De visita en el pasado

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A veces acercarse a esos lugares del pasado, donde se dejaron impregnados un sinfín de recuerdos es un riesgo innecesario. Hace muchos años y muchos kilos, viví una gran historia de amor que aún da esperanza a los peores momentos de mi vida, permitiéndome rumiar aquel pasado que con solo cerrar los ojos evoca un ligero y efímero sabor a paz.

Ese escalofrío que recorrió mi piel cuando me acerqué a aquel lugar, mi mirada se nubló y los recuerdos se desbordaron como lágrimas al estacionar mi auto, en ese momento, mi auto era el único refugio que me parecía seguro, ahí con un llanto desbordado recorrí una a una varias de las historias ahí vividas. Ahí encontré había encontrado el valor de vivir, el valor de ser, el valor de amar, el valor de creer hasta en lo más absurdo pero que me daba felicidad y plenitud.

Pero un día la despedida fue tajante, sin posibilidad de reencuentros, sin posibilidades de nuevas historias, y con ella, con esa despedida, una parte de mí se acabó, una parte de mí se murió con el final de nuestra historia de amor… justo es esa parte que, cuando te extraño, extraño de mí… Sí, extrañarte es evocar aquélla que fui a tu lado, aquélla que se creía capaz de pelear contra todo por los sueños, aquélla que creía que actuar bien, con pasión, con entrega daría los resultados soñados.

La vida es disciplina, trabajo… – decías – La vida es el «extra» para que lo ordinario se vuelva EXTRAordinario. No es cierto, mentiste. Eres una mujer inteligente y talentosa –me juraste – No, mentiste y si lo fuese, no sirve de mucho ahora.

Y no sabes el ahogo que se siente, la terrible opresión en el pecho al necesitar tanto tus palabras, tus brazos y al mismo tiempo, sentirme perdida y vulnerable y creer que si te veo la poca estabilidad que queda en mi mundo se desmoronará…

Y en aquellos años Benedetti siempre fue cómplice, tenía orden en las palabras para traducir nuestros besos y nuestras lágrimas. Cada poema compartido recostados en el pasto, cada cuento descifrado en compañía, Así… este poema fue nuestra despedida:

Chau número 3 – Mario Benedetti

Te dejo con tu vida 
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres

Hoy mi vida es un caos, hoy el miedo me acorrala, la tristeza me vulnera y ni mi trabajo, ni mi gente dan esa paz que necesito. Hay días en que cada puesta de sol me lleva al deseo de querer dormir y no despertar; cada amanecer me cuestiona ¿para qué? ¿para dónde?

sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro

¿Confianza? La traición demerita cualquier signo de confianza… los amores suicidas que a ciegas creen y se inmolan han devastado la confianza depositada en un sueño, la confianza de otros en mi sueño. Nada más imposible que creer que la realidad se construye con esfuerzo, trabajo y disciplina, la realidad, es, sólo es. Hoy, más insegura que nunca, hoy más vulnerable que nunca.

te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota

Descifrarme me llevó a aceptar que sin ti no soy, y sólo anhelo las respuestas sabias que en cada charla teníamos, y sólo añoro que La Promesa sea cierta y un día, en la eternidad encuentre tus brazos.

te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía

Tus dudas siempre fueron mis certezas, tu mundo daba sentido a creer en aquella Azul, aquella que derrotaría invencibles, que se coronaría de gloria no ante el mundo, sino ante su corazón y sus sueños.

pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono

Debí escucharte, debí tatuarlo en un lugar visible, ser cauta, saberme transparente y vulnerable de aquella oscuridad que no conoce de lealtad y verdad. Jamás me he sentido abandonada, has estado en cada noche en la que el insomnio me atormenta, en cada día en el que las preguntas sin sentido me aturden, en cada instante en el que intento creer que vale la pena continuar.

estaré donde menos lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos

Así ha sido, has estado en aquel cardenal rojo que en un día cualquiera se atraviesa en mi camino, en aquella frase de Benedetti que sin contexto se aparece en mi mundo, en aquel hombre con el que aún sin intención termino comparando contigo, en aquel sueño de encontrarte después de los días…

estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra

En un lejano horizonte… en mi sombra… ¡TE NECESITO!

estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen

Nadie, ninguno como tú. Ni antes ni después de ti me he sentido amada y plena. Ninguno de aquellos que me siguen con el valor de enfrentarse a una mujer como yo, compleja y simple, apasionada y apacible, intensa y débil. Mucho menos aquellos pobres hombres que creen que sólo soy una mujer frívola dispuesta al sexo de ocasión.

y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

En mi sueño, en mi vida, en mi mundo… Nada ni nadie más presente y ausente en mi mundo, nadie como tú que sin estar es el único hombre que da paz en sus palabras (recuerdos), que despierta el deseo y la pasión en la fantasía (de recordarte), nadie como tú…

 

Salsa y tequila

 

Sólo necesitábamos eso: poner en pausa el mundo, dos tragos, uno para olvidarnos de ellos y otro para imaginar que ellos se olvidaban de nosotros.

Lo necesitábamos, abstraernos del mundo y disfrutar toda la noche y para ello, nada mejor que la combinación: baile y tequila. Así que con los dos tragos y una conversación incidental dejamos que la noche nos abordara, que la música al ritmo de la salsa hiciera vibrar nuestros cuerpos, que el calor provocado por el tequila corriera por nuestras venas.

La conversación, un poco a gritos por el volumen de la música, nos llevó a acercarnos un poco más, lo suficiente como para hacer más sugerente la invitación a hablarte al oído, para hacer más casual el roce de nuestras piernas debajo de la mesa. Así, hablamos poco, lo suficiente para hacer tiempo antes de que nuestros labios se comunicaran sin palabras.

Nos levantamos de la mesa, fuimos al centro de la pista y al ritmo de la salsa nuestros cuerpos se entendían, así con la sensualidad que el ritmo incita, tomaste mi cintura, guiando cada movimiento haciéndome cerrar los ojos y disfrutar cada paso entre tus brazos. Sentía cómo mi cuerpo con naturalidad atendía los movimientos que tus manos marcaban, sentía cómo tus manos recorrían mi espalda, mi cintura y llevaban contra ti mis caderas.

Así, el ritmo nos llevaba en sincronía, nos hacía disfrutar cada paso en una complicidad que sólo la música podía avalar. Regresamos a la mesa y otro par de tragos nos esperaban,  atendimos la invitación que el tequila sobre la mesa nos hacía, brindamos por aquella noche y de un trago consumimos nuestras bebidas. Tomé con la yema de mi dedo la gota que escurría en mi vaso y la llevé a tus labios, perseguiste mi mano que te guiaba hacia mis labios…

Atendiste la indicación de mi mano y al llegar a mis labios giré mi cabeza, besaste mi cuello y acariciaste mi cabello, tomaste mi cabeza por la nuca. Mis piernas ya se cimbraban sobre el piso atendiendo el ritmo que me llamaba nuevamente a la pista. Así que habría que esperar para que aquel beso sucediera. Nuevamente dejamos que nuestros cuerpos disfrutaran, que sin palabras se comunicaran, que tus manos en cada movimiento se apropiaran en de mi cuerpo, que la música, la letra y el ritmo nos hicieran recrear aquella historia que la salsa incitaba a imaginar más, mucho más…

La música nos atrapaba, ponía a prueba nuestra condición física y parecía que vencíamos, que ni los años ni los kilos eran impedimento para que aquella noche fuera nuestra, para que la salsa nos hiciera imaginar una historia más allá del lugar en el que nos encontrábamos, la música se adueñara de nuestro cuerpo y nuestra mente, y sedujera nuestros pensamientos haciéndonos protagonistas de aquella historia que en voz del cantante se relataba.

El tequila en complicidad con la salsa adormecía nuestra conciencia, nos hacía partícipes de una noche deliciosa, que lograba el cometido de haber dejado en pausa al mundo. Bailamos, el roce de nuestros cuerpos al ritmo de la música era cada vez más excitante, era cada vez más cadencioso y la temperatura de nuestra piel y el calor que corría por nuestras venas traspasaba la ropa.

La noche avanzaba, las horas –y el tequila – parecían haberse ido sin darnos cuenta cómo, nuestros cuerpos al ritmo de la música se dejaron seducir por horas, nuestra conversación nos hizo cómplices con sabor a tequila y dejamos que el placer al compás de la salsa nos hiciera disfrutar toda la noche sin darnos tiempo de aquel beso que había quedado pendiente cuando te invité a cercarte a mis labios.

La salsa había conquistado nuestra noche, el tequila había conquistado nuestro paladar así que ahora había tiempo para ese beso, que iniciara en los labios y recorriera nuestros cuerpos sin prisa, nos despedimos de aquel lugar con un beso dulce mientras aguardábamos el auto, aún escuchábamos a lo lejos la música, aún con la invitación de hacer de aquella música un ritmo seductor para hacer el amor…

 

 

Un buen amante

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Los días de momento parecen interminables, parece que a cada minuto que transcurre se le suma un pesar, una duda, un problema… entonces llega el fin de semana y cualquier pretexto es válido para escaparse de la realidad, para anhelar la privacidad de un lugar un par de tequilas que relajen el cuerpo, que apaguen la mente, que construyan una fantasía.

Así fue, el mundo colapsado dentro de mi mente y en mi corazón requería de un buen amante para esa noche, de un buen amante con habilidades comprobables, con experiencia suficiente, con una serie de requisitos tácitos. Debía ser una gran noche, una noche que, con las habilidades extraordinarias de un buen amante, me hiciera olvidar todo, TO-DO!!

Yo, un atuendo cómodo, sencillo pero suficientemente provocativo, lencería negra, labios rojos, perfume en mi cuello, tersura en mi piel y vestimenta fácil de desaparecer con las manos mágicas de un buen amante. Llegamos a un lugar lejano de mi mundo, para mí era urgente que aquel hombre cumpliera la expectativa que yo llevaba en mente, que me hiciera confirmar que no me había equivocado al haberlo seleccionado como el adecuado para esa noche.

Me quité los zapatos, negros con correa al tobillo, tacón alto (he comentado antes que los zapatos altos me parecen seductores y me dan seguridad en la conquista),  le ayudé con los zapatos, me recosté sobre la cama sin pensar en otra cosa más que en el pliego petitorio que llevaba en mente, pensaba en que fuera capaz de leer mi mente y entender qué era lo que esa noche quería, qué era lo que esperaba.

Recostada boca abajo sobre la amplia cama, le pedí sin palabras que se recostara a mi lado. Se quitó los zapatos y la camisa, la colgó en un gancho y fue a mi lado. Mi cuerpo temblaba, mi mente agolpaba dentro de mi cabeza mil y un pensamientos que anhelaban que aquel hombre pudieran leer. Ahí recostados tomó mi cabello, jugó con él por segundos, acarició mi nuca y mi cuello, recorrió mi espalda y mis hombros, bajó su mano muy lentamente sobre mi cuerpo.

En poco tiempo la ropa desapareció, la habilidad sutil de desvestir mi cuerpo le permitió recorrer con sus manos mi piel, poco a poco sus labios me devoraban iniciando en mi boca, luego, con sus labios y sus manos se apropió de mi cuerpo con la ansiedad que enciende el deseo, que se adueña de la escena.

Así, en pocos minutos el instinto y la experiencia hicieron que el placer del sexo se apodera de la cama, que nuestros cuerpos se perdieran entre caricias, besos y sensaciones compartidas, la sincronía del placer compartido, del instinto perfectamente guiado por el deseo, consumía la noche.

Hicimos el amor, casi con precisión, casi con sabor a amor, hicimos el amor… pero el buen amante que esperaba no estaba ahí. No estaba porque en medio del placer físico no podía liberar todo aquello que pasaba por mi cabeza.

Entonces, aún recostada sobre la cama, desnuda entre las sábanas, contuve las lágrimas que evidenciarían que lo que yo buscaba esa no era solo un buen amante para el sexo de esa noche, lo que necesitaba era un buen amor capaz de entenderme, capaz de no solo desnudar mi cuerpo, sino de poder cobijar mi alma, un buen amor que no se preocupara por procurar el placer instantáneo sino por dar un poco de paz a mis pensamientos, a mi vida.

Entonces, aunque intente huir refugiándome en el sexo de una noche, con un buen amante de experiencia probada, será imposible, necesito un buen amor que antes que preocuparse por hacer placentero el sexo, se ocupe de ser un buen Hombre, un buen hombre seguro será buen amante, un buen amante no siempre es un buen hombre…

 

Amores suicidas

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Hay amores suicidas que matan pero no mueren, son justo ésos que en pos del amor devoran ilusiones propias y ajenas, construyen fantasías que cercan la realidad y convierten en rehén a todo aquel que ponga en duda la existencia del “amor”.

Hay amores suicidas, ésos que se vuelven terroristas en sus actos, que cegados por aquello que suponen amor ponen el pecho a las balas, ponen las manos al fuego y terminan perforados y calcinados.

Hay amores suicidas que asumen el riesgo, que conscientes de que la vida se puede ir en ellos, apuestan a la derrota, apuestan a ganar con el mínimo de posibilidades de triunfar, sólo porque el amor enloquece, sólo porque la ilusión alimenta al fantasía, sólo porque el amor da ese ingenuo valor de confiar en un triunfo improbable.

Hay amores suicidas que escribes y escribes, que inventas y reinventas, que te aferras a leerlos una y otra vez hasta que te convenzas que sí vale la pena, que sí tiene sentido, que sí son posibles, que sí sobrevivirán.

Hay amores suicidas que hacen oídos sordos al mundo, que juzga de envidiosos y egoístas a aquellos incapaces de creer en “el amor”, que juzga de moralistas a aquellos incomprensivos que demeritan la valentía de los amantes.

Hay amores suicidas que se inmolan para sin saber de proezas o de cobardía, que se inmolan para hacerse eternos sin medir los daños colaterales ni saber de inocentes o culpables, de méritos o descréditos.

Hay amores suicidas que en el intento de creerse eternos cierran los ojos al mundo, avanzan abriendo paso entre medias verdades y mentiras completas, abriendo camino por sendas prohibidas, por atajos inciertos.

Hay amores suicidas que cuando encuentran paz provocan guerra para distraer y pasar inadvertidos por sus adversarios, aquellos que quizá no saben de amores, que quizá no saben de entrega. Esos amores, que detonan una bomba de humo para escabullirse mientras el mundo pregunta qué pasa, mientras los otros huyen sin saber de qué o de dónde viene en fuego amigo, esos amores suicidas…

Hay amores suicidas que al final, sí mueren, sí matan…

Déjame consentirte…

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Hay tantas formas de hacer el amor, desde una intensa conversación hasta una deliciosa sesión de sexo apasionado. Hacer el amor es procurar el placer del amante, hacerlo vibrar con la presencia y ello es todo un arte, por ejemplo, hoy se me antoja consentirte, reconfortar tu cuerpo después de un mal día, para recompensarte después de un día rutinario y aburrido…
¿Esta noche, me dejas consentirte? Deja que mi voz y mi cuerpo te hablen, siénteme, imagina cada sensación con la realidad que estos relatos de fantasía nos permite… ¿quieres?
Imagina la escena: escucha el play list de jazz preparado desde mi celular, imagina cómo la música te hace cerrar los ojos y concentrarte en la cadencia de los sonidos. Estamos en una habitación con luz muy tenue, un sutil aroma a violetas en el ambiente, una cama amplia con una sábana blanca, nuestros cuerpos desnudos y tú, dispuesto para disfrutar un delicioso masaje que te desconecte de tu día, de tu mundo y te haga ser mío por unas horas.
Es un tiempo sin prisa, sin mundo que nos aguarde afuera de la habitación, sólo existe lo que estamos sintiendo, sólo existe ese tiempo sin tiempo…Estás recostado boca abajo en la cama, completamente desnudo, con los ojos cerrados, disfrutas la música… Tomo unas gotas de aceite con esencia de violetas que refuerza el aroma del ambiente, mientras froto las palmas de mis manos y tibio el aceite, me acerco a tu oído y te digo que me encantas, que quiero consentirte esta noche y te invito a que disfrutes…
Con el aceite tibio en mis manos acaricio tu cuello, desde tu nuca hasta bajar por tu espalda, sientes la suavidad de mis manos recorrerte despacio, lentamente logrando en ese recorrido apagar tus pensamientos, dejar fuera de este momento cualquier idea que perturbe tu descanso, cualquier pensamiento que impida que disfrutes mis manos sobre tu piel.
Así, mientras mis manos recorren tu cuello y avanzan hacia tus hombros, sientes que me inclino hacia ti para besar tu oreja y sientes cómo mis senos recorren, apenas rozando, tu espalda, sientes las yemas de mis dedos acariciar tu espalda, tus hombros y bajar hacia tus brazos, sientes una presión que disfrutas, sientes cómo el ambiente se ha impregnado de un aroma sutil, cómo la temperatura del ambiente es cálida, estás completamente relajado.
Luego de recorrer tus brazos, avanzo a tus manos, beso la palma de tus manos, acaricio con mi lengua cada uno de tus dedos y juego a devorarlos, uno a uno… Después, con mis manos acaricio tus palmas, dando un suave masaje que relaje cada centímetro de tu piel… siempre dejando que mi pecho acompañe el recorrido que mis manos trazan previamente.
Vuelvo a tu espalda, con las yemas de los dedos recorro cada centímetro de ella, de momentos acariciándola con mis labios, de momentos con la punta de mi lengua, de momentos solo recostándome sobre ti para que sientas mis pechos en tu espalda. Mis dedos guían un trazo que recorre tu columna, con una presión que disfrutas mientras mis manos avanzan.
Bajo un poco más dejo caer unas gotas de aceite en tu espalda baja (y más abajo) y mis manos tibias comienzan a distribuir el aceite, muy lentamente, muy suave y cadenciosamente, sientes como cada vez tu cuerpo está más relajado, tu mente más inconsciente, sólo sintiendo el contacto de mis manos en tu piel.
Acaricio con ternura tu cintura, avanzo un poco hacia tus costillas, tu cadera… Mientras sientes que mis senos rozan tus muslos, mis manos tu espalda y mis labios… mis labios se aseguran que las últimas horas de aceite hayan quedado suficientemente impregnadas.
Tu cuerpo está inerte, absolutamente relajado, sólo sintiendo cómo eres mío en cada sensación, como tu mente se ha dejado conquistar por el recorrido de mis manos, por el olor a violetas en el ambiente y por la Fantasía que está ocurriendo en tu imaginación.
Nuevamente dejo caer una gota de aceite, ahora en cada uno de tus muslos, con la yema de mi dedo índice hago trazos arbitrarios para distribuirlo, para que la combinación de la temperatura de mi piel, la consistencia del aceite y la suave presión que ejerzo te haga temblar por la sensación que te recorre, que te seduce.
Dos gotas más, una en cada pantorrilla, mismo procedimiento que en tus piernas, para luego con las palmas de mis manos recorrerte completo, masajeando acompasadamente tus músculos, apretando en el recorrido, relajando con el movimiento de mis manos y luego asegurándome que el aceite quedó bien impregnado probándote con mis labios, sintiéndote con mi pecho.
Llego a tus pies, un suave recorrido por la planta de tus pies, la tibieza de mis manos y la consistencia del aceite impregnado en ellas, te hace disfrutar. Comienzo a subir de regreso… despacio, supervisando que toda tu piel haya quedado impregnada con el olor a violetas, las yemas de mis dedos, mis labios y mis pechos se encargan de recorrerte para confirmar que tu piel está tibia, que el aroma del aceite está impregnado.
Tus pantorrillas, tus muslos, tus…, tu espalda, tus hombros, tus brazos, tus manos, tu cuello, tu nuca… y al llegar a tu oído te digo que me encantas, que me encanta consentirte y un beso en la mejilla que confirmo que has caído rendido a las sensaciones de mis manos, de mi piel recorriéndote, que tu cuerpo está inerte y dispuesto para que abrazados duermas profunda y relajadamente…
Descansa… sueña conmigo!

Un hombre Hombre


Benditas películas de princesas que a todas, aunque lo nieguen, a todas en algún momento de nuestras vidas nos hicieron pensar en ese príncipe Azul… y bueno, muchos de los actuales hombres están tan lejos de ser príncipes y aún más de ser Azules, y Azules en el contexto de lo que representa mi Momento Azul, mucho más.
Siempre que escribo, por supuesto que hay un Hombre en mi cabeza, en ese imaginario desde el que se construye la fantasía, pero el Hombre de estos relatos tiene una función sintáctica de adjetivo calificativo, no de sustantivo común; es decir, Hombre es una cualidad que no todos los seres humanos de género masculino tienen, un hombre Hombre es más que un macho, más que un semental, más que un burdo ejemplar cuya única fortaleza está en sus músculos (no en su intelecto) y de ésos, hay muchos, he de confesar graves tropiezos en mi vida con esa subespecie.

Un hombre Hombre, o sea, con valor agregado de adjetivo calificativo, es más que el príncipe que nos imaginábamos de niñas, con el que nuestras madres nos mentalizaron que habríamos de encontrar para convertirse en padre de nuestros hijos. Cuando escribo, pienso en el Hombre que se describe tácitamente en una frase que varias veces he leído por ahí:

“Una mujer será tan niña como la consientas, tan dama como la trates, tan inteligente como la retes, tan sensual como la provoques”

Justo ese Hombre que connota la frase es el que está presente en mis fantasías, en mis relatos:

“…tan niña como la consientas…” Ese Hombre sabe consentirme con mensajes casuales que en medio de lo rutinario del día me roben una sonrisa; con un detalle que dé evidencia de que me conoce, que conoce mis gustos y antojos; que recostados sobre la cama, “peleemos” por escoger la película y terminemos decidiéndolo en un “volado”. Nada más seductor que un Hombre divertido, que en la simpleza de una buena charla me haga reír.

“…tan dama como la trates…” Nada más halagador que ser tratada como una dama, que las palabras sean las correctas, que sepa que no todos los besos son iguales, no es el mismo beso el que a solas busca encender el deseo para una gran noche, que aquel beso que en medio de la escena cotidiana se puede dar en público. Ser tratada como una dama es la atención más sublime que un Hombre puede tener, ser tratada con cortesía, con atención y con interés es un trato natural que no representa, necesariamente, el pago obligatorio de las cuentas ni tener que abrir la puerta del auto como un recurso automático.

“…tan inteligente como la retes…” nada más atractivo que un Hombre inteligente, con el que puedas conversar, con el que sepas que encontrarás una charla con sentido, con el que puedas debatir y argumentar sabiendo que siempre habrá una discusión enriquecedora. Un Hombre culto y educado que lo mismo converse de trivialidades, como te problemas mundiales intentando resolverlos en una charla sobre la cama. Un Hombre que resulte admirable por lo que hace y dice, que resulte tan placentero platicar con él que hacer el amor (bueno, casi).

“…tan sensual como la provoques.” ¡Qué parte más divertida de la frase! Creo que la sensualidad es algo inherente a las mujeres, es como un chip instalado en la programación genética del género femenino y es tan delicioso que exista alguien capaz de activar ese chip. No cualquier hombre tiene la sensibilidad para provocar la sensualidad, para encender el deseo. Un Hombre Hombre, tendrá una frase certera, un roce casual, una mirada sutil que desnude, una mirada casual que provoque… La respuesta a la provocación de un Hombre estará en responder con sensualidad, que no necesariamente está en un escote pronunciado o un insinuación descarada, la sensualidad está en la mirada, en la manera de conversar, en la manera en la que una mujer juegue con mis manos y mi cabello, en el movimiento de mis labios al hablar, en lo que haga imaginar al rozar mi lengua los labios… en cualquier gesto que busque ser una sutil insinuación de lo que podría hacer en su piel.

En fin, me declaro fan de los Hombres Hombres, me encanta atender sus sutiles fantasías. Me considero una mujer plena, que disfruta la diversión ingenua con un buen hombre, que le gusta ser tratada como una dama, que se sabe inteligente y, de la sensualidad, lo dejo a su criterio… aunque debo aceptar que hay otra frase que sirve para cerrar este relato: “A los hombres de mentira les quedan grandes las mujeres de verdad”. Saludos…

 

Tuya desde el pensamiento


Había sido un día como cualquier otro, de esos que las casualidades (con sabor a pretextos) te llevaron a mi oficina, entraste sigiloso como siempre, te sentaste y sin decirme nada sólo me observabas… tu mirada me ponía nerviosa y sabía que era necesaria la formalidad de preguntar -¿En qué te puedo ayudar?- No recuerdo qué contestaste, porque la manera en la que me veías distraía mis pensamientos.

Ese día, yo vestía una falda corta, que dejaba ver uno de los atractivos que como mujer me dan más seguridad: mis piernas. Así si continuabas el recorrido que el contorno de mis muslos guiaba hacia mis piernas para llegar a mis pies, también debiste ver mis tacones. Amo esos zapatos, siempre he creído que los zapatos de tacón connotan sensualidad, connotan rasgos femeninos que invitan a imaginar un sensual caminar mientras me desnudas con la mirada.

Mi falda estaba combinada con una blusa roja, con encaje al frente que dejaba poco a la imaginación, que bastaba una sutil mirada para que descubrieras el color y el diseño de mi lencería. Como otras veces pretendías ser discreto, no podías, no querías, disfrutabas imaginarme, disfrutabas observar mis piernas deseando acariciarlas, fantaseando un recorrido apenas con las yemas de tus dedos.

Conversamos, como siempre, de cosas sin mucho sentido que nos han funcionado como pretexto para la fantasía. Los minutos transcurrían y el juego de mi lengua en mis labios mientras hablábamos, sugería que te acercaras, que con tus labios probaras la consistencia de mi gloss, el sabor de mi saliva, la textura de mis labios. Tu mirada se perdía en mis labios, no en  mi conversación, sólo en mis labios imaginando quizá que recorrían tu cuello y que con suaves mordidas jugaban en tu oreja.

Poco a poco te fuiste acercando a mí, tu mirada disfrutaba hacerme tuya desde el pensamiento, sorpresivamente tomé tu pierna, apreté tu muslo sobre el pantalón, logrando despertarte de la fantasía en la que me tenías. Apenas con las yemas de los dedos, con las uñas, acaricié la parte interna de tu muslo, la textura áspera de la tela de tu pantalón era un contraste de sensaciones que invitaba a que sintieras la tersura de mis piernas al descubierto.

Tu reacción provocó que te inclinaras hacia mí, que nuestras bocas quedaran tan cerca que no aceptar un beso habría sido una descortesía… nuestros labios apenas se rozaron, acaricié con mi lengua la comisura de tu boca y ahí encontramos ese beso, ese beso apasionado que nos hacía cerrar los ojos al mundo, al tiempo y al espacio. Durante ese beso que parecía eterno, jugué con mis manos en tus piernas, apretando suavemente, dejándolas avanzar, dejando que subieran poco a poco…

Tus labios sabían a curiosidad, a hambre de lo indebido, a necesidad de un riesgo innecesario. Tus labios apresurados quisieron registrar cada una de las sensaciones que desde tu boca recorrían tu cuerpo, sintiendo cómo tu espalda se erizaba, cómo la tibieza de mi aliento provocaba cálidas sensaciones en toda tu piel, cómo el recorrido de mis manos había llegado al lugar correcto para cerciorarse que realmente me disfrutabas.

…en realidad, ya recordé tu respuesta a mi pregunta inicial: “Nada, sólo pasé a saludarte”, besaste mi mejilla y saliste de mi oficina.

 

​Tu recuerdo 

Tu recuerdo siempre será mi lugar favorito… a veces en medio del caos cotidiano busco un respiro, una pausa mental que traiga a mi mundo tu imagen, siempre con la pregunta: ¿qué me dirías tú en este momento? Tu paz, tu sabiduría, tu mundo siempre me llevaban a respuestas ecuánimes, a reflexiones claras y a conclusiones precisas.
Mi día a día me enfrenta a innumerables retos que, quizá quien no comprende mi esencia, no puede entender por qué me apasionan, por qué me duelen, por qué me enojaba… tú sí, estoy segura.

Tu recuerdo en medio de mi caos me llevan a ese abrazo tibio que en tu pecho y entre tus brazos cobijaba todos mis miedos, tu recuerdo en medio de mis desesperanzas me lleva a esa fortaleza de creer en mí y en mis convicciones, tu recuerdo en medio de mi soledad me lleva a la ilusión del amor que trasciende, del amor de La Promesa.

Me preguntó si en algún momento de tu día me piensas, sí en algún momento nuestros mundos distantes se conectan a través de un pensamiento… te recuerdo, te extraño y revivo momentos que me hacen sentirte cerca.

Por ejemplo, aquellas mañanas recostados sobre el pasto luego de una extenuante carrera de varios kilómetros; te pienso en la habitación de aquel hotel donde robamos tiempo al mundo para creer en el amor; te pienso en aquella heladería de la Condesa donde compartíamos como adolescentes una nieve con sabor a tus labios y tu piel.

Tu recuerdo se convierte en un placebo que da esperanza de vida, que da sentido a la supervivencia; un refugio que me resguarda de los fantasmas que me atacan, un mundo de ilusión que me enseñó que el amor lo puede todo, tu recuerdo me hace ser la Azul capaz de pelear hasta el último aliento. Esa Azul, que va más allá del erotismo, de la sensualidad y el placer efímero… esa Azul apasionada por vivir!

Te pienso e imagino esas tardes donde luego del ejercicio físico, de nuestra carrera de por lo menos 5 km, nos recostábamos sobre el pasto. Amaba esas tardes de otoño, en las que entre besos y caricias jugábamos con las hojas secas que caían de los árboles mientras descansábamos, entre ellas, buscaba una en dónde dejar escrito un “te amo” para luego guardar ese recuerdo entre las hojas de alguno de mis libros de Benedetti.

Te pienso y evoco esos interminables besos, ahí recostados sobre el pasto, retando la cordura y pidiéndole al mundo que cerrara los ojos. Ahí, nuestros muslos desnudos se rozaban, nuestras piernas se entrelazaban, tus manos recorrían mi cuerpo sobre la ropa, que de momentos parecía desaparecer… Un beso tan sublime, tan intenso que recorría, desde las sensaciones que provocaba en mis labios, cada centímetro de mi piel.  

No imaginas cuánto te necesito, cuánto necesito la fuerza que tú me dabas, tus consejos, tu experiencia, tu mundo que compartido con el mío me hacía creer que mis batallas tenían sentido, que mis convicciones valían la pena… que tu amor me hacía más fuerte y que yo era esa Azul de la que tú estabas orgulloso, la que tú amabas.

Te pienso con la esperanza de La Promesa, te pienso con la memoria sensorial que me hace recordar el sabor de tus labios, la textura rugosa de tus manos, la fuerza física de tus piernas, el calor de tus brazos, la luz de verme en el reflejo de tus ojos.

Te pienso con los nervios y la emoción de la primera vez que hicimos el amor… puedo evocar la sensación de ser tuya, en cuerpo y alma, de ser tuya desde cada sensación en mi piel consumiéndose en el placer que sólo tú podías provocar.

La soledad más profunda


Hay días en los que la soledad se vuelve más profunda, donde cualquier compañía sólo genera más vacío, donde hay miradas que me desnudan pero no me seducen, donde escucho palabras que me coquetean pero no me halagan, donde convivo con gente que está cerca pero no me acompaña.
Hay días en donde la suma de errores e incertidumbre me hunden en la soledad más profunda, días en los que los errores del pasado toman voz y gritan como si tuvieran algo nuevo qué decir. Días en los que luego de rumiar y rumiar sinsentidos quisiera únicamente dormir, dormir profundamente, perderme en ese sueño y borrar mi existencia de este mundo.
Intento calmar mis pensamientos entre un playlist aleatorio de jazz, intento que los acordes musicales penetren en mi cabeza y a ese ritmo tranquilicen todas las locuras que dentro de mí rebotan golpeándose entre sí. Son días en los que las esperanzas se diluyen en una absorbente realidad cotidiana, esa en la que el cuerpo funciona en automático para levantarse, trabajar y sobrevivir.
Así, durante el día escucho diagnósticos, remedios, consejos, recomendaciones, un sinfín de respuestas sin preguntas que sólo me llevan a ese mundo al que no pertenezco, en el que no puedo estar y en el que creo que todo debería funcionar mejor, en el quien ocupara mis funciones en cualquiera de mis roles lo haría mejor.
El día transcurre y en medio de ilusiones efímeras evoco desde la soledad el recuerdo que me dé aliento, el recuerdo de aquel amor que le daba sentido a todo, en el que encontraba palabras sabias que calmaran mis demonios, en el que encontraba esos brazos fuertes que eran mi mejor refugio. Pero así, de la nada, el pasado oscuro grita, grita y me ancla nuevamente a la soledad más profunda de la que quiero huir y no encuentro cómo.
Encuentro sólo una hoja en blanco (en la aplicación de mi teléfono) y las lágrimas de cada noche para intentar descifrar todo lo que encierra este vacío, para intentar escudriñar en mis pensamientos para saber de qué está lleno este vacío. Mi ego irónico me recuerda mi insignificancia, me recuerda aquella perfección imaginaria vulnerada con las equivocaciones, aquel pasado que no sé si un día me perdonaré, aquellos miedos que me hacen rehén de los errores y mi tortura de la noche gira en torno a esa soledad profunda, muy profunda.
Cuando la hoja no alcanza para plasmar los pensamientos, cuando las lágrimas no pueden ahogar esa tortura, quisiera encontrar a alguien, alguien que no vea en mí esa mujer frívola de la que creen sólo le importa el sexo, pero que en un beso y un abrazo  sea capaz de retarme a escribir una nueva historia; alguien no me elogie banalmente diciéndome que soy “una gran mujer”, pero que me haga sentir que soy más que mis errores del pasado; alguien que no sólo abrace mi cuerpo sino que pueda cobijar mi alma.
Y es entonces, cuando entre tantos pensamientos, entre las inagotables lágrimas, el insomnio se aparece en mi noche y me lleva a la soledad más profunda con un solo pensamiento: dormir y no despertar…

Una caricia incidental

 


Han sido días de mucho cansancio, de un poco de hastío ante una desgastante realidad que parece nada puede cambiar… Había sido un día donde cuestiones de salud sólo reflejaban un mundo de pensamientos cansados de huir, cansados de intentar descifrar aquella historia del pasado para poder soltarla y elevar el ancla para continuar…

Ese día coincidimos en una conversación casual, casi de amigos, platicamos trivialidades enumeradas a cuenta gotas porque explicarlas a detalle requeriría mucho tiempo y no era el lugar ni el momento para conversar plácidamente. Así sucedió la charla, sin muchos porqués, sin muchos argumentos, sólo relatos vagos del día a día acumulado de varios meses de no vernos.

Era inevitable imaginar que tu mirada saboreaba mis labios, que recorría mi cuello y fantaseaba con mi presencia en ese lugar. Era evidente que mis pensamientos estaban alterados, que me inquietaba tu mirada y que mi imaginación volara… La vulnerabilidad por mi estado de salud, hacía todo más complicado, no estaba segura si lo que buscaba era un diagnóstico médico, un abrazo, oídos atentos a mis sinsentidos o sólo huir de mi mundo por unos minutos, suponiendo que contigo podría hacerlo…

Así, de manera fortuita, creo yo que muy casual te acercaste a mi espalda, tus manos tomaron mi cuello, apenas rozándolo, apenas para saber cuánta tensión había en él, consciente que tal vez gran parte de ella era producto de la cercanía de tu cuerpo. Tus manos, grandes, suaves, fuertes avanzaron hacia mis hombros, cerré los ojos imaginando que cambiábamos de escenario, a un lugar más privado, a un lugar más nuestro…

Tu voz se perdía entre el ruido de mis pensamientos, tu presencia se internaba en mi fantasía, tus manos recorriendo mi espalda dibujaban un recorrido reconfortante, muy agradable. Lentamente avanzabas con las yemas de tus dedos desde mi nuca, mi cuello hasta mi espalda, no sé con precisión qué me decías, sólo sé que era placentero sentirte, no sólo por una connotación sexual de deseo instintivo, sino por un placer reconfortante, un placer que me daba paz, que por instantes lograba calmar mis pensamientos.

El cansancio hacía que mis ojos se cerraran, que mi mente se fuera apagando poco a poco, que de momentos sintiera que me quedaba dormida… Así las terminales nerviosas de mi espalda se concentraran en el recorrido de tus manos, imaginando que esos instantes podían convertirse en minutos, en horas, en una noche… De verdad, créeme, no una noche de sexo, sino una noche de caricias que me hicieran desconectarme del mundo que tan alterada tiene mi salud en estos momentos.

No supe a ciencia cierta cuántos minutos pasaron, pero sé que el instante en que tus manos estuvieron sobre mi espalda fue una sensación muy rica, la temperatura de la palma de tu mano contra la tensión de los músculos de mi cuello y mi espalda, era un contraste que combinaba relajación con excitación, realidad con fantasía.

Así, desperté confundida entre el diagnóstico médico, el placer efímero y una caricia incidental.