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Un pretexto

El tiempo avanza inclemente, hay días inciertos, hay días con certezas, hay noches de insomnio y días de sueños. El caos se convierte en una constante entre el tedio laboral, el hastío de una sociedad absurda  transcurren los días en el intento de sembrar esperanzas, de hacer germinar sueños y en el afán de construir otro mundo, otros mundos. 

En medio de ese incesante remolino, que muchas veces logra arrastrarme y hacerme perder el rumbo, busco un pretexto que nos convoque, busco descifrar al destino jugando con las cartas que me otorga en cada partida. 

No es fácil, los años, la veteranía es crítica y cuestiona mi abanico de posibilidades, llenándolo de dudas y preguntas, pero la experiencia también es una aliada: ¡Qué se puede perder! Así que, en medio de mi mundo medianamente caótico, decido irrumpir en el tuyo, probablemente mucho más ordenado y cauto, con el inocente pretexto -nada malintencionado-, de fingir un desperfecto mecánico en mi auto en rumbos cercanos al lugar donde sabía que estarías. 

Ya era esa una apuesta muy alta, el destino y mis cartas dejaban al aire mi juego: llamarte, que me tomaras la llamada, que estuvieras en el lugar que yo suponía, que tuvieras tiempo de acudir a mi auxilio, ya era una apuesta alta, muy alta a estas alturas de la vida y con los múltiples fantasmas rondando en mi mundo.

Eso de los autos parece darles poder a los hombres y, en esta ocasión, no me importaba mostrar la vulnerabilidad de mi ignorancia. El atardecer amenazaba en convertirse en noche, el firmamento dibujaba tenuemente algunas estrellas y la luna, aún discreta, comenzaba a brillar. Llegaste y la estúpida sonrisa en mi rostro daba evidencia de que mi urgencia no tenía tanta angustia, así que con una conversación trivial sobre nuestro día yo organizaba las ideas con las que te explicaría qué consistía mi premura:

“No me digas nada, abrázame, deja que mis pensamientos se hagan agua para limpiar el caos de mi cabeza. Deja que mis manos recorran tu espalda mientras y tu aliento tibio en mi cuello relaja la tensión acumulada. Déjame verme en tu mirada, permíteme encontrar en tus labios (con un beso) las palabras que busco para luego cerrar los ojos y perderme en la fantasía de estar entre tus brazos…”

No, no podía decir eso. ¡El desperfecto! ¡Mi auto! No encontraba palabras para explicar un problema inexistente, porque, además, la sonrisa en mi rostro y el brillo en mis ojos, en lo absoluto denotaban a una mujer desvalida y agobiada sufriendo por un problema mecánico que pusiera en riesgo su integridad. Nos sonreímos, descubriste mis perversas intenciones -quizá lo sabías desde que te llamé, porque lo deseabas tanto como yo-, entendiste mi pretexto, tomaste mi mano, la besaste y moviste la cabeza y con una excitante sonrisa reprobaste mi mentira. 

Subimos a tu auto, y solo por confirmar, me preguntaste si todo estaba bien. Evadiendo tu mirada acaricié con la yema de mi dedo índice tus labios y te respondí que sí, que con mi auto sí, pero… Interrumpiste mis palabras con un beso, ese beso que había imaginado (que habíamos imaginado), me tomaste por la nuca, cerré los ojos y disfruté la tibieza de tus labios, el sabor de ese instante en el que la realidad sabía a fantasía. 

Para entonces la noche había caído y el pretexto había cumplido su cometido. No hablamos mucho, nos besamos con hambre, nos acariciamos con ternura, reconocimos la pasión arder en nuestra piel, nos miramos con deseo y pactamos un encuentro sin pretextos para continuar la fantasía… 

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Maestría en el amor

Fue una noche intensa, hicimos el amor con la maestría que nos ha dado el tiempo y la experiencia. El tiempo pasó lento, dejándonos disfrutar de aquella botella de tequila; de los besos y las caricias; de la tibieza de las sábanas, de una ducha tibia y un masaje delicioso; de un sillón confortable y todo aquello que estuvo dispuesto en la habitación para acompañar nuestros instintos y el placer.

Como siempre, como entonces, pactar nuestro encuentro es una odisea, quizá desde ahí comienza el placer al saber que al fin coincidiremos. Esa noche el calor era inclemente, así que desde que entramos a la habitación nos deshicimos de lo imprescindible, abrimos el tequila y brindamos por la ocasión, por la vida, por el instante en el que nuestros labios pronuncian un “te amo”. 

Semidesnudos y acostados sobre aquel sillón paladeamos los primeros tragos frescos de tequila que mitigaban la temperatura del ambiente, conversábamos de todo y de nada, rumiábamos recuerdos, ahogabamos tristezas, negociábamos sueños. 

Ahí recostados, dejando que el tequila fuera cómplice del deseo acariciaste mi cara, precisando un excitante recorrido por mis labios mientras mi lengua jugaba alcanzarte en el recorrido de las yemas de tus dedos. Jugaste con mi despeinado cabello y en esas caricias, a ojos cerrados, silenciabas mis pensamientos concentrándome únicamente en el delicioso sabor de tequila en mi boca y la sensación de tus manos recorriendo mi cuerpo. 

Bajaste los tirantes de mi camiseta, tus caricias apenas rozaban mis hombros, en un recorrido milimétrico que avanzaba desde mi oreja, mi cuello, mis hombros hasta llegar a mi pecho.

El placer descrito por una enorme sonrisa en mis labios te decía lo mucho que disfrutaba ese momento, lo placentero que me parecían esos instantes y lo deseosa que estaba de más… Así las caricias nos llevaron con cadencia perfecta a hacer el amor, perteneciéndonos en cada sensación, en cada movimiento, repitiendo un “te amo” tan insistente como imperceptible por la falta de aliento, por la respiración agitada que que reflejaba el placer sublime de ese instante. 

Luego, un baño tibio marcó una pausa. Regresamos a la cama  nos recostamos,  brindamos disfrutado de aquellos deliciosos tragos, nos besamos y regresamos a la conversación cotidiana, a la charla inagotable que, luego de hacer el amor, dibuja más esperanzadora a la realidad. 

Esa imborrable sonrisa que queda luego del placer compartido aminora el impacto de las amarguras que nos rodean. Nos acariciábamos sin prisa, trazando una y otra vez el mismo recorrido, disfrutamos el roce  de nuestros cuerpos y la temperatura de nuestra piel nos invitó a escondernos bajo las sábanas.

El deseo era inagotable, nos besamos con hambre, recorrimos nuestros cuerpos bebiéndonos, haciendo de cada sensación un derroche de placer, un éxtasis mágico que era eterno y efímero de manera simultánea, que en la sensación de compartir el placer se hacía más intenso. Así,extasiados y complacidos, viéndonos a los ojos nos dijimos todo, nos acurrucamos sintiendo cómo aún  vibraban nuestros cuerpos y cómo hervía la piel, tomados de la mano esperamos que la calma volviera. 

La noche era eterna, dentro de la habitación no había más mundo que nosotros, no había más historias que la nuestra, así que hicimos el amor con caricias, besos, con sabor a tequila y con el sabor de nuestra piel, hicimos el amor una y otra vez y en cada ocasión tocamos el cielo, gozamos y sentimos estremecerse cada célula de nuestro ser. 

Nuestras habilidades de amantes son innegables, hacemos el amor con magia, con pasión, con calma, con hambre, con pausa y con tiempo. Nos faltan horas robadas a la realidad, nos sobra amor y deseo. Agotados, felices y extasiados dejamos que la luna velara nuestro sueño, recostada sobre tu dorso desnudo, sintiendo tu mano en mi espalda y arrullada por el latir de tu corazón el sueño me venció…

El cuerpo y el alma

Hay días de gran desasosiego, donde la cantidad de trabajo y la desesperación hacen estar en todo y en nada al mismo tiempo. Estos días, en los que todo parece igual, en donde la dimensión del tiempo cambió y de momento las horas parecen tener más de 60 minutos las semanas más siete días, has sido un pensamiento recurrente. Te pienso como lo he hecho siempre, como el gran amor de mi vida.

Han pasado tantos años desde entonces, han pasado tantas historias desde aquel tiempo en el que una coincidencia de la vida nos ubicó frente a frente, sin saber que el destino tendría algo más, mucho más para nosotros. Quizá te he evocado tanto estos días, porque siempre fuiste paz y esperanza en los peores momentos. En aquel entonces, cuando las crisis propias de mi juventud me tenían rehén de una crisis familiar fuiste siempre luz.

Y no te miento, a veces añoro aquellos años, aquella vida. Sin duda fue una época plena, mi estilo de vida deportivo, con dos horas de gimnasio al día, mis 5 km de trote para despejar la mente y mis dos horas de entrenamiento de mi deporte de entonces (el tocho) me hacían sentir bien conmigo misma, mi cuerpo era atlético y recuerdo cuánto disfrutabas acariciar mis torneados muslos siempre que vestía de short.

Han pasado tantos años, tantas historias y puedo recordar con precisión cada una de las veces que hicimos el amor. La primera, por ejemplo, es inevitable recordarla con una gran sonrisa. Todo era incierto pero el deseo que sentíamos por pertenecernos ya no cabía en las despedidas apresuradas en tu auto o el mío, ya no se saciaba con los besos y caricias en un parque como adolescentes. No éramos tan jóvenes, pero el pudor de la primera vez juntos encerraba algo mágico.

Luego de conversarlo por varios días, seleccionamos el lugar, un lugar cercano a nuestros rumbos, no había que perder tiempo en traslados. Acordamos cómo organizar los autos y nos dirigimos al hotel que seleccionamos. Ese día caía un fuerte aguacero, al tiempo de bajar de mi auto y subir al tuyo me empapé, lo que hacía más imperiosa la necesidad de sentir tu calor. Eran aquellos aguaceros de verano, en julio.

En el auto nos besamos con la ansiedad de querer estar ya en aquel hotel, encendiste la calefacción, me quité la blusa mojada, me quedé solo con la camiseta y me puse encima tu sudadera. Sonreíamos como bobos, solo observándonos. Mientras conducías yo acariciaba tus piernas sobre el pantalón, jugaba con tu mano y, cuando no interfería con tus maniobras de conducción, besaba tus manos y mordisqueaba tus dedos.

Llegamos al lugar, sentía mucho frío. Bajaste del auto los víveres que llevábamos para la ocasión. Sólo quería que me abrazaras, deshacerme de la ropa húmeda y sentir tus manos recorriendo mi cuerpo. El deseo nos consumía: la primera vez juntos. A los pies de la cama nos abrazamos, nos vimos a los ojos con esa mirada que jamás olvidaré, con esa mirada tierna, compasiva, llena de amor.

Me quité los tenis y las calcetas completamente empapados. Con tus manos sujetando mi espalda nos besamos con hambre, sus manos tibias recorrieron mi espalda y avanzaron hacia mis caderas llevándome hacia ti, a sentirte y saber que como yo, hervías en deseo. Desabrochaste mi pantalón, te deshiciste de mi camiseta y con ternura me arrojaste a la cama.

Me observaste a detalle, el cuerpo de entonces, de la atleta de aquellos tiempos. Con tus manos recorriste mis hombros, mis labios, mi cuello, mis senos, mi abdomen, mis piernas… con magia en cada movimiento fue desapareciendo la ropa. Recostada boca arriba, frente a ti, sintiendo el roce de nuestros cuerpos, las palabras sobraban, la piel hablaba, aquel beso nos consumía, lo decía todo.

Mis labios pronunciaban tu nombre una y otra vez, mis manos en tu espalda te abrazaban con fuerza hacia mí, mi pecho al contacto con el tuyo hacían latir el corazón con más intensidad, mis muslos y caderas se contarían queriendo contener el placer. Cada sensación era deliciosa, el éxtasis del placer era intenso, era una sensación que erizaba el cuerpo y tocaba el alma.

Te extraño…

Un Ángel

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Estamos inmersos en un mundo en el que como esquizofrénicos transitamos entre personalidades que nos hacen sentir esperanzados, agobiados o estresados, más tarde ansiosos o malhumorados. La realidad, esa que reinvento en cada relato, ahora se vuelve esclavizarte y por más que busco entre las fantasías de dónde asirme, termina por vencerme y dejar mi texto inconcluso, con ideas vagas y sin sentido.

Han sido días donde la nostalgia invade, donde las ausencias pesan y los recuerdos saltan de la nada instalándose obsesivamente en mi cabeza, se convierten en decenas de porqués sin respuesta, en reclamos airados contra el destino, en injurias que entre lágrimas mi corazón dicta. Y siento cómo mi sangre hierve, cómo me recorre con coraje, con miedo, con impotencia. Y trato de ahogar las lágrimas para no dar explicaciones pero esas explicaciones se agolpan en mi mente aturdiéndome.

Mi mundo es selecto, pocos pueden estar en él, solo aquellos que entienden mi locura sin quererme hacer entrar en cordura, solo aquellos a quienes no les espanta mi pasión, solo aquellos que en una sonrisa cómplice avalan tácitamente mi actuar, o con vehemencia tratan de hacerme entrar en razón. Por eso en la nostalgia en la que esta realidad me ubica necesito un cómplice, aquel que en la trivialidad compartida significó más de lo que las mentes oscuras y siniestras podrían alcanzar a ver.

Pocos hombres como él con quien se podían analizar los problemas de la humanidad sobre una servilleta o reír a carcajadas al descifrar el albur más elaborado. Pocos hombres como él que son luz cuando la oscuridad amenaza, que son sabiduría cuando la necedad insiste, que son elocuentes cuando el sinsentido reina, que son sencillos cuando la arrogancia incrimina.

Tantas veces encontré consuelo en sus lecciones,  abrigo entre sus brazos,  respuestas en sus palabras, tantas veces que hoy que el mundo es hostil, egoísta y vacío necesito su voz, necesito aquel entonado “amiiigaaa” que ahora hace eco en mi alma y me arranca lágrimas de dolor. Necesito su voz, sus palabras, necesito que discutamos sobre la educación en nuestro país y lo hechizo de la educación a distancia; o que me diga que Mis Chivas están perdidas, pero que el maestro Galindo se estará bien; que me diga que sus vaqueros de Dallas son el mejor equipo de la NFL, aunque ambos sepamos que mis 49’s lo son.

Y lo extraño, lo necesito… Él conoció por qué soy Azul, él tuvo entre sus brazos a la Azul más vulnerable, a la mujer derrotada y perdida,  a la mujer que sin quitarse la ropa desnudo frente a él su esencia, su alma, sus errores, sus  miedos, sus anhelos. Él abrazó a aquella mujer herida de muerte, a la mujer que víctima de sus encantos y arrepentida de sus errores, aquella que trataba de reconstruirse para ser Azul, él me abrazó sin juicios.

Él fue cómplice de mis locuras y aval para mis conquistas, fue luz cuando la oscuridad invadió y hoy es un ángel al que busco recurrentemente en mis sueños para volver a escuchar su voz… Aún duele su ausencia, aún es imposible evocar recuerdos sin que se conviertan en lágrimas… Hoy, un ángel, que quizá en contra de su voluntad, surca los cielos cuidando de los suyos, de los nuestros…

Cosas malas

cosas malas

Lo reconozco, me encanta hacer cosas malas, de esas que asustan a las buenas conciencias, esas que pueden condenarme al fuego eterno, esas que se hacen sin que nadie se entere pero que cualquiera se imagina, esas que se saborean con todos los sentidos, que hacen eterno un instante, que permiten acariciar el cielo en medio del calor del infierno.

Mi locura e imperfección me permiten hacer cosas malas, cerrar los ojos al mundo moral del deber ser, huir a un delicioso mundo de locura, ese que se abre cuando un trago nos convoca y nuestros labios se encuentran, cuando nuestras miradas se reconocen y el deseo se enciende.

Que delicia, perdernos en ese beso, hacer inagotable la conversación de nuestras lenguas, hacer intensa la poesía que escribe con  las caricias de tus manos recorriendo mi cuerpo. Que rico es hacer eternos los minutos para que nuestros cuerpos desnudos se encuentren bajo las sábanas y hagan magia por una noche, acariciando las estrellas, jugando en el cielo.

Así, el destino nos ha dejado abierta la puerta de la fantasía, ha hecho coincidir nuestros tiempos y nos ha permitido jugar con las agendas públicas y disfrutar la agenda privada que programa nuestros encuentros, que nos regala una noche de vez en vez para pertenecernos, para hacer nuestra la realidad  como la más exquisita fantasía.

Esta noche por ejemplo, en ese abrazo de bienvenida, reconfortaste mis pensamientos buenos, los más nobles y pacíficos, al tiempo que despertaste el deseo de hacer cosas malas, de querer apresurar el tiempo para perderme en las sensaciones de tu boca devorando mi piel, encendiste el calor ardiente que consume mis entrañas mientras tu lengua recorre pausadamente mi cuello, mis hombros, mi pecho y mis senos, ese calor que me consume en el infierno condenada por los buenos juicios.

Y entonces me pregunto, ¿Cómo le hacen los buenos para sobrellevar la hostilidad de la vida sin hacer cosas malas? ¿Cómo le hacen los buenos para acatar el deber ser de la moralidad que describe algo tan bueno como malo?

Y así, esta noche, como siempre, disfrutamos entre tragos y risas el excitante camino a la cama. Brindamos por el presente y en ese primer trago comenzamos a desnudar los pensamientos. Nos abrazamos recostados sobre el sillón y conversábamos de esas trivialidades que nos unen, de esas historias que nos construyen. Acariciabas suave y delicadamente mi cuerpo, jugabas con tus manos sobre mi pecho, apretabas mi cintura y mis caderas, mordisqueabas mis orejas.

Silenciamos las palabras, dejamos que nuestras manos narraran los instintos. Simultáneamente fuimos desvistiendo nuestros cuerpos, cubriendo con besos la piel que quedaba al descubierto, sin pisa, con una sonrisa en el rostro que nos hacía cómplices de la travesura.

Mi estrategia fue certera, el camino fue correcto y la cadencia precisa. Conquisté tu piel, conseguí llegar a tu abdomen y avanzar hasta devorarte de a poco, retando tu cordura, incitando tu locura, procurando tu placer. Mi lengua te recorría lentamente, mis labios te abrazaban con delicadeza, la humedad de mi boca te inundaba y el calor de mi aliento te consumía.

Y, lo sé, estoy loca, me fascinan las cosas malas, sobre todo, esas que los buenos creen que son muy malas. Mi locura e imperfección prefieren  la condena que me imponen los  buenos, que la infelicidad de mis días. Tengo la certeza que la infelicidad nace en la moralidad del deber ser, la infelicidad es peor infierno en vida, que aquel en el que algunos me quisieran ver arder por mala.

Lo reconozco, hago cosas malas y las disfruto como si fueran buenas, quizá porque aquello que parece malo, es lo mejor, lo que el mundo necesita más: amar.

 

A ojos cerrados

Sin duda el placer del sexo con amor es el mejor paliativo para abstraerse del mundo cotidiano, caótico y absorbente. Tener tiempo de dejarse consentir, buscarse tiempo para disfrutar el amor es siempre un aliciente que relaja el cuerpo y la mente para lidiar con el día a día. Así, justo así respondiendo a tu llamada, sin un plan preciso en mente, con un mundo de cosas por comentar, con deseo expreso de disfrutarnos.

Llegaste por mí, aún sin destino claro, comenzamos a desahogar en el auto el sinfín de historias acumuladas, pasamos por víveres que nos duraran la noche y de manera tácita los dos acordamos un plan perfecto para nuestra noche. Regresamos al auto con una botella de vino, botanas y muchas, muchas ganas de hacer eternas las horas que estaríamos juntos.

Llegamos, nos besamos en el auto, enfatizando aquel plan sobreentendido que habíamos acordado minutos antes. Entramos a la habitación, nos abrazamos por varios minutos, en silencio, a media luz, sólo abrazados, sintiendo nuestros cuerpos vibrar, comunicándose todo aquello que pasaba por nuestros pensamientos, jugaste un poco con mi cabello para dejar al descubierto mi cuello y besarlo sutilmente.

Abriste la botella de vino, serviste para los dos, bebimos un trago para brindar por la ocasión y dejamos las copas sobre la mesa. Nos quitamos los zapatos y nos sentamos en el sillón. Con un beso iniciamos la conversación de nuestros instintos, ese beso decía sin palabras lo delicioso que era estar ahí, con una larga noche por delante, con nuestra experiencia y mundo dispuestos una vez más para la ocasión.

Me recosté sobre tus piernas, comenzaste a acariciar mi cabeza, a jugar con mi cabello, cerré los ojos concentrándome en esa delicada sensación que equilibraba el deseo y la pasión, con la paz y la serenidad de una caricia que nos conectaba. Comenzaste a hablarme de tu mundo, del trabajo, de la vida, esa charla que no importa si es por teléfono, en el auto o desnudos sobre la cama después del amor, pero es esa charla que nos conecta siempre.

Te escuchaba atenta, continuaba con los ojos cerrados, te respondía y conversábamos. Tomaste tu copa de vino y bebiste otro trago, humedeciste la yema de tu dedo índice con un poco de vino y recorriste mis labios, una sonrisa espontanea te agradeció esa deliciosa sensación. Jugué con mi lengua y el vino en mis labios y en el juego dejaste caer un par de gotas más en la comisura de mi boca, besé tu dedo, mi lengua sedienta recorría tu mano en busca de más vino, en busca de un beso…

No quería abrir los ojos, en verdad era una sensación deliciosa, ahí, recostada sobre tus piernas, concentrada en tu monólogo, en tus manos: tu voz desahogando un sinfín de temas pendientes, una de tus manos jugando con mi cabello y otra, muy inquieta, dibujando sobre mi ropa aquellos trazos que conectaban todas las sensaciones de deseo que recorrían mi cuerpo.

Dejabas que mi lengua humedeciera las yemas de tus dedos, dejabas que, desde mis pensamientos, esos que sabes leer por demás, comenzara a seducirte, a proponerte el recorrido de tus manos, a sugerirte que la ropa fuera menos y las caricias más… así, aún estuvimos varios minutos sobre el sillón, yo a ojos cerrados, disfrutando esa conexión de nuestros pensamientos, de nuestros deseos, haciendo que la sensación paz y deseo que habitaban a en mí, pelearan a duelo para hacer prevalecer a quien venciera.

Quería seguir ahí, recostada, sintiendo tus dedos entre mi cabello, a ojos cerrados, deteniendo el tiempo, haciendo el amor en la conversación, en la compañía, en el sabor a vino de las yemas de tus dedos, en el silencio que de momentos decía todo, en aquellos besos inocentes con los que pausabas tu conversación.

El deseo y la pasión vencieron en el duelo, dejando la paz momentáneamente fuera de combate, nos besamos y en ese beso poco a poco la ropa quedó tirada dejando huella de nuestro camino hacia la cama. Hicimos el amor en el sexo tantas veces como nos duró la noche, acariciamos el cielo en las sensaciones más plenas, contamos estrellas con una sonrisa dibujada en nuestro rostro, una sonrisa de esas que dicen más que mil palabras…

Luego, la paz regresó y a ojos cerrados soñamos juntos, dormimos abrazados desnudos bajo las sábanas, soñando que el mundo que esa noche construimos, era real… pero no, otro mundo nos aguardaba afuera… y era tiempo de volver a él…

Te quiero…

Piénsame

PIENSAME

Piénsame con aquella sonrisa inocente de cuando nos conocimos, recuerda el brillo de mis ojos enmarcado por las pecas que el sol hacía resaltar aquellos días, imagina mi caminar cuando me observabas alejarme de ti, caminando sobre el pasto, perderme a la distancia, sonríe con mi recuerdo y cierra los ojos para evocar el olor de mi piel, el sabor de mis besos, lo cálido de mi aliento  sobre tu pecho.

Así será, sólo un recuerdo, solo aquella historia que el destino nos prestó para sabernos vivos, solo aquella aventura que con la que desafiamos al mundo y la realidad… Y la vida sigue, y seguirá como siempre, con los que están, con los que se quedan, con los que nos encontraremos más adelante en el camino, con los que serán recuerdo y nostalgia, con los que serán ilusión y esperanza.

Piénsame, no olvides aquel primer beso robado a la realidad, aquel primer trago compartido en nombre de la celebración casual, aquella caricia donde tus manos recorrieron por primera vez mi espalda. No olvides el color de mis ojos y ni el delineado de mis labios, la sensación de mis manos recorrerte, la humedad de mi lengua sobre tu piel, el tono sutil de mi voz en tu oído mientras hacíamos el amor. No me olvides.

Haz el recuento de aquellas charlas sin prisa compartiendo el día a día, rememora mi voz acelerada y ansiosa por decirte un sinfín de aventuras, guarda en tu memoria mi sonrisa mientras platicábamos. Recuerda mis hermosas piernas que atrapaban tus miradas y despertaban tu imaginación, mis hombros y mi cuello que desde lo simple te invitaban a la seducción.

Piénsame, piensa en aquella primera vez que hicimos el amor, aquella noche en la que tus brazos me cobijaron mientras tus pensamientos me desnudaban, aquella noche en el que el roce de nuestros cuerpos encendía el más ardiente deseo por pertenecernos, aquellas sensaciones de mis labios recorriéndote, de mis labios devorándote. No olvides la paz que se respiraba sobre aquella cama exhaustos después de consumirnos el placer.

Guárdame en la memoria del corazón, esa que es selectiva y exclusiva, ahí donde nadie jamás pueda vulnerar mi recuerdo, ahí donde ni el tiempo ni tus nuevas historias puedan borrarme. Guárdame en ese lugar en el que con sólo cerrar los ojos puedas verme, en ese lugar de donde pueda salir cuando una canción me llame, ahí donde alguna noche de soledad puedas encontrarme para acompañarte a la distancia, para decirme que aún me quieres…

Piensa en mí, en que quizá no era nuestro tiempo, no era nuestra historia, pero ten la certeza de que sí fue nuestro amor, que en cada beso y cada caricia saboreabas un pedacito de mi alma; que en el placer compartido en el sexo, hacíamos el amor, lo hacíamos con los ingredientes ideales para disfrutar no únicamente de las sensaciones físicas que de sobra se desbordaban en nuestros cuerpos, sino en la plenitud de una entrega total, de un placer genuino.

Piénsame, no me olvides. Mujeres mejor que yo, algunas; peores que yo, muchas; pero una mujer como yo, jamás encontrarás en tu vida. Una mujer que bese con la mirada, que haga el amor con la escritura, que sonría con el tono de voz, jamás…

No me olvides…

Es extraño…

Te conocí de una manera tan casual, nuestro saludo fue frío y distante, compartiendo temporalmente un espacio que nos resultaba ajeno, conversando trivialidades con la intención de construir una plática amable, viendo un hermoso paisaje en un cálido ambiente. Es extraño, pero una casualidad se convirtió en ese algo más que muy ocasionalmente sucede en mi realidad y que parece más historia de fantasía para mis relatos.

El escenario habría sido perfecto para despertar juntos, caminar tomados de la mano, sintiendo cómo los rayos del sol hacían brillar mi sonrisa mientras en un beso te perdías en mi mirada; habría habido tiempo para uno o varios tragos compartidos entre besos y caricias; habría sido propicia la noche para dormir bajo las estrellas custodiados por la luna.

Es extraño, esas escenas impensables en ese momento que ahora parecen tan fáciles de imaginar; es extraño que sonría con tus mensajes y que me disfrute tu presencia. Es extraño que la cercanía nos aleje y la distancia nos acerque, que estando frente a frente el mundo nos limite y nos convierta en aquellos personajes de un guión estudiado y que en lo furtivo nuestros labios se entiendan sin palabras.

Y solo un instante de cordura ha permitido que no cometa una locura, solo un poco de cordura me ancla a la realidad para no avanzar a la deriva, un poco de cordura se aferra a creer esto una fantasía con la conciencia de que estás fuera de la realidad. Y es que es más fácil huir de la realidad compartiendo sinsentidos en medio de tragos apresurados, que besarte y perderme en el sabor de tus labios, y es que es más simple hablarte de cualquier cosa controlando el movimiento de mis manos para no acercarme para acariciar con las yemas de mis dedos tus labios mientras me observas.

Y es un mundo extraño en que inventas con tu presencia, es un mundo insólito que me tiene a la expectativa de tu historia, de tu mundo y tus porqués. Es una realidad que solo cabe aquí, que solo es un relato de fantasía convertido en un Momento Azul, que es una extraña coincidencia de la vida para sabernos vivos, sentir y retroceder y ocupar el lugar del espectador en esta historia inventada.

Y es ese juego de la vida, que pone en el mismo nombre el acierto y el error; la alegría y la desdicha; la realidad y la fantasía. Ese juego que parece un rompecabezas sin tener todas las piezas, que pasa del divertirnos con el juego a convertirnos en juguete. Es una apuesta muy alta, con unas cartas sin juego, en donde la suerte, el azar son los que mandan, la suerte de tener tiempo, el azar de coincidir para un beso.

Y es ese juego que me hace al mismo tiempo, segura de mis encantos y vulnerable de mis sentimientos; ese juego que disfruta convertirme en una mujer deseada que quisiera ser una amada; ese juego que por instantes de hace más mío que de otros y luego me convierte en más tuya que de mi mundo.

¿En qué momento? ¿En qué momento este extraño juego se metió en mi cabeza? ¿En qué momento tu cortesía fue un anzuelo que atrapó mi curiosidad? ¿En qué momento la casualidad nos ubico en el mismo lugar tan naturales, tan auténticos, tan nosotros? Nunca una cita pactada nos habría permitido conocernos así.

Es extraño lo que sé de ti, es predecible lo que desconozco de tu vida. Es extraño que un mensaje me haga sonreír y de momentos el reloj parezca detenerse ante tu silencio… Es extraño que mis pensamientos de momentos me hagan rehén de una historia de amor y que la realidad me ubique en una historia de deseo… Es extraño que tu voz sea un bálsamo en mi día, que tu saludo frío y distante de aquella primera vez, hoy se convierta en el mejor pretexto para mi sonrisa.

Es extraño… pero no es extraño que tenga que escribir para huir una vez más de la realidad convenciéndome de que esto es solo fantasía…

Una mujer muy Azul

Llámalo como quieras: soberbia, arrogancia, vanidad, pero los años me han hecho una gran mujer, una mujer muy Azul capaz de seducirte con la mirada y sin escotes, capaz de conquistarte con mis labios sin siquiera besarte.

Los años y las historias me han convertido en una mujer plena, dueña de mi vida, que disfruta de halagos de aquellos que encuentran en mis relatos un refugio de fantasía, que disfruta aquel trago compartido en nombre de los recuerdos o en nombre del juego de la conquista.

El tiempo me ha dado la razón, las decisiones que he tomado y sus consecuencias, me dejan con saldo a favor. Siempre dispuesta a nuevos riesgos, a nuevas aventuras que me acerquen a la felicidad, con la certeza de que mi imperfección y mi locura me separan de ese mundo de apariencias y me dejan construir un nuevo mundo de ilusiones, de esas que por instantes saben a realidad, de esas que se convierten en inevitables sonrisas, de esas que hacen eco en la mente y en el corazón durante el día.

Descubrirme como Azul, me hace libre, me hace más mujer, me ha llevado a una lucha por reivindicar mis esperanzas, a defender mis fantasías, a entender el amor y el deseo, a besar con la mirada y acariciar con mis palabras.

Ser Azul me permite aceptarme como una mujer intensa y apasionada, no solo por los placeres que muchos creen que se limitan al sexo, soy una mujer intensa y apasionada que en cada aspecto de mi vida, creo en mi profesión y mi profesionalismo como un instrumento para construir la sociedad en la que me gustaría vivir; creo en mi manera de amar como la única posible donde se entrega todo en una apuesta a ganar; creo en mis aciertos y desaciertos como la única manera de aprender y reaprender las lecciones de la vida.

Ser Azul me hace desafiar mi mundo, ese que se rige por la perfección aparente. Los años me han dado la razón, acepto mis errores como errores, volteo la mirada al pasado y sé que aquello, aquellos, que dejé en el camino, hoy no me hacen falta, al contrario, me alivia no tener peso de su existencia en mi vida.

Observo mi presente y disfruto saberme una mujer deseada, una mujer que, a veces sin querer, es capaz de quedarse en la mente de algunos, que es capaz besar labios a la distancia desde el pensamiento, capaz de acariciar corazones, tocar almas y alojarse de manera inamovible en el corazón unos.

Imagino mi futuro se llena de esperanza, llena de ilusión de esa, que ilumina las lunas llenas, de esa que se encuentra en el sabor de un sorbo de café, de esa que se encuentra en una conversación improvisada y en un mensaje inesperado.

Hoy no me importa si es soberbia o solo una más de mis locuras, hoy con mis años, mis kilos, mis lágrimas y mis risas me siento feliz. Dispuesta a seguir reescribiendo la realidad, a veces al límite de la fantasía, a veces al límite de la cordura, a veces desde la más oscura realidad.

Seguiré siendo Azul, cada vez más Azul, cada vez más plena, libre, desafiante, intensa y apasionada. Seguiré jugando a reinventar mi mundo hasta que en el último intento me encuentre en la vida en la que quiero pasar mis días hasta el final de mi historia.

Hoy, celebrando un año más de vida, me acepto como una gran mujer, como Azul envuelta en todas sus pasiones y sueños, esos que para algunos fueron demasiado grandes como para atreverse a conquistarlos conmigo…

El otro día leí una frase con la que me identifiqué:

“Una mujer seductora, deja algo en la mirada; una mujer simpática, deja algo en la sonrisa; una mujer sexy, deja algo en la imaginación; pero una mujer de verdad, deja huella en el corazón.” Búscame en tu mirada, encuéntrame en tu sonrisa, hazme tuya desde la imaginación, pero sobre todo… guarda mi nombre en tu corazón: AZUL…

Te quiero…

Tan cierto es aquello que los amores verdaderos sobreviven al tiempo únicamente convirtiéndose en platónicos, que hoy eso eres para mí. Tan cierto es aquello de que parece que el amor, al menos el amor como el nuestro, existe únicamente en los libros y la poesía, que leo y escribo para amarte… Tan cierto es, que cuando te digo que te quiero, significa que quiero despertar contigo y ver la sonrisa de la luna creciente que nos saluda antes del amanecer cuando aún estamos recostados.

Te quiero como para que entiendas lo que pasa por mi mente cuando nuestras miradas en silencio se encuentren y que en un abrazo reconfortes aquello que solo tú entenderías. Te quiero como para que peleemos por la política y nos reconciliemos con la poesía, te quiero como para que recostados en el pasto al anochecer veamos las estrellas y busquemos a nuestros ángeles en el cielo y les compartamos lo delicioso que es detener el tiempo cuando nos tomamos de la mano.

Te quiero como para que al final del día me digas qué fue lo mejor o peor de tu jornada y en una noche cualquiera, juguemos a reconquistarnos compartiendo una botella de vino, viendo fotos del pasado, riendo y secando lágrimas de melancolía, hasta que sin saber cómo nuestra cama nos llame y terminemos haciendo el amor con la misma pasión que la primera vez.

Te quiero como para que avales mis locuras con una sonrisa compasiva, como para que seas cómplice de aquello que el mundo (mi mundo) considera impropio o arriesgado. Te quiero como para que tomados de la mano caminemos juntos sobre hojas secas en otoño o viendo el reverdecer de los árboles en primavera.

Te quiero porque necesito imaginar que quizá en otra vida, la historia será diferente, que tal vez un día nos reconoceremos en otras condiciones y nuestras almas se abrazarán. Entonces, el amor que solo en la mirada se expresa, se comunicará y la historia será diferente. Nos abrazaremos tan fuerte que nadie ni nada podrá separarnos, que nuestros cuerpos se pertenecerán desde el primer roce.

Huiremos en ese instante, comenzaremos a escribir una nueva historia, crearemos un nuevo mundo, donde el amor guíe el día a día, donde, en una tarde lluviosa, mientras yo escribo locuras en mi computadora, tú llegues con una taza café caliente y con un beso en el cuello, me digas que me amas y el brillo en tus ojos certifiquen la veracidad de tus palabras.

En ese nuevo mundo seré esa mujer que admiras, esa mujer inteligente, apasionada, sensual y erótica que te conquiste cada día, cada noche, con mi conversación, con mis besos, con el caminar que me acerque a ti para darte las buenas noches, con las noches de sexo complaciente que nos haga explotar en placer una y otra vez.

Entonces, te seguiré queriendo, y el tiempo parecerá eterno, el tiempo parecerá detenerse en cada beso, en cada caricia, en ese instante de placer que en la cama proclama momentos efímeros como eternos. La vida pasará sin prisas, sin que el mundo juzgue ni nosotros añoremos mejores tiempos, la vida hará eternos los instantes en los que la felicidad ahora pasa como agua entre las manos, los momentos en los que el eco de nuestra risa se graba en el corazón, los minutos en los que a ojos cerrados evoquemos las palabras que tanto hemos pronunciado entre lágrimas.

Te quiero como se quiere aquello que parece imposible, como se quiere aquello que se imagina tan real que da esperanza, que inyecta de ilusión los días más oscuros, te quiero como aquello que enciende el deseo, que se acaricia y congela la sensación que recorre mi cuerpo.

Te quiero como para esperar otra vida y encontrarte, te quiero ahora y también, quizá después…