Omnipresencia

Ser omnipresente es un don divino y, como tal, solo se manifiesta a través del amor. A veces no estamos donde algunos nos ven, sino donde otros nos extrañan, donde otros nos piensan y, quizá sin saber, nos regalan una lágrima o una sonrisa en nombre del recuerdo.

Estar en varios lugares de manera simultánea nos permite recorrer pausadamente en el cuerpo de otro un mundo de recuerdos que se escribieron con tinta indeleble, es buscar con qué vestir el cuerpo y en una prenda encontrar más que ropa, es encontrar ese cobijo para el corazón, esa caricia para el alma. Y es que justo así fue como sucedió hace unos días…

Yo trabajaba en el estudio de casa, mi mente estaba exhausta, el trabajo me tenía agobiada y, como muchas veces sucede y mi profesión lo requiere, escribía sobre varias historias de manera simultánea. Sentí mucho frío, la noche era joven y sabía que un café cargado y un pan dulce serían buena compañía para lo que aún faltaba de mi jornada.

Subí por un suéter que me protegiera del frío, así de la nada, así como saltan los recuerdos en mi cabeza y mi corazón normalmente, saltó del closet una sudadera que tú me regalaste, una sudadera que vestía más que mi cuerpo, era una prenda en la que con solo cerrar los ojos recorría nuestra historia, recorría un sinfín de recuerdos que me hacían sentir cobijada por tus brazos, protegida por tu presencia, confortada por un beso tuyo…  La vestí y salí a buscar un pan dulce atendiendo mi plan de desvelo.

Al salir, una luna llena en lo alto iluminaba el cielo, imposible no verla, imposible no verte en ella. Imposible que las lágrimas no se desbordaran por mis ojos casi con la misma velocidad con que mi memoria dictaba recuerdos, con la misma intensidad con la que aún latía mi corazón por ese sorpresivo encuentro con mi sudadera que sé que pese al tiempo, aún olía a ti…

Sé que mi pensamiento llegó a ti, que la luna, interlocutora de los amantes, nos ha comunicado una y otra vez, se propone como intermediara para conectar nuestros pensamientos. Así, pensándote de una y mil maneras, extrañándote y pidiendo desde el alma uno solo de tus abrazos,  caminé a mi destino, regresé, preparé mi café y con mi pan dulce continúe saboreando tu recuerdo.

Lloraba, reía y me preguntaba si realmente tendrás la certeza de que te fuiste, sintiéndote yo tan mío, tan cerca. ¿Cómo podrías creer que te fuiste si eres tan mío, si tu recuerdo es tan nítido que al acariciarte con el pensamiento siento la tibieza de tu piel? ¿Cómo podrías creer que no eres mío si cuando te sueño y tus besos aún tiene ese dulce sabor, tus labios aún se sienten hechos a la medida de los míos? ¿Cómo podrías creer que no estás aquí si aquella sudadera olía a ti, abrazaba mi espalda y mi pecho como lo hacían tus brazos?

¡Imposible! Estás aquí, eres omnipresente porque en el tiempo y el espacio podrás estar en otro lugar, podrás creer que te fuiste pero en mi mundo, sigues siendo mi fuerza, mi inspiración, sigues siendo ese recuerdo que me llena de esperanza y que en momentos de dificultad me da refugio y hasta escucho tu voz diciéndome que todo estará bien. Tú eres evidencia de esa cualidad divina de que el amor nos hace trascender en otros, que amar es la mejor posibilidad para pasar el tiempo mientras la muerte llega, mientras la vida pasa.

Así, mi noche pasó, no trabajé en mis pendientes, únicamente rumié una y otra vez nuestra historia, los lugares, los sabores, los olores, las texturas, las sensaciones, mi mirada perdida en tus ojos, mi nombre en tus labios: Azul, era tan lindo escuchar mi nombre en tus labios que aún escucho tu voz pronunciándolo en esas noches de insomnio en las que los recuerdos me arrullan.

Así, pasan mis días, con la certeza de tu omnipresencia, aquí tengo lo que necesito de ti… Te Amo…

Del otoño

Del otoño me gusta el lenguaje de la vida, que comunica lo relativo que es el tiempo y el espacio: aquellas hojas que en primavera verdes se lucían, en otoño sin rumbo y moribundas vuelan según las mueve el viento. Los paisajes otoñales siempre han sido mis favoritos, la imagen de aquellas hojas que se desprenden de un árbol y caen lentamente; las hojas que sobre el pasto contrastan por su color café, mientras el viento las arremolina y las separa a su capricho; las tardes nubladas con amenaza de lluvia, que incitan a abrir un libro y prepararse un café…

Del otoño me gustan sus lunas, ésas de octubre que iluminan con soberano resplandor el cielo, que nos conectan a la distancia, que nos vuelven de otros en el tiempo y los recuerdos. Esas lunas que iluminan los sueños y para las que se les deja una rendija abierta en la ventana para que con su brillo, acaricie tu espalda, tus labios, tu cabello en mi nombre… Me gustan esas lunas que en heroico duelo pelean con las nubes su derecho a apropiarse del cielo, esas lunas que sin querer seducen, conquistan; que sin querer arrebatan una lágrima a la nostalgia.

Me gustan esos días nublados, frescos, en los que una brisa mañanera acaricia tenue mi rostro, impregna mi cabello y evoca el sabor de tus labios y la calidez de tus brazos. Esas mañanas en las que, como cada día, juras devorar al mundo, juras vencer lo invencible y, así sin más, la brisa me vulnera y con la más profunda añoranza me lleva a invocar tu recuerdo, ese que de sobra encuentra cómo manifestarse en un instante.

Me gusta la nostalgia que dibuja el otoño, la promesa de renovación que en la sequía se encuentra. Me gusta ver los árboles desnudos sin sus hojas y saber que en poco tiempo habrán de lucir nuevamente frondosos y arrogantes, me da esperanza. Eso, quizá es eso lo que me gusta del otoño, me promete la esperanza de la vida, me hace sentir que las pérdidas son parte de la vida, que la renovación es una exigencia de sobrevivencia y que aquellas hojas que sin rumbo anduvieron por un tiempo, encontrarán un lugar dónde renacer, dónde volver a ser algo en el ciclo de la vida.

En mis recuerdos más preciados, evoco aquellas tardes de otoño a tu lado, recostados sobre el pasto, sintiendo la invitación del frío viento a abrazarnos, a encontrar en un beso el calor que atemperara el ambiente. Recuerdo, ahí recostados diciéndonos tanto sin hablar, viendo cómo decenas de hojas caían sobre nuestros cuerpos, cómo el pasto se cubría de ellas y luego el viento a su placer las desaparecía.

Recuerdo a mi universidad cubierta por espesas capas de hojas y el delicioso sonido del caminar sobre ellas, cruzar sus grandes áreas verdes (cafés para este tiempo) y cerrar los ojos imaginando nuevas aventuras y nuevos desafíos al pasar por tan confortable alfombra. Ser cómplice del viento y patear las hojas para jugar con su destino.

Del otoño, tardes como la de hoy, de lluvia fresca y con un silencio que da pausa para la escritura. Del otoño, la añoranza de los amores eternos, de los amores prohibidos, de los amores efímeros, de los amores que dan vida.

Del otoño, la nostalgia y melancolía que acompaña a la lluvia con lágrimas que lavan recuerdos, que purifican pensamientos.

Del otoño la esperanza en la vida… ésa que explica que después de todo, la vida continúa.

Gracias jóvenes…

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Tanta realidad me ha mantenido alejada de la fantasía, y es que ante una realidad tan dolorosa, es difícil abstraerse para inventar historias en donde todo parezca tener sentido. Han sido días difíciles, días de mucha reflexión en la que en medio del caos rescato la esperanza…

Es sabido, a través de mis historias y relatos, que nos soy del todo joven, que en ocasiones me ha frustrado de sobre manera la apatía con las que las nuevas generaciones “vivían”, desde los frentes profesionales en los que me he desempeñado lancé gritos de esperanza en MI GENTE, MIS ALUMNOS, mis redes sociales normalmente están llenas de mensajes para ellos, sugerencias, datos, información que creo les pudieran interesar…

Hoy, no tengo más que decir que GRACIAS JÓVENES, gracias porque sin que nadie les dijera cómo, sin que nadie les dijera dónde, sin que nadie les explicara por qué, ustedes encontraron las respuestas, ustedes y todas sus fortalezas están siendo la base de las nuevas esperanzas, de los nuevos sueños. Quién lo iba decir, esos autodenominados milennials que tantos retos académicos me han representado, hoy me dan la lección más contundente que en toda mi vida profesional he tenido, ¿quién lo iba a decir?

Hoy con orgullo veo las redes sociales llenas de acciones –no de memes –,  veo las calles tomadas por manos fuertes, por corazones vigorosos y por sonrisas sinceras. Hoy con nostalgia pero con gran orgullo, veo el relevo de una generación que viene a demostrar que son más que aquellos mitos que se han generado en torno a un estereotipo mal entendido, hoy sé que no son los milennials (como etiqueta social) los que rescatan la ciudad, son esos jóvenes en los que padres y maestros hemos intentado trascender a través del amor.

La realidad siempre tendrá diferentes aristas, enfóquense en ver desde la más positiva. Por supuesto que habrá quien para ser parte de las tendencias se convierta en activista social, y no hablo necesariamente de los políticos, en la vida cotidiana también existen esos personajes que sin mover un dedo pretenden ser parte de esfuerzo. Por ahora, hagan oídos sordos a todo lo que aquellos mercenarios decidan hacer o dejar de hacer, sólo por ahora.

Una vez que la emergencia haya pasado, que la reconstrucción comience, no pierdan en ánimo, no pierdan la sensibilidad y pasión por su país que hoy han despertado en sus corazones. No se conformen, exijan con base en lo que dan, exíjanse no permitir menos de lo que hoy están consiguiendo. Háganse escuchar porque han descubierto que tienen mucho qué decir, mucho qué hacer. Hoy más que nunca necesitan formarse como seres humanos, que su vida profesional sea un impulso que enmarque su calidad humana.

Sé que MI GENTE está bien, sé que podría estar mejor. Sepan que ahora yo me encuentro en un territorio tranquilo, en un ritmo de vida pleno y que al momento del sismo, en los momentos en que Twitter me avisaba de la magnitud del problema, mis pensamientos y oraciones abrazaban a MI GENTE, recorría una a una las caras y nombres de todos aquellos que ocupan un lugar en mi corazón y pedía para ustedes la protección de Dios, de mi Dios que hoy tan bendecida me tiene, a la distancia de ustedes, pero en la cercanía de mis pensamientos y mi corazón…

Hoy, en medio del caos, gracias jóvenes y SIEMPRE CON MI GENTE…

 

 

Un milagro…

Hay días en los que las fuerzas se acaban, aquellas ilusiones que alimentaban el alma se extinguen, se convierten en buenos recuerdos y sobre ellos se cimienta la esperanza más profunda, la esperanza más humilde de anhelar un milagro.
Mi vida ha estado rodeada de grandes mujeres, a ellas debo mi aguerrido espíritu de lucha, de ellas he aprendido una y otra vez que la vida sigue, que los tropiezos son para hacer una pausa y seguir caminando con más fuerza, con más templanza y con más sabiduría.

Una mujer ha sido desde mi infancia un símbolo de admiración, una mujer que siempre ha sabido acariciar mi corazón en los momentos difíciles para brindar un poco de paz, siempre ha tenido palabras cariñosas y cálidas caricias para dar fortaleza en los momentos de adversidad.

De ella, mi inspiración para ser grande; de ella, mis primeros intentos de maquillarme jugando a ser grande y hermosa; de ella, la elegancia que me hacía imaginarme adulta vistiendo trajes sastre para ir a trabajar; de ella, ese apapacho cuando sabía que en casa podía haber problemas.

De ella, siempre la sonrisa, siempre la prudencia, siempre las esperanzas de que los malos momentos pasarían. Ella siempre el refugio de todos, el refugio que sabía secar con un beso en la mejilla las lágrimas de tristeza y de impotencia. Ella, siempre el equilibrio de todo.

En mi corazón tengo tatuadas palabras que han sido bálsamo de paz y amor en muchos momentos: ¡Soy su consentida! En más de una ocasión me lo ha dicho, y aunque no lo hubiera hecho, aún así lo sabría, mi alma lo siente, sus abrazos lo trasmiten y creo fue así como esa frase se tatuó en mi alma: en un abrazo de ésos en los que, por minutos y sin palabras, nos decíamos cuánto nos amábamos.

Intento no cuestionar a la vida, intento no cuestionar al destino, intento aceptar el plan divino que sé Dios tiene. Intento, sólo intento… Sé que la lucha ha sido aguerrida, sé que la pelea ha sido con todo y contra todo, sé que cada día es una batalla ganada, que cada noche es una esperanza encendida, sé que los pensamientos y las oraciones que nos unen a la distancia alimentan la fe en un milagro, que la fuerza que aún queda proviene del amor auténtico, del amor desinteresado que todos le profesamos.

Podría enumerar decenas y decenas de historias, de aquéllas que hoy provocan esta dualidad en el alma: un gran dolor que pide a gritos un milagro y una gran alegría de haber recibido tanto amor por parte de ella. Ella… su fuerza, su belleza, su inteligencia… Una mujer dispuesta a desafiar a la sociedad: ¿Que sólo los hombres estudian? ¿Quién dijo? Ella estudió, trabajó y construyó su patrimonio. ¿Que una familia se acaba cuando el hombre se va? ¿Quién dijo? Ella formó una familia de hombres y mujeres de bien.

Y cuánto duele, cuánto duele cuando una realidad catastrófica amenaza, cuando una enfermedad que sólo puede vencer al cuerpo, atenta contra el alma. Cuánto duele cuando la realidad humana se ve rebasada y parece agotar todas sus posibilidades. Cuánto duele cuando quieres detener el tiempo, volver el tiempo atrás, cuando quieres que el tiempo no avance… Cuando en cada pensamiento suplicas que un milagro suceda…

Hoy, con el caudal de lágrimas que acompañan la lluvia de esta tarde, sé que cambiaría cada una de las palabras e historias escritas en este espacio, por un Momento Azul que describiera el milagro que le haya hecho recobrar la salud y la fuerza. Hoy, desearía poder cifrar en palabras todos sus abrazos, sus besos y cariñitos (como ella les llama)  y con esas palabras dar fuerza para su cuerpo y su alma…

Hoy suplico a todas las fuerzas del mundo, de todos los mundos, de la realidad y de la fantasía un milagro que dé la esperanza de un nuevo amanecer. Que dé esperanza de una vida digna y que dé a su cuerpo y su mente la dicha de saberse amada, de saberse admirada, de saber que, al menos yo, siempre vi en ella un ejemplo de grandeza y fuerza.

Hoy, suplico para que toda la energía positiva,  de aquellas risas y carcajadas compartidas, para que toda la luz de sus detalles en cada cumpleaños y evento especial, para que toda la fuerza que ella nos ha dado en tantos momentos, todo, toda esa luz y energía positiva se conviertan en el milagro de vida…

El amor lo puede todo, te amo tía…

Una tarde de lluvia

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Una tarde de lluvia evoca nostalgia, remueve recuerdos para sentirme menos sola, sugiere fantasías para imaginarte más cerca…

Hagamos de la soledad compartida y de la lluvia un pretexto excelente para encontrarnos esta tarde, para disfrutarnos esta noche… Ven, aquí te espero! Voy poniendo el café y preparando una botella de vino para lo que apetezcas. Ven, cuando llegues encontrarás un ambiente impregnado con el aroma del café y con la nostalgia que rumiar mis antologías poéticas de Benedetti me provoca.

Haremos del aroma a café la primera conquista a nuestros sentidos, al entrar te recibiré con un beso tibio, de ésos en los que apenas los labios se rozan, de ésos en los que, ni con sutileza, la lengua alcance a saludarte. Me abrazaré a tu cuello mientras tus brazos rodean mi cintura, será un abrazo tan cálido que olvidaremos las cuestiones climáticas que acontecen afuera, será un abrazo que, al poner en contacto nuestros cuerpos, se alcanzarán a rozar nuestros corazones, se podrán saludar nuestras almas.

Ven, siéntate aquí, justo a mi lado, en el estudio de mi casa, déjame terminar de escribir, de contestar mis pendientes, mientras en una conversación pausada por los primeros sorbos de café y mi trabajo, seguimos dejándonos seducir por la escena: olor a café, una tarde-noche fresca y el sonido cadencioso de la lluvia.

Mientras termino, acaricia mi cuello, mis hombros; platícame cómo estuvo tu día, qué  hiciste hoy, qué opinas del lugar que ocupa mi equipo de futbol en la tabla general del futbol mexicano, cuéntame cuáles son tus pronósticos para el inicio del football americano. Así, dejemos que el tiempo nos conquiste, que mi mundo se cierre al apagar mi computadora, que nuestros sentidos se despierten con el aroma del café y nuestra cercanía rete el ambiente frío que la lluvia provoca.

Termino mis pendientes, casi. Volteo mi silla frente a ti y continuamos el beso del saludo inicial, ahora no es tibio, ahora es cálido, ahora sí nuestros labios se abrazan, se comunican nuestras lenguas mientras nuestras manos acarician nuestras espaldas, recorren desde la nuca hasta la cadera, provocando una sensación de relajación deliciosa.

La noche ha caído, la lluvia es ahora más intensa. Una segunda taza de café y nuestra charla cotidiana nos permite adueñarnos del tiempo y el espacio, en cada beso detenemos el reloj por instantes, en ese beso no solo saboreamos nuestros labios, también saboreamos la nostalgia de los recuerdos, la ilusión por las nuevas esperanzas, saboreamos de la manera más franca ese dulce sabor del deseo.

Sólo está encendida la luz del estudio, y con la noche a cuestas, parece insuficiente, pero ideal para una escena de seducción, así a media luz, con lluvia, con el olor a café, con la tibieza de nuestra piel traspasando la ropa, con el lenguaje de las caricias que recorren con sutileza nuestros cuerpos.

Conquistar nuestros cuerpos desde el deseo es fácil, porque nuestros corazones han sido conquistados desde la charla. Me levanto de mi silla y con movimientos simples y ligeros comienzo a deshacerme de mi ropa, con ayuda de tus manos y tu boca en pocos minutos mi ropa se encuentra en la silla y en el piso. Apoyada sobre el escritorio comienzas a besar mi cuerpo, a hacerme disfrutar con el recorrido que tus labios, tu lengua y tus manos realizan.

El espacio parece impropio, pero el amor justifica grandes imprudencias, así que en un delicioso juego de la seducción entre las sillas y el escritorio, construimos un escenario en dónde disfrutar del placer de nuestros cuerpos, el placer guiado por el ritmo de la lluvia que continúa afuera.

El roce de nuestra piel, el sabor de nuestros besos, cada una de las sensaciones que nos recorren milimétricamente provocando un placer pleno, que no sólo se centra en un efecto físico,  en un rincón de mi cuerpo, sino que explota desde la mente y la razón y  recorre el alma, el corazón y la sinrazón. Un éxtasis compartido, un goce sin límites, un instante de placer que detiene el tiempo y congela los pensamientos para capturar la esencia del momento y hacerla inolvidable.

Así, nuestra tarde-noche de lluvia, así nuestra lluvia que inunda nuestros mundos, así, mientras intentamos recobrar el aliento y recuperar la cordura en aquel escenario, mientras destapas ahora la botella de vino, déjame leerte este poema al oído:

Lluvia, Mario Benedetti

La lluvia está cansada de llover
yo, cansado de verla en mi ventana
es como si lavara las promesas
y el goce de vivir y la esperanza

la lluvia que acribilla los silencios
es un telón sin tiempo y sin colores
y a tal punto oscurece los espacios
que puede confundirse con la noche

ojalá que el sagrado manantial
aburrido suspenda el manso riego
y gracias a la brisa nos sequemos
a la espera del próximo aguacero

lo extraño es que no sólo llueve afuera
otra lluvia enigmática y sin agua
nos toma de sorpresa/y de sorpresa
llueve en el corazón/ llueve en el alma

Mi tratamiento, tu tentación

mi tratamiento

Como suele suceder cuando uno está bajo los estragos de estrés extremo, el cuerpo reclama un respiro, el cuerpo enciende señales de alerta para tomar una pausa obligatoria. Pues atendiendo esas alertas tuve que hacer una visita a aquel lugar en donde un día “una caricia incidental” fue un buen paliativo para resolver la crisis del momento.

Ahí estabas, presto y atento para mí, como otras tantas veces. Al verte las lágrimas se desbordaron intentando que a través de ellas pudieras hacer un diagnóstico certero, que entendieras que el caos de mi mente era tan grande que ya se desbordaba por los ojos, que mis labios enmudecidos y los suspiros intentaban cifrar lo que las palabras no podían.

Entendiste mi problema, te acercaste, me tomaste entre tus brazos e intentaste tranquilizarme, aún sin saber mis síntomas físicos, entendías que lo que pasaba en mi mente y mi corazón era aún más delicado que lo que cualquier malestar pudiera preocuparte. Intentaste besarme, giré mi cabeza y besaste mi mejilla.

Continuamos platicando, un poco de la vida, un poco de la salud, un poco de nada importante, sólo intentando que la tranquilidad llegara a mi cabeza y pudiera expresar con claridad qué me pasaba, qué pasaba por mi cuerpo, además de la tristeza y la desesperanza que era evidente a través de mis lágrimas.  Nos observábamos como otras ocasiones, sin necesidad de decir mucho, porque  nuestras miradas se entienden, nos gustamos, nos sentimos en confianza uno con el otro y eso es algo que los ojos, como espejo del alma, no ocultan.

En medio de la charla, no sé con claridad si lo dije o  simplemente lo adivinaste, diagnosticaste mi padecimiento físico y me prescribiste un tratamiento médico, miré con desagrado la larga lista de medicamentos, pero supuse que eran necesarios. El tiempo, como siempre que conversamos, fue insuficiente, debía salir de ese lugar y despertar a la realidad que al cruzar la puerta me aguardaba, ésa donde era urgente comenzar a tomar los medicamentos…

Te acercaste a mí, frente a mí… me besaste y no sé si el beso era parte del tratamiento, nuevamente un placebo para mitigar el malestar. Fue un beso breve pero delicioso, sentir tus labios tibios, cerrar los ojos y sentir que ese beso se extendía por varios minutos, que tus brazos me cubrían, que podíamos huir a un lugar más confortable y buscar acorrucarme en tu pecho, era un placebo poderoso sin duda era efectivo para mis malestares.

Con un diagnóstico expreso y un tratamiento tácito, te abracé como despedida, sin querer, en ese abrazo, mi hombro quedó al descubierto, justo dispuesto para que continuaras el tratamiento paliativo, para que con tu lengua acariciaras la curva que se forma entre mi cuello y mi hombro, para que a ojos cerrados tus manos iniciaran un recorrido por mi espalda sintiendo la textura de mi ropa e imaginaras la tibieza de mi piel, para que aquel efímero beso regresara a nuestros labios y se prolongara lo necesario para olvidarlo todo, para imaginarlo todo…

No fue así, sólo me abrazaste y con un tímido beso que apenas rozó mis labios me dijiste: “Azul, eres una enorme tentación…”

 

 

Amores Platónicos

Hay amores que no suceden, que el destino, la vida o cualquier cosa impide que sucedan… así nosotros, cuando jóvenes pudimos, pero no fue. Quisiera creer que no era nuestro tiempo, pero con los años y kilos de experiencia creo que los tiempos del amor no existen, sólo son casualidades que uno decide aceptar como retos para que un amor se dé.
En aquel entonces, jóvenes impetuosos ávidos de vivir, ansiosos por concluir la universidad para devorar el mundo con nuestra pasión profesional, compañeros de clase, amigos. Tú, un joven trabajador, quien luego de la jornada de estudiante cubría su jornada laboral y, por supuesto, se daba tiempo para el amor.

Yo, entusiasta deportista, que luego de mi jornada de estudiante acudía a los deberes que mi equipo me tenía marcados, que me exigían entrenamientos exhaustivos sin importar tareas o trabajos escolares.

Era una bella época, que, aunque a veces me pesan los años, hoy agradezco haber vivido en aquel entonces -y no ahora-. Sé que suena muy nostálgico, sé que revela mi edad un poco, pero tampoco me agobia, soy una mujer que acepta sus años y los encantos que con ellos ha descubierto. En aquellos tiempos disfrutaba vestir de short y cruzar por las áreas verdes del campus, disfrutaba lucir mis fuertes piernas y acaparar una que otra mirada masculina que curiosa acompañaba mi caminar.

Así, disfrutaba nuestra charla en los pasillos del edificio al cambio de clase, disfrutaba  tu mirada que sin palabras aceptaba que te gustaba, disfrutaba tu amistad y tus consejos. Así, en una de esas tantas mañanas compartiendo salones y pasillos, lo aceptaste: te gustaría algo más conmigo, algo que no afectará tu relación de tiempo con ella (tu novia)… Me negué!

¡¿Qué habría pasado?! Qué tal que aquella mañana hubiera dicho que sí. Es más, si ni siquiera hubiera contestado, sólo te hubiera besado a ojos cerrados, dejando que mis labios abrazaron los tuyos, que mi lengua acariciara la tuya, dejándome rodear por tus brazos sintiendo que en ellos cabía y que era deliciosa la sensación de estar ahí, dejando que mis manos acariciaran tu espalda y que ese beso durara el tiempo suficiente como para encender el deseo, despertar el amor, descubrir el sabor del amor en mis labios…

Quizá pudimos haber huido en ese momento, tal vez a uno de los prados conocidos en nuestra universidad donde el amor sabe a prohibido, a adrenalina juvenil por el temor de los posibles observadores. O quizá sólo hubiéramos continuado con nuestra agenda escolar y acordando una tarde para nosotros o quizá una noche para conversar y hacerte dudar de tu propuesta, aquella de sólo querer saciar tu curiosidad con una mujer como yo…

Esa noche habría llegado, habríamos conversado con la intensidad de siempre, de esos universitarios universales, que lo mismo hablábamos de football, que de tu vida laboral, de mis achaques propios del partido más reciente, que de política, que de la vida misma. Así habríamos hecho nuestra aquella noche, dejándonos conquistar por una charla inteligente, en la que nuestros labios conversaban mientras nuestras miradas se seducían mutuamente y nos invitaban a dejar de lado la plática para apoderarnos de nuestros cuerpos.

Seguro, habría besado tus labios, muy suave, tiernamente, dejando que en ese beso conocieras la excitante combinación de una mujer como yo: tierna y fuerte, seductora y sensible, apasionada y dócil. Habría hecho que en ese beso entendieras mi mundo, ese pedacito que desde la seducción se puede descubrir.

Te habría disfrutado sentado sobre una silla, me habría sentado sobre tus piernas de frente a ti, acariciando tu cabello mientras besaba tu cuello, guiando tus manos hacia mis muslos para que los acariciaras y comprobaras aquello que tu mirada discreta suponía: eran piernas fuertes y atléticas. Habría hecho mi cabeza hacia atrás y llevado la tuya hacia mi pecho para que me besaras, para que sobre mi blusa comenzaras a descubrir aquellas sensaciones que seguro, antes ya habías imaginado.

Habría logrado deshacerme de tu playera para que mis manos recorrieran pausadamente tu dorso desnudo, tu espalda, para que besara tus hombros y recorriera con la punta de mi lengua tus brazos. Habría regresado a tus labios a continuar aquel beso, ese beso con sabor a deseo, ese beso que ponía a prueba el amor. En ese beso nos hubiéramos olvidado del mundo, de aquél que nos aguardaba afuera, aquel que me daba únicamente como opción para una noche, para ese momento.

Habría conquistado tu piel con mis besos, habría dejado que mis labios te convencieran que era más que una chica para una noche, haría dibujado sobre tu piel con mi lengua trazos que requirieran dosis complementarias para aliviar la necesidad de mis labios. Habría dejado que tus manos recorrieran cada centímetro de mi piel, del cuerpo de entonces que tanta curiosidad te provocaba…

Habríamos hecho de aquella noche un derroche de placer, de ese placer que sólo se logra con una plática inteligente, con un hombre que sabe de poesía, de música, de mundo. Ese placer desbordado que se consigue con las caricias correctas, con los besos pausados y con un sexo delicioso… habríamos hecho el amor poniendo a prueba aquello que nos impedía estar juntos fuera de ese lugar, y quizá, la historia habría sido diferente.

Pero… sólo me negué a tu propuesta. Los años han pasado, pese a ellos y a la distancia seguimos siendo amigos, sigues presente en mis días y algunas de mis noches, a veces escuchando mi llanto amargo provocado por la incertidumbre, el desamor, la desilusión; y otras ocasiones compartiendo aficiones y gustos por la poesía, el deporte y la vida. Pero, ¿te soy franca? a veces, cuando la nostalgia se hace presente, cuando imagino tus palabras en mi oído, cuando necesito un abrazo, me sigo preguntando… ¿Qué habría pasado? ¿Tú qué crees?

¿Qué tal si lo piensas mientras te imaginas recostado sobre mi pecho y te leo al oído este poema? Sé que a un hombre inteligente como tú, le gusta la literatura, le gusta la poesía… Te quiero…

Luna congelada – Mario Benedetti

Con esta soledad
alevosa
tranquila
con esta soledad
de sagradas goteras
de lejanos aullidos
de monstruos de silencio
de recuerdos al firme
de luna congelada
de noche para otros
de ojos bien abiertos

con esta soledad
inservible
vacía

se puede algunas veces
entender
el amor.

 

De visita en el pasado

de visita en el pasado3

A veces acercarse a esos lugares del pasado, donde se dejaron impregnados un sinfín de recuerdos es un riesgo innecesario. Hace muchos años y muchos kilos, viví una gran historia de amor que aún da esperanza a los peores momentos de mi vida, permitiéndome rumiar aquel pasado que con solo cerrar los ojos evoca un ligero y efímero sabor a paz.

Ese escalofrío que recorrió mi piel cuando me acerqué a aquel lugar, mi mirada se nubló y los recuerdos se desbordaron como lágrimas al estacionar mi auto, en ese momento, mi auto era el único refugio que me parecía seguro, ahí con un llanto desbordado recorrí una a una varias de las historias ahí vividas. Ahí encontré había encontrado el valor de vivir, el valor de ser, el valor de amar, el valor de creer hasta en lo más absurdo pero que me daba felicidad y plenitud.

Pero un día la despedida fue tajante, sin posibilidad de reencuentros, sin posibilidades de nuevas historias, y con ella, con esa despedida, una parte de mí se acabó, una parte de mí se murió con el final de nuestra historia de amor… justo es esa parte que, cuando te extraño, extraño de mí… Sí, extrañarte es evocar aquélla que fui a tu lado, aquélla que se creía capaz de pelear contra todo por los sueños, aquélla que creía que actuar bien, con pasión, con entrega daría los resultados soñados.

La vida es disciplina, trabajo… – decías – La vida es el «extra» para que lo ordinario se vuelva EXTRAordinario. No es cierto, mentiste. Eres una mujer inteligente y talentosa –me juraste – No, mentiste y si lo fuese, no sirve de mucho ahora.

Y no sabes el ahogo que se siente, la terrible opresión en el pecho al necesitar tanto tus palabras, tus brazos y al mismo tiempo, sentirme perdida y vulnerable y creer que si te veo la poca estabilidad que queda en mi mundo se desmoronará…

Y en aquellos años Benedetti siempre fue cómplice, tenía orden en las palabras para traducir nuestros besos y nuestras lágrimas. Cada poema compartido recostados en el pasto, cada cuento descifrado en compañía, Así… este poema fue nuestra despedida:

Chau número 3 – Mario Benedetti

Te dejo con tu vida 
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres

Hoy mi vida es un caos, hoy el miedo me acorrala, la tristeza me vulnera y ni mi trabajo, ni mi gente dan esa paz que necesito. Hay días en que cada puesta de sol me lleva al deseo de querer dormir y no despertar; cada amanecer me cuestiona ¿para qué? ¿para dónde?

sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro

¿Confianza? La traición demerita cualquier signo de confianza… los amores suicidas que a ciegas creen y se inmolan han devastado la confianza depositada en un sueño, la confianza de otros en mi sueño. Nada más imposible que creer que la realidad se construye con esfuerzo, trabajo y disciplina, la realidad, es, sólo es. Hoy, más insegura que nunca, hoy más vulnerable que nunca.

te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota

Descifrarme me llevó a aceptar que sin ti no soy, y sólo anhelo las respuestas sabias que en cada charla teníamos, y sólo añoro que La Promesa sea cierta y un día, en la eternidad encuentre tus brazos.

te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía

Tus dudas siempre fueron mis certezas, tu mundo daba sentido a creer en aquella Azul, aquella que derrotaría invencibles, que se coronaría de gloria no ante el mundo, sino ante su corazón y sus sueños.

pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono

Debí escucharte, debí tatuarlo en un lugar visible, ser cauta, saberme transparente y vulnerable de aquella oscuridad que no conoce de lealtad y verdad. Jamás me he sentido abandonada, has estado en cada noche en la que el insomnio me atormenta, en cada día en el que las preguntas sin sentido me aturden, en cada instante en el que intento creer que vale la pena continuar.

estaré donde menos lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos

Así ha sido, has estado en aquel cardenal rojo que en un día cualquiera se atraviesa en mi camino, en aquella frase de Benedetti que sin contexto se aparece en mi mundo, en aquel hombre con el que aún sin intención termino comparando contigo, en aquel sueño de encontrarte después de los días…

estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra

En un lejano horizonte… en mi sombra… ¡TE NECESITO!

estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen

Nadie, ninguno como tú. Ni antes ni después de ti me he sentido amada y plena. Ninguno de aquellos que me siguen con el valor de enfrentarse a una mujer como yo, compleja y simple, apasionada y apacible, intensa y débil. Mucho menos aquellos pobres hombres que creen que sólo soy una mujer frívola dispuesta al sexo de ocasión.

y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

En mi sueño, en mi vida, en mi mundo… Nada ni nadie más presente y ausente en mi mundo, nadie como tú que sin estar es el único hombre que da paz en sus palabras (recuerdos), que despierta el deseo y la pasión en la fantasía (de recordarte), nadie como tú…

 

Salsa y tequila

 

Sólo necesitábamos eso: poner en pausa el mundo, dos tragos, uno para olvidarnos de ellos y otro para imaginar que ellos se olvidaban de nosotros.

Lo necesitábamos, abstraernos del mundo y disfrutar toda la noche y para ello, nada mejor que la combinación: baile y tequila. Así que con los dos tragos y una conversación incidental dejamos que la noche nos abordara, que la música al ritmo de la salsa hiciera vibrar nuestros cuerpos, que el calor provocado por el tequila corriera por nuestras venas.

La conversación, un poco a gritos por el volumen de la música, nos llevó a acercarnos un poco más, lo suficiente como para hacer más sugerente la invitación a hablarte al oído, para hacer más casual el roce de nuestras piernas debajo de la mesa. Así, hablamos poco, lo suficiente para hacer tiempo antes de que nuestros labios se comunicaran sin palabras.

Nos levantamos de la mesa, fuimos al centro de la pista y al ritmo de la salsa nuestros cuerpos se entendían, así con la sensualidad que el ritmo incita, tomaste mi cintura, guiando cada movimiento haciéndome cerrar los ojos y disfrutar cada paso entre tus brazos. Sentía cómo mi cuerpo con naturalidad atendía los movimientos que tus manos marcaban, sentía cómo tus manos recorrían mi espalda, mi cintura y llevaban contra ti mis caderas.

Así, el ritmo nos llevaba en sincronía, nos hacía disfrutar cada paso en una complicidad que sólo la música podía avalar. Regresamos a la mesa y otro par de tragos nos esperaban,  atendimos la invitación que el tequila sobre la mesa nos hacía, brindamos por aquella noche y de un trago consumimos nuestras bebidas. Tomé con la yema de mi dedo la gota que escurría en mi vaso y la llevé a tus labios, perseguiste mi mano que te guiaba hacia mis labios…

Atendiste la indicación de mi mano y al llegar a mis labios giré mi cabeza, besaste mi cuello y acariciaste mi cabello, tomaste mi cabeza por la nuca. Mis piernas ya se cimbraban sobre el piso atendiendo el ritmo que me llamaba nuevamente a la pista. Así que habría que esperar para que aquel beso sucediera. Nuevamente dejamos que nuestros cuerpos disfrutaran, que sin palabras se comunicaran, que tus manos en cada movimiento se apropiaran en de mi cuerpo, que la música, la letra y el ritmo nos hicieran recrear aquella historia que la salsa incitaba a imaginar más, mucho más…

La música nos atrapaba, ponía a prueba nuestra condición física y parecía que vencíamos, que ni los años ni los kilos eran impedimento para que aquella noche fuera nuestra, para que la salsa nos hiciera imaginar una historia más allá del lugar en el que nos encontrábamos, la música se adueñara de nuestro cuerpo y nuestra mente, y sedujera nuestros pensamientos haciéndonos protagonistas de aquella historia que en voz del cantante se relataba.

El tequila en complicidad con la salsa adormecía nuestra conciencia, nos hacía partícipes de una noche deliciosa, que lograba el cometido de haber dejado en pausa al mundo. Bailamos, el roce de nuestros cuerpos al ritmo de la música era cada vez más excitante, era cada vez más cadencioso y la temperatura de nuestra piel y el calor que corría por nuestras venas traspasaba la ropa.

La noche avanzaba, las horas –y el tequila – parecían haberse ido sin darnos cuenta cómo, nuestros cuerpos al ritmo de la música se dejaron seducir por horas, nuestra conversación nos hizo cómplices con sabor a tequila y dejamos que el placer al compás de la salsa nos hiciera disfrutar toda la noche sin darnos tiempo de aquel beso que había quedado pendiente cuando te invité a cercarte a mis labios.

La salsa había conquistado nuestra noche, el tequila había conquistado nuestro paladar así que ahora había tiempo para ese beso, que iniciara en los labios y recorriera nuestros cuerpos sin prisa, nos despedimos de aquel lugar con un beso dulce mientras aguardábamos el auto, aún escuchábamos a lo lejos la música, aún con la invitación de hacer de aquella música un ritmo seductor para hacer el amor…

 

 

Despertando del sueño

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Un día, crees que el destino ha hecho justicia, que aquel sueño que habías imaginado se puede tocar, se vuelve real. Así, puedes sentir, oler, saborear, todo tal cual como si el mundo estuviera dispuesto, con las condiciones precisas para cimentar una historia de amor, de ésas en las que se apuesta todo, ¡TODO!

Durante estos años vivimos grandes momentos, justo como se pueden vivir esas grandes historias de amor, días intensos en los que conmovida hasta las lágrimas, me cuestionaba si era lo correcto, si la apuesta a aquel amor era una apuesta a ganar, o si, como decía todo el mundo, estaba dejando lo más por lo menos.

¡Qué historia! Sí, de ésas que hacen vibrar de sólo recordarla… porque es inevitable evocar con nostalgia todas las primeras veces que en ella escribí: la primera vez que nos vimos a los ojos, la primera vez que haríamos aquello que no habíamos imaginado, la primera vez que en un abrazo encontré la fortaleza para continuar, la primera vez que escribimos nuestra historia, la primera vez que a los cuatro vientos grité eso me hacía feliz, que ése era el sueño de mi vida.

Nada más hermoso que amar intensamente, amar a ciegas -quizá sin aceptarlo-, nada más apasionado que amar con todos los sentidos, inventando una historia en cada día, alentando un sueño cada noche. Nada más intenso que apostar al amor, a suponer que el amor todo lo puede, que el amor vence todo, incluso la oscuridad. Nada hace sentir más vivo que amar con la razón y la sinrazón.

Así pasaron los años, varios años alimentando día a día nuestra historia, unos días ahogando los malos momentos con lágrimas y otros haciendo imborrable el recuerdo que las risas grabaron. Años de amor incondicional, de amor ciego por decisión no por omisión, de amor apasionado que en lo cotidiano creía estar construyendo una realidad con la dulzura y alegría que sólo un sueño encierra.

Así, el tiempo nos mostró desnudos, con lo peor y lo mejor de nosotros, con las tristezas derramándose por los ojos y las alegrías hacer eco con la risa que rebotaba en cada muro. Desnudos a la vista de todos, porque todos nos vieron, todos sabían quién eras tú y quién era yo, todos sabían de mis debilidades y de mis fortalezas, todos sabían de tu poder y tu altivez. Nuestras almas caminaron juntas por muchos tiempo, dejándonos ver por el mundo, que envidioso juzgaba nuestro amor incondicional.

Despertar del sueño ha sido doloroso, despertar del sueño que viví como real ha sido triste, porque en él sumé la ilusión cómplice de otros, porque en ese sueño que confundí con realidad, aposté no sólo mi vida, sino que pedí prestada la vida de otros, sino que robé tiempo y espacio de otros.

Así como en un momento amé ciegamente por voluntad, contra la adversidad, contra el qué dirán y el sinfín de juicios que cuestionaron esta relación; hoy, quisiera desamar por voluntad, ver a los ojos a aquéllos que me advirtieron del autoengaño que me contaba día a día como real y en un abrazo pedir su consuelo solidario para aminorar mi dolor.

Aún no entiendo qué sucedió, aún no acepto que el amor se acabó, aún no quiero creer que se acabó. Despertar del sueño ha sido doloroso, incluso cruel, porque viéndome al espejo cuestiono mis encantos, porque escribiendo intento descifrar mis errores, porque el silencio me atormenta con respuestas sin preguntas.

Y luego de rumiar una y otra vez esas respuestas, luego de autoflagelarme con aquellos “te lo dije” que me gritan desde la conciencia, regreso al lugar donde escribí los sueños, al espacio desde donde día a día jugué a construir una realidad que hoy sé, fue fantasía. Y en ese lugar recojo lo tangible, lo que en una caja se puede guardar para preparar la huida…

¿Y lo demás? ¿Eso que no cabe en una caja? ¿Las ilusiones? ¿Las esperanzas? ¿La confianza vulnerada? ¿Esas promesas tácitas de amor incondicional y entrega? ¿Cómo se recoge el amor impregnado en muros, en muebles y espacios que fueron testigos de esta historia?

Hoy lo sé, amar lo que no te pertenece ha sido la forma más estúpida de amar… y ahora, despertando del sueño es necesario buscar con pudor la manera de cubrir la desnudez del alma que te ofrecí cuando aposté a nuestra historia juntos…