Los sabores del amor


A veces la realidad me ubica en un sinfín de historias, mías y de otros, pero que de alguna manera les encuentro un denominador común: “El Amor”, sí, así con altas y entrecomillado, lo cual lo refiere como esa poderosa fuerza, lo enaltece como ese poder sobrehumano que se convierte en la mejor de nuestras fortalezas o la peor de nuestras debilidades. 

El Amor es un todo, es la suma de todo los que somos y tenemos, de todo lo que seríamos capaces de hacer y de todo aquello a lo que estaríamos desipuetos a renunciar… Es la fuerza y la debilidad en la misma persona. 

Entonces, un día de éstos me entero de una historia de amor clandestino, de ésos que se vuelven intensos por lo “indebido”, que se convierten en pasionales porque el tiempo es contado, que se hacen permanentes porque de inicio sabes que serán efímeros, así que habrán de vivir más en el recuerdo que en la realidad. Así, esta historia de amor, me recuerda aquellos momentos –recientes- en los que quise creer en El Amor, colocándole un título muy ambicioso a una efímera aventura con un hombre cobarde. 

Ahí evoco ese sabor del amor de aventura, ese sabor del amor que se disfrutaba desde el deseo, en el que cada beso encendía el sabor de una noche de sexo robada a la realidad, el sabor de la piel ardiendo en deseo al roce de mi lengua, el sabor de unos labios que jugaban en cada encuentro a descubrir nuevas sensaciones, el sabor del pacer… un placer efímero que en una noche existía y al día siguiente había que reinventarlo para alargar la ilusión de creer que había algo más que la fantasía…

Luego, otra historia la de una mujer inteligente, guapa, sensual, profesionista, de ésas en las que la sociedad casi como cliché le podría decir: “cualquier hombre moriría por estar con una mujer como tú». Ella, me platicó que recientemente recibió una brutal golpiza por parte del su amor… ¿Cómo? Sí, así, en una tarde de arrebato, de celos obsesivos que controlaban desde hacía dos años su manera de vestir, sus relaciones interpersonales y hasta el lugar donde debía trabajar, ese día los celos llegaron a una expresión irascible de golpes. 

¿A qué sabe el amor cuando tienes que dejar de ser tú para estar con alguien? ¿A qué sabe el amor cuando el mundo admira en ti mil cualidades y en la intimidad vives un infierno? ¿A qué sabe el amor cuando en un beso hay temor de despertar la bestia con la que “has hecho el amor” noche tras noche? ¡A miedo, a eso sabe! Miedo al mundo, a la soledad, a la vulnerabilidad, miedo a dejarlo y no saber qué pasará, miedo a continuar y tener la misma duda. Nunca he vivido violencia física, pero sí una terrible violencia psicológica que aún lastima mi paz… Sé el sabor de ese “amor” (en bajas y sin sentido), es un sabor a miedo.

También, pienso en esas historias en las que la complicidad es incondicional, de esos primeros amores en la vida, en donde las decisiones  -a veces equivocadas- se toman en “nombre del amor”, cuando crees estar haciendo lo correcto, porque tienes la certeza de que el otro (la otra) lo haría por ti. Ese amor juvenil, inocente, puro, que juras eterno porque a veces es el primero, del que estás aprendiendo, con el que estás descubriendo un mundo de sensaciones y retos. 

Ese amor sabe dulce, sabe inocente, sabe ingenuo y es sólo el preámbulo de un sabor que quizá en poco se convertirá en un sabor agridulce, dulce-amargo, que nos hará crecer a partir del dolor del desamor. Ese amor, muchas veces se transforma en amistad, en un aprendizaje conjunto que trasciende el tiempo y la relación que los vinculaba (si es que el amor era Amor). 

Así, los sabores de El Amor se trasforman, se disfrutan, se paladean para conservarlos en ese lugar de la memoria sensorial donde no habrán de morir, donde habrán de convertirse en materia prima que dé lecciones para otros amores… Hay amores de los que sólo se recuerda el sabor salado de las lágrimas de aquellas noches de insomnio intentando ahogar en llanto la derrota.

Hay sabores vitalicios en la memoria, en esa memoria donde aún puedo revivir la dulzura, experiencia y paz de los besos del gran amor de mi vida, esa memoria donde mis labios aún conservan la sensación húmeda y el sabor de aquella boca donde pude besar su alma…

​Tu recuerdo 

Tu recuerdo siempre será mi lugar favorito… a veces en medio del caos cotidiano busco un respiro, una pausa mental que traiga a mi mundo tu imagen, siempre con la pregunta: ¿qué me dirías tú en este momento? Tu paz, tu sabiduría, tu mundo siempre me llevaban a respuestas ecuánimes, a reflexiones claras y a conclusiones precisas.
Mi día a día me enfrenta a innumerables retos que, quizá quien no comprende mi esencia, no puede entender por qué me apasionan, por qué me duelen, por qué me enojaba… tú sí, estoy segura.

Tu recuerdo en medio de mi caos me llevan a ese abrazo tibio que en tu pecho y entre tus brazos cobijaba todos mis miedos, tu recuerdo en medio de mis desesperanzas me lleva a esa fortaleza de creer en mí y en mis convicciones, tu recuerdo en medio de mi soledad me lleva a la ilusión del amor que trasciende, del amor de La Promesa.

Me preguntó si en algún momento de tu día me piensas, sí en algún momento nuestros mundos distantes se conectan a través de un pensamiento… te recuerdo, te extraño y revivo momentos que me hacen sentirte cerca.

Por ejemplo, aquellas mañanas recostados sobre el pasto luego de una extenuante carrera de varios kilómetros; te pienso en la habitación de aquel hotel donde robamos tiempo al mundo para creer en el amor; te pienso en aquella heladería de la Condesa donde compartíamos como adolescentes una nieve con sabor a tus labios y tu piel.

Tu recuerdo se convierte en un placebo que da esperanza de vida, que da sentido a la supervivencia; un refugio que me resguarda de los fantasmas que me atacan, un mundo de ilusión que me enseñó que el amor lo puede todo, tu recuerdo me hace ser la Azul capaz de pelear hasta el último aliento. Esa Azul, que va más allá del erotismo, de la sensualidad y el placer efímero… esa Azul apasionada por vivir!

Te pienso e imagino esas tardes donde luego del ejercicio físico, de nuestra carrera de por lo menos 5 km, nos recostábamos sobre el pasto. Amaba esas tardes de otoño, en las que entre besos y caricias jugábamos con las hojas secas que caían de los árboles mientras descansábamos, entre ellas, buscaba una en dónde dejar escrito un “te amo” para luego guardar ese recuerdo entre las hojas de alguno de mis libros de Benedetti.

Te pienso y evoco esos interminables besos, ahí recostados sobre el pasto, retando la cordura y pidiéndole al mundo que cerrara los ojos. Ahí, nuestros muslos desnudos se rozaban, nuestras piernas se entrelazaban, tus manos recorrían mi cuerpo sobre la ropa, que de momentos parecía desaparecer… Un beso tan sublime, tan intenso que recorría, desde las sensaciones que provocaba en mis labios, cada centímetro de mi piel.  

No imaginas cuánto te necesito, cuánto necesito la fuerza que tú me dabas, tus consejos, tu experiencia, tu mundo que compartido con el mío me hacía creer que mis batallas tenían sentido, que mis convicciones valían la pena… que tu amor me hacía más fuerte y que yo era esa Azul de la que tú estabas orgulloso, la que tú amabas.

Te pienso con la esperanza de La Promesa, te pienso con la memoria sensorial que me hace recordar el sabor de tus labios, la textura rugosa de tus manos, la fuerza física de tus piernas, el calor de tus brazos, la luz de verme en el reflejo de tus ojos.

Te pienso con los nervios y la emoción de la primera vez que hicimos el amor… puedo evocar la sensación de ser tuya, en cuerpo y alma, de ser tuya desde cada sensación en mi piel consumiéndose en el placer que sólo tú podías provocar.

El lienzo del amor

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Una tarde tan  fría siempre evoca la añoranza de tus brazos, de tus besos, de esas tardes en las que una cama era el lienzo en el que hacíamos el amor como un obra de arte, lo hacíamos como sólo se puede hacer desde la inspiración que dicta el alma, como sólo se puede hacer cuando en verdad se ama, entonces la imaginación y la pasión eran los pinceles con los que delineábamos los trazos de aquella escena en la que sin duda nuestras almas se tocaban.

Recostados sobre las cama, conversando de lo cotidiano, de lo simple y lo complejo, sin saber del tiempo, del mundo que afuera continuaba, hablábamos y desde ahí sé que iniciaba el amor, el contacto de nuestros mundos a través de la charla, ahí también hacíamos el amor.

Tus manos recorriendo mi cuerpo, apretando mi cintura contra tu cuerpo, tus manos fuertes, rugosas, de hombre, haciendo suya cada parte de mi cuerpo. Mientras, yo dibujaba en tus labios un beso inagotable, un beso que te decía lo mágico que era tenerte ahí conmigo, lo delicioso que era sentirte tan cerca y sentir cómo cada centímetro de mi piel respondía instantáneamente al roce de tus manos.

Cada caricia era un trazo certero que me hacía arder en ansias de sentirte cada vez más, tus manos recorriendo mis muslos, apretando con fuerza mientras mi mente, a través de cada una de las sensaciones que provocabas, me hacía desearte cada vez más, con un deseo único, con el deseo que sólo el amor puede explicar.

Luego, sentir mis piernas desnudas rozar con las tuyas, mientras tus labios recorrían mi cuello, mientras tu lengua devoraba mis senos con la certeza de que mi cuerpo y cada sensación que despertabas te pertenecía, le pertenecía ese lienzo en el que hacíamos el amor. Así hacías tuyo mi cuerpo, como quien se apropia de lo que le pertenece.

En una sincronía que sólo el amor dicta, nuestros cuerpos se reconocían, centímetro a centímetro, caricia a caricia, sensación por sensación. Como toda obra de arte, era auténtica, única, cada caricia y cada beso era parte de una nueva historia sobre ese lienzo que nuestra cama representaba, cada trazo que mis labios dibujaban sobre tu piel, que tu lengua hambrienta hacía sobre mi cuerpo, era inédito y certero en la técnica, en el color y la forma.

Hacíamos el amor, sin pausa y sin prisa, disfrutando el trazo de cada caricia, cada sensación que la humedad de nuestros cuerpos provocaba… disfrutando plenamente el instante preciso en el que el placer se volvía sublime, en el que la sensación única de ser uno por instantes era el trazo con que finalizaba la obra plasmada en aquel lienzo, en donde tu nombre en mis labios firmaba como auténtica aquella sensación de ser tuya…

Siempre tuya, FCM!

Lo que se fue

El 2016 fue sin duda un año difícil, un año que inició con la esperanza de una historia de amor que se convirtió poco a poco en una cruel aventura de realidad en la que “reinventar la manera de amar” ofreciendo sexo por amor no fue suficiente para que el amor fructificara… fue un año en el que mi mundo de cimbró casi de la misma manera que hace casi 10 años, cuando la perfección de la esfera en la que vivía se quebró y cayó desmoronándose por completo.
La historia de desamor de este 2016 me acercó a una realidad muy triste, la vulnerabilidad que durante semanas viví me enfrentó a un pasado vivo, un pasado que no he superado –y no sé si superaré algún día-. Me arrastró a una soledad profunda donde todo el mundo me parecía lejano, donde mi gente estaba lejos de estar conmigo.

Este año, ser Azul me convirtió en un personaje al alcance de todos aquellos que a través de la lectura de mis relatos podían hacerme suya desde de la fantasía. A través de los relatos reinventé una realidad vacía, una realidad que necesitaba de la fantasía para sobrevivir. Ser Azul me hizo vulnerable ante los ojos de varios “hombres” que suponían que mis relatos eran un menú a la carta que ellos podían seleccionar para tener su propia historia conmigo.

A través de este blog quise reescribir la realidad, quise hacer de la fantasía la única opción para no ahogarme en realidad, en vacío y en soledad. Cada Momento Azul representó un grito desesperado por encontrar sentido en medio del sinsentido cotidiano. Quise hacer de cada relato un reto para mis lectores en general, sin destinatario ni remitente. Quise retar desde la aventura de ser Azul, a que alguien estuviera dispuesto a descubrir quién soy, quién realmente soy, quién escribe su realidad desde la fantasía.

Ser Azul deja muchas experiencias, buenas y malas, así como la vida misma. Buenas: pude equilibrar un poco mi vida, escribir siempre ha sido algo que disfruto, y hacerlo desde este espacio permitió que cada Momento Azul sopesara la cotidianeidad tan vacía. También fue bueno cada uno de los comentarios positivos que recibí; el tiempo que mi gente dedicó para leerme y comentar. Fue bueno imaginarme esa mujer, esa Azul capaz de provocar sensaciones, esa Azul segura de sí misma, segura de su sensualidad, de su pasión, de su mundo.

Malo: unos cuantos “hombres” que –por sus limitaciones intelectuales – me confundieron con una mujer fácil dispuesta a satisfacer al mejor postor, aquellos “hombres” básicos que quisieron poner a prueba su hombría retando mi fantasía, pero siendo incapaces de entender mi realidad. Y no hablo de esos hombres interesantes, que aceptando el reto de la fantasía me imaginaron suya, siempre desde el límite del personaje, desde la propuesta literaria de este espacio, a ellos les agradezco sus halagos.

Quisiera creer que el año que terminó dejó aprendizaje, que el dolor y vacío que aún de momentos se siente se llenará muy pronto de lecciones aprendidas que no permitirán que me vuelva a equivocar. Quisiera creer que la aventura de ser Azul me hará más libre y no rehén del pasado y de esos “hombres” que sólo me asocian con una mujer fácil para sexo de ocasión.

El año que se fue, descubrió un mundo de fantasía, un mundo que desde la escritura me permitió ser Azul, y como Azul ser más yo, más natural y más libre. Esa mujer que se seca las lágrimas para inventar una fantasía seguirá escribiendo, reescribiendo la realidad a través de un Momento Azul… ¿me acompañas?

 

Imagíname


Sé que algunas noches me piensas, relees algunos de mis relatos y te imaginas siendo el protagonista… Sé que en algún momento me deseas, me observas a la distancia pretendiendo ser discreto pero tu mirada me desnuda y me besa lentamente… Sé que aunque en algún momento te preguntas cómo será una noche conmigo, esa noche que jamás te atreverás a vivir…
Imaginas que te dejas seducir por mí, por mis labios, por mi lengua recorriendo tu piel. Imaginas esa habitación vacía que se llena de pasión en instantes, que se impregna de olores y sabores, donde la luz tenue de las lámparas te permite ver la silueta de mi cuerpo, aún vestido, sobre la cama. Es un espacio cálido, sin ruido, parece alejado de todo, del mundo, de ese que finges huir pero no te decides.

Esa habitación te parece perfecta para una escena de aventura ocasional, justo como lo esperas, justo como sólo tu imaginación podría describirla: la cama es amplia cubierta por sábanas blancas; una pequeña estancia con una mesa al centro, justo ahí colocas una botella de tequila y un par de caballitos, sirves un poco en cada vaso y desde ahí, me llamas observándome seductoramente mientras bajo de la cama y camino hacia ti.

Te represento esa fantasía que deseas pero no te atreves, esa fantasía de otros lectores de Momento Azul quienes imaginan que en mi vida todo es sexo y pasión. Así, en esa escena que me supone fácil para ocasión, te sientas a mi lado mientras bebemos tequila. Juego con las yemas de mis dedos humedeciéndolos en mi tequila y rozo con ellos tus labios provocando que persigas mi mano…

Dejo los lentes sobre la mesa, te recuestas en el sillón y te beso tiernamente, despacio, sin prisa, como si la noche fuera eterna y tuviéramos tiempo para todo, para todo eso que has imaginado y no has vencido el miedo de intentarlo. Beso tus labios, saboreándolos, avanzo hacia tu cuello mientas con mis manos juego en tu cabello. En tu cuello juego con mi lengua, con trazos simples apenas rozándote, apenas trazando un boceto de la noche que nos espera…

Me quito mis zapatos y me arrodillo frente a ti para quitarte los tuyos. Sobre tu pantalón te acaricio con mis manos, dando un masaje suave, muy suave y despacio que te hace cerrar los ojos y seguir imaginando… Sientes mis manos en tus pantorrillas, tus rodillas, en la parte interna de tus muslos… sientes ese recorrido pausado y delicioso. Disfrutas, disfrutas mucho…

Así, en tu imaginación quizá has delineado la escena con detalles, y sabes que disfrutarías, sabes que quizá tu imaginación puede recrear escenas pero no sensaciones.

Me levanto de la posición en la que estaba, bebo un trago de tequila y te beso para compartir el sabor, te beso apasionadamente, dejando que mi lengua juegue en tu boca, que mis labios aprieten los tuyos, que el deseo desborde y que la cama nos llame. Me tomas por el cuello me acaricias con fuerza bajando hacia mi espalda, muerdes suavemente mis hombros y en un instante quedo recostada sobre el sillón.

Ahora tú estás de rodillas, a un lado del sillón, haces una pausa en las caricias para observarme, para desnudarme antes con la mirada que con tus manos. Hago mi cuello hacia atrás, dejando mi pecho dispuesto para que me devores a besos, dispuesto para que tus manos reconozcan la textura de mi piel, la temperatura que continúa encendiendo el deseo.

Sé que lo has imaginado, y ¿sabes algo? …haces bien en imaginarme.  Imagíname, porque una mujer como yo, jamás estaría con un hombre como tú,  de ésos que suponen que en mi vida todo es sexo y pasión pero jamás se atreverían a descubrir si es verdad o fantasía!

La soledad más profunda


Hay días en los que la soledad se vuelve más profunda, donde cualquier compañía sólo genera más vacío, donde hay miradas que me desnudan pero no me seducen, donde escucho palabras que me coquetean pero no me halagan, donde convivo con gente que está cerca pero no me acompaña.
Hay días en donde la suma de errores e incertidumbre me hunden en la soledad más profunda, días en los que los errores del pasado toman voz y gritan como si tuvieran algo nuevo qué decir. Días en los que luego de rumiar y rumiar sinsentidos quisiera únicamente dormir, dormir profundamente, perderme en ese sueño y borrar mi existencia de este mundo.
Intento calmar mis pensamientos entre un playlist aleatorio de jazz, intento que los acordes musicales penetren en mi cabeza y a ese ritmo tranquilicen todas las locuras que dentro de mí rebotan golpeándose entre sí. Son días en los que las esperanzas se diluyen en una absorbente realidad cotidiana, esa en la que el cuerpo funciona en automático para levantarse, trabajar y sobrevivir.
Así, durante el día escucho diagnósticos, remedios, consejos, recomendaciones, un sinfín de respuestas sin preguntas que sólo me llevan a ese mundo al que no pertenezco, en el que no puedo estar y en el que creo que todo debería funcionar mejor, en el quien ocupara mis funciones en cualquiera de mis roles lo haría mejor.
El día transcurre y en medio de ilusiones efímeras evoco desde la soledad el recuerdo que me dé aliento, el recuerdo de aquel amor que le daba sentido a todo, en el que encontraba palabras sabias que calmaran mis demonios, en el que encontraba esos brazos fuertes que eran mi mejor refugio. Pero así, de la nada, el pasado oscuro grita, grita y me ancla nuevamente a la soledad más profunda de la que quiero huir y no encuentro cómo.
Encuentro sólo una hoja en blanco (en la aplicación de mi teléfono) y las lágrimas de cada noche para intentar descifrar todo lo que encierra este vacío, para intentar escudriñar en mis pensamientos para saber de qué está lleno este vacío. Mi ego irónico me recuerda mi insignificancia, me recuerda aquella perfección imaginaria vulnerada con las equivocaciones, aquel pasado que no sé si un día me perdonaré, aquellos miedos que me hacen rehén de los errores y mi tortura de la noche gira en torno a esa soledad profunda, muy profunda.
Cuando la hoja no alcanza para plasmar los pensamientos, cuando las lágrimas no pueden ahogar esa tortura, quisiera encontrar a alguien, alguien que no vea en mí esa mujer frívola de la que creen sólo le importa el sexo, pero que en un beso y un abrazo  sea capaz de retarme a escribir una nueva historia; alguien no me elogie banalmente diciéndome que soy “una gran mujer”, pero que me haga sentir que soy más que mis errores del pasado; alguien que no sólo abrace mi cuerpo sino que pueda cobijar mi alma.
Y es entonces, cuando entre tantos pensamientos, entre las inagotables lágrimas, el insomnio se aparece en mi noche y me lleva a la soledad más profunda con un solo pensamiento: dormir y no despertar…

El premio del amor

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Hacer el amor contigo siempre tuvo una connotación de premio, de un momento esperado, deseado intensamente… ¡Qué rico era! ¿Te acuerdas? Preparar la ocasión era un gran evento, tus tiempos y los míos, el mundo, el tuyo, el mío… cuando todas las variables coincidían y podíamos programar un día nuestro, comenzaba muy temprano, muuuuuy temprano, lo recuerdo claramente!!!

Nos veíamos por la mañana, nos íbamos a hacer ejercicio, regularmente a correr… Hace unas semanas, una casualidad me llevó a un lugar cercano de donde corríamos, donde se aparecía aquella pequeña ave roja, no sé con precisión si era un cardenal o alguna otra especie, pero sé que era cómplice nuestro, de nuestros besos, de nuestras caricias, de nuestras conversaciones, de nuestras risas y por supuesto, de mi cansancio!

Cuando vi la señalización indicaba que, sin querer, estaba ahí, en ese lugar que en algún momento fue nuestro, una sonrisa inconsciente liberó un sinfín de pensamientos, desde la conversación del largo camino, el beso de motivación antes de bajarnos del auto como aliciente para nuestra carrera, recordé las decenas de lagartijas que, convertidas desde mi fobia en dinosaurios, parecían atacarme…

Recordé cómo fuera del auto, nos quitábamos la ropa que sabíamos sobraría en el camino, quedábamos únicamente en shorts y camiseta… ¡qué recuerdos! Mi cuerpo entonces era atlético, me sentía orgullosa de mis piernas, jamás tuve un cuerpo estructural, pero el ejercicio y tu amor me hacían sentir atractiva. Así en shorts nos besábamos recargados en el auto, aquel beso era tan energético, lo sé porque hoy no alcanzo a entender cómo le hacía para correr 10 km, seguro era aquel beso.

Iniciaba nuestra carrera con una caminata apresurada, aún rumiando los temas del camino, los dramas con mi entonces jefe, las aventuras post-universitarias con mis amigas y por supuesto, lecciones simultáneas sobre el deporte que nos unía. Contigo podía hablar de cualquier cosa, discutir algún poema de Benedetti o platicarte mis sueños de periodista emergente.

Una brisa fresca de una mañana entre la vegetación, nuestro testigo con alas persiguiéndonos, aquellos maléficos reptiles observándome, dándome pretextos para abrazarme a ti como quien teme ser devorada por el peor monstruo de sus pesadillas, el temblar de mis piernas que ponía a prueba mi fuerza trabajada en el gimnasio, el aire que entre el ejercicio y la charla se agotaba en mis pulmones…

Una pausa, recostados sobre el pasto, con mi cabeza sobre tu brazo, jugando con mi mano sobre tu playera que se adhería a tu piel por el sudor, el recorrido de tu mano desde mi cabello, mi nuca, mi espalda, mi cadera… Eran minutos de silencio, sin palabras, dejando que los cuerpos se comunicaran entre caricias, miradas y besos. Tu exigencia atlética no daba tiempo de mucho, así que a continuar con el recorrido con el incentivo de que al término, habríamos de ducharnos juntos para deshacernos del sudor…

Concluido nuestro recorrido, el destino era claro, fijado con antelación, así que luego de un trayecto corto, estacionábamos el auto, bajábamos las maletas de nuestra ropa y un beso apasionado era la contraseña de entrada a la habitación. En algún lugar quedaba la ropa, la sensación húmeda por el sudor en nuestras piernas que se rozaban, provocaba una excitación absoluta. La fuerza de tus manos tomando mis caderas contra ti era parte del pronóstico de una deliciosa mañana a tu lado.

Bajo la regadera, con agua tibia que contrastaba con el calor de nuestra piel, nos besábamos y acariciábamos jugando con la sensación de la humedad… yo detrás de ti, recorriendo tu espalda con mis manos, dibujaba una y otra vez trazos instintivos que describían lo delicioso que era sentirte. En algún movimiento sin pensarlo, quedaba frente a ti, buscando la manera de llegar a tus labios –mi estatura no es una de mis fortalezas – nuestros labios se encontraban y saboreando la textura, la forma, el sabor dulce de tus besos, disfrutábamos nuestro mundo.

Salíamos de la regadera y nos quitábamos el exceso de agua con la toalla, era muy excitante esa sensación húmeda de nuestros cuerpos exhaustos por el ejercicio físico –al menos el mío – recorrer tus brazos fuertes, tu dorso cálido con la certeza de que ése era el mejor lugar para estar, ahí en tu pecho, abrazada a ti…

Nos recostábamos sobre la cama, desnudos de cuerpo y alma, seguíamos platicando, qué rico era que no se nos acabara el tema de conversación, que habláramos de música, de libros, de sinsentidos, pero siempre en una conversación apasionada, donde tus palabras eran siempre sabias, siempre atinadas…

Luego, el roce de nuestras piernas desnudas bajo las sábanas, el juego sutil de las caricias de mis manos en tu espalda, el recorrido de tus labios devorando lentamente mi cuello demostrando que siempre sabían el camino preciso, exacto para disfrutar el  amor. La sensación ansiosa de dos cuerpos exhaustos por el ejercicio pero con energía de sobra para el amor.

El recorrido de tus manos sobre mi piel, de mis labios en tu pecho, dejando que los cuerpos se entendieran, que las pasiones se comunicaran, que el sexo fuera pleno en cada caricia, en cada sensación…

En todo momento nuestros cuerpos se entendían perfectamente, cada roce era parte del lenguaje que sólo el amor puede entender, que sólo los amantes pueden entender. En un juego instintivo, que a ojos cerrados, reconoce cada centímetro de la piel al hacer el amor.

El delicioso juego del sexo placentero como el premio del amor…

Enamorarse y no

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Antes de la despedida ya había muchos textos escritos, algunos para el protagonista de entonces, otros sólo evocando recuerdos de amor y otros más dedicados para los lectores que encontraban en Momento Azul una fantasía a través de mis palabras.

Aún no sé si alguno de esos textos se publicará, si sólo un día los borraré y haré como que nunca existieron, o si se quedarán para siempre en el tintero virtual.

Han sido semanas difíciles, en las que no he dejado de escribir porque si no habría enloquecido más… no pretendo regresar al Momento Azul de la despedida, pero sí a las sensaciones que vulneraron mi paz y cimbraron mi mundo, no con un afán de reclamo, ni como un masoquismo absurdo que me haga rumiar el dolor, lo haré con uno de los objetivos que tuvo este blog en su inicio: dar cuenta de situaciones cotidianas que las mujeres -y hombres- nos enfrentamos cuando decidimos vivir, digo decidimos, porque a veces sólo sobrevivimos (que era como me encontraba al momento de  la despedida).

Vivir es estar dispuesto a arriesgar, a sentir con cada célula del cuerpo, con cada neurona de las que logran hacer contacto cuando uno decide emprender una aventura tan peligrosa como amar.

La despedida fue una de las lecciones más grandes de mi vida, que a mis casi cuarenta años, no imaginé vivir nuevamente, que en mi vida adulta rodeada de un mundo en el que siempre me he sentido falible ante los estándares de perfección que creo dibuja para mí. Jamás ni en mi juventud me había sentido tan mal, tan poca cosa…

Esa historia me hizo sentir que quizá estaba viviendo mi vida al revés: en mi juventud viví el amor más intenso, limpio, profundo y eterno (descrito en el relato de La Promesa) y en mi vida adulta estaba cometiendo las estupideces que de joven no cometí, creo que fue un gran error haber vivido esa historia, creo que si pudiera, la borraría de mi memoria…

Benedetti siempre ha sido mi escritor favorito y hoy a través de su poesía trato de asimilar este Momento Azul:

Enamorarse y no – Mario Benedetti

Cuando uno se enamora las cuadrillas

del tiempo hacen escala en el olvido

la desdicha se llena de milagros

el miedo se convierte en osadía

y la muerte no sale de su cueva

enamorarse es un presagio gratis

una ventana abierta al árbol nuevo

una proeza de los sentimientos

una bonanza casi insoportable

y un ejercicio contra el infortunio

por el contrario desenamorarse

es ver el cuerpo como es y no

como la otra mirada lo inventaba

es regresar más pobre al viejo enigma

y dar con la tristeza en el espejo.

“…desenamorarse es ver el cuerpo como es (…) es regresar más pobre al viejo enigma y dar con la tristeza en el espejo”

Estos días de ausencia seguí escribiendo, como parte del tratamiento para atender mi avanzada esquizofrenia, ésa que me hizo enamorarme del protagonista de mis relatos, de ese hombre del que ahora no recuerdo con claridad su rostro, del cual tampoco recuerdo la textura de sus manos, ni el sabor de sus labios. Esa esquizofrenia que me ubico ante él, como un personaje con el rostro de otras, con el sabor de los besos de otras, un personaje que confundí con la realidad.

Esa Azul, la de los relatos con destinatario fue sólo un instrumento, un medio para que a través de los recuerdos aquel hombre evocara sus historias de amor… esa Azul no fue todo lo que soy, Azul fue una parte de lo que soy que jugó una apuesta alta, fue un personaje sin historia que no supo hacer efectivo el burdo acuerdo que dio origen a su historia.

Aún duele -y mucho- escribir, aún hay una herida profunda desde donde late el corazón, aún los pensamientos se aturden y los ojos se llenan de lágrimas. Como los alcohólicos, sé que el primer paso es reconocer la enfermedad y sí, me enamoré y eso me hizo perderme en muchos aspectos. Me enamoré y esa enfermedad fue aún más dañina y peligrosa que la esquizofrenia misma. Me enamoré y poco a poco intento curarme regresando a la realidad, la realidad que bien describe Benedetti: “regresar más pobre al viejo enigma y dar con la tristeza en el espejo”.

Ser Azul es más que un protagonista, más que el dolor de un desamor, más que el dolor de la humillación… Ser Azul es levantarse, secarse las lágrimas, volver a sacar una hoja en blanco y continuar la historia. Sí, continuar, no es una nueva, sigo siendo yo, sigue siendo mi mundo, sigue siendo mi corazón (con una nueva herida), sigue siendo mi alma renovada.

Durante estas semanas de ausencia he recibido tantas muestras de cariño, tantos apapachos que en verdad renuevan mi espíritu, porque como lo dije en La Despedida, el amor tienen muchas formas de manifestarse y hoy más que nunca tengo esa certeza de que “El amor no duele, fortalece; el amor no lastima, cura; el amor no sobaja, engrandece; el amor no era él, era yo”

La despedida

despedida

Estas últimas semanas han sido tristes, ser Azul no ha sido suficiente ni siquiera para pensar en llenar el hueco de la soledad. Azul es mucho más que una mujer fácil que lleva a su vida al límite de la aventura y la lujuria, es más que una mujer adulta que disfruta sentirse deseada, es mucho más que lo que muchos han visto o querido ver.

Ser yo es ser una mujer vulnerable al amor, que en el juego de querer reinventar la manera de amar ha vulnerado su paz, su salud y su dignidad.

En cada relato lo he intentado explicar,  soy una mujer inmensamente apasionada, no sólo en el sexo, sino en la vida. Hoy regreso al punto de partida que dio origen a este espacio para relatar los momentos de mi historia: la soledad y el recuento de encantos que no alcanzan para ser.

Hoy renuncio al protagonista de mis relatos, con el alma no sólo vacía,  sino lastimada, renuncio al juego de creer que el sexo alcanza para creer que “es una manera de amar”. Hoy con lágrimas,  con una presión en el pecho y taquicardia tengo que reconocer que debo recuperar mi paz, y mi paz no está en mendigar tiempo ni amor. En esta renuncia va implícito un dolor profundo, dolor que inicia en los pensamientos, rebota en el corazón, estruja el ego e inunda el alma.

Con esta despedida van mis más sinceras confesiones:

Te amo, te amo y en cada tarde y noche en el juego del sexo placentero, intenté hacerte el amor, hacerlo como si a través del placer y de cada sensación pudiera explicarte y convencerte de lo que sentía.  

Te amo y en cada encuentro íntimo tuve que ahogar con palabras,  suspiros y sinsentidos las lágrimas que después de sentirte mío y sentirme tuya en un mundo de sensaciones físicas, la realidad provocaban un vacío y un dolor profundo.

Te amo, y cada palabra dicha y escrita para ti,  fue honesta, honesta aunque tuviera que inventar un personaje para ser el portavoz autorizado para externarlas.

Te amo y dudo mucho que alguien alguna vez en tu vida te pueda amar así.  El amor existe y no siempre en sincronía. Ten la certeza que te amé y que esto no es algo que suceda comúnmente.

Te amo y el sexo fue siempre placentero,  disfruté, aunque nunca  tuve la certeza de que para ti lo fuera.

Te amo, pero no merezco la tortura del insomnio, no merezco el vacío del alma ante tu indiferencia cuando más te necesito…

Reinventar la manera de amar solo fue un pretexto que de sobra supe inútil desde el principio, pero siempre lo quise creer esperanzador.

Ser Azul es más que tener un hombre como protagonista de sus historias, por eso esta despedida no representa un anuncio de un lugar vacante, representa un intento por recuperar mi paz, un intento por saber que ser Azul tiene sentido y es mucho, mucho más de lo que muchos ven y el protagonista de mis relatos ignora.

Una mujer como yo,  bueno, de hecho ningún hombre,  ninguna persona,  merece sentirse así… traicionar sus ideales y esperanzas por alguien más y sobre todo cuando a ese alguien le resulta indiferente.

Esta despedida no acaba con mis relatos, mis relatos siempre tienen como inspiración el amor y tengo la certeza de tener historias de amor suficientes en mi pasado y en mi futuro que darán sentido a nuevos relatos…

El amor es la fuerza más importante de la vida y tiene muchas formas de manifestarse…

Azul,  con mi dolor y mi fortaleza; mi pasión y mi debilidad; mi intensidad y mi vulnerabilidad seguirá escribiendo, reinventando una nueva historia en medio de la realidad…  

A veces escribiré desde la soledad, a veces desde el deseo que despierte el olor de otro abrazo, pero siempre mi inspiración será el amor…

La pluma de mis historias

pluma

El otro día luego de haber leído el relato de la noche, un muy buen amigo me dijo: “Regálame una pluma con la que hayas escrito alguna de tus historias…” y fue una frase que hizo tanto eco en mi cabeza. ¿La pluma? Me hizo evocar aquellos cuadernos en los que en mis clases de universitaria intentaba atrapar los Momentos Azules de aquel entonces.

Hace ya varios otoños, cuando en la universidad conocí al amor de mi vida escribía y escribía para él, como todo universitario, había clases en la que era más entretenido pensar en el amor que escuchar lo que decía el profesor y más, cuando por la ventana del salón se veían inspiradores paisajes otoñales de pasto cubierto de hojas secas, de árboles secos y hojas bailando al ritmo del viento.

Los años pasaron, como toda historia de amor terminó, terminó en el terreno de la realidad pero con la promesa de que un día en la eternidad continuará… Hoy los amores apenas llegan a amoríos, a fantasías, a ilusiones para sentirme viva… pero la pluma y las hojas siguen siendo el medio para ser, para existir.

Siempre la escritura ha sido una pasión, una manera de traducir mi mundo, de descifrarlo con la ilusión de que las palabras escritas tengan más sentido que todos los pensamientos y sentimientos que revolotean en mí.

La pluma de mis historias es ese pensamiento arrebatado que desatina en la paz momentánea de mi vida y se traduce en una frase simple escrita en mi block de notas en el celular, para después ubicarla en una escena que dé lugar a un relato. La pluma de mis historias es la caricia casual que al roce casi accidental evoca un sinfín de sensaciones, jugando a que aún a mi edad se vale creer en el amor. La pluma de mis historias son las palabras que en conversaciones simples con mi gente dan sentido a los sinsentidos que en mi vida me mantienen al filo de las esperanzas y del dolor.

Hoy el sentido de este espacio es atrapar en palabras un Momento Azul efímero, imaginario o real, pero efímero, inmediato, que de no ser por porque hay un recurso escrito para cifrarlo, pasaría. Por eso hoy, el amor de hoy, la ilusión en el amor de hoy, requiere de este espacio… y entonces, la pluma de mis historias es cada una de las lágrimas que al escribir buscan ahogar una realidad que duele y dar vida a una realidad fantasiosa que a través de la imaginación aminore el dolor… son las lágrimas que entre la escritura nublan la visión de la misma manera que un beso robado a la realidad nubla mi juicio.

Esa pluma también está en las yemas de mis dedos, en esa caricia en sus labios cuando en un reto a la cordura le acaricio queriendo despertar a través de la tibieza de mis manos una fantasía que le lleve a devorarme a besos; está en la yema de mis dedos cuando entre sus cabellos busco escudriñar en historias del pasado que guarda su cabeza para hacer un espacio para la mía; está en mis dedos cuando intentando hacer el amor con él, quiero trazar sobre su dorso el lenguaje que dicte mi pasión para sentirme suya por un instante.

También, la pluma de mis historias es la humedad de mi lengua, cuando guiada por el deseo, explico en su oreja sin palabras que quisiera perderme entre sus brazos, que quisiera sentir sus labios recorriendo mi piel. Esa pluma también es la punta de la lengua que en una tarde cotidiana cerrando los ojos al mundo, juega con sus manos, lamiendo uno a uno sus dedos, recorriendo el dorso de su mano y mordisqueando las yemas de sus dedos queriendo que esa sensación recorra su cuerpo y evoque recuerdos conmigo.

Por supuesto que la pluma de mis historias, también está en mis labios, cuando en un ataque de ansiedad buscan saciar la sed de amor en su boca, cuando con más instinto que con técnica buscan su placer a través de las sensaciones que despiertan. Esa pluma escribe desde mis labios, con palabras, con besos, con caricias que inician en su cuello. Esa pluma, que al menos con él, parece ser de tinta invisible…

Sí, porque por más que esa pluma entendida como lágrimas, caricias, besos, etc. quiere comunicarle por escrito lo que pasa en mi vida, esa pluma sólo puede darle forma a historias imaginarias, a historias de fantasía en las que saberse el protagonista le resulta indiferente, donde saber de lágrimas o caricias le resulta lo mismo.

Por eso, la pluma de mis historias está sin duda la imaginación, esa imaginación que me hace convertir una tarde pactada de común acuerdo para dar rienda al deseo en una tarde de sexo complaciente cercano a la sensación de hacer el amor. Es la imaginación que me permite reescribir la realidad que duele como una fantasía que parezca medianamente divertida. La pluma de mis historias me deja escribir historias disfrazadas de lujuria para evadir el dolor del desamor.