Déjame consentirte…

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Hay tantas formas de hacer el amor, desde una intensa conversación hasta una deliciosa sesión de sexo apasionado. Hacer el amor es procurar el placer del amante, hacerlo vibrar con la presencia y ello es todo un arte, por ejemplo, hoy se me antoja consentirte, reconfortar tu cuerpo después de un mal día, para recompensarte después de un día rutinario y aburrido…
¿Esta noche, me dejas consentirte? Deja que mi voz y mi cuerpo te hablen, siénteme, imagina cada sensación con la realidad que estos relatos de fantasía nos permite… ¿quieres?
Imagina la escena: escucha el play list de jazz preparado desde mi celular, imagina cómo la música te hace cerrar los ojos y concentrarte en la cadencia de los sonidos. Estamos en una habitación con luz muy tenue, un sutil aroma a violetas en el ambiente, una cama amplia con una sábana blanca, nuestros cuerpos desnudos y tú, dispuesto para disfrutar un delicioso masaje que te desconecte de tu día, de tu mundo y te haga ser mío por unas horas.
Es un tiempo sin prisa, sin mundo que nos aguarde afuera de la habitación, sólo existe lo que estamos sintiendo, sólo existe ese tiempo sin tiempo…Estás recostado boca abajo en la cama, completamente desnudo, con los ojos cerrados, disfrutas la música… Tomo unas gotas de aceite con esencia de violetas que refuerza el aroma del ambiente, mientras froto las palmas de mis manos y tibio el aceite, me acerco a tu oído y te digo que me encantas, que quiero consentirte esta noche y te invito a que disfrutes…
Con el aceite tibio en mis manos acaricio tu cuello, desde tu nuca hasta bajar por tu espalda, sientes la suavidad de mis manos recorrerte despacio, lentamente logrando en ese recorrido apagar tus pensamientos, dejar fuera de este momento cualquier idea que perturbe tu descanso, cualquier pensamiento que impida que disfrutes mis manos sobre tu piel.
Así, mientras mis manos recorren tu cuello y avanzan hacia tus hombros, sientes que me inclino hacia ti para besar tu oreja y sientes cómo mis senos recorren, apenas rozando, tu espalda, sientes las yemas de mis dedos acariciar tu espalda, tus hombros y bajar hacia tus brazos, sientes una presión que disfrutas, sientes cómo el ambiente se ha impregnado de un aroma sutil, cómo la temperatura del ambiente es cálida, estás completamente relajado.
Luego de recorrer tus brazos, avanzo a tus manos, beso la palma de tus manos, acaricio con mi lengua cada uno de tus dedos y juego a devorarlos, uno a uno… Después, con mis manos acaricio tus palmas, dando un suave masaje que relaje cada centímetro de tu piel… siempre dejando que mi pecho acompañe el recorrido que mis manos trazan previamente.
Vuelvo a tu espalda, con las yemas de los dedos recorro cada centímetro de ella, de momentos acariciándola con mis labios, de momentos con la punta de mi lengua, de momentos solo recostándome sobre ti para que sientas mis pechos en tu espalda. Mis dedos guían un trazo que recorre tu columna, con una presión que disfrutas mientras mis manos avanzan.
Bajo un poco más dejo caer unas gotas de aceite en tu espalda baja (y más abajo) y mis manos tibias comienzan a distribuir el aceite, muy lentamente, muy suave y cadenciosamente, sientes como cada vez tu cuerpo está más relajado, tu mente más inconsciente, sólo sintiendo el contacto de mis manos en tu piel.
Acaricio con ternura tu cintura, avanzo un poco hacia tus costillas, tu cadera… Mientras sientes que mis senos rozan tus muslos, mis manos tu espalda y mis labios… mis labios se aseguran que las últimas horas de aceite hayan quedado suficientemente impregnadas.
Tu cuerpo está inerte, absolutamente relajado, sólo sintiendo cómo eres mío en cada sensación, como tu mente se ha dejado conquistar por el recorrido de mis manos, por el olor a violetas en el ambiente y por la Fantasía que está ocurriendo en tu imaginación.
Nuevamente dejo caer una gota de aceite, ahora en cada uno de tus muslos, con la yema de mi dedo índice hago trazos arbitrarios para distribuirlo, para que la combinación de la temperatura de mi piel, la consistencia del aceite y la suave presión que ejerzo te haga temblar por la sensación que te recorre, que te seduce.
Dos gotas más, una en cada pantorrilla, mismo procedimiento que en tus piernas, para luego con las palmas de mis manos recorrerte completo, masajeando acompasadamente tus músculos, apretando en el recorrido, relajando con el movimiento de mis manos y luego asegurándome que el aceite quedó bien impregnado probándote con mis labios, sintiéndote con mi pecho.
Llego a tus pies, un suave recorrido por la planta de tus pies, la tibieza de mis manos y la consistencia del aceite impregnado en ellas, te hace disfrutar. Comienzo a subir de regreso… despacio, supervisando que toda tu piel haya quedado impregnada con el olor a violetas, las yemas de mis dedos, mis labios y mis pechos se encargan de recorrerte para confirmar que tu piel está tibia, que el aroma del aceite está impregnado.
Tus pantorrillas, tus muslos, tus…, tu espalda, tus hombros, tus brazos, tus manos, tu cuello, tu nuca… y al llegar a tu oído te digo que me encantas, que me encanta consentirte y un beso en la mejilla que confirmo que has caído rendido a las sensaciones de mis manos, de mi piel recorriéndote, que tu cuerpo está inerte y dispuesto para que abrazados duermas profunda y relajadamente…
Descansa… sueña conmigo!

El refugio de tus brazos…

A veces extraño mucho tus palabras, el consejo sabio que en ti encontraba. Extraño lo confortable de tus brazos, la fuerza de tus biseps rodeando mi cuerpo y conteniendo el acelerado latir de mi corazón. A veces, muchas veces, pienso en esas mañanas en las que exhaustos luego del ejercicio, hacíamos el amor. Después, en medio de esa deliciosa paz que queda luego de amarnos platicábamos, resolvíamos el mundo desde nuestros pensamientos, la realidad parecía alentadora en ese momento.
Hoy, desde la melancolía, te extraño, quisiera escuchar tu voz en mi oído mientras estoy recostada sobre tu pecho, quisiera sentir tus manos acariciar mi cabello queriendo acomodar los desordenados pensamientos que están en mi cabeza, quisiera sentir tus manos grandes y fuertes recorrer mis hombros, mi cuello, disminuyendo la tensión acumulada en mi cuerpo. 
Hoy, quisiera encontrarte al teléfono, escuchar tu voz y en una palabra entenderlo todo, aceptarlo todo, soltarlo todo.

Se acerca mi cumpleaños, y el reto de la Promesa, de encontrar una rosa roja en el lugar pactado, alimenta la esperanza de seguirnos amando pese al tiempo y la distancia. Nunca como ahora, había esperado tanto ese día: dime que irás, dime que ahí estará mi rosa como cada año y que en ella dejarás un beso para mí.

Hoy, necesito la fuerza que a tu lado creía tener, quisiera ser la Azul que tú suponías que era, aquella que podría con todo, que sabía todo y que quería todo. ¿Cómo lo lograste? ¿Cómo me hiciste creer en mí cuando había oscuridad en aquellos años?  ¿Cómo hacías que mis pensamientos tuvieran orden y que hubiera equilibrio en mi vida? ¿Cómo fue que algún día creí que era verdaderamente Aquella Azul? 

Esa escena, recostados sobre la cama, apenas cubiertos con una sábana, jugando con mis dedos con la humedad de tu dorso desnudo, jugando con mis labios en tus brazos, acariciando con mi lengua tu mano. Esa escena que parecía eterna, que parecía que reunía las sensaciones más puras y honestas, que parecía me daba la fuerza y energía para vencer lo adverso, esa escena la necesito hoy aquí, conmigo. 

Era tan rico, hacíamos el amor tan perfecto, como sólo se pude hacer cuando hay una entrega total, cuando las almas en una sensación plena se unen, cuando al contacto de la piel los corazones sincronizan su latir, cuando en el mismo beso se prueba las mieles del Amor. Era tan rico, que te extraño, que te necesito más que otras veces, que con nostalgia evoco aquellas mañanas, tardes y noches que hicimos el amor. 

¿Dónde encuentro aquello que cuando fui Tu Azul creí tener? ¿Dónde esa fuerza que parecía inagotable? ¿Dónde esa esperanza que parecía eterna? ¿Dónde…? Y recuerdo, aquellas noches, luego de días arduos de trabajo llorar de impotencia entre tus brazos, de frustración y al final, encontrar una palabra que diera sentido. 

Y recuerdo, aquellas tardes agotadoras, de 10 km recorridos para liberar los pensamientos y al final, un beso como recompensa. Y recuerdo, aquellas mañanas robadas a la realidad, compartiendo un helado, un café y al final, la fuerza para salir de la fantasía y regresar a la realidad. Y ahora ¿dónde?

El refugio de tus brazos era único, era mágico, ahí mi mundo contenía el caos, ahí cabían mis miedos y mis desesperanzas, ahí cabían los fantasmas del pasado y del futuro. El refugio de tus brazos es el lugar más seguro que he conocido, el lugar que todas estas noches entre lágrimas y temores he añorado… El refugio de tus brazos ha sido el lugar en donde Ser Azul, ha tenido sentido. 

El amor contra el miedo

Así, cuando creo que lo más difícil ha pasado, un nuevo remolino llega, se convierte en tornado y me arrastra sin darme oportunidad de respirar, de saber hacia dónde me está llevando y de medir si aún me queda fuerza para salir de él.

En medio de esos pensamientos, sesgados por el miedo, en medio de esa sensación de incertidumbre, de zozobra, un par de tequilas intentan anestesiar todo lo que duele, todo lo que rebota en mi cabeza, mi corazón y mis vísceras sin saber en qué lugar debo guardarlo o cómo deshacerme de ello.

Dos tequilas, unos brazos conocidos, unas manos que conocen a la perfección el recorrido que enciende el deseo en cada centímetro de mi piel, unos labios en los que en un beso callan mis palabras y en otro dicen aquello que necesito escuchar para recobrar un poco de paz.

Así fue nuestra noche, así,  bailamos, como en aquella época en la que la edad y la condición física eran aliados para retar una larga noche de salsa. Así, bebimos unas cervezas acompañando una intensa conversación en la que yo no buscaba consejo, sólo oídos, sólo alguien con quien desahogar todo lo que pasaba y que debía guardar en secreto, por eso sólo lo podía hablar contigo, contigo con quien una y otra vez he desnudado mi cuerpo y mi corazón.

Así, llegamos a los tequilas, necesarios, porque las lágrimas de frustración por la historia que te compartía necesitaban ahogarse en alcohol, porque la miedo que paralizaba mis pensamientos y se sentía acumulado en mi espalda con un dolor intenso que exigía dejar de pensar.

Ese primer tequila “derecho” para que literal y metafóricamente llegara al hígado y adormeciera todos los sentimientos que desde ahí emergían. El segundo tequila, compartido, de mis labios a los tuyos, como parte de ese juego que siempre nos ha hecho cómplices, que nos hace amantes, amigos, confidentes, como esa explícita invitación a huir del mundo y refugiarnos en la cama para dejar que nuestros cuerpos guíen la huida de la realidad y disfruten del placer de una noche.

Así, continuaron los tequilas, la música de antaño que nos recordaba nuestras intensas noches de baile y por supuesto que aquella cama nos aguardaba, como tantas otras noches en las que llegábamos guiados por el deseo, por la pasión, pero hoy, por la soledad, por el miedo y por la necesidad de encontrar un poco de paz en un refugio conocido, para huir de la tristeza y convertirla en una noche de placer.

En esa habitación la ropa desapareció rápidamente, la cama nos recibió entendiendo que no era sólo un juego de amantes, aceptando que esa noche no era el reto del placer al momento. Más bien, necesitábamos una cama que nos diera cobijo para seguir hablando, para que entre besos y caricias el placer llegara, la pasión se encendiera por instantes pareciera que el mundo se detenía y en una sensación donde renacía la esperanza.

Así, en esa cama de momentos secabas el sudor de mi frente que describía cuan exhausto estaba mi cuerpo luego de disfrutar el amor, y que de momentos secabas mis lágrimas producto de seguir rumiando aquella historia que desde mi cabeza desordena toda mi vida.

Esta vez el amor era necesario y debía ser infalible, hoy, desnuda en cuerpo y alma, sobre esa cama estaba una de las versiones más vulnerables de mí que hayas visto en tu vida, esa que quisiera gritar que todo está mal y pedir ayuda para intentar salir de este dolor y que al mismo tiempo debe sonreír al mundo y creer que todo estará bajo control.

Esta vez hicimos el amor como antídoto para el miedo, como tratamiento paliativo que por instantes dé esperanza y alivio, hicimos el amor como otras noches, pero hoy sabiendo cuánto necesitaba el cobijo de tus brazos para contener el mundo desordenado que se desborda dentro de mí y que sale como incontenibles lágrimas.

Hicimos el amor con la perfección que nos ha dado la experiencia, hicimos el amor para encontrarnos entre los recuerdos y perdernos del mundo. Hicimos el amor y reconocimos en cada sensación que el amor es la única salvación cuando la oscuridad pone en tinieblas al mundo, a mi mundo.
Te quiero…

 

 

​Escala para un abrazo…

Ese día había sido caótico, de ésos en los que pareciera no quedan fuerzas ni para hablar, de esos días en los que luego de una jornada laboral de 14 horas quisiera cerrar los ojos y recorrer mentalmente los 28 km que separan mi trabajo de mi casa… en el camino gente, de ésa que observas e imaginas su historia, de ésa con la que te entretienes pensando si su vida será tan caótica como la mía, así recorrí mi camino.
Camino a casa, te llamé, intentando desahogar los pensamientos que revoloteaban en mi cabeza, quizá sólo para decir cualquier cosa que me hiciera sentir menos sola. Telefónicamente, desde mi auto, me acompañaste unos kilómetros, platicamos de las aventuras del día y me sugeriste pasara a tu casa por un abrazo que reconfortara mi día. 

Así fue, aunque estaba cansada, exhausta y lo único en lo que pensaba era en un vaso de agua y mi cama, hice una escala técnica en tu casa, saliste, subiste al coche, nos besamos con la pasión contendida durante un día de arduo trabajo, con el deseo de huir del mundo en ese beso, con la ilusión de saberme en un lugar a salvo. 

A ojos cerrados en ese beso mi mente se apagó, las historias de los personajes que inventé en mi camino desaparecieron, el cansancio físico de mi cuerpo se relajaba y se convertía en excitación. Sentía tus manos apresuradas recorrer mi espalda sobre la ropa y  llevarme contra ti para pelear con los reducidos espacios de mi auto. 

Besaste mi cuello, descubriste mis hombros y los recorriste lentamente con tu lengua. Yo seguía con los ojos cerrados, tratando de imaginar que los dos reducidos asientos de mi auto se transformaban en una confrontable cama, así que recliné el asiento hacia atrás, lo más recostada que pudiera estar… así, tratando de olvidar que estábamos en mi auto, estacionados afuera de tu casa, seguí con los ojos cerrados, concentrándome en cada una de las sensaciones que provocaba el recorrido de tus manos. 

De momentos sentía tu mano apretar mis piernas, mis muslos en un recorrido sobre mi pantalón, sentir cómo la palma de tu mano completa presionaba la parte interna de mis muslos mientras seguíamos perdidos en aquel beso. Luego, tus manos en mi cuello daban un delicioso masaje que lograba relajar toda la tensión acumulada de la semana, un masaje que comenzaba en mi nuca, sintiendo las yemas de tus dedos entre mi cabello, bajando muy despacio por mi cuello y reconfortando mi espalda y mis hombros. 

Mi mente ya estaba relajada, mi cuerpo excitado y mi corazón confundido… intentando salir de esa sensación de placer que me hacía querer más, intentando apagar los fantasmas morales que me preguntaban si era correcto, intentando querer estar en la cama de un hotel contigo y no dentro de mi auto. 

Tus manos continuaron en un recorrido certero, haciendo suya mi espalda, desde mi cuello hasta mi cintura. Era una sensación deliciosa, una sensación que lograba reconfortar mi cansancio, compensarme de sobra luego de un terrible día… así, tus labios en mi cuello y tus manos en mi cuerpo se convirtieron en un reto a la cordura y la moral, un reto a las leyes de la física que dicen que “dos cuerpos no pueden ocupar un mismo espacio”, un reto para que la escala técnica para un abrazo haya valido la pena… 

​Tu recuerdo 

Tu recuerdo siempre será mi lugar favorito… a veces en medio del caos cotidiano busco un respiro, una pausa mental que traiga a mi mundo tu imagen, siempre con la pregunta: ¿qué me dirías tú en este momento? Tu paz, tu sabiduría, tu mundo siempre me llevaban a respuestas ecuánimes, a reflexiones claras y a conclusiones precisas.
Mi día a día me enfrenta a innumerables retos que, quizá quien no comprende mi esencia, no puede entender por qué me apasionan, por qué me duelen, por qué me enojaba… tú sí, estoy segura.

Tu recuerdo en medio de mi caos me llevan a ese abrazo tibio que en tu pecho y entre tus brazos cobijaba todos mis miedos, tu recuerdo en medio de mis desesperanzas me lleva a esa fortaleza de creer en mí y en mis convicciones, tu recuerdo en medio de mi soledad me lleva a la ilusión del amor que trasciende, del amor de La Promesa.

Me preguntó si en algún momento de tu día me piensas, sí en algún momento nuestros mundos distantes se conectan a través de un pensamiento… te recuerdo, te extraño y revivo momentos que me hacen sentirte cerca.

Por ejemplo, aquellas mañanas recostados sobre el pasto luego de una extenuante carrera de varios kilómetros; te pienso en la habitación de aquel hotel donde robamos tiempo al mundo para creer en el amor; te pienso en aquella heladería de la Condesa donde compartíamos como adolescentes una nieve con sabor a tus labios y tu piel.

Tu recuerdo se convierte en un placebo que da esperanza de vida, que da sentido a la supervivencia; un refugio que me resguarda de los fantasmas que me atacan, un mundo de ilusión que me enseñó que el amor lo puede todo, tu recuerdo me hace ser la Azul capaz de pelear hasta el último aliento. Esa Azul, que va más allá del erotismo, de la sensualidad y el placer efímero… esa Azul apasionada por vivir!

Te pienso e imagino esas tardes donde luego del ejercicio físico, de nuestra carrera de por lo menos 5 km, nos recostábamos sobre el pasto. Amaba esas tardes de otoño, en las que entre besos y caricias jugábamos con las hojas secas que caían de los árboles mientras descansábamos, entre ellas, buscaba una en dónde dejar escrito un “te amo” para luego guardar ese recuerdo entre las hojas de alguno de mis libros de Benedetti.

Te pienso y evoco esos interminables besos, ahí recostados sobre el pasto, retando la cordura y pidiéndole al mundo que cerrara los ojos. Ahí, nuestros muslos desnudos se rozaban, nuestras piernas se entrelazaban, tus manos recorrían mi cuerpo sobre la ropa, que de momentos parecía desaparecer… Un beso tan sublime, tan intenso que recorría, desde las sensaciones que provocaba en mis labios, cada centímetro de mi piel.  

No imaginas cuánto te necesito, cuánto necesito la fuerza que tú me dabas, tus consejos, tu experiencia, tu mundo que compartido con el mío me hacía creer que mis batallas tenían sentido, que mis convicciones valían la pena… que tu amor me hacía más fuerte y que yo era esa Azul de la que tú estabas orgulloso, la que tú amabas.

Te pienso con la esperanza de La Promesa, te pienso con la memoria sensorial que me hace recordar el sabor de tus labios, la textura rugosa de tus manos, la fuerza física de tus piernas, el calor de tus brazos, la luz de verme en el reflejo de tus ojos.

Te pienso con los nervios y la emoción de la primera vez que hicimos el amor… puedo evocar la sensación de ser tuya, en cuerpo y alma, de ser tuya desde cada sensación en mi piel consumiéndose en el placer que sólo tú podías provocar.

Sabor Vainilla

Soy una mujer intensa, no puedo vivir de otra manera que no sea apasionándome por lo que me gusta, por lo que creo, por mi gente… y eso no es bueno del todo, menos cuando mi salud me lo reprocha, cuando mi salud me recuerda que los años pasan y los kilos se quedan, cuando mi salud enciende signos de alerta para poner una pausa, dar un respiro y por supuesto, se convierte en el pretexto ideal para dejarme consentir…

Todo inició un día de esos extenuantes, donde el cansancio era más que evidente, de esos días en los que necesitaba unos oídos atentos para conversar y unos brazos cálidos dónde acurrucarme por las horas que durara la noche… y ahí estabas tú, tú en esa habitación sólo para nosotros:

Sobre un mueble un par de velas que iluminaban sutilmente el lugar impregnado por un delicioso aroma a vainilla, un olor sutil que invadía todo el lugar y que como respuesta a ese estímulo sensorial me hizo recostarme sobre la cama, boca abajo, con los ojos cerrados, aún con el atuendo del día laboral, aún con los agotadores zapatos de tacón.

Era una escena rica, relajante, dispuesta para el placer que me desconectara del mundo por unas horas… Tratando de consentirme pusiste en tu teléfono una poesía que con la entonación de un experto decía:

“Mi táctica es mirarte aprender como sos quererte como sos mi táctica es hablarte y escucharte construir con palabras un puente indestructible”

Me parecía tan atinada la poesía de Benedetti recitada por él mismo desde tu teléfono, el olor a vainilla, la luz de las velas y el lugar en general, que hasta parecía una escena estudiada para la seducción. Todo era rico, la escena cumplía el cometido de abstraerme de mi mundo y llevarme a uno inventado, uno creado sólo para la ocasión.

Así, recostada quitaste mis zapatos, con delicadeza, con la gentileza de quien le preocupa el cansancio que mis pies sentían, con la generosidad de quien entendía la cantidad de escalones que subo y bajo cada día mi trabajo, casi con la ternura de quien entiende mis carreras y prisas.

Sentí tus manos avanzar por mis pantorrillas, sentí cómo cubriste mis piernas con un lienzo tibio, con pudor, con toda la intención de no inquietarme, de hacerme disfrutar sin la necesidad del sexo como trámite del encuentro. Mi conciencia estaba cada vez más adormecida, la poesía con voz tenue con acento extranjero que provenía de tu teléfono, el olor a vainilla y la temperatura de tus manos, me tenían en un estado de indefensión total, absolutamente relajada.

Sentí como tus manos acariciaban mis piernas sobre mi pantalón, la calidez de tus manos, combinada con la textura de mi ropa recreaban una sensación muy disfrutable. No sé en qué momento ni cómo, pero venciste la barrera de la ropa, mi pantalón ya estaba tirado a un costado de la cama, pero mis piernas aún estaban cubiertas por el lienzo tibio que habías puesto. Sentí cómo tus manos comenzaban a subir hacia mi espalda, entre la blusa y mi piel, las yemas de tus dedos hacían un recorrido suave, apenas rozándome.

La blusa desapareció, mi espalda quedó libre para que tus manos la recorrieran… quitaste el lienzo que cubría mi cintura y mis piernas, por varios segundos me observaste, como si te pareciera atractiva, como si te gustara. Sentí las gotas de aceite que caían en mi piel y cómo tus manos, fuertes, grandes, esparcían desde mi cuello hasta mi cintura la consistencia suave del aceite. El roce de las yemas de tus dedos en mi espalda, templaba mi piel, la fricción de tus manos relajaba mi espalda y hacía que mi imaginación volara…

Mi cuerpo estaba inerte, perdido en el cúmulo de sensaciones que tus manos despertaban. El olor a vainilla era cada vez más intenso y la luz de las velas cada vez más tenue, parecía que se extinguiría, justo en ese momento, cuando mi cuerpo más relajado estaba, después de no sé cuánto tiempo porque había perdido la noción de los minutos o las horas, justo cuando parecía entrar un sueño profundo, sentí un líquido frío que caía en mi espalda, sentí cómo corría sobre mi piel hacia los costados y vi que sostenías una copa de vino tinto en tu mano…

Era delicioso sentirte, escuchar poesía, respirar ese ambiente sabor vainilla… las velas se consumieron, la habitación quedó a oscuras, volteaste mi cuerpo para quedar boca arriba y tú recostado junto a mí, escuché tu voz en mi oído:

“Tu belleza es digna de los dioses, un manjar de la perfección celestial, capaz de llevar a la perdición a toda legión… Tus curvas Venus de Milo, tu piel suave que deja mi corazón tranquilo… imposible no perder la rezón en la llanura de tu cuerpo en armonía la nota perfecta de mi canción.”

Cerré los ojos, caí en ese sueño profundo del que no supe si tus caricias eran parte del sueño o de la realidad, al final, saboree en tus labios un beso dulce, un beso con el sabor la vainilla que estuvo presente en nuestra noche…

La soledad más profunda


Hay días en los que la soledad se vuelve más profunda, donde cualquier compañía sólo genera más vacío, donde hay miradas que me desnudan pero no me seducen, donde escucho palabras que me coquetean pero no me halagan, donde convivo con gente que está cerca pero no me acompaña.
Hay días en donde la suma de errores e incertidumbre me hunden en la soledad más profunda, días en los que los errores del pasado toman voz y gritan como si tuvieran algo nuevo qué decir. Días en los que luego de rumiar y rumiar sinsentidos quisiera únicamente dormir, dormir profundamente, perderme en ese sueño y borrar mi existencia de este mundo.
Intento calmar mis pensamientos entre un playlist aleatorio de jazz, intento que los acordes musicales penetren en mi cabeza y a ese ritmo tranquilicen todas las locuras que dentro de mí rebotan golpeándose entre sí. Son días en los que las esperanzas se diluyen en una absorbente realidad cotidiana, esa en la que el cuerpo funciona en automático para levantarse, trabajar y sobrevivir.
Así, durante el día escucho diagnósticos, remedios, consejos, recomendaciones, un sinfín de respuestas sin preguntas que sólo me llevan a ese mundo al que no pertenezco, en el que no puedo estar y en el que creo que todo debería funcionar mejor, en el quien ocupara mis funciones en cualquiera de mis roles lo haría mejor.
El día transcurre y en medio de ilusiones efímeras evoco desde la soledad el recuerdo que me dé aliento, el recuerdo de aquel amor que le daba sentido a todo, en el que encontraba palabras sabias que calmaran mis demonios, en el que encontraba esos brazos fuertes que eran mi mejor refugio. Pero así, de la nada, el pasado oscuro grita, grita y me ancla nuevamente a la soledad más profunda de la que quiero huir y no encuentro cómo.
Encuentro sólo una hoja en blanco (en la aplicación de mi teléfono) y las lágrimas de cada noche para intentar descifrar todo lo que encierra este vacío, para intentar escudriñar en mis pensamientos para saber de qué está lleno este vacío. Mi ego irónico me recuerda mi insignificancia, me recuerda aquella perfección imaginaria vulnerada con las equivocaciones, aquel pasado que no sé si un día me perdonaré, aquellos miedos que me hacen rehén de los errores y mi tortura de la noche gira en torno a esa soledad profunda, muy profunda.
Cuando la hoja no alcanza para plasmar los pensamientos, cuando las lágrimas no pueden ahogar esa tortura, quisiera encontrar a alguien, alguien que no vea en mí esa mujer frívola de la que creen sólo le importa el sexo, pero que en un beso y un abrazo  sea capaz de retarme a escribir una nueva historia; alguien no me elogie banalmente diciéndome que soy “una gran mujer”, pero que me haga sentir que soy más que mis errores del pasado; alguien que no sólo abrace mi cuerpo sino que pueda cobijar mi alma.
Y es entonces, cuando entre tantos pensamientos, entre las inagotables lágrimas, el insomnio se aparece en mi noche y me lleva a la soledad más profunda con un solo pensamiento: dormir y no despertar…

Una mujer complicada

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Sé que a algunos hombres les causo curiosidad, quizá porque me imaginan como una mujer fácil dispuesta a vivir una aventura para del sexo ocasional, o quizá me vean como una mujer frívola que sólo espera recibir halagos a propósito de sus encantos. No lo soy, ninguna de esas dos versiones soy.

Sólo soy una mujer complicada a quien lo simple le hace feliz…

Soy una mujer a quien le hace feliz unos brazos fuertes que un abrazo detengan el tiempo, que estando en ellos sienta que no podría existir un mejor lugar para encontrar un poco de paz. Unos brazos cálidos que conforten los pensamientos, que se conviertan en la mejor medicina para cualquier diagnóstico,  que tengan el efecto de un analgésico o un relajante muscular.

Soy una mujer complicada, a quien la simpleza de bailar salsa toda una noche le hará disfrutar del lenguaje de dos cuerpos que a ritmo guapachoso se olvidan de todo, que imaginando la historia detrás de la letra cualquier salsa romántica, podría construir una fantasía deliciosa mientras bailamos con sensualidad y cadencia ese sensacional ritmo.

Soy una mujer complicada, que se deja cautivar por una plática inteligente, de temas simples o profundos, pero con argumentos claros y honestos. Soy feliz en una charla amena con una cerveza bien fría o un café caliente y cargado, donde apasionadamente pueda defender a capa y espada a mi equipo de soccer o hablar de religión o política. Soy feliz en una charla en la que encuentre oídos atentos y palabras inteligentes para conversar.

Soy una mujer complicada que sucumbe ante la simpleza de un trato gentil que comparte con cariño un detalle, una flor cortada en el camino o comprada en la esquina, un pan dulce para acompañar mi segunda taza de café mañanero, un chocolate que dé energía para terminar mi jornada de trabajo por la tarde, una poesía sin métrica que en la acción diga más que en la rima.

Soy una mujer complicada que se deja seducir con un beso en el cuello que me haga cerrar los ojos, por una caricia en la espalda que dibuje trazos sencillos que despierten el deseo, por la cercanía de un cuerpo ardiente que traspase la ropa, por unas manos hábiles que desnuden mi cuerpo sin que mi racionalidad les cuestione.

Soy una mujer complicada que promete un cielo resguardado por vastos y diestros demonios. Un cielo que con diferentes matices de Azul describen la mujer que soy, sus pasiones, sus miedos, sus sueños, sus anhelos… Soy una mujer que vive en el límite del cielo y el infierno.

Soy una mujer complicada, a quien lo simple le hace feliz.