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En medio del caos

¿Que dónde había estado? Perdida, sí, en el sentido más literal de la expresión, atrapada en un remolino de vivencias que al menor intento de querer salir de él me arrastraba inclemente a un caos de preguntas, dudas y temores. 

Aún, sobreviviente de la pandemia, no me reconozco en una humanidad a quien el miedo le hizo prometerse falsamente cambios radicales en el sentir y el actuar, se suponía que habría un antes y un después con sobrevivientes más empáticos, más sensibles y más higiénicos (en todos los sentidos). En aquellos años, que parecen ya lejanos, nos prometimos valorar a nuestra gente y no permitir que la distancia física nos alejara, nos inventamos utopías en nombre de los que se fueron y encontramos historias de amor  entre los que quedamos.

Quizá ahí, en la pandemia y la pospandemia, comencé a perderme dentro de este torbellino, me dejé atrapar por noches de insomnio con reflexiones absurdas que parecían solo interesarme a mí, nuevamente me reconocí falible, imperfecta e ilusa y nada más doloroso que la desilusión en la veteranía.

La realidad, esa realidad de la que como Azul siempre quise huir me alcanzó y no solo me alcanzó, me atrapó y me puso frente al espejo, reflejando a una mujer vulnerable, muy vulnerable e incapaz de encontrar el orden en medio del caos en el que estaba. Ahí, frente al espejo, todas las certezas se convertían en dudas, todos los encantos en debilidades, toda la experiencia de la veteranía en ineptitud, la supuesta “sabiduría” con que conducía a otros en ingenuidad para comprender a los míos.

Esa cruel realidad me alejó de este espacio, donde con magia podría acariciar seductoramente la imaginación de mis lectores, me pedí porque no encontré mayor destreza que atormentarme con juicios inquisitivos hacia mi actuar, hacia los resultados con los que se puede medir “el éxito de una Mujer”, entonces me supe perdida, porque en cada intento de escribir para seducir, únicamente lograba un muro de lamentos con lágrimas de desesperanza y frustración.

Aún no sé qué queda de Azul, aún busco en las noches de baile algo o alguien que me la recuerde, que la devuelva. En aquel ritmo compartido de la salsa, cuando unas manos tibias y un aroma sutilmente delicioso me invitan a cerrar los ojos, sé que aún hay tiempo para la fantasía, para huir del hastío y convertirnos en presas de la letra de esa canción, al beber un par de tragos y apostarle a la locura como tratamiento paliativo que por instantes me haga sentir fuera del caos que me tiene agotada, exhausta y por momentos derrotada. 

En esas noches de baile conversando trivialidades con desconocidos que con el paso del tiempo se convierten en amigos, me siento en paz, una extraña paz que da el cansancio físico, la adrenalina de los timbales y la conga, las risas bobas al poder olvidarse por unas horas de los tortuosos estándares de perfección, civilidad y cordura que mi mundo exige. 

Y luego de esa hermosa terapia que es el baile de una noche, a luchar contra el espejo, contra ese esquizofrénico mundo dentro de mi cabeza que  no logro silenciar con lágrimas, que no logro ordenar con acciones infructuosas.

Pero aquí estoy, sacando apenas una mano, un pie de este caos, encontrando en las palabras la única salida, evitando los espejos y los buenos samaritanos que me digan qué ”debería hacer”. Soy Azul y, cómo lo escribí en el primer relato, soy una mujer acostumbrada a negociar los sueños con la realidad, a reinventar mis encantos ante las derrotas y a seducir con la fantasía y la imaginación. Por ahora, los viernes de salsa seguirán siendo mi único espacio seguro, el único espacio sin caos ni juicios desde donde seguramente habré de reinventarme…

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Un beso y mi resto

Desde mi fantasía en ese abrazo tus manos traspasaban la ropa y hacían contacto con mi piel, sentía el calor que irradiaban expandirse sobre mi espalda, haciéndome olvidar la tensión acumulada de mi caótica semana. Ahí quería quedarme, sintiéndote muy cerca, sintiendo tu respiración cerca de mi oreja, sintiendo que podía dejar caer el peso de mi mundo entre tus brazos. 

La cordura me hacía separarme un poco de ti, buscando en tus ojos alguna respuesta, algún signo de aprobación, una mirada cómplice que me hicieras creer que estabas sintiendo lo mismo, que también mis manos acariciaban tu piel desde la imaginación. 

Tus ojos no hablaban o, si lo hacían, era un lenguaje incomprensible para mí. Mordía mis labios queriendo imaginar el sabor de los tuyos. Observaba el movimiento de tus labios sin prestar atención a lo que enunciabas, solo quería escuchar mi nombre de tus labios: Azul, solo esa palabra valía la pena de ser escuchada en ese momento, mi nombre en tus labios sí me harían perder la cordura y cometer el desatino de besarte ignorando el lugar y a los presentes. 

La conversación trivial que nos convoca continuaba y cometiste el atrevimiento de acomodar mi despeinado cabello detrás de mi oreja, qué sensación tan excitante el efímero roce de las yemas de tus dedos. Detuve tu mano en su recorrido, fije mi mirada en tu boca con la más explícita insinuación de pedirte un beso, pero nuevamente tu cautela y mis impulsos eran la peor combinación, pero ya era demasiado tarde como para detenerme y evidenciar un nuevo fracaso en mis intentos de seducirte. Rocé con mis labios los tuyos, parecía no disgustarte, me tomaste por espalda llevándome contra ti y ese beso daba respuesta a todas las preguntas de mis noches de insomnio. 

Ahora sí parecía que nuestros labios hablaban el mismo idioma, sin ni siquiera pronunciar una palabra. 

Fueron segundos de fantasía donde la sensación que iniciaba en mis labios, recorría cada parte de mi ser, si era un sueño no quería despertar, si estaba sucediendo no quería que te separaras de mí. Abrimos los ojos y nos encontrábamos frente a frente, con un mundo indiferente a nuestra escena, sin espectadores que aplaudieran o repudiaran aquel beso. 

Sonreímos, cómplices veteranos, pero con la euforia de dos adolescentes. 

No podíamos dejar ese beso ahí, en una especie de limbo que me proclamaba vencedora de en aquel intento de seducción. No quería que únicamente fuera una locura de la cual había hecho cómplice, no quería volver a la zozobra de tu ecuanimidad y sensatez: te propuse algo, una cita sería pretencioso llamarlo, pero algo que no necesitara palabras, solo el lenguaje de los besos y las caricias.

La apuesta ya había sido muy alta como para no jugarse el resto, solo con la esperanza de creer que aquel beso había sido correspondido. Aceptaste y cuento las horas para demostrarte que soy más de lo que ves, que ese beso no te dijo todo lo que mis labios podrían comunicarte, que soy mucho más de lo que te imaginas, que quizá soy aquello que te resistías a vivir… 

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Palabras al viento

No basta con que la vida nos llene de pretextos y circunstancias casuales, no basta con los suspiros en la fantasía durante mis noches de insomnio, no es suficiente hablarle al viento suponiendo que mis palabras llegaran hasta tus oídos, ni me basta con la tortura de preguntarme si me piensas como yo te pienso. 

La vida solo cobra sentido a través del amor, la vida se sabe vivida cuando la intensidad de las miradas besan con pasión y el sinsentido de las palabras busca ser callado a besos. La vida necesita amor para que el tedio de los días no se proclame vencedor en una cama fría y vacía cuando llega la noche. La vida necesita de amantes que hagan historia a pesar de sus cicatrices y fantasmas, con todo y sus anhelos y sus sueños. 

La realidad hostil y aberrante no puede vencer, no puede reírse de los pretextos y casualidades que nos convocan y al mismo tiempo nos vuelven ciegos y mudos. La vida necesita historias de amor, de amantes y pasión, de valientes, de amores dispuestos a jugarse, quizá, sus últimas esperanzas por un beso que haga vibrar el alma, por una caricia capaz de convertir una noche en magia. 

El amor silencia los fantasmas, acaricia las cicatrices, fortalece los sueños, pero requiere valor, mucha valentía para no quedarse solo en la fantasía, en relatos escritos sin destinatario o declaraciones hechas entre líneas en conversaciones triviales que nos acerquen un poco. 

A veces la realidad me arrastra y me ahoga en un mar de lágrimas, otras veces la fantasía me salva y transforma el llanto en sonrisas pícaras, pero al final estoy cierta que, en medio de la absorbente realidad y la esquizofrénica fantasía, hay una constante: quisiera encontrarte, entregarme en tus brazos y en un beso perder la cordura y retar al destino. 

Valor, valentía, arrojo, no sé qué necesite para convertir las palabras al viento, en una confesión: «me gustas, mi mirada te besa cuando hablamos, mis ojos se pierden en los tuyos intentando encontrar una respuesta a las preguntas que no te he formulado, busco un roce casual de nuestras manos con el deseo de hacer vibrar tu piel.»

Pero no, entre el anonimato de mis confesiones pasa el tiempo con un juego inquietante en mi cabeza, preguntándome si me lees y te sabes el protagonista de mis palabras… Así, pasan los días y las semanas y nada más efímero que el tiempo y más, cuando la veteranía y el tedio parecen acelerar su paso. Quizá un día, con menos miedos, con menos qué perder el destino me dé una buena partida y las cartas valgan la pena para lanzar mi última apuesta. 

Mientras, entre la fantasía y la realidad te mantendré cerca, procurando que sientas cómo te beso con la mirada, cómo coquetean mis palabras… y, si en algún momento quieres confirmar si eres el destinatario de mis palabras al viento, solo bésame y lo sabrás… 

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Un pretexto

El tiempo avanza inclemente, hay días inciertos, hay días con certezas, hay noches de insomnio y días de sueños. El caos se convierte en una constante entre el tedio laboral, el hastío de una sociedad absurda  transcurren los días en el intento de sembrar esperanzas, de hacer germinar sueños y en el afán de construir otro mundo, otros mundos. 

En medio de ese incesante remolino, que muchas veces logra arrastrarme y hacerme perder el rumbo, busco un pretexto que nos convoque, busco descifrar al destino jugando con las cartas que me otorga en cada partida. 

No es fácil, los años, la veteranía es crítica y cuestiona mi abanico de posibilidades, llenándolo de dudas y preguntas, pero la experiencia también es una aliada: ¡Qué se puede perder! Así que, en medio de mi mundo medianamente caótico, decido irrumpir en el tuyo, probablemente mucho más ordenado y cauto, con el inocente pretexto -nada malintencionado-, de fingir un desperfecto mecánico en mi auto en rumbos cercanos al lugar donde sabía que estarías. 

Ya era esa una apuesta muy alta, el destino y mis cartas dejaban al aire mi juego: llamarte, que me tomaras la llamada, que estuvieras en el lugar que yo suponía, que tuvieras tiempo de acudir a mi auxilio, ya era una apuesta alta, muy alta a estas alturas de la vida y con los múltiples fantasmas rondando en mi mundo.

Eso de los autos parece darles poder a los hombres y, en esta ocasión, no me importaba mostrar la vulnerabilidad de mi ignorancia. El atardecer amenazaba en convertirse en noche, el firmamento dibujaba tenuemente algunas estrellas y la luna, aún discreta, comenzaba a brillar. Llegaste y la estúpida sonrisa en mi rostro daba evidencia de que mi urgencia no tenía tanta angustia, así que con una conversación trivial sobre nuestro día yo organizaba las ideas con las que te explicaría qué consistía mi premura:

“No me digas nada, abrázame, deja que mis pensamientos se hagan agua para limpiar el caos de mi cabeza. Deja que mis manos recorran tu espalda mientras y tu aliento tibio en mi cuello relaja la tensión acumulada. Déjame verme en tu mirada, permíteme encontrar en tus labios (con un beso) las palabras que busco para luego cerrar los ojos y perderme en la fantasía de estar entre tus brazos…”

No, no podía decir eso. ¡El desperfecto! ¡Mi auto! No encontraba palabras para explicar un problema inexistente, porque, además, la sonrisa en mi rostro y el brillo en mis ojos, en lo absoluto denotaban a una mujer desvalida y agobiada sufriendo por un problema mecánico que pusiera en riesgo su integridad. Nos sonreímos, descubriste mis perversas intenciones -quizá lo sabías desde que te llamé, porque lo deseabas tanto como yo-, entendiste mi pretexto, tomaste mi mano, la besaste y moviste la cabeza y con una excitante sonrisa reprobaste mi mentira. 

Subimos a tu auto, y solo por confirmar, me preguntaste si todo estaba bien. Evadiendo tu mirada acaricié con la yema de mi dedo índice tus labios y te respondí que sí, que con mi auto sí, pero… Interrumpiste mis palabras con un beso, ese beso que había imaginado (que habíamos imaginado), me tomaste por la nuca, cerré los ojos y disfruté la tibieza de tus labios, el sabor de ese instante en el que la realidad sabía a fantasía. 

Para entonces la noche había caído y el pretexto había cumplido su cometido. No hablamos mucho, nos besamos con hambre, nos acariciamos con ternura, reconocimos la pasión arder en nuestra piel, nos miramos con deseo y pactamos un encuentro sin pretextos para continuar la fantasía… 

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Amanecer

Antes de que la alarma de mi teléfono me recordara que era un nuevo día, sentí tus labios recorrer mi cuello, aún adormilada sonreí para darte los buenos días, me acurruqué contra tu cuerpo queriendo creer que aún era de madrugada. Sentí tus manos deambular sobre mi cuerpo, recorrer mi vientre, mi cadera y mis piernas. Yo me resistía a creer que estaba por amanecer, que nuestra noche había concluido.

Así, disfrutamos por varios minutos, sin palabras, solo entre besos y caricias, hasta que el reloj amenazaba con apresurarnos para continuar con la vida que fuera de aquella habitación nos esperaba. En un beso que nos despidiera de este encuentro iniciaste en mi boca, mordiendo mis labios, luego lamiendo mi cuello y mis hombros, avanzando para saborear mis senos, devorando centímetro a centímetro mi piel hasta llegar a mi vientre y conseguir beber de mí, haciéndome olvidar que la alarma sonaba y de la hora que marcaba el reloj. 

Extasiada, inerte sobre la cama no podía articular palabras, solo sonreía y mi sonrisa no necesitaba explicación, mi sonrisa solo necesitaba que no te separaras de mí, que tus manos estuvieran en contacto con mi piel, que tus labios pronunciaran mi nombre: “Azul, te amo”, que tus ojos me observaran con deseo diciéndome que te gusto, que mi cuerpo te parece atractivo y excitante. 

Estaba perdida en esa sensación que seguía recorriendo mi cuerpo que mantenía acelerado mi corazón y, sobre todo, que hacía inevitable la sonrisa que le habría de dar sentido mi día, a mi semana o al tiempo que tuviera que transcurrir antes de nuestro próximo encuentro. Silenciaste el teléfono que estaba perdido en algún lugar de la cama, besaste mis labios con ternura como una tácita invitación para levantarnos e irnos a bañar. 

Nos levantamos de la cama, nos abrazamos en silencio, con los ojos cerrados, recapitulando lo placentera que había sido la noche, reviviendo lo delicioso que fue acariciar el cielo una y otra vez, lo mágico que había sido sentirnos hambrientos y satisfechos de placer. Nos quedamos frente al espejo por unos minutos observando nuestro reflejo, viendo mi desnudez abrazada contra tu cuerpo, hablándole al espejo me dijiste nuevamente: “Azul, te amo”, le di la espalda al espejo para quedar frente a ti y en un beso sin prisa agradecer a la vida el tiempo compartido. 

Fue una ducha deliciosa, lo cálido del agua que recorría nuestros cuerpos mientras nuestras manos frotaban con amor nuestros cuerpos, no decíamos mucho, nuestros cuerpos por sí solos se comunicaban con las caricias, las miradas y las imborrables sonrisas en nuestros rostros. Robábamos el mayor tiempo posible al reloj antes de incorporarnos a las actividades cotidianas, nos vestimos con pausas, entre besos y caricias. Mi memoria evocaba una y otra vez los “te amo” pronunciados durante la noche, al amanecer. El cansancio físico que expresaba mi cuerpo se compensaba con el número de veces que entre tus brazos exploté de placer. 

Sin piedad el reloj avanzaba su paso, ajeno a nuestros pensamientos, ajeno a nuestro mundo. Teníamos que partir para incorporarnos a nuestros otros mundos, tomamos un tiempo para abrazarnos, para inhalar el olor de nuestra piel, para reconocer la sensación de pertenecernos juntos o a la distancia, pertenecernos en el pensamiento en el que nos refugiamos cuando el caos nos invade, cuando por teléfono compartimos apresuradamente parte de ese caos. 

Un Ángel

un ángel 2

Estamos inmersos en un mundo en el que como esquizofrénicos transitamos entre personalidades que nos hacen sentir esperanzados, agobiados o estresados, más tarde ansiosos o malhumorados. La realidad, esa que reinvento en cada relato, ahora se vuelve esclavizarte y por más que busco entre las fantasías de dónde asirme, termina por vencerme y dejar mi texto inconcluso, con ideas vagas y sin sentido.

Han sido días donde la nostalgia invade, donde las ausencias pesan y los recuerdos saltan de la nada instalándose obsesivamente en mi cabeza, se convierten en decenas de porqués sin respuesta, en reclamos airados contra el destino, en injurias que entre lágrimas mi corazón dicta. Y siento cómo mi sangre hierve, cómo me recorre con coraje, con miedo, con impotencia. Y trato de ahogar las lágrimas para no dar explicaciones pero esas explicaciones se agolpan en mi mente aturdiéndome.

Mi mundo es selecto, pocos pueden estar en él, solo aquellos que entienden mi locura sin quererme hacer entrar en cordura, solo aquellos a quienes no les espanta mi pasión, solo aquellos que en una sonrisa cómplice avalan tácitamente mi actuar, o con vehemencia tratan de hacerme entrar en razón. Por eso en la nostalgia en la que esta realidad me ubica necesito un cómplice, aquel que en la trivialidad compartida significó más de lo que las mentes oscuras y siniestras podrían alcanzar a ver.

Pocos hombres como él con quien se podían analizar los problemas de la humanidad sobre una servilleta o reír a carcajadas al descifrar el albur más elaborado. Pocos hombres como él que son luz cuando la oscuridad amenaza, que son sabiduría cuando la necedad insiste, que son elocuentes cuando el sinsentido reina, que son sencillos cuando la arrogancia incrimina.

Tantas veces encontré consuelo en sus lecciones,  abrigo entre sus brazos,  respuestas en sus palabras, tantas veces que hoy que el mundo es hostil, egoísta y vacío necesito su voz, necesito aquel entonado “amiiigaaa” que ahora hace eco en mi alma y me arranca lágrimas de dolor. Necesito su voz, sus palabras, necesito que discutamos sobre la educación en nuestro país y lo hechizo de la educación a distancia; o que me diga que Mis Chivas están perdidas, pero que el maestro Galindo se estará bien; que me diga que sus vaqueros de Dallas son el mejor equipo de la NFL, aunque ambos sepamos que mis 49’s lo son.

Y lo extraño, lo necesito… Él conoció por qué soy Azul, él tuvo entre sus brazos a la Azul más vulnerable, a la mujer derrotada y perdida,  a la mujer que sin quitarse la ropa desnudo frente a él su esencia, su alma, sus errores, sus  miedos, sus anhelos. Él abrazó a aquella mujer herida de muerte, a la mujer que víctima de sus encantos y arrepentida de sus errores, aquella que trataba de reconstruirse para ser Azul, él me abrazó sin juicios.

Él fue cómplice de mis locuras y aval para mis conquistas, fue luz cuando la oscuridad invadió y hoy es un ángel al que busco recurrentemente en mis sueños para volver a escuchar su voz… Aún duele su ausencia, aún es imposible evocar recuerdos sin que se conviertan en lágrimas… Hoy, un ángel, que quizá en contra de su voluntad, surca los cielos cuidando de los suyos, de los nuestros…

Inventamos el amor

Había que creer en el amor y entonces nos inventamos… jugamos una apuesta sabiendo de sobra que perderíamos. Jugaste, quizá no amar, sino a hacer valer tu hombría en una conquista que te diera vida, que te diera certeza de tus dotes de conquistador y de aquella virilidad tan necesaria en ciertas épocas de la vida; yo, jugaba a ser capaz de enamorarte no desde la seducción de ser Azul, sino de ser sólo ser yo…

Inventamos el amor con una apuesta arriesgada que retaba el destino. Nos inventamos como un castillo de arena fincado entre besos y caricias, como una historia que sabíamos por demás que estaba a expensas de un viento, ni siquiera fuerte, un viento que soplara tenue cerca de nuestra frágil construcción. Inventamos besos que nos sabían a amor, inventamos caricias que dibujaban pasión, hicimos el amor como si nos amáramos…

Nos escribimos haciéndonos cómplices de aquellas sonrisas inexplicables, nos hablábamos gritándonos en secreto que nos queríamos, nos encontrábamos cuando el destino nos lo permitía, y entonces, hacíamos el amor deteniendo el tiempo, pensando que sería suficiente… recorrimos con destreza nuestros cuerpos, dejamos besos impregnados en la piel por una noche, nos miramos buscando esperanzas para esta historia y dejamos aquella ilusión clavada en nuestros ojos por instantes.

Jugamos, cada quién su juego, tal vez no el mismo…jugábamos mientras era el destino quien se divertía con esta historia, mientras eran los otros, los ajenos a este sentir quienes con opiniones y apuestas, alentaban una historia por demás fallida. Jugué, no contigo, conmigo. Jugué a ser quien no soy ni podré ser jamás… por momentos fui rehén de ese mundo de fantasía que me hacía imaginarme tuya, ese mundo de fantasía que por instantes me hacía comprar la versión de los amores verdaderos; por momentos fui la escritora que perdió de vista las historias en papel y creyó que sucedían en la realidad.

Inventamos el amor, lo inventamos porque necesitábamos creer en algo que diera esperanzas a aquel beso robado a media luz, porque queríamos creer que el latir de los corazones cuando estábamos cerca era más que sólo un signo de vida, que era un signo de vivir… Inventamos una historia imposible para medir nuestras fuerzas, nuestras convicciones y nuestros miedos.

Inventamos el amor, hasta que la realidad nos alcanzó, hasta que en un respiro profundo abrí los ojos para despertar de la fantasía, hasta que observé detenidamente mi mundo y el tuyo, hasta que una noche de insomnio me cuestionó incansablemente, hasta que las lágrimas no alcanzaron para darle sentido a una invención por demás fallida… hasta que retomé el lápiz y papel (mi computadora y mis notas) para regresar al refugio de la escritura, para volver a ser la escritora de historias de fantasía y no una protagonista inventada fuera de la realidad.

Y cada te quiero, fue real; y cada beso, fue real; y hacerte el amor, fue real; y soñar contigo, fue real; pero lo real no siempre cabe en la realidad. Lo real no alcanza para inventar una realidad diferente a la que es; y el amor es, no se inventa, el amor es y para que sea tiene que caber en la realidad…

Búscame en la fantasía, recuérdame con amor, invéntame real… Hasta pronto… hasta entonces…

Aquella manera de amar

aquella forma de amar

No sabes cuánto te extraño, cuántas veces cierro los ojos sólo para verte en mi memoria, con la misma pregunta de siempre ¿aún piensas en mí? ¿Aún sigue vigente La Promesa?  A veces en medio de mi mundo, ese que a veces invento y otras sí existe, te pienso como el recuerdo que me llena, que me abraza el alma, que me da esperanza, que me recuerda la fuerza y poderío que sólo contigo he sentido, que revive aunque sea efímeramente a aquella Azul segura de sí, encantadora, no para el mundo, sino para ella…

Cierro los ojos buscando el tono de tu voz, pidiéndole a mi piel recuerde el roce de tus manos sobre mi espalda, suplicando a los recuerdos evoquen el sabor de tus besos, rogando al mundo se detenga y me deje contemplar por unos minutos aquella imagen que tan nítidamente recrea mi mente, esa imagen de NOSOTROS, de un nosotros que me hacía tan tuya y al mismo tiempo tan dueña de mi vida…

Entonces no había subasta de “tequieros”, no había remate de caricias y besos para ser… Entonces éramos lo que el mundo no veía, no éramos una historia de fantasía, éramos la más ardiente y deliciosa realidad que jamás haya vivido… Entonces, busco recurrentemente tu recuerdo, tu olor, la textura de tus manos, la fuerza de tu voz, y sobre todo, tu mirada, aquella en donde me perdía cuando encontraba mis ojos reflejados en los tuyos…

Hace unos días, por casualidades de la vida, visité aquel parque que fue tan nuestro por tantos años, aquel lugar que en el que los enormes eucaliptos fueron testigos de nuestros besos y promesas.  Ese lugar con el olor a tierra mojada, con el olor de aquellos eucaliptos que tantas veces nos cobijaron con su sombra mientras recostados en el pasto tratábamos de descifrar el mundo y arreglarlo a nuestra manera, ese lugar donde leímos a Benedetti, Ibargüengoitia, Neruda, Sabines.

Recordé las caminatas (y carreras), esas de pláticas inagotables, esas que nos permitían hacer eterno el tiempo, que nos daban pretextos para un baño tibio después del ejercicio, para hacer el amor de manera sublime. El reto de aguantar los 10 kilómetros de recorrido era motivado por la más excelsa recompensa, esa que iniciaba una vez alcanzado el reto, al llegar a tu auto, con aquel beso arrebatado que ponía a temblar nuestros cuerpos, que nos hacía transpirar quizá más que el esfuerzo de la distancia recorrida.

Subíamos al auto y el trayecto para llegar a nuestro destino parecía eterno. Al llegar, en un beso tierno, nos deshacíamos de la ropa para tomar un baño tibio que nos reconfortara del calor y cansancio de nuestro extenuante ejercicio. Con la piel húmeda, casi escurriendo, nos recostábamos sobre la cama, jugábamos con las gotas de agua sobre nuestra piel, me dejabas beberlas lentamente, en un delicioso recorrido que reconfortaba nuestros cuerpos.

Besaba tus labios, iniciando el recorrido con un “Te Amo” que provenía de mi alma, tu sonrisa me autorizaba comenzar mi camino, así que besaba tus párpados para cerrar tus ojos y te concentraras en cada una de las sensaciones que despertaba. Besaba tus mejillas, avanzaba a tus orejas, mordiendo muy suavemente, bajaba por tu cuello, rozándolo apenas con la punta de mi lengua, besándote.

Era deliciosa esa humedad que hacía que nuestros cuerpos parecieran adherirse. Así, seguía recogiendo con mis labios una a una las gotas que aún quedaban sobre tu piel. De momentos jugando con la yema de mi dedo índice para extender el agua sobre tu piel, para luego perseguirla con mis labios. ¡Qué delicia! No sé cuánto tiempo pasábamos así, pero sé con certeza cuánto disfrutaba tenerte así para mí, dejándome saborearte, dejándome aprender y reaprender el sabor de tu piel, tu olor…

El tiempo se detenía entonces y nuestros sentidos se apropiaban de la escena, perdiéndome en tu mirada, saboreando tus besos, escuchando tu voz, embriagándome de tu olor, disfrutando nuestros cuerpos arder en placer… Hacíamos el amor como la más deliciosa recompensa para aquellas tardes, hacíamos el amor como sólo el amor dicta: sin prisa, con pausa, con deseo, con ternura, con pasión, con hambre insaciable de más…

Te extraño, pero extraño más a aquella Azul, aquella manera de amar donde verdaderamente me entregaba al amor…

 

 

¿Qué hacer con una mujer muy Azul?

…mi intensidad y pasión es algo que relato tras relato queda en evidencia. Noche tras noche, cuando escribo, me pregunto si será tan difícil saber qué hacer con una mujer como yo, una mujer muy Azul, y llego a la conclusión de que sí, sí debe ser una complejidad, por eso hoy, sencillas recomendaciones para aquellos que quieran saber ¿Qué hacer con una Mujer Muy Azul?

  1. No me mientas, bajo ninguna circunstancia acepto las mentiras. En el primer relato que escribí (¿Quién soy?) describí que la vida, entre lágrimas y risas, me ha enseñado a negociar los sueños e ilusiones con la realidad. Mi apuesta siempre será al amor, a ese amor que supone entrega auténtica, entregar un pedacito de alma en una sonrisa, entregar mi esencia en una caricia toque el corazón, entregar el sabor de mi mundo en un beso… pero también he aprendido a negociar ese sueño con la realidad, a veces no me alcanzan los encantos para esa historia de ensueño. No me mientas, no disfraces de “tequieros” el deseo de poseer mi cuerpo por una noche.
  2. Sé muy hombre. En un relato escribí acerca de esto (Un hombre HOMBRE). Un hombre para mí pertenece a la categoría gramatical de adjetivo, no de sustantivo y por tanto, indica una cualidad. Un hombre sabe tratar a una mujer, entiende la delicadeza de una caricia que despierte en ella el más intempestivo deseo por hacer el amor; entiende cuando no se necesita una noche de sexo agotador, sino de unos brazos tibios que reconforten el día y den oídos atentos a mis sinsentidos. Detesto a los machos, los aborrezco y, desafortunadamente, los conozco, tristemente más de lo que quisiera.
  3. Entiende que soy más que una mujer atractiva y seductora. Sé mis encantos, sé hacer uso de ellos, disfruto del erotismo y la sensualidad como de la vida misma, pero soy más que solo un cuerpo ardiente en busca de historias. En otro relato escribí para aquellos que suponen sería capaz de enloquecerlos entre besos y caricias, que hay ocasiones en las que subastaría los besos y las caricias de mis historias por ese amor que me haga entregarme sin preguntas ni respuestas. Soy más de lo que ves, mucho más.
  4. Atrévete a conquistarme. No necesito mariachis a la puerta ni una joya ostentosa. Conquístame, descifra el lenguaje de mis manos jugando con mi cabello, reconoce el mensaje tácito de mis relatos, róbame del mundo y hazme tuya. Atrévete a despertar los demonios del amor, esos que me hacen devorarte a besos en una noche de pasión y reconquistarte día a día con sencillez de un beso que apenas toque tus labios. Atrévete a despertar mis demonios, porque te prometen el cielo.
  5. Hazme el amor como nadie. Escribe conmigo una nueva historia, sin fantasmas, sin sombras. Bésame los labios haciendo que la sensación apague los pensamientos que evocan recuerdos, haz ese beso infinito en su recorrido. Desnúdame diciéndome que te gusto, devorándome con la mirada, reconociendo el cuerpo que has imaginado tuyo. Acaríciame acompañando ese beso infinito, recorre con las yemas de tus dedos mis labios, mi cuello, mis hombros, mi pecho, toma mi cintura y abrázame a ti. Déjame sentirte lentamente, déjame hacer eterna la sensación de pertenecernos…

Una mujer muy Azul no es cosa fácil, una mujer Azul sueña con el amor, se rinde al placer que inicia un beso o una caricia, teme la soledad. Una mujer muy Azul disfruta la sensualidad y la seducción pero eso no la hace ser una mujer fácil. Una mujer muy Azul es la tentación de muchos pero el atrevimiento de pocos…

Escribir(te)…

Muchas veces es necesario rescribir la realidad, la vida es como ese libro que un escritor tiene como su mejor proyecto y de tanta perfección que busca para él, a veces se queda con hojas en borrador, con la intención de volver a escribirlas, hojas que fueron escritas en desorden y quedó pendiente la corrección, un día que hubiera más tiempo, un día que las ideas fueran más claras. Son también aquellas hojas escritas con ortografía y sintaxis impecable que relatan escenas de ensueño, descritas de forma tan vívida que es imposible no imaginarlas. A veces también tiene hojas en blanco que, tanto que se quiere decir, las palabras resultan insuficientes para cifrar aquella historia.

Y qué ganas de seguir escribiendo hasta que la historia parezca real, hasta que el mundo que invente al fin tenga el sabor de tus labios y el olor de tu piel, hasta que tus brazos cobijen mis miedos y me escondan de las tristezas, hasta que el deseo ardiente se desborde de la cama y nos consuma en cada caricia.

Y escribir es inventarte, es aceptar el juego de la vida donde nos acerca y nos separa a su capricho, es buscar tu voz en un mundo virtual, es buscar tu sonrisa en una imagen estática, es añorar el roce de tus manos que recorra mi cuerpo cuando solo son las sábanas las cubren mi piel. Escribir para hablarte a la distancia, es lograr que el eco de mis pensamientos llegue hasta tu oído y mi voz se interne en tu mente y me sepas tuya.

Y este libro, esta vida, me hace rehén de mis pensamientos, me hace libre de los prejuicios, me hace más tuya que de mi mundo, me hace Azul en un sinfín de matices que me llevan de ese tono que evoca tranquilidad, a una Azul que te acerca al cielo, a un tono azul profundo que te invite a perderte conmigo una noche cobijados solo por la luz de la luna.

Escribir es hilar palabras con un poco de sentido que expliquen esta locura, es hurgar en el alma para ofrecerte aquello que pueda conquistarte con palabras, enamorarte con historias, seducirte con la sugerencia que despierte tu imaginación. Es escribir para que mis palabras se conviertan en besos y recorran tu piel mientras escuchas mi voz, mientras imaginas que las palabras que lees las pronuncian mis labios.

Es ese intento de un escritor, por hacer a través de la historia que cuenta, la historia de otros, el testimonio que encierra verdad y fantasía, que invita a cambiar el nombre del protagonista para reconocerse en él, que abre la imaginación para ser un personaje más de la historia: protagonista, incidental o referenciado, pero reconocerse en la historia que lee, encontrarse entre líneas.

Escribir es una obstinación por cambiar la realidad, por tener un guión de la historia que quiero contigo, es gritarte a la distancia que cierro los ojos y te pienso y guardo en mi mente la frase que dé pauta al siguiente relato; que escucho tu voz y guardo en la memoria del corazón las sensaciones que despiertas para evocarlas cuando estoy frente a mi computadora para escribir(te).

Y escribiré retando a la realidad, retando al destino… escribiré pensando que me lees y me sabes tuya, que me lees y quisieras estar aquí y no allá…