Entre la fantasía y la realidad

entre la fantasía y la realidad

No sabes cuánto disfruto escribir, me parece absolutamente mágico ver una hoja en blanco y dejar que mi imaginación me dicte recuerdos o fantasías para hacer estos relatos. Disfruto inventar la realidad, jugar con la fantasía y llegar hasta ti cuando me lees. Me encanta imaginar que palabra por palabra imaginas mi voz en tu oído, que párrafo tras párrafo evocas mi cuerpo próximo al tuyo.

Y así ubico mis relatos entre la realidad y la fantasía:

Tomo mi teléfono, abro la aplicación de mi música, dejo que el azar sea parte del juego, que el destino seleccione un playlist de jazz que acompañe mi imaginación, regularmente la música es atinada, coincide con esa música que estás escuchando ahora en tu imaginación. Ese sutil piano y el cadencioso saxofón que sumados a los demás instrumentos producen acordes armónicos y seductores que me permiten acariciar tu cabello mientras me lees.

Mi laptop parece leer mi mente, mis clases de mecanografía de la secundaria, son siempre aliadas indispensables para atender el apresurado dictado de mi imaginación. Mis dedos son hábiles en la escritura, tan hábiles y prestos como para desabotonar tu camisa y jugar ellos sobre tu dorso. Las yemas de mis dedos con sutileza atienden las ideas que la fantasía dicta, así como cuando mi dedo índice recorre tus labios invitando a que tu lengua lo acaricies, a que tus labios me devoren.

Convencionalmente la noche es cómplice de mis historias, de frente a la ventana de mi habitación, escuchando los ruidos aislados a la distancia, tratando de encontrar en una estrella un mensaje, buscando si la luna me sonríe o si las nubes la ocultan. A un lado de mi cama, en ese ambiente a media luz donde te  has imaginado contemplando mi cuerpo, donde desde silencio me has evocado en tu imaginación, con detalle, con pausadas caricias con las que haces arder mi piel.

A veces una bebida me acompaña, un café que impregne su aroma. ¡Huélelo! percibe el olor fuerte de esta taza de café sobre mi escritorio, frente a mi ventana, junto a mi cama… Una taza que basta para humedecer mis labios y desees probarlo en mi boca. Entre las pausas de imaginarte y escribir el café se tibia, se enfría, pero el aroma permanece y para asegurarte el sabor, humedezco levemente las yemas de mis dedos para volver a recorrer tus labios y coincidas conmigo en lo seductor que resulta un café bien cargado.

Las noches han sido cálidas, así que también entre la fantasía y la realidad te es fácil suponer mi atuendo mientras escribo antes de disponerme a dormir. Sé que imaginas con claridad mis pies descalzos, sentada sobre la silla, mi short negro y la camiseta roja que visto. Mientras me lees deseas acariciar mis muslos fuertes, mis hombros desnudos y mi cuello dispuesto a ser devorado por tus besos pues mi cabello se encuentra completamente recogido con un chongo improvisado.

Entre la fantasía y la realidad ansías más en este relato, ansías que mis palabras te lleven de la mano a mi cama, que mis palabras continúen acariciando tus labios, besando tu oreja… Sigues imaginando los acordes del delicioso jazz que nos acompaña esta noche, sigues viendo mis dedos deslizarse por el teclado de mi computadora con la misma premura con la que podría desabotonar tu pantalón, sigues inspirando el aroma del café, sigues imaginando la textura y tonalidad de mi camiseta roja.

Entre la realidad y la fantasía conoces mi sonrisa y la imaginas, conoces mi mirada y sientes cómo te observo, conoces mi voz y la escuchas. Y así, en una noche nos volvemos cómplices de la misma historia y con el punto final del relato nos acompañamos a la cama.

Sabor a Realidad

 

Habíamos pensado que el día jamás llegaría. Estaba nerviosa, emocionada, ansiosa. Decidir el atuendo que vestiría era complejo, no tenía certeza del plan que llevabas en mente aunque sentía que era cercano a lo que pasaba por mi cabeza. Así que el atuendo debía ser algo práctico, simple y sensual… algo que de sólo verme te hiciera confirmar que tu cortés invitación había sido un acierto.

Me di un baño tibio y me vestí. Lencería en color negro, lisa, sin encaje, lisa y sedosa.  Un vestido rojo quemado a media pierna y zapatos altos en color negro. Aceite con esencia de violetas en todo mi cuerpo, especialmente en mis piernas para que las hiciera lucir, un toque de perfume en mi cuello y maquillaje sencillo y discreto, salvo los labios, los labios en color rojo pasión con un toque de gloss que los hiciera irresistibles al momento de saludarte.

Acordamos vernos en un punto, dejé ahí mi auto y subí al tuyo. Dentro de auto me dijiste que te parecía hermosa, acariciaste mi pierna y besaste mi mejilla, muy cerca de mi oreja.

Nos dirigimos a una cabaña un tanto un tanto retirada del punto de reunión. Era un lugar hermoso, en medio de una zona boscosa, donde el olor a bosque, a madera y la neblina fresca favorecían la escena. Dentro de la cabaña, sobre la mesa, dos botellas de vino espumoso, una charola con quesos y carnes frías; una gran cama cubierta por una sábana blanca y un delicioso aroma a madera impregnado en el lugar.

Entramos, te observé, me pareciste mucho más atractivo que otras veces, me abrazaste y en ese abrazo llegó el beso que otras ocasiones se había quedado en la imaginación, ese beso apasionado que nos hacía evocar aquellos relatos compartidos en noches de insomnio…

Abriste el vino, compartimos dos copas y, luego de un rato de charla, me sugeriste entramos al jacuzzi, así con naturalidad nos acercamos al él que burbujeante nos aguardaba y nos desnudamos. Entramos y fue el primer roce de nuestros cuerpos, fue el primer contacto real de nuestra piel, tal como lo habíamos imaginado: ¡delicioso!.

En el jacuzzi me observabas seductoramente comparando aquella imagen que en la Fantasía te habías hecho de mí contra la imagen real que tenías a tu lado. Tu mirada era deliciosa, excitante, con sólo verme encendías el deseo por hacer de aquella noche, nuestra noche. No era necesario que habláramos, que me dijeras qué pensabas, tu mirada me seducía de una manera muy natural.

No besamos, jugamos con el roce de nuestras piernas, te acaricié completo con mis manos bajo el agua, era un recorrido instintivo, un recorrido placentero para mis manos y mi imaginación. Disfrutamos mucho, no sé cuánto tiempo pasó… salimos del jacuzzi y ahí frente a la cama nuestros cuerpos escurrían mientras en un beso nosotros entrábamos en calor para elevar nuestra temperatura de nuestra piel y no temblar de frío.

Nos envolvimos  en una toalla y regresamos a la mesa a compartir nuevamente un poco de vino. Bebimos, platicamos y en un instante me deshice de la toalla que cubría mi cuerpo, me acerque a ti, te besé y acaricié tu cabello, te tomé de la mano y con nuestras copas de vino llenas, nos dirigimos a la cama.

Ahí, desnudos y con la piel aún poco húmeda, jugué en tu dorso, dejaba caer gotas de vino para después perseguirlas con mi lengua. Estabas recostado boca arriba, casi sentado, así jugué en tu pecho, tus manos y tus brazos, así reté el deseo contenido en ti de tiempo atrás, poco a poco sentí cómo tu cuerpo atendía mi reto, cómo tu cuerpo daba señales de que mi juego era placentero…

Regresé a tus labios sólo para asegurarme en un beso que aprobaras el camino que mi deseo trazaba, para​ que en un beso avalaras el recorrido que iniciaría… bajé nuevamente, despacio, jugando con mi lengua, mis labios, mi aliento, mis manos, mis senos, con el vino y con  todo aquello que te hiciera disfrutar…

Bajé a tu abdomen, besé tus ingles, mordí suavemente apenas apretando con mis labios. Mi mirada buscaba tus ojos esperando leer en ellos que disfrutabas, buscando en ellos encendida la luz del placer. Tú me observabas perdido en las sensaciones que mis labios te provocaban, sentías el cadencioso recorrido de mi lengua, la sincronía de mis labios haciéndote disfrutar, el calor de mi aliento y la humedad de mi boca confundirse con la tibieza de tu piel y el sabor del placer.

Fueron minutos intensos, plenos, tal cual lo habías imaginado, quizá mejor, mucho mejor de lo que en tu Fantasía habías creído. El recorrido certero de mi lengua, la sincronía atinada de mis labios, el roce de mis senos en tu piel, mi mirada y mis expresiones comunicándote cuánto te disfrutaba,  hacían incontenible la sensación de explotar de placer en un instante…

Delicioso… regresé a tu pecho, lo besé y luego fui a tus labios… sólo rozándolos, sólo un beso sutil que ayudará a recobrar la paz, para luego decirte al oído que fue sensacional el sabor a Realidad…

Los sabores del amor


A veces la realidad me ubica en un sinfín de historias, mías y de otros, pero que de alguna manera les encuentro un denominador común: “El Amor”, sí, así con altas y entrecomillado, lo cual lo refiere como esa poderosa fuerza, lo enaltece como ese poder sobrehumano que se convierte en la mejor de nuestras fortalezas o la peor de nuestras debilidades. 

El Amor es un todo, es la suma de todo los que somos y tenemos, de todo lo que seríamos capaces de hacer y de todo aquello a lo que estaríamos desipuetos a renunciar… Es la fuerza y la debilidad en la misma persona. 

Entonces, un día de éstos me entero de una historia de amor clandestino, de ésos que se vuelven intensos por lo “indebido”, que se convierten en pasionales porque el tiempo es contado, que se hacen permanentes porque de inicio sabes que serán efímeros, así que habrán de vivir más en el recuerdo que en la realidad. Así, esta historia de amor, me recuerda aquellos momentos –recientes- en los que quise creer en El Amor, colocándole un título muy ambicioso a una efímera aventura con un hombre cobarde. 

Ahí evoco ese sabor del amor de aventura, ese sabor del amor que se disfrutaba desde el deseo, en el que cada beso encendía el sabor de una noche de sexo robada a la realidad, el sabor de la piel ardiendo en deseo al roce de mi lengua, el sabor de unos labios que jugaban en cada encuentro a descubrir nuevas sensaciones, el sabor del pacer… un placer efímero que en una noche existía y al día siguiente había que reinventarlo para alargar la ilusión de creer que había algo más que la fantasía…

Luego, otra historia la de una mujer inteligente, guapa, sensual, profesionista, de ésas en las que la sociedad casi como cliché le podría decir: “cualquier hombre moriría por estar con una mujer como tú». Ella, me platicó que recientemente recibió una brutal golpiza por parte del su amor… ¿Cómo? Sí, así, en una tarde de arrebato, de celos obsesivos que controlaban desde hacía dos años su manera de vestir, sus relaciones interpersonales y hasta el lugar donde debía trabajar, ese día los celos llegaron a una expresión irascible de golpes. 

¿A qué sabe el amor cuando tienes que dejar de ser tú para estar con alguien? ¿A qué sabe el amor cuando el mundo admira en ti mil cualidades y en la intimidad vives un infierno? ¿A qué sabe el amor cuando en un beso hay temor de despertar la bestia con la que “has hecho el amor” noche tras noche? ¡A miedo, a eso sabe! Miedo al mundo, a la soledad, a la vulnerabilidad, miedo a dejarlo y no saber qué pasará, miedo a continuar y tener la misma duda. Nunca he vivido violencia física, pero sí una terrible violencia psicológica que aún lastima mi paz… Sé el sabor de ese “amor” (en bajas y sin sentido), es un sabor a miedo.

También, pienso en esas historias en las que la complicidad es incondicional, de esos primeros amores en la vida, en donde las decisiones  -a veces equivocadas- se toman en “nombre del amor”, cuando crees estar haciendo lo correcto, porque tienes la certeza de que el otro (la otra) lo haría por ti. Ese amor juvenil, inocente, puro, que juras eterno porque a veces es el primero, del que estás aprendiendo, con el que estás descubriendo un mundo de sensaciones y retos. 

Ese amor sabe dulce, sabe inocente, sabe ingenuo y es sólo el preámbulo de un sabor que quizá en poco se convertirá en un sabor agridulce, dulce-amargo, que nos hará crecer a partir del dolor del desamor. Ese amor, muchas veces se transforma en amistad, en un aprendizaje conjunto que trasciende el tiempo y la relación que los vinculaba (si es que el amor era Amor). 

Así, los sabores de El Amor se trasforman, se disfrutan, se paladean para conservarlos en ese lugar de la memoria sensorial donde no habrán de morir, donde habrán de convertirse en materia prima que dé lecciones para otros amores… Hay amores de los que sólo se recuerda el sabor salado de las lágrimas de aquellas noches de insomnio intentando ahogar en llanto la derrota.

Hay sabores vitalicios en la memoria, en esa memoria donde aún puedo revivir la dulzura, experiencia y paz de los besos del gran amor de mi vida, esa memoria donde mis labios aún conservan la sensación húmeda y el sabor de aquella boca donde pude besar su alma…

Sabor Vainilla

Soy una mujer intensa, no puedo vivir de otra manera que no sea apasionándome por lo que me gusta, por lo que creo, por mi gente… y eso no es bueno del todo, menos cuando mi salud me lo reprocha, cuando mi salud me recuerda que los años pasan y los kilos se quedan, cuando mi salud enciende signos de alerta para poner una pausa, dar un respiro y por supuesto, se convierte en el pretexto ideal para dejarme consentir…

Todo inició un día de esos extenuantes, donde el cansancio era más que evidente, de esos días en los que necesitaba unos oídos atentos para conversar y unos brazos cálidos dónde acurrucarme por las horas que durara la noche… y ahí estabas tú, tú en esa habitación sólo para nosotros:

Sobre un mueble un par de velas que iluminaban sutilmente el lugar impregnado por un delicioso aroma a vainilla, un olor sutil que invadía todo el lugar y que como respuesta a ese estímulo sensorial me hizo recostarme sobre la cama, boca abajo, con los ojos cerrados, aún con el atuendo del día laboral, aún con los agotadores zapatos de tacón.

Era una escena rica, relajante, dispuesta para el placer que me desconectara del mundo por unas horas… Tratando de consentirme pusiste en tu teléfono una poesía que con la entonación de un experto decía:

“Mi táctica es mirarte aprender como sos quererte como sos mi táctica es hablarte y escucharte construir con palabras un puente indestructible”

Me parecía tan atinada la poesía de Benedetti recitada por él mismo desde tu teléfono, el olor a vainilla, la luz de las velas y el lugar en general, que hasta parecía una escena estudiada para la seducción. Todo era rico, la escena cumplía el cometido de abstraerme de mi mundo y llevarme a uno inventado, uno creado sólo para la ocasión.

Así, recostada quitaste mis zapatos, con delicadeza, con la gentileza de quien le preocupa el cansancio que mis pies sentían, con la generosidad de quien entendía la cantidad de escalones que subo y bajo cada día mi trabajo, casi con la ternura de quien entiende mis carreras y prisas.

Sentí tus manos avanzar por mis pantorrillas, sentí cómo cubriste mis piernas con un lienzo tibio, con pudor, con toda la intención de no inquietarme, de hacerme disfrutar sin la necesidad del sexo como trámite del encuentro. Mi conciencia estaba cada vez más adormecida, la poesía con voz tenue con acento extranjero que provenía de tu teléfono, el olor a vainilla y la temperatura de tus manos, me tenían en un estado de indefensión total, absolutamente relajada.

Sentí como tus manos acariciaban mis piernas sobre mi pantalón, la calidez de tus manos, combinada con la textura de mi ropa recreaban una sensación muy disfrutable. No sé en qué momento ni cómo, pero venciste la barrera de la ropa, mi pantalón ya estaba tirado a un costado de la cama, pero mis piernas aún estaban cubiertas por el lienzo tibio que habías puesto. Sentí cómo tus manos comenzaban a subir hacia mi espalda, entre la blusa y mi piel, las yemas de tus dedos hacían un recorrido suave, apenas rozándome.

La blusa desapareció, mi espalda quedó libre para que tus manos la recorrieran… quitaste el lienzo que cubría mi cintura y mis piernas, por varios segundos me observaste, como si te pareciera atractiva, como si te gustara. Sentí las gotas de aceite que caían en mi piel y cómo tus manos, fuertes, grandes, esparcían desde mi cuello hasta mi cintura la consistencia suave del aceite. El roce de las yemas de tus dedos en mi espalda, templaba mi piel, la fricción de tus manos relajaba mi espalda y hacía que mi imaginación volara…

Mi cuerpo estaba inerte, perdido en el cúmulo de sensaciones que tus manos despertaban. El olor a vainilla era cada vez más intenso y la luz de las velas cada vez más tenue, parecía que se extinguiría, justo en ese momento, cuando mi cuerpo más relajado estaba, después de no sé cuánto tiempo porque había perdido la noción de los minutos o las horas, justo cuando parecía entrar un sueño profundo, sentí un líquido frío que caía en mi espalda, sentí cómo corría sobre mi piel hacia los costados y vi que sostenías una copa de vino tinto en tu mano…

Era delicioso sentirte, escuchar poesía, respirar ese ambiente sabor vainilla… las velas se consumieron, la habitación quedó a oscuras, volteaste mi cuerpo para quedar boca arriba y tú recostado junto a mí, escuché tu voz en mi oído:

“Tu belleza es digna de los dioses, un manjar de la perfección celestial, capaz de llevar a la perdición a toda legión… Tus curvas Venus de Milo, tu piel suave que deja mi corazón tranquilo… imposible no perder la rezón en la llanura de tu cuerpo en armonía la nota perfecta de mi canción.”

Cerré los ojos, caí en ese sueño profundo del que no supe si tus caricias eran parte del sueño o de la realidad, al final, saboree en tus labios un beso dulce, un beso con el sabor la vainilla que estuvo presente en nuestra noche…