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¿Qué pasaría si…


Las casualidades nos han puesto frente a frente en una gran cantidad de ocasiones retando la cordura de hacer de aquel saludo cordial un beso apasionado que nos lleve a la locura. La prudencia de esos encuentros públicos me llevan a desatar la fantasía desde el pensamiento esforzándome porque leas en mis miradas y sonrisas aquello que pasa por mi mente, pero pareciera que tu cordura puede más que mi fantasía.
Las trivialidades nos ocupan y casi podemos hablar de cualquier tema, reconozco tu inteligencia, acepto que parte de lo que me resulta atractivo de ti es esa sensatez y, diría, hasta sabiduría con la que te expresas y conduces en lo público. Te escucho atenta y mi mente fantasea con el movimiento de tus labios, mi mirada evidencia que mi atención no está puesta precisamente en tu discurso.
Y, en medio de mi locura disfrazada de prudencia, me pregunto: ¿Qué  pasaría si… al final de tu elogiada intervención convierto aquel abrazo de felicitación en una sutil invitación a fantasear conmigo…?
¿Qué pasaría si en ese espacio tan tuyo, lleno de elogios y miradas complacientes a tus encantos beso tus labios, con sutileza, con un ingenuo roce accidental que perdió la dimensión de tu rostro saboreando la comisura de tu boca…?
¿Qué pasaría si en ese abrazo de reconocimiento profesional te recito al oído lo que pasa por mi mente, que es indudable mi reconocimiento, pero que en ese abrazo sobra la ropa, que la temperatura de mi piel busca sentir la tibieza de tu pecho…?
¿Qué pasaría si al final de aquel acto público te invitara con pretexto de la formalidad de un café para celebrar tu éxito y ahí te dijera todo lo que pasa por mi mente cuando la casualidad nos convoca…? Quizá rechazarías el café, supongo, pero te convencería de un tequila, brindaríamos en nombre de los pretextos y procuraría estar lo más cerca de ti, haciendo que mis muslos rozaran con los tuyos, jugaría con las yemas de mis dedos haciendo suaves trazos sobre el dorso de tus manos, haría que mis manos reconfortaran con ternura el estrés de tus hombros, de tu nuca. Clavaría mi mirada en tus labios como la más directa súplica de un beso.
Retaría tu cordura con un beso, con el recorrido de mis manos por tu espalda, con la proximidad del acelerado latir de mi corazón contra tu pecho…
¿Qué pasaría si por un día o por unas horas no fueras tan arrogante e inalcanzable y escucharas lo que mis miradas te gritan…? Difícil, hombres como tú son incapaces de vulnerar su seguridad y perfección al suponer que tienen el control de todo, sabes que con tus  encantos los riesgos son innecesarios. Haces bien, una mujer como yo sería un peligro en un mundo como el tuyo, ignórame, evádeme, al final me resulta muy excitante fantasear cuando la casualidad nos convoca y finjo que me importa lo que haces.
Pero, bueno… ¿Qué pasaría si lees este texto e intuyes que es para ti y me sorprendes la próxima ocasión que nos veamos…?

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Si me piensas como te pienso

Si me piensas como te pienso estoy segura que hay amaneceres en los que despiertas con una sonrisa por habernos encontrado en los sueños, tomas el teléfono y buscas una señal de mi existencia y encuentras en en el mundo virtual un mensaje con dedicatoria tácita que refuerza tu sonrisa. 

Aún recostado en tu cama, antes de que los primeros rayos del sol apresuren tus tareas, evocas mi rostro, mi sonrisa y el sabor de mis labios. Mi voz hace eco en tus pensamientos mientras telepáticamente me das los buenos días e imaginas que te respondo al oído y sientes que mis dedos recorren con sutileza tus labios. 

Si me piensas como te pienso, tal vez retas el frío de un amaneceres con mi recuerdo y mientras avanzas rumbo a la ducha, mi imagen te acompaña con esa sonrisa cómplice que tú conoces, con esa sonrisa que te dice cuánto disfruto estar entre tus brazos, cuánto anhelo el recorrido de tus manos en mi espalda. 

Tu baño tibio dejó que tu imaginación volara, que el recorrido de las gotas de agua por tu cuerpo semejara la humedad de mis labios y mi lengua besando tu dorso desnudo, tus hombros y tu nuca. El vapor del baño dibuja mi reflejo en el espejo, mi sonrisa, invitándote a más, a que dejes que mis manos y mis labios te recorran, te vistan, te desvistan y te vuelvan a vestir… 

Contra reloj y contra la imaginación comienza tu día, con esa imagen fija en tu mente, con ese pensamiento recurrente que nos une, te decides a llamarme para darme los buenos días y dejar que tu jornada continúe su curso con las tareas habituales. 

Si me piensas como te pienso, seguro hay momentos en los que en medio del caos mi rostro se instala en tu pensamiento y entablamos conversaciones imaginarias que nos ayudan a descifrar el reto de ese momento, hablamos de lo cotidiano y sencillo y luego, de nosotros, de ese próximo encuentro. 

Así, con un pensamiento compartido a la distancia transcurre nuestro día, anhelando ese tiempo robado a la cotidianeidad para hablar, para que con un interrogatorio breve compartamos no solo palabras, sino esa lectura entre líneas que nos une con el mismo deseo de pertenecernos, el deseo de apresurar el tiempo y acortar la distancia para encontrarnos en un abrazo prolongado, un abrazo que detenga el tiempo. 

Si me piensas como te pienso seguro a lo largo del día encuentras imágenes que quisieras compartirme, aquellas que describen la realidad nacional que discutimos en días anteriores, aquel ave en un arbusto posando para ti, los últimos rayos del día en un hermoso atardecer. Así, salgo de la nada y de todo, volviendo a entablar una conversación imaginaria que acompañe tus trayectos o el fin de tu jornada laboral. 

Por la noche, al final del día, las trivialidades nos reúnen, las redes sociales nos hablan de las banalidades del día y del rumbo del mundo. Al final, antes de ir a cama imaginas que compartimos un trago, quizá un tequila que silencie el caos de una realidad aberrante que no podemos borrar, quizá una cerveza que relaje la tensión del día. 

Ya en tu cama, dispuesto para descansar, mi recuerdo sigue presente, me imaginas frente a ti viéndonos, jugando con mis dedos en un recorrido por tu rostro, rumiando los sinsabores del día, buscando calor debajo de las sábanas y encuentras entre tus recuerdos mi voz cálida y en tu teléfono mi fotografía.

Si me piensas como te pienso sé que ahora quisieras estar aquí conmigo, contando las estrellas del cielo y queriendo hacer eternos los sabores de esta noche… 

Lo reconozco


Lo reconozco, más de una vez he imaginado seducirte… más de una vez he imaginado que te robo de tu realidad y te hago por una noche cómplice de la mía. He imaginado que un día cualquiera un pretexto nos reúne, y en nombre de ese pretexto conversamos por largas horas, caminamos entre calles tranquilas y solitarias, reímos del mundo que, tomados de la mano, nos parece ajeno, compartimos besos robados que interrumpen nuestra charla amena.

Lo reconozco, imagino hacer largas las horas de un día en el que de la mano recorramos nuevos rumbos, imagino hacer los minutos eternos si puedo estar entre tus brazos, anhelo hacer en un beso los segundos más intensos y hacer del recorrido de una caricia el trazo más sublime que al roce de mis manos en tu rostro te resulte inevitable despertar el deseo de que tus labios recorran mi piel.

Lo reconozco, en las noches cuando hablamos, cuando mi día termina con una frase tuya como despedida, imagino tu voz en mi oído, tus manos en mi espalda, mi cabeza sobre tu pecho, nuestras piernas desnudas y entrelazadas debajo de las sábanas. Cuando mis mañanas inician con tu saludo en un mensaje en mi teléfono, imagino que acompañas mi despertar en ese baño tibio que al imaginar el agua correr por nuestros cuerpos, se vuelve aún más reconfortante.

Lo reconozco, detrás de  esa inocente invitación a compartir un café,  una charla, hay una perversa intención de seducirte, seducirte como solo un hombre como tú y una mujer como yo lo podríamos hacer: combinando palabras con caricias; palabras con besos, palabras con el lenguaje del placer.  Conversando, debatiendo, rumiando recuerdos, compartiendo poesía, y por supuesto, con la selección musical que sólo tú podrías imaginar para el momento.

Así, seguro la mañana la pasaríamos caminando, recorriendo paisajes otoñales de esos que saben a nostalgia y con ese caminar, recorreríamos una y otra vez los recuerdos de todos estos años, rumiaríamos esas historias que fueron y las que no fueron, reiríamos de la inocencia de entonces, reflexionaríamos sobre el paso del tiempo y lo que nos ha dejado huella luego de tantos años… así, la mañana pasaría.

Luego, comeríamos algo simple, en un lugar al aire libre, sintiendo el viento frío rozar nuestros rostros, contemplando ese recorrido arbitrario de las hojas secas sobre el piso. Veríamos como ajenos a todos aquellos con los que se cruzan nuestras miradas. Comeríamos y la charla sería siempre inagotable, recorriendo deportes, política, religión, amor y desamor. Nuestra comida terminaría con un café cargado, un café caliente que atempere la temperatura del ambiente que comienza a descender.

Y luego, ¿qué te parece buscar un lugar privado culminar el arte de la seducción? Una botella de vino y dos copas que nos acompañen para hacer de la velada un momento inolvidable. Llegamos al lugar y, por supuesto, lo primero que sobran son los zapatos que en un instante quedan por ahí tirados. Nos abrazamos y en aquel abrazo surge el beso más profundo que habíamos guardado durante el día justo para ese momento, es un beso que sabe a recuerdos, que sabe a historias sin contar, que recorre cada centímetro de mi piel, cada espacio en mis entrañas, que hace eco en mi mente y silencia mis pensamientos.

Nos vemos a los ojos y todas las palabras que durante el día habían parecido inagotables, enmudecen, ahora es el lenguaje de las miradas, de las caricias, de calor de nuestros cuerpos el que habla, el que explica de manera clara el deseo de pertenecernos por instantes, por horas, POR SIEMPRE…

Lo reconozco, lo he pensado…