
Hay amores que no suceden, que el destino, la vida o cualquier cosa impide que sucedan… así nosotros, cuando jóvenes pudimos, pero no fue. Quisiera creer que no era nuestro tiempo, pero con los años y kilos de experiencia creo que los tiempos del amor no existen, sólo son casualidades que uno decide aceptar como retos para que un amor se dé.
En aquel entonces, jóvenes impetuosos ávidos de vivir, ansiosos por concluir la universidad para devorar el mundo con nuestra pasión profesional, compañeros de clase, amigos. Tú, un joven trabajador, quien luego de la jornada de estudiante cubría su jornada laboral y, por supuesto, se daba tiempo para el amor.
Yo, entusiasta deportista, que luego de mi jornada de estudiante acudía a los deberes que mi equipo me tenía marcados, que me exigían entrenamientos exhaustivos sin importar tareas o trabajos escolares.
Era una bella época, que, aunque a veces me pesan los años, hoy agradezco haber vivido en aquel entonces -y no ahora-. Sé que suena muy nostálgico, sé que revela mi edad un poco, pero tampoco me agobia, soy una mujer que acepta sus años y los encantos que con ellos ha descubierto. En aquellos tiempos disfrutaba vestir de short y cruzar por las áreas verdes del campus, disfrutaba lucir mis fuertes piernas y acaparar una que otra mirada masculina que curiosa acompañaba mi caminar.
Así, disfrutaba nuestra charla en los pasillos del edificio al cambio de clase, disfrutaba tu mirada que sin palabras aceptaba que te gustaba, disfrutaba tu amistad y tus consejos. Así, en una de esas tantas mañanas compartiendo salones y pasillos, lo aceptaste: te gustaría algo más conmigo, algo que no afectará tu relación de tiempo con ella (tu novia)… Me negué!
¡¿Qué habría pasado?! Qué tal que aquella mañana hubiera dicho que sí. Es más, si ni siquiera hubiera contestado, sólo te hubiera besado a ojos cerrados, dejando que mis labios abrazaron los tuyos, que mi lengua acariciara la tuya, dejándome rodear por tus brazos sintiendo que en ellos cabía y que era deliciosa la sensación de estar ahí, dejando que mis manos acariciaran tu espalda y que ese beso durara el tiempo suficiente como para encender el deseo, despertar el amor, descubrir el sabor del amor en mis labios…
Quizá pudimos haber huido en ese momento, tal vez a uno de los prados conocidos en nuestra universidad donde el amor sabe a prohibido, a adrenalina juvenil por el temor de los posibles observadores. O quizá sólo hubiéramos continuado con nuestra agenda escolar y acordando una tarde para nosotros o quizá una noche para conversar y hacerte dudar de tu propuesta, aquella de sólo querer saciar tu curiosidad con una mujer como yo…
Esa noche habría llegado, habríamos conversado con la intensidad de siempre, de esos universitarios universales, que lo mismo hablábamos de football, que de tu vida laboral, de mis achaques propios del partido más reciente, que de política, que de la vida misma. Así habríamos hecho nuestra aquella noche, dejándonos conquistar por una charla inteligente, en la que nuestros labios conversaban mientras nuestras miradas se seducían mutuamente y nos invitaban a dejar de lado la plática para apoderarnos de nuestros cuerpos.
Seguro, habría besado tus labios, muy suave, tiernamente, dejando que en ese beso conocieras la excitante combinación de una mujer como yo: tierna y fuerte, seductora y sensible, apasionada y dócil. Habría hecho que en ese beso entendieras mi mundo, ese pedacito que desde la seducción se puede descubrir.
Te habría disfrutado sentado sobre una silla, me habría sentado sobre tus piernas de frente a ti, acariciando tu cabello mientras besaba tu cuello, guiando tus manos hacia mis muslos para que los acariciaras y comprobaras aquello que tu mirada discreta suponía: eran piernas fuertes y atléticas. Habría hecho mi cabeza hacia atrás y llevado la tuya hacia mi pecho para que me besaras, para que sobre mi blusa comenzaras a descubrir aquellas sensaciones que seguro, antes ya habías imaginado.
Habría logrado deshacerme de tu playera para que mis manos recorrieran pausadamente tu dorso desnudo, tu espalda, para que besara tus hombros y recorriera con la punta de mi lengua tus brazos. Habría regresado a tus labios a continuar aquel beso, ese beso con sabor a deseo, ese beso que ponía a prueba el amor. En ese beso nos hubiéramos olvidado del mundo, de aquél que nos aguardaba afuera, aquel que me daba únicamente como opción para una noche, para ese momento.
Habría conquistado tu piel con mis besos, habría dejado que mis labios te convencieran que era más que una chica para una noche, haría dibujado sobre tu piel con mi lengua trazos que requirieran dosis complementarias para aliviar la necesidad de mis labios. Habría dejado que tus manos recorrieran cada centímetro de mi piel, del cuerpo de entonces que tanta curiosidad te provocaba…
Habríamos hecho de aquella noche un derroche de placer, de ese placer que sólo se logra con una plática inteligente, con un hombre que sabe de poesía, de música, de mundo. Ese placer desbordado que se consigue con las caricias correctas, con los besos pausados y con un sexo delicioso… habríamos hecho el amor poniendo a prueba aquello que nos impedía estar juntos fuera de ese lugar, y quizá, la historia habría sido diferente.
Pero… sólo me negué a tu propuesta. Los años han pasado, pese a ellos y a la distancia seguimos siendo amigos, sigues presente en mis días y algunas de mis noches, a veces escuchando mi llanto amargo provocado por la incertidumbre, el desamor, la desilusión; y otras ocasiones compartiendo aficiones y gustos por la poesía, el deporte y la vida. Pero, ¿te soy franca? a veces, cuando la nostalgia se hace presente, cuando imagino tus palabras en mi oído, cuando necesito un abrazo, me sigo preguntando… ¿Qué habría pasado? ¿Tú qué crees?
¿Qué tal si lo piensas mientras te imaginas recostado sobre mi pecho y te leo al oído este poema? Sé que a un hombre inteligente como tú, le gusta la literatura, le gusta la poesía… Te quiero…
Luna congelada – Mario Benedetti
Con esta soledad
alevosa
tranquila
con esta soledad
de sagradas goteras
de lejanos aullidos
de monstruos de silencio
de recuerdos al firme
de luna congelada
de noche para otros
de ojos bien abiertos
con esta soledad
inservible
vacía
se puede algunas veces
entender
el amor.