​Sabor a vino tinto… 

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A veces se antoja una copa de vino para terminar la semana, una copa de vino que pueda convertirse en una botella que permita rumiar las historias cotidianas, esas que en el día a día se vuelven tormentosas y que parecen interminables.

Una copa de vino que relaje, que apague los pensamientos y que dé razones para convertir una noche de desahogo en una noche de placeres. Así fue, con el pretexto de dos copas de vino en mi sangre (o una botella, no lo recuerdo bien), te llamé…

Te llamé porque era inevitable que la sensación que el vino dejaba en mi boca te recordara, recordara aquellas noches -y tardes- en las que con el pretexto de escribir una historia diferente, tratábamos de encontrarnos en la cama, hoy ya no sé si era sólo encontrar historias del pasado o inventar una historia de fantasía en el presente, porque lo que sí sé es que siempre fue una historia sin futuro.

Así, sin razones pero con la excusa del vino en mi sangre y los recuerdos en mi memoria te llamé, quise encontrar en tu voz una respuesta que aceptara una propuesta indecorosa, una propuesta que combinara el sabor del vino en mis labios con el sabor de tus besos.

Así, sin sentido pero con un gran vacío, te llamé queriendo es escuchar en tu voz ese tono de nostalgia que aún encuentro en mis pensamientos en las noches frías o tal vez quería encontrar una voz arrepentida que me dijera un “te extraño”, un “te necesito”.

Te llamé porque quise que recordáramos juntos si los placeres de aquellas noches eran producto del vino en sí o del vino en tu piel, del vino que mi lengua recogía sobre tu pecho, del vino que en un beso compartíamos, que comprobáramos si era el mismo sabor de tu placer luego de que mi lengua adormecida por en vino te devoraba con deseo.

Te llamé porque mi piel tibia era cálida con el efecto del vino corriendo por mi sangre, porque el deseo de humedecer las yemas de mis dedos en la copa de vino para llevarlas a tu boca era mucho, porque el deseo de humedecer las yemas de tus dedos en el vino para luego lamerlos lentamente, devorarlos uno a uno con suaves mordidas para que la sensación que iniciaba en tu mano recorriera todo tu cuerpo, era mucho.

Te llamé queriendo escuchar en tu voz aquel tono excitante de nuestras llamadas a media noche donde un gemido, un “hola”, un “te amo” eran el clímax del placer a la distancia. Te llamé como cuando de memoria sabía tu número, como cuando aquel timbre especial alteraba mi corazón y mi piel sabiendo que eras tú quien estaría en la línea.

Seleccioné tu número en mi celular, aún con la foto con la que guardé tu contacto, toqué sobre la pantalla del teléfono y comenzó a marcar… mi corazón acelerado, mi piel ardiente, mi necesidad de ti y la cercanía física que tenía de tu casa, eran las condiciones propicias para que tú dijeras que sí a mi propuesta, para que con deseo más que con certeza dijeras que sí y huyéramos por esa noche!

Te llamé y no contestaste…

​Escala para un abrazo…

Ese día había sido caótico, de ésos en los que pareciera no quedan fuerzas ni para hablar, de esos días en los que luego de una jornada laboral de 14 horas quisiera cerrar los ojos y recorrer mentalmente los 28 km que separan mi trabajo de mi casa… en el camino gente, de ésa que observas e imaginas su historia, de ésa con la que te entretienes pensando si su vida será tan caótica como la mía, así recorrí mi camino.
Camino a casa, te llamé, intentando desahogar los pensamientos que revoloteaban en mi cabeza, quizá sólo para decir cualquier cosa que me hiciera sentir menos sola. Telefónicamente, desde mi auto, me acompañaste unos kilómetros, platicamos de las aventuras del día y me sugeriste pasara a tu casa por un abrazo que reconfortara mi día. 

Así fue, aunque estaba cansada, exhausta y lo único en lo que pensaba era en un vaso de agua y mi cama, hice una escala técnica en tu casa, saliste, subiste al coche, nos besamos con la pasión contendida durante un día de arduo trabajo, con el deseo de huir del mundo en ese beso, con la ilusión de saberme en un lugar a salvo. 

A ojos cerrados en ese beso mi mente se apagó, las historias de los personajes que inventé en mi camino desaparecieron, el cansancio físico de mi cuerpo se relajaba y se convertía en excitación. Sentía tus manos apresuradas recorrer mi espalda sobre la ropa y  llevarme contra ti para pelear con los reducidos espacios de mi auto. 

Besaste mi cuello, descubriste mis hombros y los recorriste lentamente con tu lengua. Yo seguía con los ojos cerrados, tratando de imaginar que los dos reducidos asientos de mi auto se transformaban en una confrontable cama, así que recliné el asiento hacia atrás, lo más recostada que pudiera estar… así, tratando de olvidar que estábamos en mi auto, estacionados afuera de tu casa, seguí con los ojos cerrados, concentrándome en cada una de las sensaciones que provocaba el recorrido de tus manos. 

De momentos sentía tu mano apretar mis piernas, mis muslos en un recorrido sobre mi pantalón, sentir cómo la palma de tu mano completa presionaba la parte interna de mis muslos mientras seguíamos perdidos en aquel beso. Luego, tus manos en mi cuello daban un delicioso masaje que lograba relajar toda la tensión acumulada de la semana, un masaje que comenzaba en mi nuca, sintiendo las yemas de tus dedos entre mi cabello, bajando muy despacio por mi cuello y reconfortando mi espalda y mis hombros. 

Mi mente ya estaba relajada, mi cuerpo excitado y mi corazón confundido… intentando salir de esa sensación de placer que me hacía querer más, intentando apagar los fantasmas morales que me preguntaban si era correcto, intentando querer estar en la cama de un hotel contigo y no dentro de mi auto. 

Tus manos continuaron en un recorrido certero, haciendo suya mi espalda, desde mi cuello hasta mi cintura. Era una sensación deliciosa, una sensación que lograba reconfortar mi cansancio, compensarme de sobra luego de un terrible día… así, tus labios en mi cuello y tus manos en mi cuerpo se convirtieron en un reto a la cordura y la moral, un reto a las leyes de la física que dicen que “dos cuerpos no pueden ocupar un mismo espacio”, un reto para que la escala técnica para un abrazo haya valido la pena… 

El lienzo del amor

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Una tarde tan  fría siempre evoca la añoranza de tus brazos, de tus besos, de esas tardes en las que una cama era el lienzo en el que hacíamos el amor como un obra de arte, lo hacíamos como sólo se puede hacer desde la inspiración que dicta el alma, como sólo se puede hacer cuando en verdad se ama, entonces la imaginación y la pasión eran los pinceles con los que delineábamos los trazos de aquella escena en la que sin duda nuestras almas se tocaban.

Recostados sobre las cama, conversando de lo cotidiano, de lo simple y lo complejo, sin saber del tiempo, del mundo que afuera continuaba, hablábamos y desde ahí sé que iniciaba el amor, el contacto de nuestros mundos a través de la charla, ahí también hacíamos el amor.

Tus manos recorriendo mi cuerpo, apretando mi cintura contra tu cuerpo, tus manos fuertes, rugosas, de hombre, haciendo suya cada parte de mi cuerpo. Mientras, yo dibujaba en tus labios un beso inagotable, un beso que te decía lo mágico que era tenerte ahí conmigo, lo delicioso que era sentirte tan cerca y sentir cómo cada centímetro de mi piel respondía instantáneamente al roce de tus manos.

Cada caricia era un trazo certero que me hacía arder en ansias de sentirte cada vez más, tus manos recorriendo mis muslos, apretando con fuerza mientras mi mente, a través de cada una de las sensaciones que provocabas, me hacía desearte cada vez más, con un deseo único, con el deseo que sólo el amor puede explicar.

Luego, sentir mis piernas desnudas rozar con las tuyas, mientras tus labios recorrían mi cuello, mientras tu lengua devoraba mis senos con la certeza de que mi cuerpo y cada sensación que despertabas te pertenecía, le pertenecía ese lienzo en el que hacíamos el amor. Así hacías tuyo mi cuerpo, como quien se apropia de lo que le pertenece.

En una sincronía que sólo el amor dicta, nuestros cuerpos se reconocían, centímetro a centímetro, caricia a caricia, sensación por sensación. Como toda obra de arte, era auténtica, única, cada caricia y cada beso era parte de una nueva historia sobre ese lienzo que nuestra cama representaba, cada trazo que mis labios dibujaban sobre tu piel, que tu lengua hambrienta hacía sobre mi cuerpo, era inédito y certero en la técnica, en el color y la forma.

Hacíamos el amor, sin pausa y sin prisa, disfrutando el trazo de cada caricia, cada sensación que la humedad de nuestros cuerpos provocaba… disfrutando plenamente el instante preciso en el que el placer se volvía sublime, en el que la sensación única de ser uno por instantes era el trazo con que finalizaba la obra plasmada en aquel lienzo, en donde tu nombre en mis labios firmaba como auténtica aquella sensación de ser tuya…

Siempre tuya, FCM!

Sabor Vainilla

Soy una mujer intensa, no puedo vivir de otra manera que no sea apasionándome por lo que me gusta, por lo que creo, por mi gente… y eso no es bueno del todo, menos cuando mi salud me lo reprocha, cuando mi salud me recuerda que los años pasan y los kilos se quedan, cuando mi salud enciende signos de alerta para poner una pausa, dar un respiro y por supuesto, se convierte en el pretexto ideal para dejarme consentir…

Todo inició un día de esos extenuantes, donde el cansancio era más que evidente, de esos días en los que necesitaba unos oídos atentos para conversar y unos brazos cálidos dónde acurrucarme por las horas que durara la noche… y ahí estabas tú, tú en esa habitación sólo para nosotros:

Sobre un mueble un par de velas que iluminaban sutilmente el lugar impregnado por un delicioso aroma a vainilla, un olor sutil que invadía todo el lugar y que como respuesta a ese estímulo sensorial me hizo recostarme sobre la cama, boca abajo, con los ojos cerrados, aún con el atuendo del día laboral, aún con los agotadores zapatos de tacón.

Era una escena rica, relajante, dispuesta para el placer que me desconectara del mundo por unas horas… Tratando de consentirme pusiste en tu teléfono una poesía que con la entonación de un experto decía:

“Mi táctica es mirarte aprender como sos quererte como sos mi táctica es hablarte y escucharte construir con palabras un puente indestructible”

Me parecía tan atinada la poesía de Benedetti recitada por él mismo desde tu teléfono, el olor a vainilla, la luz de las velas y el lugar en general, que hasta parecía una escena estudiada para la seducción. Todo era rico, la escena cumplía el cometido de abstraerme de mi mundo y llevarme a uno inventado, uno creado sólo para la ocasión.

Así, recostada quitaste mis zapatos, con delicadeza, con la gentileza de quien le preocupa el cansancio que mis pies sentían, con la generosidad de quien entendía la cantidad de escalones que subo y bajo cada día mi trabajo, casi con la ternura de quien entiende mis carreras y prisas.

Sentí tus manos avanzar por mis pantorrillas, sentí cómo cubriste mis piernas con un lienzo tibio, con pudor, con toda la intención de no inquietarme, de hacerme disfrutar sin la necesidad del sexo como trámite del encuentro. Mi conciencia estaba cada vez más adormecida, la poesía con voz tenue con acento extranjero que provenía de tu teléfono, el olor a vainilla y la temperatura de tus manos, me tenían en un estado de indefensión total, absolutamente relajada.

Sentí como tus manos acariciaban mis piernas sobre mi pantalón, la calidez de tus manos, combinada con la textura de mi ropa recreaban una sensación muy disfrutable. No sé en qué momento ni cómo, pero venciste la barrera de la ropa, mi pantalón ya estaba tirado a un costado de la cama, pero mis piernas aún estaban cubiertas por el lienzo tibio que habías puesto. Sentí cómo tus manos comenzaban a subir hacia mi espalda, entre la blusa y mi piel, las yemas de tus dedos hacían un recorrido suave, apenas rozándome.

La blusa desapareció, mi espalda quedó libre para que tus manos la recorrieran… quitaste el lienzo que cubría mi cintura y mis piernas, por varios segundos me observaste, como si te pareciera atractiva, como si te gustara. Sentí las gotas de aceite que caían en mi piel y cómo tus manos, fuertes, grandes, esparcían desde mi cuello hasta mi cintura la consistencia suave del aceite. El roce de las yemas de tus dedos en mi espalda, templaba mi piel, la fricción de tus manos relajaba mi espalda y hacía que mi imaginación volara…

Mi cuerpo estaba inerte, perdido en el cúmulo de sensaciones que tus manos despertaban. El olor a vainilla era cada vez más intenso y la luz de las velas cada vez más tenue, parecía que se extinguiría, justo en ese momento, cuando mi cuerpo más relajado estaba, después de no sé cuánto tiempo porque había perdido la noción de los minutos o las horas, justo cuando parecía entrar un sueño profundo, sentí un líquido frío que caía en mi espalda, sentí cómo corría sobre mi piel hacia los costados y vi que sostenías una copa de vino tinto en tu mano…

Era delicioso sentirte, escuchar poesía, respirar ese ambiente sabor vainilla… las velas se consumieron, la habitación quedó a oscuras, volteaste mi cuerpo para quedar boca arriba y tú recostado junto a mí, escuché tu voz en mi oído:

“Tu belleza es digna de los dioses, un manjar de la perfección celestial, capaz de llevar a la perdición a toda legión… Tus curvas Venus de Milo, tu piel suave que deja mi corazón tranquilo… imposible no perder la rezón en la llanura de tu cuerpo en armonía la nota perfecta de mi canción.”

Cerré los ojos, caí en ese sueño profundo del que no supe si tus caricias eran parte del sueño o de la realidad, al final, saboree en tus labios un beso dulce, un beso con el sabor la vainilla que estuvo presente en nuestra noche…

Una caricia incidental

 


Han sido días de mucho cansancio, de un poco de hastío ante una desgastante realidad que parece nada puede cambiar… Había sido un día donde cuestiones de salud sólo reflejaban un mundo de pensamientos cansados de huir, cansados de intentar descifrar aquella historia del pasado para poder soltarla y elevar el ancla para continuar…

Ese día coincidimos en una conversación casual, casi de amigos, platicamos trivialidades enumeradas a cuenta gotas porque explicarlas a detalle requeriría mucho tiempo y no era el lugar ni el momento para conversar plácidamente. Así sucedió la charla, sin muchos porqués, sin muchos argumentos, sólo relatos vagos del día a día acumulado de varios meses de no vernos.

Era inevitable imaginar que tu mirada saboreaba mis labios, que recorría mi cuello y fantaseaba con mi presencia en ese lugar. Era evidente que mis pensamientos estaban alterados, que me inquietaba tu mirada y que mi imaginación volara… La vulnerabilidad por mi estado de salud, hacía todo más complicado, no estaba segura si lo que buscaba era un diagnóstico médico, un abrazo, oídos atentos a mis sinsentidos o sólo huir de mi mundo por unos minutos, suponiendo que contigo podría hacerlo…

Así, de manera fortuita, creo yo que muy casual te acercaste a mi espalda, tus manos tomaron mi cuello, apenas rozándolo, apenas para saber cuánta tensión había en él, consciente que tal vez gran parte de ella era producto de la cercanía de tu cuerpo. Tus manos, grandes, suaves, fuertes avanzaron hacia mis hombros, cerré los ojos imaginando que cambiábamos de escenario, a un lugar más privado, a un lugar más nuestro…

Tu voz se perdía entre el ruido de mis pensamientos, tu presencia se internaba en mi fantasía, tus manos recorriendo mi espalda dibujaban un recorrido reconfortante, muy agradable. Lentamente avanzabas con las yemas de tus dedos desde mi nuca, mi cuello hasta mi espalda, no sé con precisión qué me decías, sólo sé que era placentero sentirte, no sólo por una connotación sexual de deseo instintivo, sino por un placer reconfortante, un placer que me daba paz, que por instantes lograba calmar mis pensamientos.

El cansancio hacía que mis ojos se cerraran, que mi mente se fuera apagando poco a poco, que de momentos sintiera que me quedaba dormida… Así las terminales nerviosas de mi espalda se concentraran en el recorrido de tus manos, imaginando que esos instantes podían convertirse en minutos, en horas, en una noche… De verdad, créeme, no una noche de sexo, sino una noche de caricias que me hicieran desconectarme del mundo que tan alterada tiene mi salud en estos momentos.

No supe a ciencia cierta cuántos minutos pasaron, pero sé que el instante en que tus manos estuvieron sobre mi espalda fue una sensación muy rica, la temperatura de la palma de tu mano contra la tensión de los músculos de mi cuello y mi espalda, era un contraste que combinaba relajación con excitación, realidad con fantasía.

Así, desperté confundida entre el diagnóstico médico, el placer efímero y una caricia incidental.