nos hizo cómplices con sabor a tequila y dejamos que el placer al compás de la salsa nos hiciera disfrutar toda la noche sin darnos tiempo de aquel beso que había quedado pendiente cuando te invité a cercarte a mis labios.

La salsa había conquistado nuestra noche, el tequila había conquistado nuestro paladar así que ahora había tiempo para ese beso, que iniciara en los labios y recorriera nuestros cuerpos sin prisa, nos despedimos de aquel lugar con un beso dulce mientras aguardábamos el auto, aún escuchábamos a lo lejos la música, aún con la invitación de hacer de aquella música un ritmo seductor para hacer el amor…

 

 

Una Casualidad

Lo sé, lo acepto, soy una mujer controladora, que necesita tener un plan de acción con un sinfín de variables analizadas, un plan para saber qué hacer si… equis situación. No confío en las casualidades, en que las cosas sólo sucedan, pero así fue: una casualidad!

Mi tarde fue un caos, una escena impensable, de ésas en las que la Fantasía de este mundo alterno queda corta… fue una tarde en la que no sabría que te vería, es más, no sabría siquiera si en ni mi vida te volvería a ver… una casualidad nos llevó a un encuentro fortuito, en aquel parque donde antes, mucho antes habíamos caminado de la mano, persiguiendo sueños disfrazados de mariposas, escribiendo historias al aire en cada caricia y cada beso.

En ese lugar habríamos jugado a ocultarnos del mundo, a romper prejuicios y unir historias… y sí, aunque no sabía si te volvería a ver en mi vida siempre has sido mi pensamiento favorito, el recuerdo más recurrente en momentos de desesperanza y de alegría, en instantes de soledad y de absurda compañía…

El destino lo quiso, en medio de un mundo de desconocidos, en medio de una tarde nublada y fresca donde los relámpagos se escuchaban a lo lejos mientras el cielo se oscurecía cada vez más, en aquel parque al que llegué huyendo de mis pensamientos, caminando sin rumbo, ahí coincidimos.

En un pasillo de tantos que cruzan de norte a sur y de este a oeste aquel lugar público nos encontramos frente a frente, sin palabras, con miradas atónitas, con un silencio que calló hasta el estruendo de aquellos relámpagos que iluminaban el cielo. Nuestras miradas se cruzaron por instantes y nuestros cuerpos inertes continuaron su camino como si no nos conociéramos.

Temblando por el peso de los recuerdos que hacían eco en la memoria, las piernas pesaban, parecían de hierro, los pasos fueron lentos como queriendo detenerse para voltear y saber que así como nuestras almas pese al tiempo seguían conectadas, nuestras miradas en ese momento también.

Pasos lentos y pausados, y en la escena, las nubes conmovidas rompieron en llanto, un llanto pertinaz que acompañado por un fuerte viento oscureció la escena, los relámpagos continuaron pero los truenos callaron, los pensamientos gritaban y el corazón latía tan fuerte que aquellos truenos que parecían espantar a otros, ni si quiera se escuchaban…

Volteé, estabas ahí, aguardando por mí… el olor a tierra mojada en pocos minutos invadió el ambiente… caminé hacia ti, acompañando las lágrimas de las nubes que para ese momento ya tenían completamente empapada nuestra ropa.

Sin entender si las escena era producto de mi imaginación o realmente estabas frente a mí, acerque mi mano a tus labios apenas rozándote con la yema de mi dedo índice, y en ese instante te supe real, la sensación de tus labios desde mi mano recorrió todo mi cuerpo, mi memoria, mis recuerdos, mi alma…

Me tomaste por la cintura llevándome hacia a ti y en un beso ardiente detuvimos el tiempo, cerramos los ojos al mundo que para entonces había huido a resguardarse del fuerte aguacero… tus labios, tu lengua, tu sabor y el calor de tu aliento, tal cual como conservaba intacto el recuerdo en mi ser.

Así, bajo la lluvia que confundía las lágrimas que rodaban por nuestros rostros, llevé mis manos a tu pecho para recorrerlo como antes, para asegurarme que ese seguía siendo el espacio seguro, la justa medida para resguardarse del mundo.

La ropa húmeda estaba fría, levanté tu playera y tu piel era tibia aún, quité tu playera y comencé a besar y lamer tu dorso desnudo, a ojos cerrados con un llanto desbordado, el agua de lluvia que corría por tu pecho provocaba una sensación verdaderamente excitante, mi lengua recorría tu pecho y atrapaba el agua que sobre él caía.

Hiciste lo mismo con mi playera, metiste tus manos por mi espalda y desabrochaste mi ropa, me despojaste de ella en un solo movimiento, dejando mis senos desnudos al contacto con tu piel, al contacto con la lluvia que sobre nuestros cuerpos caía acompañando el llanto incontenible de ambos.

Regresamos a aquel beso sin palabras, nos sentamos sobre el pasto y sin saber de cuestiones climáticas ni pronósticos meteorológicos e hicimos de ese beso un recorrido por nuestros cuerpos, un recorrido apresurado, sincronizado y cadencioso que con los trazos sutiles de nuestras lenguas y con el calor de nuestro aliento tibiaba cada centímetro recorrido.

La ropa húmeda, empapada, en segundos quedó de lado y la escena nos dejó el pasto como el mejor de los lienzos para dibujar una vez más, como en aquellos años, la escena más sublime del amor, como la obra artística más auténtica y creativa que nadie puede imitar. Hicimos el amor bajo la lluvia, así con la misma pasión de aquellos tiempos con la misma perfección del movimiento, el ritmo y el tiempo…

Sintiéndote en mí mientras nuestras miradas tenían la conversación que nuestros labios no se habían atrevido, mientras nuestra piel encendida comunicaba todo lo que los años han guardado en silencio, mientras mis ojos cerrados recorrían el pasado como la única historia memorable…

Así, estando yo sobre ti, con una fuerte lluvia cayendo sobre nosotros, disfrutamos cada movimiento: mi cuerpo cadencioso te disfrutaba, mis dedos jugaban en tu boca con tu lengua y tus labios,  mientras con mi mano sostenía mi cabello que escurría de agua de lluvia, la corría por mi cara, mi cuello, mis senos… era delicioso, era perfecto, justo el ritmo del amor… justo como jamás lo habría imaginado, justo como sólo una casualidad podría permitirlo…

 

​Escala para un abrazo…

Ese día había sido caótico, de ésos en los que pareciera no quedan fuerzas ni para hablar, de esos días en los que luego de una jornada laboral de 14 horas quisiera cerrar los ojos y recorrer mentalmente los 28 km que separan mi trabajo de mi casa… en el camino gente, de ésa que observas e imaginas su historia, de ésa con la que te entretienes pensando si su vida será tan caótica como la mía, así recorrí mi camino.
Camino a casa, te llamé, intentando desahogar los pensamientos que revoloteaban en mi cabeza, quizá sólo para decir cualquier cosa que me hiciera sentir menos sola. Telefónicamente, desde mi auto, me acompañaste unos kilómetros, platicamos de las aventuras del día y me sugeriste pasara a tu casa por un abrazo que reconfortara mi día. 

Así fue, aunque estaba cansada, exhausta y lo único en lo que pensaba era en un vaso de agua y mi cama, hice una escala técnica en tu casa, saliste, subiste al coche, nos besamos con la pasión contendida durante un día de arduo trabajo, con el deseo de huir del mundo en ese beso, con la ilusión de saberme en un lugar a salvo. 

A ojos cerrados en ese beso mi mente se apagó, las historias de los personajes que inventé en mi camino desaparecieron, el cansancio físico de mi cuerpo se relajaba y se convertía en excitación. Sentía tus manos apresuradas recorrer mi espalda sobre la ropa y  llevarme contra ti para pelear con los reducidos espacios de mi auto. 

Besaste mi cuello, descubriste mis hombros y los recorriste lentamente con tu lengua. Yo seguía con los ojos cerrados, tratando de imaginar que los dos reducidos asientos de mi auto se transformaban en una confrontable cama, así que recliné el asiento hacia atrás, lo más recostada que pudiera estar… así, tratando de olvidar que estábamos en mi auto, estacionados afuera de tu casa, seguí con los ojos cerrados, concentrándome en cada una de las sensaciones que provocaba el recorrido de tus manos. 

De momentos sentía tu mano apretar mis piernas, mis muslos en un recorrido sobre mi pantalón, sentir cómo la palma de tu mano completa presionaba la parte interna de mis muslos mientras seguíamos perdidos en aquel beso. Luego, tus manos en mi cuello daban un delicioso masaje que lograba relajar toda la tensión acumulada de la semana, un masaje que comenzaba en mi nuca, sintiendo las yemas de tus dedos entre mi cabello, bajando muy despacio por mi cuello y reconfortando mi espalda y mis hombros. 

Mi mente ya estaba relajada, mi cuerpo excitado y mi corazón confundido… intentando salir de esa sensación de placer que me hacía querer más, intentando apagar los fantasmas morales que me preguntaban si era correcto, intentando querer estar en la cama de un hotel contigo y no dentro de mi auto. 

Tus manos continuaron en un recorrido certero, haciendo suya mi espalda, desde mi cuello hasta mi cintura. Era una sensación deliciosa, una sensación que lograba reconfortar mi cansancio, compensarme de sobra luego de un terrible día… así, tus labios en mi cuello y tus manos en mi cuerpo se convirtieron en un reto a la cordura y la moral, un reto a las leyes de la física que dicen que “dos cuerpos no pueden ocupar un mismo espacio”, un reto para que la escala técnica para un abrazo haya valido la pena… 

El lienzo del amor

lienzo-del-amor

Una tarde tan  fría siempre evoca la añoranza de tus brazos, de tus besos, de esas tardes en las que una cama era el lienzo en el que hacíamos el amor como un obra de arte, lo hacíamos como sólo se puede hacer desde la inspiración que dicta el alma, como sólo se puede hacer cuando en verdad se ama, entonces la imaginación y la pasión eran los pinceles con los que delineábamos los trazos de aquella escena en la que sin duda nuestras almas se tocaban.

Recostados sobre las cama, conversando de lo cotidiano, de lo simple y lo complejo, sin saber del tiempo, del mundo que afuera continuaba, hablábamos y desde ahí sé que iniciaba el amor, el contacto de nuestros mundos a través de la charla, ahí también hacíamos el amor.

Tus manos recorriendo mi cuerpo, apretando mi cintura contra tu cuerpo, tus manos fuertes, rugosas, de hombre, haciendo suya cada parte de mi cuerpo. Mientras, yo dibujaba en tus labios un beso inagotable, un beso que te decía lo mágico que era tenerte ahí conmigo, lo delicioso que era sentirte tan cerca y sentir cómo cada centímetro de mi piel respondía instantáneamente al roce de tus manos.

Cada caricia era un trazo certero que me hacía arder en ansias de sentirte cada vez más, tus manos recorriendo mis muslos, apretando con fuerza mientras mi mente, a través de cada una de las sensaciones que provocabas, me hacía desearte cada vez más, con un deseo único, con el deseo que sólo el amor puede explicar.

Luego, sentir mis piernas desnudas rozar con las tuyas, mientras tus labios recorrían mi cuello, mientras tu lengua devoraba mis senos con la certeza de que mi cuerpo y cada sensación que despertabas te pertenecía, le pertenecía ese lienzo en el que hacíamos el amor. Así hacías tuyo mi cuerpo, como quien se apropia de lo que le pertenece.

En una sincronía que sólo el amor dicta, nuestros cuerpos se reconocían, centímetro a centímetro, caricia a caricia, sensación por sensación. Como toda obra de arte, era auténtica, única, cada caricia y cada beso era parte de una nueva historia sobre ese lienzo que nuestra cama representaba, cada trazo que mis labios dibujaban sobre tu piel, que tu lengua hambrienta hacía sobre mi cuerpo, era inédito y certero en la técnica, en el color y la forma.

Hacíamos el amor, sin pausa y sin prisa, disfrutando el trazo de cada caricia, cada sensación que la humedad de nuestros cuerpos provocaba… disfrutando plenamente el instante preciso en el que el placer se volvía sublime, en el que la sensación única de ser uno por instantes era el trazo con que finalizaba la obra plasmada en aquel lienzo, en donde tu nombre en mis labios firmaba como auténtica aquella sensación de ser tuya…

Siempre tuya, FCM!